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Conflicto entre Rusia y Ucrania

Según sucesivas noticias —que se devalúan cuando a la mentira se le llama “posverdad”—, ahora parece que el conflicto armado visible entre Rusia y Ucrania tendrá una solución “diplomática”. No pacífica, calificativo que sería desatinado tras más de un mes de guerra, llámesele como se le llame y al margen sus dimensiones.

Pero ahora el gobierno ucraniano se expresa dispuesto a “aceptar” básicamente las mismas condiciones que Rusia venía exigiendo para evitar la confrontación. Habrá que ver si de veras las acepta, o si es una salida oportunista para que cese el uso de las armas por Rusia, y seguir él cumpliendo órdenes de los Estados Unidos, mientras continuarían la acción de los neofascistas y la masacre en Donetsk y Lugansk en particular, sobre lo cual los medios occidentales callan.

Ucrania incumplía los acuerdos de Minsk, que había suscrito con Rusia entre 2014 y 2015, después del golpe de Estado, grato a Occidente, que tuvo lugar en el primero de esos países en 2014. En Google, cualquier cosa menos neutral, la búsqueda de “golpe de estado en Ucrania” remite de inicio al que se dice que Rusia intenta provocar con su acción armada, no al consumado entonces.

Como parte de la violación de los mencionados acuerdos, Donetsk y Lugansk sufrían una “limpieza étnica” similar a la que en 1999 los Estados Unidos y su OTAN esgrimieron como pretexto para bombardear a Serbia, con miles de víctimas entre muertos y heridos, civiles muchos de ellos. Fue otro crimen del imperio que, para saquear pueblos, perpetraba y sigue perpetrando genocidios, como los de Irak, Afganistán, Libia, Siria, y apoya el cometido contra Palestina por Israel, y contra Yemen por la coalición que encabeza Arabia Saudita.

La búsqueda de brevedad no autoriza a olvidar hechos como que, de las pocas naciones que poseen la bomba atómica, los Estados Unidos es la única que la ha empleado. Saldo tenebroso tuvieron las dos que lanzó contra un Japón ya vencido, y lo hizo para intimidar a la URSS, desangrada en la lucha contra el fascismo, sobre el cual logró una victoria decisiva, que le costó más de veinte millones de muertos y la potencia homicida sigue intentando robarse a base de poderío mediático y capacidad para mentir sin pudor.

Además de la violencia criminal que emponzoña su propia sociedad, signada por secuelas de males como la esclavitud, la lista de actos de vandalismo internacional de los Estados Unidos es larguísima. En estos días manos honradas la han refrescado especialmente en las redes sociales, mientras la soslayan los medios (des)informativos manejados por la potencia y sus cómplices.

Los casos recientes citados estarán en la memoria colectiva, si no depende de ignorantes y desmemoriados voluntarios. Esos sirven a los criminales aunque “solo” sea porque, en busca de la “paz de conciencia” que los “libre” del deber de al menos pronunciarse contra el poderío imperial, se tragan los embustes propalados por dichos medios.

No es necesario ser pro-ruso, ni simpatizar con Vladimir Putin, para saber que al mundo le hace bien que en cualquier parte se le ponga freno al fascismo, y que la nación euroasiática tiene derecho a defenderse. Cabe aquí acordarse de que en 1962 el gobierno estadounidense puso a la humanidad al borde de una guerra nuclear porque en Cuba, agredida y amenazada por él, se habían emplazado cohetes soviéticos.

Para valorar los reclamos de que Ucrania no ingresara en la OTAN, hechos por Rusia porque tal ingreso amenazaría su seguridad nacional, no hace falta confundir al segundo de esos países, hoy capitalista —como Ucrania—, con la URSS, ni idealizar al gobernante que otrora fue oficial de la KGB. Pero semejante confusión parece extenderse sobre ilusiones de algunas izquierdas, al tiempo que los Estados Unidos y la OTAN la estimulan para avivar el miedo al fantasma del comunismo.

