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Norberto Codina y todo aquello que no debemos olvidar

La entrevista periodística es un género complejo. Rara vez se logra profundizar en pocas horas, lo que deviene camino demasiado exterior, distante y periférico. Cuando no conoces a la otra persona, no existe intimidad, mucho menos confidencia. Sin embargo, puede haber comprensión, momentos de mutua simpatía y respuestas totalmente sinceras.

En un encuentro de frente, en el mismo espacio físico, se leen los gestos e interpretan los silencios porque cada acción, verbal o no, revela al hombre ante ti y ante sí mismo. En una entrevista convencional existe el riesgo de oír mal, de que el claxon de un camión en la calle mutile la grabación o que el semblante del entrevistado demuestre lo simple o banal de tus preguntas.

Por razones de salud no pude visitar a mi entrevistado. Lo contacté vía online. Quizá fue lo mejor, pues a estas alturas tenía la impresión de que todo el mundo lo conocía o, al menos, aunque no fuera así, todo el mundo de la cultura había oído hablar de Norberto Codina Boeras. Lo digo porque este periodista pudiera ser la persona que menos haya escuchado sobre la vida del escritor, poeta y editor, nacido en Caracas, Venezuela, pero que llegó a esta Isla para brindarnos su cubanía.

He observado varias fotos de Codina, incluso las cedidas por él, y en cada una se desprende la expresión de intelectual reflexivo, de voluntarioso de las letras, de hombre vívido, habituado a comprender y por consiguiente a tolerar. «Seguimos en contacto», «escribe cuando quieras, gracias a ti», subraya este Premio David de Poesía (1975), Premio Nacional de Periodismo Cultural José Antonio Fernández de Castro (2002), quien además ostenta la Distinción por la Cultura Nacional (1996), la Orden Juan Marinello (2021), y fue merecedor, hace apenas unos días, del Premio Nacional de Edición 2021.

La entrevista periodística es un género complejo, pero cuando el protagonista es de verbo sosegado las ideas se tornan caudal claro y conciso. Mejor dejarlas fluir sin innecesarios diques, como hubiese ocurrido si estuviese delante de Norberto Codina.

—Sus publicaciones pueden ir de un suceso cultural, con diálogo, cuestionamientos, análisis de figuras históricas, hasta un partido de beisbol (así, sin acento, como él lo defiende). Los temas identitarios son parte medular de su obra. ¿Por qué?

—La cultura del diálogo, para mí, sigue siendo una asignatura pendiente de los cubanos, con su hechura de cuestionamientos, «el respeto a la voz del otro», la pasión sin perder el discernimiento, y las enseñanzas siempre provechosas de nuestras figuras históricas. Y las polémicas en torno al beisbol, sin acento, como se dice en buen cubano, tal vez sea por tradición de lo más plural de nuestros debates identitarios. Tener más preguntas que respuestas.

—Usted es un gran estudioso y amante del beisbol. ¿Cómo empieza su amor por este deporte? ¿Cuáles son sus peloteros cubanos y venezolanos favoritos?

—Jugué pelota como todo niño caribeño, en solares de Arroyo Naranjo y esquinas del Vedado, pero lo hice rematadamente mal, y eso no hizo más que incentivar mi pasión por una expresión deportiva que me estuvo negada desde el barrio. El primer texto que publiqué fue en un boletín provincial de la Feem, en 1969, y versaba sobre el campeonato nacional, y lo firmaba como «un mánager de gradería». Ahí ya apuntaba, en cuanto a escritura, esa vocación que me ha acompañado siempre. Veinte años después sería mi prólogo a El alma en el terreno, ejemplar compilación de entrevistas a peloteros de los años 60, aparecidas por primera vez en este periódico; y medio siglo después de aquel artículo pretencioso de la adolescencia, terminaría mi segundo libro sobre cultura, pelota e identidad que es Cuando el beisbol se parece al cine, hasta el presente de todos mis títulos, incluyendo los poemarios, el más querido, sin que dejen de ser —por la paternidad que implica el acto de creación— cercanos todos.

«En un poema que tiene algunos años, resumo mis filias beisboleras: Mis amigos me preguntan por qué/ en el beisbol Marianao y los Orientales,/ pero también el beisbol viene predestinado/ y disfruté las pocas victorias hasta el delirio.

