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Un peculiar recurso de estilo

Al prestigioso periodista y escritor cienfueguero de principios del pasado siglo, Miguel Ángel de la Torre, se dedica el Encuentro Nacional de la Crónica que, auspiciado por la Unión de Periodistas de Cuba, se realiza cada año en la ciudad Cienfuegos, donde a partir de mañana se desarrollará su XII edición.

Un interesante episodio sobre la vida y obra de este cronista nos remite a cómo en un ejercicio de oratoria – arte en el que también era ducho – decidió prescindir ocasionalmente de un nexo gramatical cuyo uso y abuso es hoy todavía tema de discusión.

Pero antes de entrar en materia, un necesario preámbulo:

En este memorable discurso, Miguel Ángel de la Torre no empleó ni una sola vez el QUE como nexo gramatical.

Al excesivo uso de oraciones subordinadas se le achaca – a veces con razón – la oscuridad de la frase en un texto literario, periodístico o de otra índole.

Y es que, efectivamente, hacer depender una nueva idea de otra anteriormente enunciada y no concluida, y abusar de semejante proceder en una misma oración, puede derivar en una expresión farragosa y de difícil comprensión.
Para ejemplificar lo expuesto, probemos a leer – y a tratar de entender de una primera ojeada – la siguiente oración:
“La ciudad,  que vistió sus mejores galas donde eran más visibles cuando se las quería hacer notar, resplandecía de júbilo”

Cada una de las palabras subrayadas es un pronombre relativo. Y cada estructura gramatical que le sigue es por ello una oración de relativo, que modifica al concepto general expresado en la anterior de la misma manera en que lo haría un adjetivo o a un adverbio. La reiteración de tales secuencias dificulta la lectura y la hace más escabrosa.
Igual de atentatoria contra la claridad de exposición, pero de efecto más devastador por la monotonía del elemento subordinante empleado, es el abuso del pronombre relativo que  para relacionar oraciones, en lo que podría calificarse como un caso grave de patología de estilo.

Sería algo así como:

“La idea que compartimos todos los  que  vivimos aquí de que la vida que llevamos puede mejorarse, es justa y legítima.

Los que son aquí como minas ubicadas  por tramos en el texto para dinamitar la fluidez de la exposición.
Quién sabe si semejante amenaza compulsó a uno de las plumas cubanas más brillantes del primer cuarto del pasado siglo a un ejercicio lingüístico que excluyera el uso del que en algunos de sus textos y discursos.

En efecto, Miguel Ángel de la Torre nos legó obras en que se desentiende del controversial pronombre, sin que por ello se resienta la elegancia de su estilo.

Una evidencia de tal proceder se puede constatar en una de sus piezas oratorias, de las pocas que lo trascendieron, a pesar de que sus contemporáneos lo consideraron también como un orador brillante.

El discurso de referencia fue pronunciado en el Teatro Tomás Terry de Cienfuegos, la noche del 24 de febrero de 1922, y publicado posteriormente en el periódico local La Correspondencia, el 28 de febrero de ese año.
En aquella velada, Miguel Ángel disertó con pasión patriótica y claridad de análisis sobre el drama de un país que vivía “… una parodia de vida libre”. Cuba le dolía en lo más profundo, pero su exaltación al expresarlo encontró las palabras y las frases más apropiadas para trascender la perorata y los lugares comunes, y convertir su arenga en un clásico de la oratoria de su época.

En el uso discreto de figuras retóricas vigorosas y sugerentes, se revelaba en ese discurso el brillante cronista que también sentó cátedra en el periodismo de la Isla en las primeras décadas del siglo XX. Y si a lo anterior añadimos una elaboración depurada que iba enlazando las oraciones mediante la yuxtaposición y la coordinación, podemos explicarnos mejor por qué aquella alocución hizo historia.

Además de lo apuntado, está ese otro detalle atrevido y original, retador del estilo, que llevó a Miguel Ángel de la Torre a enhebrar las oraciones de su alegato sin utilizar el que.

¿Experimento coyuntural? ¿Coqueteo tecnicista? ¿Alarde repentino de dominio de la prosa? La lectura de uno de los cuentos de Miguel Ángel y de algunas de sus crónicas, confirma que esa manera de escribir no era fortuita. Había una voluntad estilística que identificaba su obra y le daba coherencia en formatos de expresión diferentes.
El cuento en cuestión, “Maleficio”,  es un sobrecogedor relato de un episodio de nuestras guerras de independencia. La habilidad para evocar ambientes y describir personajes, la manera en que involucra al lector en un suceso de alto dramatismo, dan fe de un escritor en pleno dominio de su oficio.

Y entonces, de nuevo, se nos revela el autor en otro de sus sorprendentes ejercicios de composición que conjuga el tropo oportuno, el adjetivo preciso, el estilo directo, la preferencia por oraciones yuxtapuestas y coordinadas y… ¡otra vez la invisibilidad del que como recurso de subordinación!

Lo sorprendente es cómo esa intencionada omisión no resta ni un ápice de vigor a la manera en que el autor estructura lo mismo un discurso, que una crónica o una ficción literaria.

Por supuesto, la aventura de estilo de Miguel Ángel de la Torre – quien en los ejemplos citados fue más allá del no abuso, al no uso del que – no puede recomendarse como única y absoluta receta para el buen escribir.
Aunque a juzgar por la prosa atildada, sugerente y fluida de sus obras, cualquiera pudiera sentirse tentado a imitarlo.

 

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Omar George
Premio Nacional de Periodismo José Martí (2008). Cienfuegos.

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