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Caminar descalza por una zona de obras

Es mayo apenas. Dormí con un libro en las manos y desperté con la necesidad de retomarlo. La autora: Leila Guerriero. Es mayo, y me coloco en un sofá rojo, en una sala fresca, en un municipio cuyo nombre no hace justicia a su forma: El Cerro. Es mayo, 2022, y me cuestiono a quiénes le puede importar que justo un mes antes en abril, se desarrolló la XXX Feria Internacional del Libro de la Habana y que entre tantas joyas, yo buscaría Zona de Obras, y — contrario a los pronósticos fatalistas — iba a encontrarlo en un estante, dormido apenas, de una carpa cualquiera. ¿A quién le importa que sea mayo en la Habana y yo lea, si leer es en suma lo que más deberían hacer quienes se asumen periodistas? Pero es mayo y pienso en Rafael Grillo, el escritor, editor, en aquella otra mañana en que se paró frente a un aula — con sus rizos escuetos y el estilo más de escritor que enseña a profesor que escribe — se detuviera en el centro del aula a leer:

“Es mayo, todavía. Es mayo, y estoy lejos de casa. Estoy en Madrid, en un hotel llamado Alexandra, en la calle San Bernardo, cerca de la Gran Vía” y su voz raposa continúa en un texto lleno de vida y sangre, un texto que respira y se mueve, que no es una palabra bonita pero muerta en una línea impresa, rodeada por otras palabras todavía más hermosas, pero igual de inertes, igual de vacías que solo pretenden conducir a un final que no cierra, ni conmueve ni deja tan siquiera una vaga emoción en quien lee, sino la más absoluta indiferencia.

Leila Guerriero en cada texto, sea breve o extenso, tiene la habilidad para trastocar algo dentro. Dice ella, que son murmullos como palabras o palabras como murmullos, y quizás sea cierto, que es mejor y más eficaz impactar en la emoción ajena cuando se escribe desde la calma, desde el cuidado.
Pero me desvío. Era mayo, todavía, y Leila Guerriero se encuentra en España, y para escribir un texto se descompone a sí misma, se busca en su trayectoria profesional, sí, pero también las preguntas cotidianas, en las coincidencias, en los parques, los puestecitos de comida y los bebés que lloran. Busca en su propia mirada para contarle luego a una audiencia “Qué es y qué no es el Periodismo Literario: más allá del adjetivo perfecto”, y leer así una crónica-ensayo en el mes de julio del 2010, durante un seminario de Periodismo y Narrativa. Ese día de julio, asumo que ella no imaginaría que casi diez años más tarde en 2018, un escritor que enseña se pararía frente a un aula a leerla y que sus palabras sobre qué es y no es el Periodismo Literario serían las primera que todo un grupo de estudiantes escucharían al respecto, y que serían sus textos la puerta de entrada a un semestre que nos pondría a replantear todo lo que creíamos haber aprendido durante cuatro años de carrera.

Es mayo, apenas el quinto mes de un año, que en apariencia es idéntico al 2021 o al 2020, que se puede nombrar como el tercero pandémico en una sucesión casi idéntica de mascarilla y lavado de manos. Pero algo cambia, y se siente, porque en lugar de quedarme en casa o de asistir casi de contrabando a la facultad, me despierto temprano y es un martes soleado y feliz de abril, y hay mucha gente que espera la A65 en la primera parada y voy junto a la escritora Claudia Alejandra Damiani a que reciba un premio, y la gente en la guagua en lugar de hablarse sobre muerte y enfermedad, se cuenta el regreso al trabajo presencial y cuando llegamos al Morro-Cabaña está rodeado de ventas de comida y una pequeña cola para entrar, y una vez dentro, los libros.
“Disculpe sabe dónde puedo encontrar Zona de Obras”, la primera es un murmullo. En la gran carpa no saben nada.

Busco en el área C y encuentro algo llamado como “Divisiones territoriales”…
— ¿Qué ustedes buscan?
— Disculpe sabe dónde puedo encontrar Zona de Obras
— Aquí no está
— Pero dice Ediciones Capiro
— ¿Ya lo presentaron?
— Sí, ayer.
— Pues no lo han traído.

