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11 de julio: Instigación e introspección

Confesemos que resulta, al menos chocante o contradictorio, cuando algunos hablan del 11 de julio del pasado año en tono de «celebración».

¿Qué habría de celebrarse?, sería la pregunta que de inmediato saldría al ruedo. ¿Acaso la conmoción causada en muchos revolucionarios por los sorpresivos sucesos de aquella fecha en varias ciudades del país merecería un tono semejante?

A Gabriel García Márquez, que nos amó tanto como nos conoció como pueblo y sociedad, no le extrañaría que agreguemos la fecha al amplio almanaque celebrativo nuestro. Ya alguna vez nos definió como bastante «laudatorios», además de «conmemorativos».

Tanto es así, que a la contrarrevolución cubana le ha dado por asimilar la propensión. Claro que, como en ciertos animados norteamericanos —¿¡casualidad verdad!?—, intentando poner «la película al revés», al servicio de la sartén quemante de sus intereses.

Así que llegaremos al 11 de julio de este no menos inquietante 2022 si no celebrando, al menos recordando —es ineludible hacerlo— las implicaciones de esa fecha, con muchas certezas, pero también con las dudas que dejó pendientes.

La primera y extraordinaria certeza la resumieron en una magnífica como justa frase, devenida en declaración de principios, los intelectuales cubanos reunidos en el recién concluido Consejo Nacional de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba: «Aquí estamos».

Se dice fácil, aunque fue muy difícil alcanzarlo. A la Revolución se le tiraron a «la yugular» —como solemos decir popularmente—, en un momento muy sombrío del pasado verano. La mortífera COVID-19 en fase aguda, con el oxígeno medicinal —y otros muchos oxígenos— no solo faltando, sino además negándosenos, el sistema eléctrico en el inicio de una zozobra que, doce meses después, no acaba de menguar, y la vileza y despropósitos imperiales en su fase más mezquina y crónica.

Manuel López Obrador, líder honorable y decente de esta América nuestra —impulsor pertinaz de la rebelión contra la cumbre de las exclusiones en Los Ángeles—, no se equivoca al pedir para la resistencia y la dignidad de este pueblo la reverencia mundial merecida.

La dignidad del cubano, su gallardía indomable y la suspicacia para descubrir la maldad de quienes pretenden quebrarlo merece un monumento, que lo sería a la vez para tantos pueblos en su situación y condición.

Sin ánimos pretensiosos, o de arrogancia, podría afirmarse que hay algo que celebrar por estos días. Lo sentí durante una visita la semana anterior a la Ciénaga de Zapata con dos hermanos de causa de Cuba: Manolo de los Santos y Vijey Prashad.

En aquel lugar tan singular de la geografía y la historia nacionales me vino a la mente la idea de que Cuba le propinó otro Girón al imperialismo norteamericano el pasado 11 de julio, esa vez en el pantanoso terreno de la guerra político-comunicacional, para la que no estábamos, ni estamos todavía, suficientemente entrenados. Este es en realidad el primer gran fiasco imperial de esa naturaleza, cuando hasta ese momento lograron, en otras partes del mundo, sino todos sus propósitos, al menos la más cruenta y costosa desestabilización.

Las consecuencias de proyectos semejantes se sufren o sufrieron en Yugoslavia, Libia, Siria, Ucrania, Nicaragua, Venezuela y Bolivia, por mencionar los intentos más connotados.

Está suficientemente documentada la implicación de numerosos funcionarios norteamericanos en los disturbios del 11 de julio en Cuba, así como el apañamiento y estímulo de las grandes plataformas de redes sociales, que le hicieron «la pala» en un plan urdido, financiado y estimulado desde el exterior con la utilización de la más moderna tecnología, la promoción de cuentas falsas, bots y troles.

Si en Girón fue en menos de 72 horas, la respuesta popular del 11 de julio, bajo el liderazgo de la nueva dirección revolucionaria, paró en seco, en menos de 48 horas, al tan bien descrito como «golpe de Estado vandálico» por el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel, en el mencionado Consejo Nacional.

El vandalismo y el revanchismo se hubieran apoderado del país de flaquear las fuerzas y el liderazgo revolucionarios en aquellas graves circunstancias. El orden, la paz y la predominante solidaridad y amor social de la que hemos disfrutado por tantos años —aun en medio de una cotidianeidad perturbadora e irritante— se hubieran transformado en el carnaval de la maldad y el odio que transpiran muchas de las redes sociales con sus influenciadores y replicadores derechistas de toda laya.

Pero la derrota del plan implosionador atizado desde el exterior no puede nublarnos las «entendederas» de la situación interna. Uno de los análisis que hacíamos en el programa Hablando Claro, de Radio Rebelde, por estos días, es que las situaciones de contingencia llevan respuestas iguales, que no siempre aparecen a tiempo en todos los focos rojos del mapa complejo de nuestra realidad.

Los acontecimientos de hace un año nos alertan, como nada, de aquel aldabonazo de Fidel, a 60 años de su entrada a la universidad, de que lo único que puede destruir a la Revolución serían sus propios errores.

En momentos tan confusos se puede entender el fallo de la sensibilidad y hasta del compromiso de determinadas individualidades, lo inadmisible es la insensibilidad institucional a cualquiera de sus escalas.

Urge continuar reubicando el alma bienhechora —humanista— de la Revolución en la justa geografía política y económica de la nación. Corregir las deformaciones sin permitirnos injustificables abandonos o enajenaciones como los que coadyuvaron a detonar aquellos disturbios.

La prueba mayor será avivar la llama del humanismo regenerante —esencia de la Revolución popular auténtica. No basta ya con resistir, porque es una condición desgastante e incompleta, que también se nos impone desde fuera, como otra forma de la agresión.

Como insiste Díaz-Canel, hay que hacerlo creativamente, como lo impusieron los duros y contingenciales 12 meses pasados y lo demandarán, si somos realistas, los tiempos por venir.

La instigación y la desestabilización deben ser vencidas por la creación, para abrir paso a la prosperidad, como la otra «vacuna salvadora» de nuestro socialismo. Esta última solo puede nacer de los laboratorios de la más crítica y profunda introspección. (Publicado en Juventudd Rebelde).

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Ricardo Ronquillo
Periodista cubano. Presidente de la Unión de Periodistas de Cuba.

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