CON DOS DEDOS

¿Quién eres tú, Armando André?

El periodista conservador Armando André, director del periódico El Día, fue la primera víctima del gobierno dictatorial de Gerardo Machado. Este ordenó su asesinato en agosto de 1925, a solo tres meses de haber tomado posesión de la presidencia y cuando todavía no había empezado a enseñar del todo las garras y gozaba de amplio respaldo popular, el cual se evidenció en los 200 840 sufragios con que llegó al poder y que lo llevaron a conseguir la mayoría en cinco de las seis provincias cubanas de entonces.  Perdió solo Pinar del Río —históricamente conservadora— por 200 votos.

Existen varias versiones acerca de la causa que movió la orden del asesinato. Se dice que en una nota aparecida en El Día, el periodista aludió a la supuesta relación amorosa entre una de las hijas de Machado y una amiga con la que se disponía a viajar al exterior.

Esa es la versión más difundida, lo que no equivale a asegurar que sea la verdadera. El caso es que una madrugada André llegó a su casa y no pudo meter la llave en la cerradura pues la habían taponeado con jabón. Mientras buscaba la forma de entrar, matones a sueldo del gobierno lo acribillaron a balazos.

Una bomba para Weyler

Armando André termina la Guerra de Independencia con grados de Comandante del Ejército Libertador. Es un hombre decidido y de probado valor personal, como lo demostró al intentar ajusticiar al sanguinario capitán general Valeriano Weyler valiéndose de un artefacto explosivo que colocó cerca de su despacho. La bomba explotó, pero Weyler salió ileso del atentado.

Ya en la República se batió muchas veces a duelo, cuatro de ellas con el político ítalo-cubano de filiación liberal, Orestes Ferrara. André militó en el Partido Conservador y para él era casi una diversión atacar al presidente José Miguel Gómez, como gobernante y en el orden personal. Miguel Mariano salió en defensa de su padre y sostuvo a tiros, en la Acera del Louvre, un duelo irregular con André que llevó a ambos a la cárcel.

Amigos y colaboradores cercanos al mandatario le pidieron que dispusiera la libertad de su hijo. José Miguel no solo se negó a hacerlo, sino que, como cubano, pidió al juez actuante que impartiera justicia sin tomar en cuenta quiénes eran los protagonistas del incidente.

En la mañana del domingo 8 de octubre de 1918, Armando André se personó en Las Maravillas, la cuartería habanera donde residía María Teresa Vera y donde ese día de la semana se reunían grandes de la trova cubana como Graciano Gómez, y Oscar Hernández. Lo acompañaba una muchacha negra deslumbrante por su belleza, vistosa, distinguida, a la que era imposible dejar de mirar, siquiera de soslayo. Visten con elegancia y hacen una bonita pareja.

Quiere el periodista conversar con Manuel Corona, otro de los trovadores habituales del lugar. Le pidió que compusiera una canción inspirada en su amiga. Preguntó Corona el nombre de la joven. Se llama Longina… Longina. O Farrill, respondió André. El compositor, sin pensarlo mucho, dijo que tendría la canción en tres días y sugirió al periodista que volviera al domingo siguiente para que la escuchara. En efecto, el domingo 15  la pieza estuvo  lista y Corona da a conocer una de las obras  emblemáticas de la cancionística nacional: “Longina”.

En el lenguaje misterioso de tus ojos

            hay un tema que destaca sensibilidad.

            En las sensuales líneas de tu cuerpo hermoso

            las curvas que se admiran despiertan ilusión.

            Es la cadencia de tu voz tan cristalina

            tan suave y argentada de ignota idealidad,

            que impresionado por todos tus encantos

            se conmovió mi lira y en mí la inspiración…

 Amenazas de muerte

Armando André sería la primera víctima política de la dictadura de Machado. Desde que asumió la presidencia de la República —20 de mayo de 1925—Machado, sin recato alguno, fue poniendo de manifiesto, poco a poco los dos rasgos más sobresalientes de su estilo de gobierno: el autoritarismo y una enfermiza demagogia moralista y puritana.

Lo primero lo condujo a designar supervisores militares en muchos departamentos del Estado. Lo segundo hizo que ordenara   la persecución de infelices prostitutas y la clausura de la zona de tolerancia del barrio habanero de Colón, en un intento por acabar con la prostitución. Dispuso, además, la edificación del llamado Presidio Modelo, en la Isla de Pinos —actual Isla de la Juventud—, con capacidad para seis mil reclusos.