«De los venezolanos, pudiera mencionarte de antaño a Luis Aparicio, “El Grande”, o figuras recientes como Miguel Cabrera o “el pequeño gigante” que es José Altuve, que con 1,65 iguala la marca de peloteros más pequeños en las Grandes Ligas; y de los cubanos, el estelar Orestes “Minnie” Miñoso, del Marianao de mi infancia, con el que al cabo de los años tuve amistad; Manuel Alarcón, Braudilio Vinent, Omar Linares, Orestes Kindelán, Antonio Pacheco, y la lista sería interminable».

—Desde hace más de tres décadas dirige La Gaceta de Cuba, la publicación más importante de la Uneac. ¿Cuál ha sido el mayor reto a la hora de dirigirla? ¿Cuánto ha evolucionado esa publicación durante todo este tiempo?

—Antes que hablar de la etapa que me corresponde, que no es poca cosa, pues representa más de la mitad de la existencia de La Gaceta… y dos tercios de mi vida profesional, prefiero comentar brevemente de su inicio. La Gaceta de Cuba, de la que el próximo 15 de abril se cumplirán seis décadas, nació con la dinámica de contribuir a animar el clima cultural de una sociedad entonces en plena transformación, donde acciones y contradicciones se multiplicaban, junto con luchas de clases —que para algunos hoy puede sonar como algo demodé—, escaramuzas ideológicas y tendencias estéticas; y creo que gracias a ello logró dibujar entonces, fruto del debate de ideas, el mosaico a veces preciso, a veces impreciso, de una época.

«La revista posteriormente vivió, y en ocasiones padeció, diversas etapas, marcadas a veces por reflujos conservadores, si las comparamos con lo enriquecedor de sus primeros años. Pasando por el consabido largo «quinquenio gris», aunque soy de los que lo hablaría —con licencia de mi admirado “Pocho” Fornet—, de  “un largo decenio negro”. En su desarrollo en espiral, con avances, retrocesos, generando expectativas, padeciendo censuras o autocensuras, a cada momento siempre nos llega, incluso por omisión, lo que fueron las corrientes y contracorrientes protagónicas de cada período de nuestro devenir cultural.

«El mayor reto a la hora de dirigirla —en absoluta complicidad con el resto del equipo de la publicación, y en diálogo transparente con interlocutores institucionales de primera— fue retomar el espíritu de un grupo en forma de consejo editorial con el que, en el bienio 86-88, me sentí involucrado en su refundación a asumir el legado de aquellos años 60 de seminal importancia, y comprometerlos a tono con los tiempos, igual de intensos, de fines de los 80. Por eso cuando la revista reapareció en enero de 1992 —tras un interregno de 16 meses, consecuencia del llamado período especial—, nuestra nota editorial citaba la conocida frase de Fray Luis: «Decíamos ayer…».

—¿Qué distingue a La Gaceta de otras revistas culturales?

—Por lo general, las publicaciones culturales se han forjado alrededor de un núcleo, una falange sectaria, con la intencionalidad de vencer obstáculos y difundir una determinada concepción de la cultura hacia un público lector que se pretende a su imagen y semejanza. El maestro Pedro Henríquez Ureña enunció, pensando en lo que una publicación debía ser, y cito de memoria: «La existencia de un grupo en alta tensión intelectual». Fórmula que durante mucho tiempo tuvimos colocada en la puerta de nuestra oficina.

«Pero a su vez, aunque sea una necesidad alternativa, se trata de una revista de “carácter institucional” —según el término acuñado por el ensayista Arturo Azuela—, que es auspiciada por la organización de los escritores y artistas cubanos, algo que la singulariza, pero que no debe viciar su perfil, como a veces sucede en publicaciones con compromisos gremiales. Por eso, otro gran desafío es lograr la paradoja de ser una “entidad independiente, dentro de un cuerpo independiente”. La Gaceta de Cuba en su desarrollo en espiral, con sus avances y retrocesos, ha tenido que articular un diálogo entre intereses diversos sobre la base de una política cultural definida desde la Revolución, el ser cubano, y modulada por la constante renovación que impone la práctica cotidiana y las demandas del tiempo que transcurre».

—Desde su experiencia en la edición, ¿cómo ve el futuro de la palabra escrita (soportes más visuales, más afín a las tecnologías, menos dependiente del formato papel…)? ¿Cómo se prepara La Gaceta de Cuba para estos cambios?

