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La UNEAC y la UPEC

Dos años mediaron entre la fundación de la UNEAC y la de la UPEC, ambas en un período signado por la transformación del país para el aseguramiento de su soberanía y la siembra de la justicia social, afanes encauzados con las banderas del socialismo. Los replanteamientos desatados en 1959, ya en 1961 —cuando nació la primera de las uniones mencionadas— habían adoptado definiciones programáticas ostensibles, con indicios avizorados en el Programa del Moncada y a lo largo de la lucha que condujo a la victoria de 1959.

Tras ese triunfo el pueblo uniformado encaró la lucha en distintos puntos del país contra bandas de alzados que —con financiamiento, pertrechos y órdenes que recibían desde el exterior— calzaban los intentos de restablecer el régimen dictatorial plegado a los intereses imperialistas de los Estados Unidos. Mientras tanto, se vivían profundas expresiones del proyecto que impulsaba a la nación hacia el futuro.

Ejemplo magno fue la victoria, en poco más de sesenta horas, sobre la invasión mercenaria que, con los mismos auspicios de los bandidos alzados, intentó establecer en las inmediaciones de Girón una cabeza de playa desde la cual justificar la intervención directa del gobierno que había prohijado a los mercenarios. Y esa victoria cubana —continuidad y punto en las que llegan hasta hoy contra amenazas y peligros que perduran, como el bloqueo— se logró mientras se alcanzaba otra que también merece una valoración especial entre los frutos cosechados en 1961: la Campaña Nacional de Alfabetización, cuyas luminosas consecuencias siguen vivas. ¿De dónde vienen logros como las vacunas creadas contra la covid?

En ese contexto tuvieron lugar las reuniones que el líder de la Revolución, Fidel Castro, sostuvo en el propio 1961 con escritores y artistas y concluyeron con el discurso que, pronunciado por el Comandante, pasaría a la historia, a la vida del país, con un título que abría el camino para ensanchar fines y alcances: Palabras a los intelectuales. La UNEAC nació visiblemente vinculada con ese proceso, y en él debe ubicarse asimismo la creación, en 1963, de la UPEC.

Por encima de deslindes gremiales —válidos en lo que tengan de puntualización funcional objetiva, no si escoran hacia parcelamientos que empañen la vista o sirvan a la búsqueda oficiosa de espacios—, ambas instituciones nacerían con alta responsabilidad en la defensa de la cultura nacional y el funcionamiento del país. Las coincidencias desbordarían —desbordan— el conjunto intersección visible formado por profesionales que pertenecen tanto a la UNEAC como a la UPEC.

En lo más palmario, las similitudes factuales apuntan al papel que en el quehacer de los integrantes de ambas desempeñan el uso de la palabra —tanto, que a menudo lleva algo más que sabor pleonástico el sintagma escritor y periodista, o periodista y escritora— y expresiones artísticas como la fotografía y los recursos cinematográficos y dramatúrgicos en la información. Huelga decir que en ello interviene el dominio de las vertientes artísticas propias tanto del cine como de la radio y la televisión.

Pero la comunidad de empeños remite a un mundo conceptual en que están presentes el cultivo y la defensa de la verdad, la belleza, la ética, la decencia y, en fin, de la civilidad, ya sea por los caminos de la ficción o de lo más testimonial o noticioso, sin que valga establecer lindes estancos entre esas vertientes. Si tales aspiraciones son inseparables de un triunfo que en gran parte está por alcanzar —el de la disciplina social y las buenas normas de convivencia—, el peso de lo no conquistado puede verse de manera desgarradora y a niveles trágicos en medio de una pandemia en que, como se ha dicho y vale reiterar, la indisciplina también mata.

La marginalidad y la chusmería no son la medida del pueblo, ni se debe propiciar que lo parezcan. De ahí la importancia de cuidar el lenguaje, preocupación que no es cosa de cúpulas con ínfulas aristocráticas. Si alguna utilidad pudiera verse en el odio cultivado contra Cuba por sus enemigos fuera de su territorio —y con expresiones internas—, la ofrece el hecho de dejar bien claro a quiénes definen orgánicamente el lenguaje soez y la obscenidad. No avalar mojigaterías tampoco es razón para confundir el ímpetu y la frescura juveniles, ¡ni la energía de la radicalidad!, con lo indeseable.

