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Fidel Castro, más allá de aniversarios

Recientemente se conmemoró el aniversario 96 del nacimiento del líder fundador de la Revolución Cubana, pero su legado no es cuestión de efemérides, ni mero “asunto histórico”. Con el paso del tiempo se apreciará cada vez más el alcance de su obra, y el mejor modo de honrarlo será defender lo que él hizo, mantenerlo vivo, perfeccionarlo. Conociendo como conocía la índole criminal y el poderío del enemigo externo —y sus manejos para hacerse de cipayos locales—, en su discurso del 17 de noviembre de 2005 hizo una advertencia que sería suicida, además de imperdonable, soslayar.

No es fortuito que del texto, rico en lecciones medulares, se recuerde especialmente —o deba recordarse— una advertencia: “Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra”.

Esas palabras remiten por derecho a la importancia de afinar cuanto la nación necesita que se haga para salvar la obra revolucionaria y asegurar su fin primordial: el bienestar del pueblo. Se trata de una obra que, frente a la barbarie capitalista, otros pueblos contemplan como esperanza de salvación para sí mismos, para la humanidad.

El Presidente Miguel Díaz-Canel, en el barrio de la Güinera, en agosto de 2021, evaluando el trabajo de transformación de esta comunidad. 

Así como “por esta libertad habrá que darlo todo”, es necesario cuidar el país integralmente y, frente a todas las amenazas que se ciernan sobre él, dar la debida prioridad a la urgencia de mantener el oído pegado a la tierra. La convocatoria no surgió de la improvisación ni del embullo, sino del conocimiento de nuestra realidad y de los peligros que nos acechan, y llegó en una voz con gran autoridad revolucionaria, no una voz cualquiera, aunque en todo caso merecería atención.

Acercar el oído a la tierra no debe imponernos un pensamiento pedestre, ni privarnos de escuchar y oír lo que venga de otras dimensiones; pero sí servirnos para conocer lo que atente contra los cimientos y la estructura de la nación. En la tierra operan desde fuerzas imperceptibles al oído —como la vida de las lombrices que fertilizan el suelo— hasta sacudidas tectónicas que pueden provocar terremotos, y hemos de prepararnos para todo lo que sea humana y científicamente posible prepararse.

El oído pegado a la tierra no nos exime de saber escuchar y oír las voces que nos rodean: nos prepara mejor para ello. Por muy sano que sea, el propósito de no cumplir la agenda “informativa” del enemigo puede llevarnos a darle, aunque involuntariamente, el auxilio de silencios a cuyo amparo crecerían, o seguirían creciendo, males internos.

No debe haber temas tabú, que el enemigo disfruta como un regalo que se le hace. “Dentro de la Revolución, todo”, se sabe quién lo dijo, y ante una descentralización comunicacional que, como quiera que se le califique, es inevitable, y se expande, resulta aún más necesario no podar discursos, sino descifrar las intenciones con que se habla, que a menudo pueden ser muy diferentes entre sí aunque traten el mismo asunto.

El enemigo no cesará en su labor para generar tinieblas. No desmayemos nosotros en la de propagar verdades. No fue un cambiacasaca perestroiko quien sostuvo que la verdad es revolucionaria. No porque sea revolucionaria en sí misma, sino porque es necesario conocerla para hacer y salvar revoluciones verdaderas.

Es vital discernir cuándo el cuestionamiento de una decisión de las autoridades del país viene de intenciones contrarias a la Revolución, y cuándo obedece al propósito de defenderla. ¿Que ese propósito puede incluir criterios erróneos? Nadie lo dude, como nada garantiza mecánicamente que las decisiones que se discuten sean infalibles, y nada sería más desacertado que regalarle temas a la manipulación contrarrevolucionaria.

Huelga decir que ella se cebará contra todo lo que pueda fortalecer a la Revolución. No es fortuito que uno de los blancos de la mencionada manipulación sea el turismo, que el país necesita desarrollar —con todo lo que lleva en infraestructura, inversiones y desafíos— como fuente de ingreso para lograr el bienestar del pueblo. De un pueblo criminalmente bloqueado por la potencia imperialista que lleva más de seis décadas intentando que las penurias lo lleven a rebelarse contra el gobierno revolucionario.

