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20 de Octubre

Relevante en sí misma, la significación del 20 de octubre de 1868 para la historia y la cultura cubanas se entiende cabalmente si se ubica en la epopeya de la cual esa efeméride forma parte: la iniciada el 10 anterior del mismo año por Carlos Manuel de Céspedes en su ingenio Demajagua, y antecedida por lo que en el Manifiesto de Montecristi José Martí llamó “preparación gloriosa y cruenta”.

Al día siguiente, 11 de octubre, se produjo en Yara una acción militar desfavorable para las tropas mambisas, inexpertas y en desventaja frente a fuerzas que eran parte de un ejército profesional. La tradición independentista vindicó el valor moral de aquella acción, y de ahí —sin descontar el impacto de la sonora brevedad del vocablo Yara comparado con Demajagua— puede venir el exitoso equívoco de asociar el inicio de la contienda no con el pronunciamiento de Céspedes el 10 de octubre, sino con un supuesto Grito de Yara.

Una prueba del inicio temprano de la vindicación la ofrece el hecho de que ya en enero de 1869, en el periódico estudiantil El Diablo Cojuelo, José Martí —quien tenía muy claro el papel fundacional del 10 de octubre, al que dedicó un soneto rotundo— resumiera en los términos siguientes el dilema de Cuba: “O Yara o Madrid”. De ese modo deslindaba opciones irreconciliables: la independencia, simbolizada combativamente en Yara, y el sometimiento al colonialismo, con Madrid por emblema.

Más que a topónimos insignes, lo así representado rinde tributo a la lucha por la libertad y la justicia, de un lado, y, del otro, al poder opuesto a esos ideales. Si por distintos caminos llegarían al entorno habanero de Martí indicios de la presencia de españoles en las tropas cubanas, su mismo contexto estudiantil le mostró que había quienes, nacidos y crecidos en Cuba, se enrolaban en las fuerzas españolas.

De ello tuvo una muestra de consecuencias relevantes para su propia vida: en el ejército español se alistó un cubano que, como él, había sido discípulo de Rafael María de Mendive. Fue, en el mismo 1869, el destinatario de la carta usada contra el adolescente Martí en el juicio en que se le condenó a presidio y trabajo forzado, sentencia mucho más severa que la impuesta a los demás acusados. Y en La Habana actuaban a sus anchas los Voluntarios, que, con cubanos en sus filas, azuzaron hechos que él viviría de cerca, como los del teatro Villanueva en aquel propio mes.

Sucesos de similar índole, ocurridos también en La Habana, conocería estando ya deportado en Madrid, como el fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina el 27 de noviembre de 1871 por presiones de los Voluntarios. Entre los acusados en ese cruento proceso estuvo su amigo Fermín Valdés Domínguez, quien entonces estudiaba Medicina y en 1869 había sido arrestado junto a él y otros jóvenes por el incidente vinculado con la carta al apátrida, de la que gallardamente Martí se ratificó autor.

Juvenil por la edad de quien lo plasmó, aquel “O Yara o Madrid” fue maduro por las implicaciones que, en raíz, alcance y proyección, seguiría teniendo aun cuando los topónimos pudieran modificarse parcialmente. El día antes de caer en combate, con el ejército español todavía por derrotar, Martí le confesó a su amigo mexicano Manuel Mercado que todo cuanto había hecho, y haría, tenía el fin de impedir a tiempo que se consumaran los planes de dominación continental —y, por ese camino, planetaria— de los Estados Unidos. Ya el dilema podía plantearse como “O Yara o Washington”.

Ni para Martí, ni para quienes se identificaran con su vertical patriotismo revolucionario, habría ninguna opción digna que no fuera la defensa resuelta de la independencia, la soberanía y la justicia. Tal era la causa que, fraguada desde antes del estallido de la Guerra de los Diez Años, crecería como definición en la vida cubana. Integristas, autonomistas y anexionistas se atascarían en el bando contrario, del lado de Madrid o de Washington.

Esa es la herencia que para Cuba perdura en la decisión de sumar al homenaje merecido por el fundacional 10 de Octubre de 1868 el tributo que también merece el 20 de aquel mes y aquel año. Ese día se interpretó por primera vez, ya con texto, la Bayamesa que —obra de uno de los más cercanos y valerosos compañeros de Céspedes, Perucho Figueredo— hasta entonces solo había tenido música. Origen del Himno Nacional de Cuba, aquel estreno fue un acto de aguerrida ratificación colectiva en campaña: en la toma de Bayamo, capítulo heroico honrado a la postre con la quema de la ciudad por sus pobladores, para no verla nuevamente en poder del enemigo colonialista.