Sería pretencioso querer trazar en unos pocos párrafos el esbozo de todo cuanto vincula, en el fondo, a la UNEAC y a la UPEC, o todo lo que pueda diferenciar o matizar sus funciones y los caminos por donde están llamadas a cumplirlas. Pero sería empobrecedor, o más, desconocer que ambas reúnen a profesionales que asumirán su papel, sus misiones, con ajuste a sus peculiaridades individuales y su manera personal de ver la realidad: desde la escritura de un poema hasta la de una noticia, desde la pintura de un cuadro hasta la imagen fotográfica captada para ilustrar una información.

Lo homogéneo, si existe, puede considerarse factualmente unido. Pero se unen a base de programa y conciencia los elementos diversos que están aptos para asociarse dentro de límites que permitan una coexistencia fértil. Si se dijera armónica, sería innecesario añadir: “no sin contradicciones ni choques”. Unas y otros pueden ser, o son, inseparables de la brega creativa, de la vida en sí misma. Solo la muerte puede identificarse con la quietud total.

Desde Palabras a los intelectuales quedó claro que los límites de la unidad los rompe lo que se ponga definitivamente contra la Revolución, lo incorregiblemente contrarrevolucionario. Y en esa parcela pueden ubicarse no solo la voz o la imagen lanzadas contra la Revolución: más allá de las buenas intenciones cabe también, ¡y cuánto!, el silencio culpable tendido sobre males, errores y calamidades que dañen a la Revolución y, por tanto, a la patria. Como la dañarán las concesiones mal hechas en busca de aplacar colisiones cuyos protagonistas no pararán hasta conseguir que ellas hagan el daño que se han planteado provocar.

Dicho, en parte al menos, desde una publicación como Cubaperiodistas, eso reclama pensar tanto en desastres sufridos en un centro de salud —su especialidad, cualquiera que sea, es mera contingencia— o en el saqueo de fondos reunidos para prestar servicios comunales. Si ocurre que de ello ni siquiera se informa cumplidamente a la población, ¡al pueblo!, puede calcularse que el mal se ha multiplicado, o ha tendido puentes para una metástasis letal. No importa que el silencio se asuma como pretensa arma de defensa revolucionaria: en todo caso, con él pueden empeorar las consecuencias de los hechos delictivos que se cometan.

Por muy buenas y productivas que acaso hayan sido hasta ahora, tal vez las relaciones entre la UPEC y la UNEAC deban potenciarse aún más, para que los propósitos compartidos encuentren consumaciones mayores. Ambas organizaciones tienen estímulos y compromisos propios del significado que las define y las convoca al servicio del país, aunque ninguna de las dos lleve en su nombre el vocablo nacional.

Podrá parecer una banalidad detenerse en ese detalle, pero no lo es si se tiene en cuenta la cantidad de veces que, incluso por representantes de la UNEAC, se asume que la N presente en esa sigla ocupa el lugar de Nacional, cuando es un recurso para evadir la dificultad del agolpamiento vocálico que se daría en UEAC.

En sus respectivos aniversarios, y en los fines que las vinculan, saludemos a la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y a la Unión de Periodistas de Cuba. Hágase considerando tanto lo que tienen de particularidades que las diferencian, como de afinidades y propósitos que las hermanan. Contra ambas no está en pie solamente el bloqueo imperialista impuesto para asfixiar al país y menguar el apoyo del pueblo a la Revolución. Perduran asimismo, aunque repten, enemigos de diverso signo pero continuadores de los bandidos y los mercenarios a los que desde fecha temprana el imperio acudió en sus planes para apoderarse de Cuba.

Frente a hechos tales, en el empeño patriótico por perfeccionar la vida del país y librarlo de la voracidad imperialista perdura la claridad de Manuel Navarro Luna en sus Odas mambisas, también de aquel 1961, cuyas luces no cesan: “Echada está la suerte/ Patria o Muerte”.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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