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La cultura del metaverso: entre la especulación financiera y la imaginación de otros mundos

El mundo contemporáneo –con el relativismo cultural, la posverdad y la explosión expresiva que han supuesto las redes sociales e Internet– ha conseguido instaurar la idea de que hay otros universos que coexisten con el que percibimos. Es algo que se ve reflejado en la producción cultural más reciente: desde la novela La ciudad y la ciudad, de China Miéville, donde un obstinado inspector de policía investiga un crimen que involucra a Bes?el y Ul Qoma, dos ciudades que ocupan el mismo espacio geográfico pero que existen en dos percepciones de la realidad diferentes; hasta la idea de que en Spider-Man: un nuevo universo (2018) o Spider-Man: no way home (2001) vemos convivir a decenas de diferentes Spidermen y Spiderwomen que habitan diferentes realidades. La literatura, el cine y, en general, las diferentes narrativas han acogido con alegría esta idea.

Mundos paralelos, de la filosofía antigua a la cultura popular

El concepto de multiverso tiene un origen difuso pero definitivamente antiguo: las teorías sobre la existencia de diferentes universos que coexisten tienen sus raíces en los atomistas griegos, cuyas ideas datan del siglo V a.C. Estos afirmaban que el orden y la belleza de nuestro mundo eran el resultado accidental de los átomos chocando en un vacío infinito. Estas colisiones también darían lugar a una infinidad de otros mundos paralelos, menos perfectos que el nuestro. Nombrada y enunciada de diferentes maneras, la noción de multiverso aparece desde entonces en múltiples ensayos académicos o filosóficos. En cultura –al menos que se sepa– no emerge hasta 1961, cuando se publica El Flash de dos mundos, un cómic que se considera el precursor de la idea de multiverso dentro de DC Comics. El término metaverso, sin embargo, es contemporáneo.

El metaverso sirve para nombrar una realidad alternativa digital que aparece en la novela de ciencia ficción Snow Crash, escrita por Neal Stephenson en 1992. En la obra se representa un mundo futuro distópico en el que los ciudadanos escapan al metaverso de su vida analógica, dominada por las corporaciones y la publicidad. No es casualidad que la novela de Stephenson se inspire en la obra El gen egoísta de Richard Dawkins: un ensayo donde se define la viralidad de las ideas y cómo funciona la mutación cultural. Un libro donde aparece por primera vez una palabra que años más tarde ha cobrado un peso fundamental en los intercambios culturales en Internet: el meme.

La idea de experimentar una realidad ligeramente alternativa ya estaba también en los primeros modelos de chats masivos como IRC, que permitían elegir un nick distinto de nuestro nombre real y así jugar con nuestra identidad, performando otras maneras de ser o expresarnos. El anonimato y sus diferentes variables también se han expandido en las redes sociales que se han ido creando, generando acalorados debates sobre su utilidad. Quizás la más conocida de las experiencias que explícitamente trataban de ensayar una realidad paralela o un metaverso fue Second Life.

Second Life y Facebook: la cultura que queda cuando decae una tecnología

Second Life (en español Segunda vida) es una comunidad virtual donde se representa otro mundo en tres dimensiones. Fue lanzada en junio de 2003 por la empresa Linden Lab. Sus usuarios, conocidos como “residentes”, pueden interactuar entre ellos mediante un avatar, explorando el mundo virtual, estableciendo relaciones sociales y participando en diversas actividades tanto individuales como en grupo. En 2006 y 2008 dieron conciertos online en Second Life artistas como Duran Duran, Talib Kweli o la Orquesta Filarmónica de Liverpool. En 2013 la comunidad tenía más de un millón de usuarios activos al mes. Desde entonces, el número de usuarios fue cayendo y en 2018 ya tenía la mitad.

El declive puede explicarse porque los espacios de socialización online han ido cambiando mucho en esos años. Una de esas herramientas de socialización de mucha gente joven han sido los videojuegos. En febrero de 2019 se producía el primer concierto virtual en Fortnite, llevado a cabo por el productor musical y DJ Chris Comstock, más conocido como Marshmello, que congregó online a diez millones de jugadores que estaban “asistiendo” al evento, quienes dejaron por un rato las armas y atendieron a la música. Travis Scott en 2020 y Ariana Grande en 2021 repitieron la experiencia.

Por otro lado, y más allá de actividades culturales que suceden solo en entornos digitales (algo que tuvo otro crecimiento exponencial durante los meses de confinamiento en 2020), con el desarrollo de las tecnologías de realidad aumentada o las gafas de realidad virtual, el metaverso está viviendo de nuevo un hype. Lo que sucede es que la competitividad extrema de las grandes empresas que dominan Internet ha desembocado en una estrategia que genera confusión sobre el concepto de metaverso: en noviembre de 2021 Facebook se transformó en Meta y anunció la creación del Metaverso de Facebook.

