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El corazón helado

Soy hija de bibliotecaria, de una bibliotecaria vocacional, que lleva casi 40 años trabajando y facilitando el acceso a la lectura en un pueblo de Sevilla. En todos estos años, en los que se ha preocupado por organizar clubes de lectura, talleres de escritura creativa, animación lectora, teatro infantil… ha podido ver cómo un mundo se ha abierto para cientos de personas, un refugio, un lugar propio, un universo entero fuera de la casa, fuera cual fuera el entorno o el nivel socioeconómico del que procedían. La Biblioteca es un lugar sagrado donde jóvenes, niños, jubilados, amas de casa, estudiantes y todo tipo de pobladores han encontrado un espacio de expresión, de imaginación, de creación, de evasión, de sentirse menos solos.

En mi casa los libros siempre fueron un hogar y los respeto como quien rinde culto a los santos. En alguna ocasión, la literatura salvó mi vida, me salvó de la tristeza y de la soledad, de no tener un rumbo. Y sé que no soy la única.

Por eso, esta semana, al ver la pintada con la que amanecía la Biblioteca pública Sant Gervasi–Joan Maragall sentí como si un enorme bloque de hielo fuera congelando todas las venas y arterias de mi cuerpo. Sentí miedo y una enorme, inmensa tristeza.

«Menos libros y más España», decía. Y una firma debajo, «Vox». Enseguida vinieron a mi mente las quemas de libros de la Alemania nazi, el conocimiento, la poesía y el pensamiento ardiendo por ser considerado peligroso. Quizá haya quien piense que esto es exagerado, que esa pintada es una tontería y que no es para tanto, pero miren los últimos acontecimientos. Miren las cancelaciones de obras de teatro, la cancelación de Virginia Woolf, de Lope de Vega y hasta de Buzz Lightyear.

Más España, dicen, como si España les perteneciera, como si España fuera lo que ellos pretenden que sea. España, ese nombre con el que tanto se les llena la boca, nunca tuvo nada que ver con esa idea de país que nos intentan imponer. España es Cervantes, y Averroes, y Cernuda, y «Allá, allá lejos, donde habite el olvido», y Lorca y «verde que te quiero verde», y María Zambrano, y «la palabra de la poesía templará siempre sobre el silencio» y Elena Fortún, y Rosa Chacel, y María Lejárraga, y «apasionaos, mujeres desapasionadas, salid en busca de la verdad», y Machado, y Emilia Pardo Bazán, y Lope de Vega, y «creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño» y Unamuno y «venceréis pero no convenceréis».

Estoy triste, lo confieso. En las últimas semanas, observo un clima de agresividad y de matonismo que nunca había vivido. Siento como si los abusones de la clase hubieran instaurado su reino. No quiero vivir en un país de odio, es algo que me causa un tremendo dolor. Me duele mi país, porque también es mío.

El día que se inauguró la Biblioteca de Fuente Vaqueros, Lorca pronunció estas palabras:

«Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. “Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre”, piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión. Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada. (…) ¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: “amor, amor”, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras».

Esa pintada no es España, ese odio no es España, y me consta que hay una derecha culta, amante del arte y de la poesía, que también se estará revolviendo por dentro frente a estos ataques a nuestro más rico y bello patrimonio. Lo sé porque muchos han sido profesores míos, amigos y compañeros.

Quiero pensar que juntos no permitiremos que esa España del odio vuelva a helarnos el corazón.

Tomado de eldiario.es

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