En realidad, el empuje de la Rusia capitalista en los actuales replanteos geopolíticos sería impensable sin lo que heredó de la URSS —aunque haya roto con ella—, y de favorecer la persistencia de aquel fantasma se encargan el propio imperio con sus acciones criminales y, en general, las injusticias y los crímenes con que medra el capitalismo. Hoy por hoy podrá parecer inviable que el fantasma vuelva a recorrer no solamente Europa, pero al planeta le urge cambiar de base y de rumbo para que el sistema capitalista no siga destruyéndolo.

Aun así, la perversa propaganda con que los Estados Unidos edulcoran su imagen tiene éxito. La ideología supremacista que hoy enarbolan viene del oficioso mesianismo que se atribuyeron desde su gestación nacional, afincada en el destripamiento y la segregación de sus pobladores originarios, y en la brutal explotación de esclavos arrancados de África, y de los descendientes de estos.

La potencia genocida se anuncia como la fuerza garante de la democracia, los derechos humanos y la civilización. Pero no fue un presidente ruso, menos aún soviético, quien sostuvo que a un pueblo se le puede engañar parte del tiempo, y todo el tiempo a parte del pueblo, pero no a todo el pueblo todo el tiempo. Vale sustituir pueblo por mundo.

Mostrando la falsedad de su pretendido culto a la libertad de expresión, el imperio despliega niveles de censura sin precedentes en su antidemocrático afán hegemónico y de “pensamiento único”. Y a su voluntad se someten naciones que comparten con él una actitud fundamentalista propia del fascismo, uno de sus recursos orgánicos del sistema capitalista, no una anomalía. Con criterios de linaje racista satanizan a los mayores exponentes de la cultura rusa, ya sean Dostoievski o Chaicovski, y por el solo hecho de ser rusos privan de sus puestos de trabajo a eminentes profesionales.

En ese frenesí inducido renuncian o se dicen prestas a renunciar a la adquisición de recursos energéticos rusos. Para complacer al mandón que las mangonea, se prestan a comprar los combustibles que, a precios más elevados y con mayores riesgos de contaminación ambiental, los Estados Unidos les ofrecen en una maniobra mercantil que las humilla y ridiculiza.

Los gobernantes que aceptan semejantes ardides merecerían compasión si no fueran tan malvados. El alza en los precios de los combustibles y de productos y servicios vitales afecta y afectará, sobre todo, a sus pueblos, especialmente a la parte más pobre y numerosa de ellos.

Pero a las jugarretas del imperio se pliegan hasta sedicentes izquierdistas, progres encantadores que, para cumplir su papel en la escena, pueden hasta desmontar la maquinaria propagandística de los Estados Unidos y la OTAN, pero enseguida se esmeran en parecer objetivos, imparciales, equidistantes. Arremeten contra Rusia y su presidente de tal modo que acaban sirviendo a la maquinaria que antes han desmontado.

En ese ambiente se organizan incluso “conciertos benéficos” para apoyar a Ucrania, en abstracto: sin mencionar a las víctimas del gobierno ucraniano que obedece órdenes imperialistas y ha cometido crímenes contra su propio pueblo. Así ha dado pie a la operación militar rusa, indeseable en principio como toda intervención extranjera, pero apoyada por las poblaciones a las que fuerzas ucranianas masacraban.

Es probable que esa operación logre, o los esté logrando ya, sus objetivos inmediatos: la existencia, en el actual territorio ucraniano, de repúblicas independientes afines a Rusia por historia y composición demográfica, y la declaración de Ucrania como estado neutral —fuera de la OTAN, léase— y sin armas nucleares. Pero está por ver si cumple.