El Metaverso de Facebook parece una estrategia clara de Zuckerberg y su empresa para acaparar el uso de estos términos y para recuperar terreno en un contexto en el que su red social parece estar en plena decadencia: desde finales de 2021 se ha iniciado una diáspora de usuarios activos en la red, la media de edad es muy alta y los usuarios más jóvenes eligen otras opciones como Tik Tok. Ha recibido varias sanciones económicas impuestas por los reguladores, se le acusa de que su algoritmo ha podido fomentar la toxicidad política en determinados momentos. Comienza a ser recurrente la broma de que Facebook está caducado. Lo curioso es que, a pesar de esta decadencia, el movimiento de Zuckerberg no parece casual; y no existe una red social sin cultura. ¿Cuál es la cultura que propone Meta?

Zuckerberg anunciaba que el Metaverso de Facebook incluiría nuevas posibilidades de negocio: “También estamos construyendo un mercado donde los creadores pueden compartir y comprar artículos digitales en 3D y esperamos que esto permita mucho más comercio y ayude a crecer la economía del metaverso”. Muchos creadores de contenido no asocian lo que hacen con la palabra “cultura”, pero es evidente que nuestra cultura actual está atravesada por videojuegos, memes, virales, directos de Twitch, hilos de Twitter, vídeos de Youtube, stories de Instagram o filtros de Tik Tok. Para Jaz Hee-jeong Choi, doctora del RMIT y experta en diseño digital, “durante la última década, el metaverso se ha convertido en un término popular y quizás también el más influyente para pensar en cómo será el futuro político, tecnológico, cultural y económico. Aunque por supuesto ofrece, como con cualquier concepto, tecnología o sueño, posibilidades para un cambio social radical, necesitamos cuestionar atentamente qué tipos de normatividad podrían generar y para quién”.

Creación digital infinita vs. recursos escasos

Muchos de estos creadores, sobre todo los más jóvenes, han crecido en un mundo en el que los algoritmos les exigían contenidos de forma insaciable para mantener sus niveles de popularidad a la vez que los espacios para poder mercadear con dichos contenidos han sido relativamente escasos. Quizás por esto ha habido un boom con los NFT (Non Fungible Tokens), activos intangibles que no se pueden intercambiar de manera idéntica, pero sí pueden ser coleccionados o vendidos en subastas. Muchos artistas y creadores digitales se lanzaron a intentar vender sus creaciones como NFT durante 2021 y 2022.

Al igual que sucedió con las criptomonedas, pronto se descubrió que detrás de esta obsesión digital había muchísima especulación financiera. “El hecho de que los NFT se abrieran paso dentro del mundo del arte no es una casualidad. Se trata de un sector altamente colonizado por prácticas especulativas de todo tipo, así que su porosidad para con esta clase de nuevos métodos de manipulación de precios es total”, apuntaba Diego Delgado en un artículo reciente en la revista CTXT. Además, existen evidencias que dan pistas sobre otra realidad preocupante: la huella de carbono de los NFT es terrorífica. Y es que detrás de todos estos movimientos especulativos, a veces parece no haber mucho anclaje con el mundo real que lo sostiene.

Eso es justo lo que apunta Choi: “Hoy en día hay muchas personas, comunidades y culturas que están completamente excluidas de la conceptualización del metaverso o de otras tecnologías de la representación. Y en el centro de la interpretación predominante podemos encontrar patrones antropocéntricos y una mirada que fomenta los valores del neoliberalismo”. En realidad, la idea de metaverso o cualquier noción de cultura asociada a ella están evidentemente colonizadas por las grandes corporaciones. Esas mismas empresas que han mostrado poco interés en corregir los efectos perniciosos de las redes sociales en nuestra salud mental o a las que les da igual si la sanidad pública de tu país no funciona. Esas mismas empresas que, lejos de ver Internet como una plaza pública, lo ven como un centro comercial en disputa. La cultura es entendida por ellas como un escaparate y no como una herramienta de transformación social.

Aun así, hay esperanza, y, como casi siempre, está en la periferia de la cultura. Proyecto Una analiza la idea de Metaverso en una serie de artículos publicados en El Salto y en uno de ellos se interroga: “¿No es acaso un metaverso el proceso de escritura colectiva de una fanfiction?”. La propia Choi señala un lugar similar al que mirar: “La imaginación no puede estar asociada al extractivismo, la explotación y la expulsión. ¿Cómo podemos imaginar la cultura del metaverso juntas y juntos?”.

Lo más poderoso de la idea de metaverso es precisamente la capacidad para imaginar otros mundos posibles y diferentes al que conocemos. Para eso existen muchas personas que intentan que el mundo sea un lugar mejor generando historias, canciones o guiones, pero también memes, Tik Toks o imágenes manipuladas. Para activar la ciencia-ficción e imaginar otros futuros no distópicos puede que sea inevitable seguir usando las redes sociales o estos espacios digitales con los que hoy convivimos. Pero la base sigue siendo la misma: la escritura, el relato, la idea. Así como la versión, la copia o la remezcla. El metaverso es especulación financiera… pero también especulación narrativa.

Tomado de La marea

Foto de portada: Tomada de Tripticum

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