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El hombre rebelde

En su ensayo titulado El hombre rebelde”, Albert Camus define que el hombre rebelde debía ser una síntesis de todos aquellos seres mitológicos y humanos que han sido portadores de esta naturaleza de rebeldía durante la historia de la humanidad, de la cual Sísifo fue un hito primigenio.

Personajes hay en la mitología, en la historia y en la ficción capaces de poblar la imaginación y fantasía. Dos polos opuestos pueden ser Jeremías y Sísifo.

El primero, Jeremías, fue uno de los cuatro profetas mayores (650 – 580 a.n.e), que fue autor de Profecías y de las famosas “Lamentaciones” sobre la destrucción de Jerusalén. Es el sinónimo o modelo, según el léxico común, de la persona que continuamente se lamenta. Sobre este personaje, escribió José Martí: “Jeremías se quejó tan bien, que no valen quejas después de las suyas”.

El personaje mitológico Sísifo, hijo de Eolo y rey de Corinto, fue condenado a los infiernos después de su muerte, a subir una enorme roca en la cima de una montaña, de donde volvía a caer sin cesar. Es el paradigma de la rebeldía y de la persistencia ante los avatares del destino adverso.

José Martí definió su escogencia en la vida: estaba indefectiblemente con el optimismo así como con la rebeldía de Sísifo. Así expresó: “Los tiempos son para Sísifos, y no para Jeremías; para empujar rocas hasta la cima de las montañas; no para llorar sobre exánimes ruinas”. “(…) Ese andar afanosos… ese aparecer y deslumbrar; ese sentarse como Sísifo triunfador, sobre la piedra que ha empujado con sus brazos a la cumbre del monte, a recibir luz de sol y ofrenda de hombres; y ese… dar a quien sabe ver, y gozar en admirar, la medida de una titánica figura, titánica hasta en el modo de ocultar que lo era.”

“Pero estos tiempos no son de vagar sino de obrar… Hay un gran ruido de vendas que caen a tierra. Los hombres ven sus llagas, y, discutiendo los modos de curarlas, no ven que crecen. No se tiene, frente a tanta angustia, el derecho de soñar. Soñar, aunque sea una tortura, parece un regalo. Cuando todos los hombres son Sísifos, no está bien en hombres, ser Jeremías.”

“Es necesario ponerse en pie y ver lo que pasa en el mundo, para que no pase lo que se pueda evitar (…) con un poco de fuerza.”

A pesar de los Jeremías y sus lamentos desalentadores, prosigue el gesto de rebeldía de los Sísifos. Y es que “es rebelde el hombre por naturaleza, y echará siempre abajo a cuantos crean que se le pueden poner por delante o por encima”, dijo Martí también.

Fidel es el ser humano y el político paradigmático de una auténtica rebeldía en nuestros tiempos. Esto se ha reflejado tanto en sus acciones como en sus ideas: son innumerables los hechos concretos de su vida que expresan esa rebeldía natural e indomable.

Una anécdota es reveladora en sus días de adolescente en Santiago de Cuba. Cuando el padre le amenazó con el castigo de mantenerlo en su casa campestre, y alejado de los estudios, fue rotundo en afirmar: “Si no me permiten continuar mis estudios, le doy candela a la casa”.

Fue un rebelde resuelto cuando en su época de estudiante universitario, denunció y desafió a las pandillas gansteriles presentes entonces dentro del recinto de la Universidad de La Habana.

Fue un rebelde militante cuando se incorporó a un contingente liberador contra la dictadura trujillista en República Dominicana y cuando se incorporó a los contingentes sublevados del pueblo colombiano como protestas ante el asesinato de de Gaitán.

Fue un rebelde sin precedente cuando enfrentó el golpe de Estado de Batista con un recurso legal  acusatorio, establecido ante los Tribunales de Justicia, por la flagrante violación de la Constitución de la República cometida por parte de todos los complotados en el acto político ilegal y traicionero.

Fue un rebelde consecuente cuando, convencido de la imposibilidad de cualquier cambio por la vía política y pacífica, organizó y ejecutó el asalto armado al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953, fecha que devino posteriormente en Día de la Rebeldía Nacional. También cuando se defendió ante el tribunal que lo juzgaba por esas acciones armadas, y cuando culminó su alegato en forma retadora: “”Condenadme, no importa. La historia me absolverá”.

Fue un rebelde soñador e iluminado cuando desafió el poderío militar de la dictadura, y anunció públicamente que en 1956 serían “Héroes o Mártires”, y cuando cumplió su palabra con un desembarco, casi catastrófico, del yate Granma, al frente de 82 hombres decididos a librar la lucha en las montañas.

Fue un rebelde estratégico cuando decidió liderar una Revolución armada que estaba en contra del dogma político reinante que afirmaba que “en Cuba era imposible que triunfara una revolución contra el ejército y contra los americanos”, y, además, sólo contando con un puñado de hombres y la fe inmensa en el pueblo cubano.

Fue un rebelde que se agigantaba cuando en la Sierra Maestra tuvo oportunidad de ser testigo de la destrucción y la muerte provocada por los bombardeos de la aviación de la tiranía de Batista, armada y pertrechada generosamente por el gobierno norteamericano. Entonces reflejó su indignación ante el crimen en esta nota: “… me he jurado que los americanos van a pagar bien caro lo que están haciendo. Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra más larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos: me doy cuenta que ese va a ser mi destino verdadero”.