Ambas, Claudia y yo andamos cargadas — grandes novelas, ensayos contra el racismo, libros pesados y que ocupan dos jabas de nailon a punto de romperse — , pero ese ejemplar no podía faltar esa noche en el librero, no podía perdérseme esa oportunidad, y continúo “Disculpe sabe dónde puedo encontrar Zona de Obras” y esta vez son dos periodistas matanceros, de los buenos, Lisandra y Ayose, que nos dicen que continuemos por esa vía y que encontraríamos otra carpa, más discreta y a la sombra, y que justo allí, disimulado, se encontraba aquello que buscaba con tanto ahínco.

El día anterior, lunes, 25 de abril, otra buena periodista, Lys Alfonso Bergantiño había escrito para la Revista Bohemia: “¿Qué es Zona de Obras? Un libro de autoayuda, podrían decir quienes lo asocian al chute de energía que reciben al leerlo para librarse del estrés, aumentar la autoestima, darse palmaditas, fingir ser mejores personas. O es todo lo contrario: un golpe al mentón de la desidia, una sacudida a lo consabido y los espacios comunes, un voyeur que nos cuestiona y fustiga por lo que no hacemos. Una mezcla de vergüenza y optimismo, agobio y liberación”.

Zona de obras pudiera verse como una pequeña ventana
Una pequeña ventana a los procesos creativos
Una pequeña ventana a las curiosidades, intereses y angustias que enfrenta una mujer cuando busca contar una historia, y por contar dice contar bien: con rigor, belleza e inspiración
Una pequeña ventana a una realidad otra, otros textos, otras revistas, que nos ponen en tensión: ¿y mientras se escribía todo esto, qué estaba haciendo yo?

La editora del libro Miriam Artiles Castro lo define también desde la construcción; una zona de obras en su sentido figurativo donde en lugar de casas, escuelas y parques, se expone desde la más absoluta intimidad cómo se construye un periodismo de calidad y que deviene una disección de los hechos (algunos de apariencia insignificante o anodina) y vindica al Periodismo como literatura — recordar en voz de la autora, que no se puede aplicar a los géneros periodísticos esfuerzos y creatividades rotosas, de segunda mano — .
Leila Guerriero, según Artiles, es una adicta insobornable: “hacer periodismo, buen periodismo, es su razón de ser; cuestionarlo todo y rehacerlo desde su punto de vista hacen de su obra un paradigma de estos tiempos”.

Se advierte: este libro no es para transitarlo indiferente o a toda velocidad. Y si te atreves a saltar la ventana, hazlo con los pies descalzos: corre aquí una vida, desde la infancia en Junín: las amigas, las personas entrevistas, los comics, la poesía de Idea Vilariño, Operación Masacre, los talleres de Periodismo, los periodistas que van a talleres y la gente que se cruza en su camino. A veces será cómo sentir la cosquilla de la hierba en el atardecer de belleza inquietante; otras un pequeño despertar, no tan placentero como curativo.

Y no es:
una compilación de recetas.
una oda a los textos ya escritos y publicados
una lista de premios y cómo adquirirlos
mucho menos una lista de premios ya adquiridos — ni presumir del Gabo 2010 o el Premio Internacional de Periodismo Manuel Vázquez Montalbán o las revistas numerosas y sus prestigios — .
no es el resultado de un ego que se infla

Era martes, 26 de abril y justo antes del mediodía cuando encontré Zona de obras. Estaba organizado de una forma poco habitual, de espaldas al público, apenas se leía la contraportada. El júbilo fue mucho. El viaje al Morro, más allá del premio de la amiga, cobraba otro sentido. A la hora de pagar, los vendedores que minutos antes confirmaban que “no había”, “se ha agotado”, “ustedes los periodistas vinieron en masa” abrieron los ojos, grandes, muy grandes.
Un libro sobre Periodismo no tiende a causar tantas pasiones, creo se relaciona con que Leila Guerriero tiene algo para decir. Y lo dice.

(Imagen original tomada Al momento)

Tomado de El Caimán Barbudo

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