El significado de aquella efeméride como emblema de la cultura cubana se valida al proclamar, como hizo Fidel Castro, que lo primero que Cuba debe salvar, como escudo y espada, es su cultura. No se trata de ignorar la importancia de la cultura artística y literaria —“Los que desdeñan el arte son hombres de Estado a medias”, escribió el propio Martí en la crónica “Desde el Hudson”, publicada en La Nación bonaerense el 23 de febrero de 1890—, sino de ubicar acertadamente esa esfera como la parte que es de la cultura entendida como el acervo abarcador que identifica integralmente a la nación.

Del pasado o actuales, las fechas tienen contenidos propios. El 27 de noviembre de 1871 se ensañaron contra el patriotismo cubano los Voluntarios que, muchos de ellos cubanos, servían a Madrid: al régimen colonial español, y a sus intereses. Hoy los hay supeditados a planes y financiamientos de la potencia imperialista que en 1898 le arrebató a Cuba la soberanía, y sigue empeñada en volver a privarla de ella.

Quien sanamente quiera buscarle a Cuba caminos de mejoramiento y superación, no permitirá que sus intenciones queden atrapadas en las redes de quienes sirven a fuerzas que nunca le propiciarían a este país alcanzar los ideales que ellas mismas han asesinado o intentado asesinar vez tras vez durante más de un siglo. Ya en tiempos de Martí autonomistas y anexionistas se confundían entre sí por el afán de tener “un amo, yanqui o español”, que les mantuviera o les crease, “en pre­mio de su oficio de celestinos, la posición de prohombres, desdeñosos de la masa pujante, —la masa mestiza, hábil y conmovedora, del país, —la masa inteligente y creadora de blancos y negros”.

En 1871 el pundonor de españoles como Federico Capdevila y Nicolás Estévanez, que intentaron salvar a los estudiantes finalmente asesinados, brilló contra la abyección del poder colonial y de los Voluntarios que le servían. Hoy quienes se someten a los Estados Unidos se alían igualmente a lo más recalcitrante de la derecha española, formada por quienes —como sus precursores en 1898— se pliegan a la potencia imperialista y simultáneamente reclaman honores para personajes como Hernán Cortés.

Con el apoyo de un marqués nacionalizado español, y peruano desnaturalizado, lanzan burlas contra el presidente mexicano Manuel López Obrador. Intentan así castigar su exigencia de que España pida perdón por los crímenes de la Conquista. El gobernante del país que sobresalió en el apoyo a los republicanos españoles, no se dirige con ello a una España abstracta, sino a la representada por una ultraderecha que se siente heredera de la Conquista y del franquismo.

Como en el siglo XIX, y antes —ejemplo, Fray Bartolomé de las Casas—, hay también hoy exponentes de la mejor España, cuya segunda República, asesinada, merece resurgir en el camino abierto por quienes abonaron el espíritu justiciero y la esperanza. Si de cultura artística y literaria se trata, a propósito de esa República vale recordar poetas como Antonio Machado, muerto en el destierro, y otros asesinados de distintos modos dentro de la propia España, como Federico García Lorca y Miguel Hernández.

Esa es la España en cuya defensa lucharon más de mil hijos de Cuba, algunos de los cuales murieron en combate, como Pablo de la Torriente Brau; la España en que actúa un brioso movimiento de solidaridad con la Revolución Cubana. A las personas y organizaciones que a lo largo del tiempo han sobresalido en ese frente, se ha sumado el canal Europa por Cuba, que el 18 del presente octubre llegó a su primer año de vida.

Como en otras muchas naciones, también en los Estados Unidos, pese a su poderío material y desinformativo, hay quienes defienden los derechos de Cuba. Hijos e hijas de los dos países se oponen al bloqueo genocida con que lleva sesenta años intentando estrangular al país antillano aquella potencia, criminal hasta contra su propio pueblo, como se ha observado en medio de la actual pandemia y en el linchamiento sistemático de ciudadanos discriminados por tener ancestros africanos.

El bloqueo tiene cómplices en herederos del excondiscípulo apátrida de Martí y Valdés Domínguez, y en los herederos de los Voluntarios de 1871 y de los mercenarios de Girón, algunos vivos todavía. Se trata de mercenarios que no solo operan en territorio estadounidense, sino que en la misma Cuba tienen émulos y voceros.

En esa historia y en ese contexto, celebrar cada año el Día de la Cultura Cubana el 20 de octubre con una jornada iniciada el 10, encarna una declaración de voluntad patriótica y revolucionaria, un acto de identificación con el Bayamo donde Céspedes fundó, con ese nombre, la primera Plaza de la Revolución del país, la que perdura viva y defendida por el pueblo.

Ese es el Bayamo símbolo de toda la Cuba digna, cuya resolución se inscribe en la convocatoria que está en la base del Patria o Muerte de hoy: “Al combate corred, bayameses, que la patria os contempla orgullosa”.

Imagen de portada: Martí, 2003, obra de José Delarra (acrílico sobre lienzo, 132 x 98).

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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