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Fulgue en la cuerda floja

Toda la razón del mundo tuvo Rolando Pérez Betancourt al calificar la crónica como un género escurridizo, jíbaro le llamó, en el que unos triunfan y otros fracasan. José Antonio Fulgueiras clasifica entre los primeros, triunfador sin dudas. En la crónica se halla una de las fortalezas del ejercicio escritural de quien anda de fiesta por estos días por compartir, junto a Roberto Ferguson, Marina Menéndez, Juvenal Balán y Héctor Ochoa, el Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida.

De todos pudiera plasmar valoraciones y vivencias, pero decidí concentrarme en Fulgue y unos cuantos sabrán por qué. Ambos rendimos faenas y corrimos aventuras en Villa Clara, en la redacción de Vanguardia de los años 80, cuando el periódico de la provincia salía seis veces a la semana y había que responder a las exigencias de una vida social, económica y cultural intensa. Nos unió la convocatoria de Pedro Hernández Soto, director del diario, graduado de ingeniero en la Universidad Central Marta Abreu, de Las Villas, dotado como pocos de una sensibilidad especial para entender el periodismo como herramienta política y servicio público.

Pedro confiaba en sus periodistas pero había que cumplir. Con motivo del trigésimo quinto aniversario de la campaña de liberación de las plazas del norte de la provincia por la columna invasora liderada por Camilo Cienfuegos, nos encomendaron realizar reportajes a página completa sobre la toma de Caibarién y Remedios, el primero a cargo de Fulgue y el otro por mi cuenta. Eran trabajos de urgencia, pues debían estar listos, como se dice en estos casos, para ayer. Fulgue no se limitó a ahondar en los vericuetos de la épica; en su indagación dio voz y presencia a los impactos de la hazaña en la vida cotidiana de los caibarenenses y sus expectativas.

En el camino de regreso a Santa Clara nos detuvimos en Camajuaní, donde encontramos a ese excelente anfitrión, poeta y folclorista llamado René Batista Moreno, discípulo de Samuel Feijóo. Con René, a quien apodábamos La Pantera, se nos fue el tiempo, entre poemas, rones y los aires inefables de su fabulación parrandera. Se hizo de noche y supimos que Pedro había puesto precio a nuestras cabezas por no reportar a la hora convenida.

Arribamos al apartamento de Bengochea, próximo al jardín izquierdo del estadio Sandino, donde residía junto a Roberto González Quesada, también distinguido con el Premio Nacional de Periodismo José Martí. El Patriarca nos volvió a alertar: “Si no entregan los reportajes, están fritos”. Ardua labor de madrugada ante la máquina de escribir. Nada de computadoras. Yo me fui por el recuento clásico; Fulgue por su imaginación portentosa afincada en la realidad. De la casa al diario; por debajo de la puerta de la dirección, dejamos los originales y las indicaciones fotográficas. Pedro sentenció sonriente y satisfecho más tarde: “Ustedes forman un tándem peligroso”.

A Fulgue le gustaba salpimentar sus crónicas, especialmente las deportivas. Por esos días el titular de la página era Miguel Pérez Cuéllar, Miki, un caballero que amanecía en el diario y a las 6:00 pm a más tardar regresaba a La Esperanza. Las noches de béisbol, voluntarias, extraplan de la agenda de atención al sector social, fueron el mejor entrenamiento para Fulgue. También las noches de boxeo. Una vez al cronista se le ocurrió un titular explosivo: “Asesinan a Cárdenas en el portal de su casa”. Se refería al boxeador villaclareño Rafael Cárdenas, al que según parece le encajaron un injusto resultado adverso. Fulgue enfrentó un doble problema; por una parte el apellido del pugilista coincidía con el del primer secretario del Partido en la provincia; por otro, los árbitros, en composición gremial, se personaron en la redacción para exigir una reparación. Fulgue se las arregló para salir airoso de un trance que, a la vuelta del tiempo, quedó como una anécdota singularísima de la prensa deportiva y de la historia de Vanguardia.

Él sabía –lo comentamos más de una vez- que el periodismo, si se asumía como una práctica creativa, nada complaciente, guardaba semejanza con los gajes del equilibrista sobre una cuerda floja. Ser atrevido implicaba riesgos; ser conservador no se avenía con su talante. Pero había que ser a la vez responsable, muy responsable, sin faltar a la verdad, ni a la ética. Intuir cuando debía embridar la pasión, sin menoscabo de giros audaces, ramalazos humorísticos y miradas profundas.

De tal manera, a guisa de ejemplo, al describir la impronta de la migración china en la forja de nuestra identidad –a propósito de la semblanza del general Armando Choy, recogida en el libro Cerca del Che-, abre la crónica con esta imagen: “Cuba se estiró los ojos hace más de 150 años cuando el 3 de junio de 1847, tras una azarosa travesía, los primeros chinos besaron sus costas…” O este otro alumbrón que le salió del alma y la experiencia a la hora de despedir del juego activo al pelotero Pedro José Rodríguez: “…jonroneros hay y habrá muchos en este país, pero capaces de ponerle métrica a un batazo y sacarle imágenes y metáforas, solamente existirá uno: Cheíto Rodríguez”.

Es que el Fulgue es periodista y poeta popular, con el santo claro y la maña en las palabras. Dominar al género jíbaro es cosa muy suya.

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Pedro de la Hoz González
(Cienfuegos, 1953) Periodista y crítico de arte. Premio Nacional de Periodismo José Martí en 2017. Forma parte de la redacción cultural de Granma. Fue electo Vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Entre sus libros figuran África en la Revolución Cubana (ensayo, 2004) y Como el primer día (entrevistas, 2009).

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