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Recordando a Villaverde

“…y sin más ni más comenzaron a llover zurriagazos en las espaldas desnudas del infeliz esclavo. Se retorcía porque los golpes los descargaba un brazo vigoroso…”             

                                                     (Tomado de “Cómo se hace un cimarrón”)

Desde niño no podía ser indiferente a lo que pasaba en aquel ingenio de Pinar del Río. Conoció la esclavitud desde su lado más crudo, presenció las persecuciones de los rancheadores y los castigos, vio cernir el peso del látigo sobre las cabezas de aquellos que soñaban con la libertad.

De joven se trasladó hacia la capital y allí se convirtió en un cronista crítico de las costumbres segregacionistas que separaban a los hombres en blancos y negros, ricos y pobres.

Cirilo Villaverde está considerado el más grande novelista del siglo XIX cubano; sin embargo, su trayectoria no se resume solo en la maestría con que se desempeñó en las letras, pues fue también un ferviente luchador por la independencia de Cuba. Sus ideas renovadoras yacen en el núcleo de la nación y sus aportes están reflejados, incluso, en la concepción de nuestra bandera.

Graduado de bachiller en leyes, trabajó en algunos bufetes, pero la vocación de plasmar en papel aquello que veía fue mayor. El camino de la literatura no siempre resulta fácil, por lo que tuvo que desempeñarse como maestro para solventar su sueño.

Asistía a las tertulias de Domingo del Monte mientras escribía para la revista Misceláneas. Colaboró, además, con otras publicaciones como Recreo de las Damas, Aguinaldo Habanero, La Cartera Cubana, Flores del Siglo, La Siempreviva, El Álbum, La Aurora, El Artista y La Revista de La Habana.

yo soy Cecilia Valdés

 “¿A quién, sino a vosotras, caras paisanas, reflejo del lado más bello de la patria, pudiera consagrar, con más justicia, estas triste páginas?

Es la dedicatoria a las mujeres cubanas con la que da inicio su obra cumbre: “Cecilia Valdés o la Loma del Ángel”, una historia que lo persiguió durante 40 años hasta que, finalmente, pudo ponerla en blanco y negro. Para concebirla tomó como excusa una tragedia digna de poetas griegos, donde pululan y se contraponen el amor, el odio, la envidia y los prejuicios envueltos en un relato de incesto, muerte y dolor.

Aun así, tal argumento no es lo más valioso de este texto. De ahí que as  páginas de la obra estén llenas de escenas costumbristas que permiten, hasta el día  de hoy, tener una idea clara de los modales de la época. Asimismo, abren un portal al pasado que muestra las realidades existentes en la Habana colonial.

Villaverde relata los bailes marcados por la contradanza y que reunía a la creme de la sociedad. Los caballeros, con sus sobreros de copa, cortejando a las finas damas vestidas de encajes quienes, a través del lenguaje del abanico, daban muestras de su afecto. Mientras, en las calles menos vistosas, bailaban los negros y mulatos con ritmos más acelerados, sin pompa ni guirnalda.

Villaverde fue capaz de mostrar la esclavitud tal cual  era: una aberración de los hombres. Puso en el centro de su narrativa a una mujer, una diosa de la cubanía y la cultura criolla. Fue capaz de resumir en la figura de Cecilia a Cuba con todos sus encantos mestizos, plasmando la combinación perfecta del ajiaco caribeño.

“…ningún novelista cubano ha hecho, como yo, una inserción tan honda en la nación criolla y su idiosincrasia para mostrar la realidad. Más rica aún es la caracterización de muchos de sus personajes en franca paradoja con el protagónico femenino que a la postre ha devenido más que eso, un mito, una leyenda, lo que obviamente me ha hecho exclamar: “Cecilia soy yo”, dijo Villaverde alguna vez.

El independentista

En 1848 Cirilo fue arrestado por su participación en la conspiración de sublevación de Cienfuegos y Trinidad. Fue uno de los principales colaboradores de Narciso López y cuentan que junto a este influyó en la realización de la bandera de la estrella solitaria, diseñada por Miguel de Teurbe y Tolón.

Fungió como director del periódico separatista La Verdad, y desde su exilio en Nueva Orleans publicó los primeros números del semanario El Independiente. Durante un tiempo regresó a La Habana donde escribió para el periódico literario que llevaba el nombre de la ciudad; colaboró con Cuba Literaria.

En su estancia en Estados Unidos llegó a Filadelfia. Allí conoció a quien sería su esposa, la también independentista y conspiradora Emilia Casanova. Trabajó como redactor en La América y en el Frank Leslie’s Magazine. En 1864 inauguró, con la ayuda de su esposa, un colegio en Nueva Jersey.

Formó parte, también, de la Sociedad Republicana de Cuba y Puerto Rico. Al estallar la guerra en 1868, se trasladó a Nueva York e integró La Junta Revolucionaria. Por esa época escribió varios artículos y colaboró con importantes publicaciones en las que abogó por la causa nacionalista.

Murió exiliado en esa ciudad, el 23 de octubre del 1894; un mes en el que había nacido, pero el día 28 de 1812. No pudo ver el estallido de la Guerra Necesaria, ni la conformación de la República; no obstante, su obra y accionar revolucionario marcaron parte del sendero de la liberación de la isla y pintaron en la historia un retrato certero de lo que significa ser cubano.

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