COLUMNISTAS

Josep Renau y los tambores de la paz

Por estos días, cuando los reclamos por la paz se tornan perentorios ante un mundo donde la violencia, la intolerancia,  la xenofobia, el terrorismo, el repunte de tendencias fascistas y el desprecio a la vida confirman sus dictados, debemos volver la mirada a ejemplos inspiradores, como el de Josep Renau.

Un amigo valenciano, Javi Parra, artista gráfico, más que el recuerdo, nos incitó a resaltar la vigencia de su coterráneo Renau, tanto en la altura y compromiso de su legado creativo, como en lo que la ética que encarnó puede y debe fecundar los empeños de quienes creemos que un mundo mejor es factible, impostergable y necesario.

Renau (1907 -1982)  era hijo de un pintor y profesor de dibujo de la Escuela de Bellas Artes San Carlos de Valencia, influencia decisiva para seguir sus pasos e iniciarse él mismo en las artes plásticas. Quizás en un momento aspiró a ser un  paisajista de renombre, o un pintor figurativo solicitado por galeristas y marchantes. Las      circunstancias y la sensibilidad lo llevaron por otra ruta. La España de los primeros años de la década del 30 se hallaba en plena ebullición social y las ideas socialistas impregnaban el ambiente político. Un día observó cómo en una calle de su ciudad natal, la gente se detenía ante una estampa publicitaria. Más allá del contenido, se interesó por los mecanismos de seducción de la propuesta. Fue así como tomó dos  decisiones: militar en el Partido Comunista y aplicarse como diseñador gráfico.

Si sus comienzos en el mundo del cartel evidenciaron su cercanía al art deco, pronto  sus trabajos comenzaron a adquirir un mayor compromiso social. Realizó portadas, ilustraciones y fotomontajes en revistas culturales y políticas valencianas  como Estudios, Orto, Taula de Lletres Valencianes, La República de les Lletres y Nueva Cultura. Cultivó el  fotomontaje, técnica en la que asimiló los hallazgos del constructivismo ruso y la peculiar manera de componer del dadaísta alemán John Heartfield.

El gobierno de la República lo nombró en 1936  Director General de Bellas Artes. Desde ese cargo asumió una responsabilidad histórica. A poco de estallar el levantamiento franquista y ante los cruentos bombardeos sobre Madrid, Renau organizó el traslado y preservación de los valiosos fondos del Museo del Prado y la Biblioteca Nacional a Valencia. Gracias a esa acción, en la que contó con  la valiosa colaboración  de la escritora María Teresa León, esposa del gran poeta Rafael Alberti, salvó 18 000 pinturas, 2 000 tapices, 12000 esculturas y 500 000 libros.

“Durante semanas –nos explicó Javi Parra-  cientos de obras de arte fueron trasladadas en camiones de carga hacia Valencia, los vehículos circulaban a 20 kilómetros por hora, y en la primera expedición se pudo comprobar que algunos cuadros no podían pasar por los puentes. Tal fue el caso del Puente de Arganda, lo que obligó a los transportistas a sacar los embalajes y pasarlos a la otra orilla a pulso. Una vez llegadas las obras a Valencia, fueron almacenadas en dos edificios, las Torres de Serrano y en El Patriarca, acondicionados especialmente por el arquitecto José Lino Vaamonde, para proteger de posibles bombardeos las cientos y cientos de obras de arte. Concretamente en las Torres de Serrano se instaló un mallazo de acero y hormigón, combinado con capas amortiguadoras de cáscara de arroz y arena limpia de materia orgánica para que no ardieran en caso de incendio. Los acondicionamientos que se hicieron tanto en las Torres de Serrano como en El Patriarca eran totalmente reversibles para no dañar las propias construcciones”.

También Renau fue quien encargó a Picasso la realización de una obra para exponer en el pabellón español de la Exposición Universal de París de 1937 y hacer un llamamiento a la comunidad internacional para romper el aislamiento de la causa republicana. La obra  es una de las más emblemáticas del siglo XX: Guernica.

Tras la caída de la República, el valenciano se estableció en México. Transitó inicialmente por Estados Unidos, donde recibió una oferta tentadora para trabajar como publicista en la industria fonográfica, pero ya que no podía vivir en España, su ilusión era encontrarse con David Alfaro Siqueiros e integrarse al movimiento muralista.

Por cierto, con Siqueiros se  vio envuelto en una trama rocambolesca. Renau colaboraba con este, y otros artistas mexicanos y españoles,  en la realización del mural Retrato de la  burguesía, para el Sindicato Mexicano de Electricistas, cuando se produce el atentado frustrado a Trostky el 24 de  mayo de 1940, donde Siqueiros se hallaba implicado, por lo que tuvo que escapar de las fuerzas del orden. Renau culminó la pintura del mural, auxiliado por su esposa Manuela Ballester.

El valenciano dejó huellas en México, donde permaneció por 19 años, entre ellas las portadas para la revista Lux, una intensa labor como cartelista de la programación cinematográfica y el comienzo de su serie de atrevidos fotomontajes sobre  the american way of life.

En 1958 se trasladó a Berlín donde continuó su exilio. Regresó a España en 1976, tras la muerte de Franco, para exponer junto a muchos otros artistas de la diáspora forzada, aunque nunca dejó su residencia en Berlín, donde  murió.

Durante el primer semestre de 2019, pude ver en la Casa del Lago de la UNAM, en Ciudad de México, parte de su obra en una  magnífica exposición  titulada Gráfica en el exilio: Josep Renau en el período mexicano. Fue una ventana que permitió asomarnos a una obra original, sustentada por un compromiso social y ético como el que exige los tiempos que corren.

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Pedro de la Hoz González
(Cienfuegos, 1953) Periodista y crítico de arte. Premio Nacional de Periodismo José Martí en 2017. Forma parte de la redacción cultural de Granma. Fue electo Vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Entre sus libros figuran África en la Revolución Cubana (ensayo, 2004) y Como el primer día (entrevistas, 2009).

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