COLUMNISTAS

Una revolución de hechos, no de promesas

El significado en Cuba del término “Revolución”, no se circunscribe solo al fenómeno social de un momento histórico de cierta duración, que produce un cambio radical en la sociedad.

Cuando en el país se habla de defender la Revolución, la expresión va más allá de la continuidad de los cambios socioeconómicos y políticos, iniciados por el triunfo revolucionario del primero de enero de 1959, una continuidad que hoy se expresa en las reformas de carácter estructural en curso.

Significa, asimismo, proteger en primer lugar la dignidad, la soberanía nacional, la libertad y la independencia del pueblo cubano, el ideal socialista y antiimperialista, la justicia social conquistada, la seguridad y la tranquilidad ciudadana, la identidad cultural, el derecho a un futuro propio.

Siempre insisto en que aquí el socialismo es realidad, ideal y experimentación. Este último componente resulta elemental porque, en materia de socialismo auténtico, no está dicha la última palabra, aunque sí están claros los principios.

Si bien los momentos heroicos y fundacionales se alejan con los años, el sujeto pueblo ha continuado madurando. Esa madurez se manifiesta en la profundidad y diversidad de criterios, desde los cuales pudo derfinirse la continuidad de la construcción socialista que anida en la conciencia de la gran mayoría de la ciudadanía. De esa forma, al votar por el Sí a la Constitución de 2019 no lo hizo con la cabeza llena de promesas, sino con la sabiduría, los principios, la rica experiencia acumulada en su memoria histórica y la confianza en que, con el esfuerzo de todos, podremos salir adelante.

“Esta revolución se ha caracterizado por los hechos y no por las promesas”, dijo Fidel el 30 de mayo de 1968. La Revolución, al fragor del proceso revolucionario, en lugar de andar por el país haciendo promesas, generó objetivos, planes, tareas, siempre desde, con y a favor del pueblo trabajador; y continuamente bajo el principio fidelista que postula que la revolución es una constante rectificación.

La población cubana, en ejercicio de la democracia directa o a través de sus instituciones, ha sido ella misma la Revolución, su principal protagonista, y no tiene razón alguna para enrostrarse promesas incumplidas. Hubo, sí, en todos estos años objetivos que no se cumplieron. Baste mencionar la dependencia del país de la importación de alimentos, hoy enfrentada con una mejor política.

De igual modo, no pocos propósitos lograron cumplirse aun en medio del constante bloqueo estadounidense, recrudecido con oportunismo y perfidia como ha ocurrido en medio de la dura y costosa lucha nacional contra la pandemia de la Covid-19 y de la crisis económica mundial que repercute en nuestra vida cotidiana.

No puede olvidarse que el triunfo revolucionario tuvo lugar en una nación con un pueblo capaz y trabajador que, sin embargo, en todos los años de república neocolonial y capitalismo dependiente, no salió del monocultivo, los latifundios y las pequeñas y medianas industrias locales sin apoyo y siempre amenazadas.

En esa etapa se había acumulado una gigantesca deuda social reflejada  en el alto porcentaje de analfabetismo, en la mortalidad infantil y materna, la desocupación, las abismales desigualdades y profundas diferencias entre la ciudad y el campo, la discriminación racial y  de la mujer, una ponzoñosa corrupción política, muy escaso desarrollo científico-técnico donde ponían sus codiciosos ojos las familias mafiosas estadounidenses en connivencia con los politiqueros de turno para la expansión de las drogas, el juego y la prostitución.

¿Quién puede entonces negar las transformaciones revolucionarias en la educación, la salud pública, el deporte, la cultura, la conciencia solidaria, la ciencia y la tecnología, la industria biofarmacéutica, el sistema hidráulico, las superficies boscosas, el sistema electro-energético nacional, la industria turística, la minería, el acercamiento de la calidad de vida del campo y la ciudad y una indiscutible lista de logros. Todos ellos como resultado de una Revolución política, ideológica y ética que ha trabajado en todas sus etapas, y contra todas las dificultades y amenazas, en aras de desarrollar el proyecto propio de nación que emana de su naturaleza auténticamente socialista?

Es una realidad indiscutible que tales logros han generado nuevas exigencias y que no hemos estado exentos de deformaciones burocráticas y errores que, de no haber ocurrido hoy estaría el país en mejores condiciones de irse por encima de las carencias y presiones que significa el bloqueo. No obstante, hemos acumulado un valioso aprendizaje.

Este contexto nos pone ante la disyuntiva de ser más audaces, redoblar la marcha y asumir responsablemente los riesgos de una mayor experimentación en todos los terrenos de la vida económica, política, social y cultural del país, siempre confiados en el civismo, el patriotismo y la razón ideológica del pueblo. Ese conocimiento es el que le permite avizorar con claridad el futuro posible entre la maleza de largas carencias, dificultades y necesidades cotidianas insatisfechas.

Fieles al legado de Fidel, nuestro partido y gobierno tampoco se distinguen por las promesas, y sí por trabajar con denuedo y en colectivo para hacer realidad los objetivos en múltiples ocasiones aprobados, con amplia participación popular. Todos los ciudadanos, sin distinción de ideas políticas y cosmovisiones, han tenido y tienen la oportunidad de exponer sus criterios, analizar y criticar, disentir o aprobar, votar a favor o en contra, ejerciendo en clave constructiva el poder ciudadano amparado por el Estado Socialista de Derecho.

Es así como en Cuba trazamos nuevas metas, trabajamos por cumplirlas y las rectificamos sobre la marcha, siempre desde el pueblo, con el pueblo y para el pueblo. Eso también es lo que defendemos.

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Dario Machado
Licenciado en Ciencias Políticas y Doctor en Ciencias Filosóficas. Preside la Cátedra de Periodismo de Investigación y es vicepresidente de la cátedra de Comunicación y Sociedad del Instituto Internacional de Periodismo José Martí.

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