—Aunque soy alguien perteneciente «a la era Gutenberg», como prefiero reconocerme, no me veo, pese a mi condición de revistero nato, editando más allá de las fronteras del papel. Entiendo y celebro el espacio creciente que va protagonizando el ciberespacio, que igual llamo «ciberdespacio» por la lentitud actual de los servidores en nuestra «aldea letrada».

«Sí soy un convencido de que, con la proliferación legítima de los espacios digitales (no es lo mismo, en modo alguno, una revista digital, que su versión en PDF), debe recuperarse como una prioridad un grupo de revistas, de importancia significativa y con sus perfiles bien definidos, en soporte papel, algo a lo que nunca debemos renunciar, aunque sus tiradas y periodización respondan a nuevos ajustes, acordes con las posibilidades de la realidad.

«En mi opinión, la ausencia del soporte papel ha modificado y afectado la visibilidad y la relación con los lectores. En ambos sentidos. En lo negativo, porque publicaciones cuyo perfil corresponde al soporte papel deben encontrar, en su gran mayoría, en la expresión digital su complemento, no su sustituto. En lo positivo, porque el espacio digital es una manera renovadora que contribuye a una mayor y mejor difusión.

«Ejemplos de lo que se puede hacer es la impresión en rotativas de La Letra del Escriba, que cumple un importante rol divulgativo; o en sus antípodas por su perfil académico, la centenaria Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, que localizada en su sitio digital, realiza una pequeña tirada de cada número, insuficiente sí, pero que permite un lanzamiento presencial, siempre una fiesta como fueron durante años los de La Gaceta…, presentaciones que mucho extrañamos y que por lo menos esos pocos ejemplares físicos lleguen a un grupo de manos y espacios puntuales, cerrando el ciclo clásico edición-impresión-lector».

—Es dueño de una obra extensa que abraza la literatura y el periodismo; en ese quehacer, ¿qué lugar ocupa mirar por la vitalidad de La Gaceta? ¿Puede ser esta su obra más completa?

—Sin falsa modestia, no me considero con una «obra extensa», dos palabras que por cierto, al aplicarlas a mi persona, me produce un genuino «espeluzno». Sumo unos cuantos poemarios, y un puñado de libros que me gusta llamar, de «género anfibio», o de prosa varia. Y sí creo, ahora «modestia, apártate», que mi quehacer más completo —que como toda obra humana, también es incompleto e imperfecto—, aparte de mi familia y mis amigos, es La Gaceta de Cuba, proyecto que pensé y viví durante 34 años, y con la que estuve vinculada desde ese hoy lejano 1972 —la friolera de medio siglo—, cuando publiqué allí mis primeros poemas en una revista de circulación nacional.

El beisbol es estudio y pasión en la vida de Norberto Codina. Foto: Enrique González Díaz

—Dirigir La Gaceta demanda muchísimo tiempo. ¿Cómo logra Codina sacar espacio personal y escribir sobre otros temas ajenos a la revista?

—Durante mis primeros 12 años en la revista, mi entrega dedicada a ella fue un mal pretexto para abandonar un ejercicio «más personal». Pero La Gaceta me compensó con creces, pues a partir de sus números sucesivos, antes y después, fui autor o coautor de una decena de compilaciones de textos aparecidos en sus páginas, o propuse a otros colegas y amigos otra docena de títulos, donde hay nombres como Pedro Pablo Rodríguez, Waldo Leyva, Leonardo Sarría, Haydee Arango, Arturo Sotto, o el tristemente fallecido condiscípulo de la secundaria, Carlitos León. Y esa sinestesia en que me encontré envuelto, generando proyectos, me motivó a retomar mi escritura más personal, y que durante años arbitrariamente había abandonado…

Norberto Codina cree ser el primer «revistero» al que se le otorga el Premio Nacional de Edición (2021) en condición de tal. En este instante emotivo para él, agradece la complicidad de muchos nombres que lo acompañaron durante años: «Quiero destacar con toda justicia a Arturo Arango; formamos una combinación de short y segunda durante más de un cuarto de siglo.

«En fin: lo recibí con mucha alegría, incluyendo la llamada y los mensajes de amigos y colegas, y personas que tanto admiro como Marta Valdés, Ambrosio Fornet o Radamés Giro, para no hablar de mi hija o mi mujer, a la que tanto le debo, y que me ha acompañado en cada número, y en cada presentación».

—¿Cómo define una buena edición? ¿Qué caracteriza a un buen editor?