Tales medidas le granjearon la crítica de gran parte de la prensa de la época. Lo combatieron con vigor tanto el Heraldo de Cuba —diario de los liberales que siguen a Carlos Mendieta— como La Discusión, de tendencia conservadora. Censuró también sus medidas el Diario de la Marina, mientras que otros periódicos, aun reconociéndole buenas intenciones, lo llamaron a la moderación. Pero de todos ellos, el más virulento en su actitud contra el gobierno fue El Día, fundado el 1 de junio de 1925 presumiblemente con dinero del general García Menocal y que dirigía el comandante Armando André.

Menocal y André eran viejos amigos. El periodista colaboró con el militar durante sus tiempos en la presidencia de la República y se dice que, desde la Junta de Subsistencia, en 1918, ambos hicieron buenos negocios especulando con la miseria y el dolor del pueblo. Digo esto a fin de que el lector se percate de que el periodista era hombre inescrupuloso y de turbios antecedentes.

Sus críticas a Machado en El Día eran groseras y lindaban en el chantaje, por lo que el mandatario no demoró su respuesta. Mandó a sus adversarios, por vías indirectas, amenazas de muerte. Discutió con Pepín Rivero, director-propietario del Diario de la Marina. Le dijo: “Sepa, Pepín, que mi rabo es largo, muy largo…tengo al Ejército”. Respuesta de Pepín: “Sí, General, pero yo tengo la Marina”.

Siguieron las amenazas. Los directores del Diario de la Marina y del Heraldo de Cuba recogieron el guante y se embarcaron rumbo a Estados Unidos, el 22 de junio, el primero, y el 11 de agosto, el segundo. El 14 de agosto, el periódico La Discusión denunció el intento fallido contra la vida de su director, Tomás Juliá. Sin embargo, Armando André no cejó en sus diatribas e hizo burlas de las amenazas. Olvidó que Machado no era José Miguel, aquel guajiro de Sancti Spíritus, combatiente de las tres guerras por la independencia, de vista demasiado gorda y manga demasiado ancha cuando quería, y que atrás habían quedado los tiempos del liberalismo romántico del gallo y el arado.

La vida privada de un presidente y su familia no puede ser sometida a discusión, advirtió Machado a amigos y a enemigos, André dio un nuevo corte a sus artículos. Exaltó las virtudes reales o supuestas de la familia presidencial, mientras acusó al presidente de llevar una vida licenciosa y disipada. No le faltaba razón: Machado era, ciertamente, un viejo libidinoso.

Ya no estáis para galán

El 16 de agosto André se pasó de rosca cuando hizo publicar en su periódico una caricatura en la que se ve a Machado disfrazado de don Juan desplomado en el suelo, y a una mujer joven que le dice: Ya vuestras fuerzas no están / para tales menesteres. / Ya no estáis para galán / fantasías y mujeres.

Machado, como casi todos los dictadores, alardeaba de su virilidad y aquello fue más de lo que podía soportar. Armando André tenía sus días contados.

Llegó así el 20 de agosto de 1925. André, luego de su faena en el periódico, pasó una buena velada en el restaurante El Ariete, en San Miguel y Consulado, en aquella época la casa del mejor arroz con pollo de La Habana; y   dada su excelente ubicación frente al teatro Alhambra, era sitio de reunión obligada de escritores, periodistas, actores y músicos, tanto cubanos como los que estaban de paso por la isla.

Ya de regreso en su domicilio, en la calle Concordia, trató en vano de forzar la cerradura de la puerta taponeada con jabón. En la acera de enfrente, desde la casa marcada con el número 116, que quedó vacía el día anterior, dos o tres individuos lo observaban hasta que decidieron no esperar más y lo acribillaron a perdigonazos. Machado cumple ese día tres meses exactos en el poder.

Aparece el apapipio

El hecho indignó a todos los sectores sociales; se acusó a Machado como inductor y responsable del asesinato. Protestó la prensa, y periodistas como Sergio Carbó y Jorge Fernández de Castro culparon abiertamente al dictador. Julio Antonio Mella también condenó el crimen. Pero el suceso hizo aparecer en la vida nacional a un personaje que no tardaría en extenderse al igual que la verdolaga: el apapipio. En una práctica que se repetiría luego, centenares de “guatacas” acudieron durante dos largos meses al Palacio Presidencial con el objetivo de desagraviar a Machado por las acusaciones de que fue objeto.

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Ciro Bianchi Ross
Es un intelectual, periodista y ensayista cubano. Su ejecutoria profesional durante más de 55 años le ha permitido aparecer entre principales artífices del periodismo literario en la Isla. Cronista y sagaz entrevistador, ha investigado y escrito como pocos sobre la historia de Cuba republicana (1902-1958). Ha publicado, entre otros medios, en la revista Cuba Internacional y el diario Juventud Rebelde, de los cuales es columnista habitual. Premio Nacional de Periodismo "José Martí" en 2017.

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