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Las noches de Barbarroja en Granma

“¿Qué dice la gente de la cultura?”, me preguntaba invariablemente cuando lo encontraba instalado en la mesa de trabajo de la subdirección editorial de Granma.

Por años, al filo de la madrugada, Manuel Piñeiro Losada recaló en el diario. Leía los cables recién llegados a la redacción, intercambiaba opiniones, escuchaba, sobre todo escuchaba. América Latina y el Caribe en el centro de su atención, pero también los acontecimientos en otras partes del mundo. Hubo meses en que siguió con ojo avizor el curso del desmembramiento de la Unión Soviética y el destino de los países que poco antes formaban parte del bloque socialista en el Este europeo.

Llevaba yo relativamente poco tiempo en la página cultural de Granma; el jefe del departamento era Rolando Pérez Betancourt, quien había establecido una rotación de guardias nocturnas. La mayoría de los redactores del departamento solía permanecer en el cubículo asignado en el tercer piso del edificio, enclavado al fondo del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionaria, colindante con la Plaza de la Revolución José Martí. Yo acostumbraba a dar vueltas por el segundo piso; prefería el ambiente que se respiraba cercano al cierre y codearme con los periodistas de otras áreas: deportes, sobre todo cuando había eventos múltiples o la serie de béisbol, con Sigfredo Barros de regreso del estadio Latinoamericano y cruzar amistosas espadas con mis amigos Miguel Hernández y Alfonso Nacianceno; e internacionales, donde laboraba una especie de duende mayor llamado Mario Blanco Negret, quien mucho contribuyó a documentar mis pesquisas sobre la movida cultural fuera de nuestras fronteras.

Ya en el segundo piso, el destino final era la subdirección editorial, donde en aquellos tiempos ejercía su dominio Gustavo Robreño, hijo de su padre el gran cronista Eduardo, es decir, memorioso y conversador, de amplísima cultura y espíritu ecuménico. Con su tabaco reposado en el cenicero y las planas dispuestas ante la mirada escrutadora, Robreño se desdoblaba como analista y revisor de contenidos ante la inminente nueva edición del diario, y contertulio de primera línea.

Y allí, junto a él, muchísimas veces, Piñeiro, bien entrada la noche, al menos por un par de horas. Enrique Román, director del diario entre 1987 y 1990, tuvo a bien recordar: “En realidad, su visita a Granma, noche tras noche, casi sin fallar, fue una costumbre desde la época de Jorge Enrique Mendoza (director entre 1967 y 1987). A mí no me faltó casi ni un día. Fue una ayuda enorme, dado el tránsito peligroso a veces, que había que recorrer por el laberinto íntimo de la política cubana, que en Granma había que asumir sin que nadie te preparara para ello”. Para Román, en dos palabras, Piñeiro fue “antidogmático por definición”, en lo que coincide plenamente con la semblanza que mi entrañable colega Luis Báez me trasmitió tempranamente del comandante Barbarroja: “Era un lince a la hora de sacar cuentas de quién es quién en los trajines de la política, siempre con una brújula, su lealtad a Fidel y la Revolución. Escúchalo siempre”.

Claro que ya sabía yo de aquel hombre legendario, pero hasta esos momentos a distancia de mi campo de acción. Lo identificaba como el guerrillero de la Columna 1 de Fidel en la Sierra, el combatiente del Segundo Frente Oriental, bajo las órdenes de Raúl; el fundador, con otros compañeros, de los órganos de la Seguridad del Estado, el jefe del Departamento América del Comité Central del Partido.

Y vaya si lo escuché en sus interesantísimos diálogos con Robreño y otros noctámbulos empedernidos: Jorge Timossi y Luis Báez, que de vez en cuando llegaban a la subdirección, y Félix Pita Astudillo, punto fijo, uno de los mejores periodistas que he conocido.

En un principio, Piñeiro me miraba como quién dice qué hace éste aquí. Pienso que sus contertulios le explicaron de dónde venía y qué hacía, porque no pasó mucho tiempo en transparentar su cordialidad hacia mí. Quizás fue a partir de la pregunta que le solté sobre si en su estancia en Estados Unidos había entrado en contacto con la música de ese país. Su respuesta valió un millón de pesos: “Si supieras, allá fue que descubrí el mambo. Le ronca que siendo matancero vine a descubrir a Pérez Prado en el Norte”. Mucho después supe, por el testimonio de su primera esposa, la notable bailarina y coreógrafa estadounidense Lorna Burdsall, imprescindible en la historia de la danza moderna en Cuba, que Piñeiro bailaba muy bien el mambo.

“¿Qué dice la gente de la cultura?”, me parece oírlo indagar siempre. El sentido político que imprimía a la pregunta fue en mí lección permanente aprendida.

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Pedro de la Hoz González
(Cienfuegos, 1953) Periodista y crítico de arte. Premio Nacional de Periodismo José Martí en 2017. Forma parte de la redacción cultural de Granma. Fue electo Vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Entre sus libros figuran África en la Revolución Cubana (ensayo, 2004) y Como el primer día (entrevistas, 2009).

2 thoughts on “Las noches de Barbarroja en Granma

  1. Pedro. Excelente artículo sobre mi histórico Jefe Manuel Piñeiro, no saben ustedes el jugo que sacaba de esos encuentro con ustedes Robreño, contigo, con Félix Pita Astudillo, tal como dices era antidogmatico y muy dialéctico y escuchaba y escuchaba porque de allí luego hacía conversaciones con sus oficiales y de allí apreciaciones muy certeras en el trabajo nuestro y ustedes eran una parte importante de la construcción de la política internacionalista y solidaria. Yo lo acompañe en dos o tres ocasiones y cuando salía de allí me decía copiaste hay que estar gato tigre. El escuchaba y nunca se creyó con la verdad absoluta y siempre repetía recuerden que el estartega es Fidel y nosotros los tácticos y tenemos que darle elementos que nuestros calificados periodistas tienen.

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