—Pensando en las revistas culturales, la zona natural donde me desempeño, siempre recuerdo a ese editor y revistero de raza que fue Roberto Fernández Retamar, quien enunciaba que «el editor de revistas se mide más por las veces que dice no». Una buena edición de una revista cultural responde a muchos factores, donde incluso la mano del azar hace de lo suyo, y donde las claves en general de su perfil y la dramaturgia de cada número, tienen su ánima propia.

—Detrás de un gran escritor siempre está la mano de un gran editor. ¿Qué es más difícil, escribir o editar? ¿Prefiere el anonimato que cubre la edición o considera que los editores merecen más reconocimiento?

—Estas dos preguntas son una. Alguna vez Martí dijo, y cito de memoria, «escribir, ¿no es reducir?»… y ahí se dan cita ambos oficios. Lo más difícil, sin dudas, es escribir. Aunque cuando hablamos de editor, por lo que a mí corresponde, pienso más allá del trabajo de mesa en esa otra forma de creación que es «soñar libros, antologías, colecciones», o como se hace con un guante; si se tienen los argumentos, lograr que un autor vire su libro al revés, reordene textos, suprima o agregue cuartillas, y todo desde el anonimato feraz de trabajar en la sombra. Ese editor en su sentido más anchuroso, pienso en la experiencia cubana en nombres como Samuel Feijóo, Fayad Jamís o Ambrosio Fornet, avalan con su obra una profesión a la que se le debe reconocimiento.

—¿Definiría su poesía como una gran introspección? ¿Qué temas prefiere?

—Thomas De Quincey expresa plenamente la ambigua actitud de la poesía: «Un modo de verdad, no de verdad central y coherente, sino angular y fragmentada». La historia, como tragedia o comedia, no es más que la entonación fragmentada y diversa de algunas metáforas.

«Esa voluntad de la poesía de ser otro dialogante de la historia es algo que siempre me ha atraído, y por tanto eso ha sido un vaso comunicante no solo en mi condición relativa de escritor o de poeta, sino sobre todo en mi condición del más terrenal de los lectores.

«Más importante que las respuestas que podamos encontrar son las preguntas que nos acompañan, o sea, que apuesto por esas preguntas que siempre nos acompañan y a las que nunca debemos renunciar y que se van multiplicando y es el gran tesoro que tiene el ser humano. Entre los desafíos de la creación esta religar esas interrogantes para desentrañar algún atisbo en el espejo, señales que muchas veces las vamos a encontrar en un lector X, en un lector abstracto. Para resumir mal y pronto. Más importante que las respuestas que podamos encontrar son las preguntas que nos acompañan, y creo que la misma condición de la poesía es multiplicar esas interrogantes para tal vez hallar algunas respuestas».

Junto a sus amigos «gaceteros» Omar Valiño, Arturo Arango y Leonardo Sarría. Foto: Archivo del entrevistado

—Según he leído, usted es un tremendo conversador y una persona de grandes amigos. ¿Qué importancia le otorga a la amistad? ¿Qué cualidades no pueden faltar para ser amigo de Norberto Codina?

—Acabo de terminar un libro de prosa varia, como otros míos anteriores, que saldrá en versión electrónica por Cubaliteraria, y que se llama El pabellón de los amigos. Por la importancia que le doy a tu pregunta, y a la amistad, prefiero cerrar la entrevista citando un pasaje de su presentación, a tenor del título: «Siempre tendremos un sitio contiguo a nosotros para “la memoria misericordiosa de la amistad”, al decir del querido Albertico Rodríguez Tosca. Algunos pensarán en broma que le recuerda el pabellón de los hospitales, la cárcel o las ferias de libro. Y no estarán tan desencaminados, pues hay una vieja y sabia conseja que nos recuerda que los amigos se conocen cuando uno está enfermo, preso o como oyentes en una lectura de poesía. Aunque uno soñara ser, sin traicionarse en sus lealtades, como el personaje de Kim de la India, al que Rudyard Kipling llamó “el amigo de todo el mundo”. A manera de conclusión me gustaría definir a la reminiscencia de la amistad, como todo aquello de lo que debemos aprender, y todo aquello que no debemos olvidar».

—Y si a esa persona no le gusta el beisbol, ¿sería igual? 

—Si no le gusta la pelota, faltará una complicidad de muchas posibles, pero la verdadera amistad hace que se disculpen los defectos, incluso uno de esa magnitud… imperdonable para muchos cubanos.

(Tomado de Juventud Rebelde)

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