Todo apunta a que el gobernante ucraniano —dispuesto a conservar su cargo a cualquier precio— habla más con el presidente de los Estados Unidos que con su propio pueblo, y sigue solicitando, y recibiendo, ayuda militar de esa potencia y sus aliados: ya sea en dinero, en pertrechos o en asesoramiento. Sin ese contubernio, que Rusia ha denunciado durante años, ya el gobierno de Ucrania habría caído, aunque por motivos políticos, o por lo que fuese, Rusia no usara todos los recursos con que podría aplastarlo.

Es particularmente penoso que siga teniendo éxito la propaganda de la misma potencia que, además de crímenes aquí recordados, y de otros que alargarían mucho más este artículo, lleva seis décadas empecinada en reducir a Cuba por hambre, y por enfermedades. No solo con plagas introducidas en ella para magullar aún más su economía, a su pueblo, sino también al querer privarla incluso de fármacos y otros recursos médicos. Lo hizo con particular criminalidad cuando en medio de la covid-19 intentó privarla del oxígeno necesario para salvar a pacientes graves.

Tal es el bloqueo que en la más reciente repulsa por la comunidad internacional en la ONU el actual gobierno de Ucrania dejó de condenar para plegarse a la voluntad de los Estados Unidos. Con su vergonzosa abstención traicionó la gratitud expresada por hijos de su pueblo a la Cuba que, pese a sus carencias materiales, ofreció ayuda ejemplar a miles de niños y niñas víctimas de la tragedia de Chernobil. No obstante, en los debates de la ONU sobre el conflicto azuzado por los Estados Unidos en Ucrania, Cuba se pronunció por la paz y ratificó sus buenas relaciones con el pueblo ucraniano.

Rusia ha denunciado, hasta en el Consejo de Seguridad de la ONU, con pruebas y datos escalofriantes en medio de una pandemia de aparición súbita y vertiginosa propagación, que el gobierno de Ucrania mantenía, financiados por los Estados Unidos —lo hacen en treinta y seis países—, laboratorios presumiblemente al servicio de la ilegal y criminal guerra biológica. Si ese no era su fin, ¿por qué el secreto de que se les rodeó? Su existencia la han reconocido hasta voces de los Estados Unidos y de su madre putativa, Gran Bretaña, y entre sus accionistas se ha señalado a un hijo de Joseph Biden.

Ya en el siglo XIX esa potencia —lo denunció José Martí— buscaba uncir a su yugo a los pueblos de nuestra América para arrastrarlos a sus guerras con Europa. Y en la actualidad, desesperada por mantener la hegemonía mundial que se le escapa, logra manipular contra la misma Europa a políticos europeos.

En semejante urdimbre internacional es que se habla —después de muertes que pudieron y debieron haberse evitado— de la posibilidad de una solución diplomática para el conflicto entre Rusia y Ucrania, y se dice que el gobierno de este país está dispuesto a cumplir exigencias que desoyó largamente apoyado por los Estados Unidos y su OTAN, con lo cual provocó el estallido del conflicto armado. ¿Qué hará a partir de ahora el político que baila más a las órdenes estadounidenses que al ritmo de la música y las danzas de su país, y ha tolerado y usado en su territorio fuerzas fascistas violentas?

Tratamiento aparte merece el hecho de que la OTAN —que es como decir los Estados Unidos— haya optado por no enviar tropas a Ucrania, al menos en cantidades que facilitarían detectarlas. Quien crea que tal abstención, o anuncio de ella, se debe a decencia de fuerzas invasoras y genocidas, debería pensarlo con mayor detenimiento.

Se está ante el declive —previsiblemente prolongado, pero en camino— de la hegemonía de una potencia cuya estampida en Afganistán recuerda el modo como salió de Vietnam. Y se perfila una multiporalidad de la que no se excluye el poderío militar de una Rusia con cohetes hipersónicos y en alianza con China, a cuyo brío económico temen los Estados Unidos y sus cómplices. Los pueblos necesitan y merecen que esa multipolaridad sea para bien.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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