Fue un rebelde de nuevo tipo cuando se negó a aceptar el escamoteo del triunfo de la Revolución el primero de enero de 1959, pretendido por sectores civiles y militares, bajo la asesoría de la Embajada de Estados Unidos en La Habana, y con la complicidad del fugitivo dictador Batista. Entonces dijo: “Golpe de Estado de espaldas al pueblo, no; porque  eso sería prolongar la guerra”. Y actuó tan veloz como un rayo, ordenando el avance y toma por las fuerzas revolucionarias y del pueblo de todas las ciudades en poder del enemigo.

Fue un rebelde convencido del apoyo sin límites de su pueblo, cuando ya con la certeza de que Estados Unidos preparaba la invasión mercenaria contra Cuba, y que las agresiones del 15 de abril de 1961 eran su preludio, declaró el día 16, víspera del desembarco de esta por Bahía de Cochinos, el carácter socialista de la Revolución junto con la movilización de todo el pueblo en defensa de su causa. En menos de setenta y dos horas, se alcanzó la victoria de Girón, que constituyó la primera derrota del imperialismo en América.

Fue un rebelde defensor de la independencia y soberanía de su país, cuando, con absoluto apego a los principios y leyes internacionales, se negó a permitir los vuelos espías de los aviones de Estados Unidos y tampoco aceptó la inspección en territorio cubano del retiro de los cohetes soviéticos durante la crisis de octubre de 1962, a pesar de la amenaza nuclear de la cual estaba consciente.

Fue un rebelde internacionalista cuando desafiando a todas las potencias coloniales y a Estados Unidos, apoyó la lucha de liberación en África, que condujo a la independencia de muchos países africanos y al derrumbe del apartheid en Sudáfrica.

Fue un rebelde inclaudicable, un verdadero rebelde con causa y fe en el pueblo,  cuando proclamó antes de la desaparición de la Unión Soviética, en los momentos en que nadie lo soñaba incluso, que si tal hecho ocurriera, Cuba mantendría su carácter socialista. Y una vez ocurrido lo inesperado, “el fin de la historia” con la caída de todo el campo socialista, mantuvo inalterable sus posiciones de principios y supo darle sentido y aliento a la historia.

Fue un rebelde sin miedo y sin tacha al desafiar el dictado imperial desde los inicios de la Revolución, enfrentando más de seiscientos planes de asesinatos contra su persona, miles de agresiones de todo tipo a su país y el establecimiento del bloqueo más criminal y prolongado de la historia. En particular, desafió las amenazas del presidente estadounidense W. Bush después del 11 de septiembre. La disyuntiva lanzada por este contra el mundo “de están con nosotros o están con el terrorismo”, fue respondida por el grito desafiante y valiente de Fidel, de que “no estamos con la guerra ni con el terrorismo”, algo a lo que nadie se atrevió en su momento.

Estos son grandes hitos de la rebeldía natural de Fidel, aunque son muchos más. Acciones, hechos y gestos indisolublemente unidos a sus ideas sobre el ser humano, la Revolución, su país y el resto mundo.

Por estas y otras razones, Fidel es el símbolo más rutilante de la rebeldía en la época que le tocó  vivir. Y seguro que lo será para los siglos futuros.

Es admirable su renuncia a todos los cargos oficiales cuando evaluó que no podría ejercerlos con el esfuerzo y dedicación extraordinarios de siempre y que la Revolución se mantendría en buenas manos. Años antes había dicho: “El futuro es más prolongado que el pasado… Nuestras dificultades serán todavía enormes; pero sabremos vencerlas. El revolucionario es como el corredor de maratón en la olimpiada de la historia en que las generaciones se suceden unas a otras. Como atletas olímpicos que llevan en sus manos una antorcha de luz, hagamos el máximo esfuerzo en el tramo que nos falta para entregarla victoriosos con honor y esperanza al relevo mejor que nosotros…

“Como si volviéramos a empezar, miremos adelante ahora que hemos aprendido tanto para ser mejores y hacer más.” Porque “una política de principios vale más que millones de palabras vacías. Los hechos reales son los que cuentan en la historia. Siempre hemos dicho que bajo ninguna circunstancia habríamos plegado nuestras banderas.”

Y para culminar ese gesto excepcional de rebeldía meditada, iluminada y consciente, dejó este testamento para todas las generaciones de cubanos presentes y futuras para que nunca se le rindan honores con estatuas ni nombres de avenidas, edificaciones, etc., siendo consecuente con su prédica contra el llamado culto a la personalidad y rompiendo con ello en la humanidad una tradición y, quizás, con una de las aspiraciones legítimas de eternidad de todos los grandes personajes de la historia de perpetuarse de esta manera simbólica más allá de la muerte.

Por todo eso y mucho más, en este nuevo aniversario, Fidel desde su atalaya en el monolito del Cementerio Patrimonial de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba puede sentirse satisfecho y reconfortado como Sísifo triunfador, sobre la roca que hubo  de empujar con sus brazos a la cumbre de la montaña, para recibir la luz del sol y la ofrenda de los hombres, porque logró lo que no pudo Sísifo: la permanencia de la roca en la cima. Y esa roca es Cuba libre, independiente y soberana.

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Wilkie Delgado Correa
Doctor en Ciencias Médicas y Doctor Honoris Causa. Profesor Titular y Consultante. Profesor Emérito de la Universidad de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba.

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