Irma Cáceres
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Seguiré contando historias

La   palabra Covid-19  es hoy día —y será quién sabe por cuánto tiempo— la más nombrada y temida en todas las regiones del planeta e idiomas. Especialmente cuando el virus te alcanza sin que lo esperes.

Sobre las consecuencias de este flagelo y la visión de futuro las opiniones rondan en torno a la fragilidad de la vida ante fenómenos de esta magnitud; también, a la pérdida de valores.

En buena parte de la humanidad, la que no puede recibir una mínima atención médica, social y psicológica ,sus efectos resultan más desastrosos. Imposible concebir entonces un seguimiento y control posterior de las secuelas de la covid.

Viajantes

El escenario de este diálogo interior es una travesía de trece horas desde el Caribe hasta Europa, donde aun la Covid-19 se hace sentir.

Si bien el desenfado caracteriza desde hace algún tiempo la presencia y aspecto de los viajeros, turistas o no, la realidad del presente se ha diversificado incluso para el más liberal.

Al coloquio infinito en diversas lenguas, el aspecto ruinoso de pantalones aparentemente rotos, se impone la idea de una apariencia de igualdad en hermosa combinación de desnudez en los pies, zapatillas o chancletas mediante, hasta hace unos años utilizadas para el descanso hogareño o la protección del sol, las piedras o caracoles en la playa.

A la escena, se suma la imprescindible mochila, casi a punto de explotar,  repleta de aparentes adornos y diversos objetos colgados que no cupieron dentro, y una especie de  “despeinado”: los cabellos atados en el centro de la cabeza. Espejuelos oscuros completan el mosaico.

Dentro del avión, el ruido ambiente se eleva en una mezcla idiomas. Se suman la ubicación de maletines, el llanto de más de un bebé o la polémica por la equivocación del número del asiento. Cuando se alzan los tonos de las voces, aparece una joven aeromoza que trata de entender, aunque no lo logra, y ni que decir de  la cola  frente al sanitario, con un repetido toque de impaciencia en la puerta. La relatoría podría ser larga.

Por ventura, el sonido monótono de los motores y el apagado de las luces juegan su papel. El viajero entra en ese letargo entre despierto y dormido donde las imágenes y voces, más cercanas o lejanas, se entrecruzan para recordarte:  sí, eres tú, con tu pesada mochila de la vida que como un pedazo de papel flotando en el aire, con más penas que glorias en tres años, has visto partir un gran rosario de seres entrañables y queridos.

 De la sorpresa a la realidad  

Al fin, trece horas después, el avión se detiene en la pista del aeropuerto de Bruselas y la estampida de escenas son muy similares a las antes narradas: el apurado por nada, el que comparte su opinión sin que se le pida, el miedo por la tempestad inoportuna, el fatalista que asegura tener récords de tormentas, las críticas al servicio gastronómico, los que antes discutieron intercambian ahora números de teléfonos, y los demás, tranquilos y  felices de haber librado de contagiarse con la covid.

Llegan los controles aeroportuarios para finalmente, escuchar la voz del aduanero que desea una buena estancia. De inmediato, el abrazo fuerte y alegre de los nietos al estrecharte, y en rueda apretada decirte: abuela, abuela, abuelaaaa.

Concluyes que has tenido mucha suerte, mientras el coronavirus SARS-CoV-2 pasó por tu lado sin tocarte. Porque, aunque hayas escapado de esta pandemia y vivido a diez mil kilómetros de distancia, en un sitio donde la enfermedad ha sido controlada, ella está ahí de día o de noche. Pero tu vas con tus vacunas cubanas Abdala y el debido reforzamiento. Así inicias el primer viaje en tiempos de la Covid-19, con un previo análisis involuntario, sin pasar por tu mente la posibilidad de contraer la enfermedad.

Pocos días después de la travesía caribeña-europea nadie ve ni siente nada, hasta que la infatigable Mamita comienza con síntomas inusuales y y resulta positiva al “indeseable visitante”. Comienza la operación aislamiento en la casa hasta que cinco jornadas más tarde la mater de la familia ya es negativa. Gran alegría en Molin des Bois. Pero este era solo un capítulo de la serie.

Tiempo después llega a esta periodista viajera un inusitado malestar general, dolor de cabeza, un poco de fatiga, frío intenso en pies y manos. Así de pronto, sin saber. Y, como decimos los trabajadores de la prensa: qué, cuándo y sobre todo ¿por qué?… Una llamada al doctor y una prueba inmediata da positiva,  y se repite el programa de aislamiento.

Al pasar cinco días un nuevo examen  ya da negativo. El coronavirus  chocó con la vacuna cubana Abdala. Lo grité en la ventana más cercana.  Ahora estoy inmunizada dos veces, y podré seguir contando historias.

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