Se roza aquí apenas uno de los muchos asuntos posibles. No todas las personas que se expresen preocupadas, disgustadas incluso, por la construcción de un hotel, lo harán con el fin de boicotear un plan del Estado. Pueden tener razones y argumentos que merezcan atención y respeto, y no pocas veces podrían servir de base para replanteos aconsejables. Firmeza es una cosa; tozudez, otra.

Sin echar por la borda consideraciones como las normas urbanísticas, el país necesita habitaciones para desarrollar el turismo, una de sus principales fuentes de ingreso. No debe permitirse que lo sorprenda la deseada arribazón de turistas sin tener aseguradas las habitaciones necesarias.

El país debe evitar imprevisiones lamentables. Pero, cuando se sufren penurias y hay apreciables cifras de habitaciones para turismo sin ocupar, se deben atender, no satanizarlos de antemano, reclamos de mayor atención a la necesidad de construir viviendas y dar mantenimiento a las que lo requieran. Y eso debe ser parte de la agenda pública y los más claros planes de trabajo de la nación.

La validez de tales reclamos la confirman los hechos: entre ellos, no solo que, pese a todos los esfuerzos hechos, muchas de las viviendas existentes son precarias o están en peligro de destrucción, sino que no pocas sufren derrumbes parciales o totales por accidentes —ojalá siempre pudieran evitarse— o por desastres meteorológicos de previsible proliferación debido al desequilibrio climático. Sin olvidar que una parte de la región oriental del país está amenazada por posibles sismos, de los cuales no han faltado avisos alarmantes.

Cabría preguntarse qué ocurriría si llegáramos al año 2050 —el socorrido hito de 2030 ya está, como quien dice, ahí mismo— con miles y miles de habitaciones listas para usarse por el turismo, o incluso, ¡ojalá!, ocupadas a tope, y con una cifra cada vez mayor de viviendas en peligro de derrumbes, o derrumbadas, que suelen, además, tener su costo en vidas, y en lesiones que causan discapacidad a quienes las sufren. Todo ello con gravitación sobre la economía.

Hablando del tema, una compañera aguda, bien informada y de indudable condición revolucionaria le comentó al articulista: de poco valdría alcanzar los grandes logros hoteleros que necesitamos, si para entonces hemos perdido el apoyo con que el pueblo ha mantenido viva la Revolución. Qué decir si la hubiéramos perdido.

Son planteamientos extremos, podrá aducirse para contradecirlos e incluso repudiarlos: no acallarlos, porque eso resulta muy poco factible cuando las redes sociales tienen un peso que no parece sensato suponer que mermará. Catastrófica de veras y mucho más costosa sería la consumación de vaticinios que hoy pueden parecer desmedidos, irritar incluso. Tragedias ya vividas, no imaginadas, sugieren que será más productivo excederse al atenderlos —en la práctica y también con el oído— antes que ignorarlos sobre la base de que somos invencibles.

Honrar al Comandante implica no descuidar ni detalles supuestamente menores, pero en los cuales puede irles la vida a quién sabe cuántos y cuántas compatriotas. Y si el pueblo llegara a suponer que los errores se deben a que no se han tenido debidamente en cuenta sus reclamos y sus argumentos, ello influiría negativamente en el apoyo popular que la Revolución necesita y merece, y hace de ella lo que es y ha de seguir siendo.

Hay escollos terribles ajenos a nuestra voluntad, y ninguno lo es más que el ilegal, inmoral y criminal bloqueo imperialista. Pero sería imperdonable ignorar la advertencia hecha por el Comandante y que vale repetir: “Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra”. Si el articulista fuera religioso, terminaría diciendo: ¡Dios nos ampare! Pero el amparo que necesitamos nos toca seguir construyéndolo.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

2 thoughts on “Fidel Castro, más allá de aniversarios

  1. Muchas veces me he preguntado si estos artículos y escritos llegan a los actuales principales dirigentes de la Revolución, espero que sí, porque ello también es parte del pensamiento popular y de los reclamos de muchos compatriotas que defendemos a ultranza nuestro proceso revolucionario.

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