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Elecciones

El problema crucial de las elecciones es, como en tantos otros asuntos de la sociedad, que se ha establecido el modelo occidental  como único válido, una expresión más del coloniaje cultural al que es sometida la humanidad por los más poderosos que ostentan la supremacía geopolítica.

No importa que ese modelo cada vez pierda más elementos de su esencia que lo alejan del verdadero sentido democrático, no parece a algunos significativo las distorsiones que ha sufrido a partir de convertir a los ricos en clase política privilegiada por el costo que se toman las candidaturas en propagandas, mítines, compra de apoyos, y no se toma en cuenta la realidad, de que a pesar de sus supuestas bondades la  mayoría de los terrícolas se siguen empobreciendo, mientras una minoría exigua se enriquece aun en las peores crisis, de manera que el slogan del poder del pueblo, que supone la votación por distintas opciones, no suele cambiar esa realidad, aún cuando lleguen al poder gobernantes interesados en fomentar la equidad y la justicia social por los obstáculos que encuentran.

Los gobiernos encabezados por progresistas no han encontrado en la democracia representativa ninguna garantía para el poder dado por las urnas. Jacobo Arbenz en la Guatemala de los años 50, Salvador Allende en el Chile de los 70, incluso Chávez en la Venezuela de los 90 encontraron similar enfrentamiento aunque no produjeran cambios estructurales en el sistema, por citar tres casos, y sólo la Venezuela chavista ha logrado mantenerse con grandes presiones de la oposición interna, apoyada, en todos los casos, por las fuerzas hegemónicas lideradas por  Estados Unidos.

El multipartidismo, la división de poderes legislativos, jurídicos y ejecutivos, presuntas posibilidades de diferencias, suelen alinearse con el sentido dictatorial de los poderosos, de no dar ninguna oportunidad a otras formas de gobierno o simplemente aplicar el verdadero sentido democrático.

Las inconformidades ante la falta de soluciones, la corrupción de la clase política, las promesas incumplidas de las campañas ha llevado a los electores a perder interés en los procesos eleccionarios y ha menguado esa participación directa, o se apela al voto de castigo a una tendencia política y su contraria sin que ello signifique llegar a las mejorías que se necesitan.

Como las cubanas y cubanos tenían más de 50 años de experiencia de la llamada democracia representativa fue coherente que se propusiera un modelo democrático diferente que no diera margen a los viejos recursos politiqueros, ni oportunidad a fuerzas hostiles aupadas y pagadas por EE.UU. desde el mismo triunfo de 1959, mucho más cuando muy temprano el gobierno inicial, presidido por Urrutia, comenzó a frenar las leyes revolucionarias como hace siempre la gran burguesía ante cualquier cambio que afecte sus intereses.

Es curioso que los críticos de nuestra democracia, internos y externos, nunca tomen en cuenta el contexto que condicionó cada medida, ni la guerra constante que obligó al blindaje radical para sobrevivir como proyecto revolucionario a favor de las mayorías despojadas de derechos humanos durante el período gobernado por la democracia burguesa.

Muchos olvidan los actos inéditos de suprema democracia que significaron las leyes favorecedoras para la vida de las gentes, las consultas públicas a nivel de la Plaza de la Revolución, los referendos para aprobar las constituciones , el sistema de gobierno como el Poder Popular, las altas votaciones incluyendo la Constitución más reciente.

Cierto que el formalismo, la burocracia, la complacencia con el indudable apoyo popular contribuyeron a que no se perfeccionara más nuestra democracia en plano de la participación más directa en la toma de decisiones en los distintos niveles administrativos como forma esencial para compartir responsabilidades con los beneficiarios, ni se instrumentó eficazmente el control popular aunque figuren en los documentos que rigen los principios democráticos de la gobernanza, dos elementos que deben distinguir la verdadera democracia que nos proponemos, pero nadie puede negar los fundamentales éxitos democráticos como los derechos universales, gratuitos, a la salud, la educación que tantos países no han conseguido en el mundo, y han posibilitado el desarrollo científico con logros salvadores de vida como las vacunas contra la Covid-19.

Es verdad que desde la crisis de los 90 se han lastimado  nuestras conquistas , han crecido las desigualdades, se ha dañado el tejido social en la medida que aumentaron las tensiones económicas, incrementadas a grado máximo en los últimos años a puntos extremos gracias al bloqueo, la pandemia, la situación internacional y ese  escenario no es el más favorable  para las elecciones del próximo domingo 26 de marzo, pero creo que habrá suficiente lucidez para votar por todos esos hombres y mujeres que nos han mostrado en su sencillez y grandeza de representarnos con la voluntad de contribuir a aligerar cargas de nuestra vida cotidiana con la ayuda de nosotros mismos, porque los cambios favorables dependen de la inteligencia colectiva, del laboreo de todos, de las críticas y las propuestas.

Tenemos una democracia que perfeccionar, pero para hacerlo hay que defenderla en las urnas, en estas elecciones que no tienen que parecerse a otras que tampoco son perfectas, ni han logrado lo alcanzado con las nuestras a lo largo de los años.

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Soledad Cruz Guerra
Periodista, ensayista y escritora cubana. Trabajó en Juventud Rebelde como una de sus más sobresalientes articulistas. Fue la representante Cuba en la UNESCO.

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