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125 años del gran Fitzgerald

Cuentan que Scott Fitzgerald tenía días en que solo podía escribir un párrafo. Era tan duro con su trabajo que pasaba horas en un par de líneas, buscando la palabra exacta. Aquellos que han leído sus libros, en especial El gran Gatsby, saben que no se perdía en dilaciones y que sus escenas, en apariencia simples, podían relatar un universo de complejidades y encerrar un simbolismo magistral. No sorprende que solo haya publicado cinco novelas, pero, aun así, fue uno de los escritores más prominentes de siglo XX. Hace 125 nació ese hombre que alcanzó la fama no solo por sus textos, si no por su trágica historia personal.

Sus intentos iniciales en el mundo de las letras fueron tortuosos. Aunque se convirtió en un autor reconocido a la temprana edad de 24 años, sus primeros trabajos no fueron publicados. De hecho, Fitzgerald siempre dudó de su talento. Sus ansias de éxito contrastaban con su inseguridad.

Durante su estancia en la Universidad de Princeton, en New Jersey, vivió un romance que lo inspiraría por años. Se enamoró de Ginevra King, una joven de la alta sociedad de Chicago. Aunque Fitzgerald nació en una familia de clase media-alta, no era considerado adecuado por los King. Y si bien el amorío terminó de manera fugaz, sería la inspiración para Isabelle en Este lado del Paraíso y Daisy, en su obra cumbre, El gran Gatsby.

Aunque el joven no llegó a estar en combate, en 1917 se alistó en el ejército, durante la Primera Guerra Mundial, la cual marcó las vidas y obras de todos los autores de la Generación Perdida. Preocupado ante la posibilidad de morir sin haber publicado un libro, durante los tres meses anteriores a su incorporación a la contienda, escribió apresuradamente El ególatra romántico, que fue rechazado, pero con elogios de los editores.

Estacionado por el ejército en el sureño estado de Alabama conoció a la que sería la mujer de su vida, Zelda Sayre, con quien compartiría una relación apasionada, pero convulsa. Su situación económica nuevamente sería un problema para sus relaciones. Al salir del ejército, Scott presentó sus historias a cuanta revista pudo y buscó trabajo en disímiles periódicos, pero no tuvo suerte. Como último recurso, retomó su novela El ególatra…, cuya revisión resultó en A este lado del paraíso (1920). La novela se convirtió en un éxito rotundo y lo lanzó como escritor. Zelda, quien había roto el compromiso debido a sus carencias, aceptó entonces casarse con él, y al año siguiente tuvieron una hija llamada Frances.

En esta década viajaría a París, donde conoció a Ernest Hemingway, con quién forjó una fuerte amistad. También se relacionó con otros escritores como Gertrude Stain y Ezra Pound, que más tarde serían conocidos como miembros de la llamada generación perdida.

Cómo muchos, Fitzgerald obtenía sus ganancias escribiendo relatos cortos para The Saturday Evening Post, Collier’s Weekly y Esquire. Algunos, incluso, llegaban a convertirse en guiones para películas de Hollywood. Tanto para Hemingway como para Scott esto constituía una desviación de sus objetivos literarios, pero les permitía vivir.

En 1925 escribió El Gran Gatsby, su novela más significativa, en la que narra la historia de un hombre que vivía de las apariencias con tal de reconquistar a su amor de juventud. En ella capta magistralmente el sentido de los locos años 20. La critica la recibió bien y aunque no fue un éxito absoluto, el pasar de los años ha demostrado su valor.  Actualmente es considerada una de las mejores novelas de todos los tiempos en varias listas especializadas, incluyendo la del periódico francés Le Monde.

En esta época de bonanza, su esposa Zelda comenzó a hacer más visible los síntomas de la esquizofrenia que la aquejaba, y la pareja comenzó a llevar un estilo de vida superior a sus posibilidades, lo que los condujo nuevamente a la quiebra. Entonces, Scott empezó a escribir una novela que reflejaba su vida matrimonial con una persona totalmente inestable. El manuscrito pasó por varias transformaciones hasta que en 1934 se publicó bajo el título de Suave es la Noche.

Zelda, entraba y salía de los hospitales psiquiátricos, mientras que Fitzgerald bebía cada vez más, situación que produjo el colapso de la relación. En sus últimos años se traslada a Hollywood para escribir aquellos guiones que tanto despreciaba con tal de mejorar su situación. Allí murió en 1940 de un ataque al corazón.

El último párrafo del Gran Gatsby remata su lápida: “Así que seguimos avanzando, barcos contra la corriente, llevados incesantemente hacia el pasado.” Fitzgerald dejó inconcluso un manuscrito de 800 páginas titulado El Último Magnate, que fue publicado de manera póstuma y que estaba inspirada en el productor de cine Irving Thalberg.

Scott no fue un hombre que vivió grandes aventuras, tampoco fue el más popular en su tiempo, pero de sus dolorosos esfuerzos literarios salieron resultados maravillosos. Ellos reflejan, desde un punto de vista singular, la vacía opulencia de la sociedad estadounidense de la época. Sus novelas son sutiles, fáciles de leer, relatan desde los detalles pequeños el día a día de una manera espectacular. Don Birnam, el protagonista de The Lost Weekend, dijo alguna vez refiriéndose al Gran Gatsby: “No existe (…) una novela perfecta. Pero si la hay, es ésta”.

Quién mejor resumió la vida de Scott Fitzgerald fue Ernest Hemingway: “Su talento era tan natural como el dibujo que forma el polvillo en un ala de mariposa. Hubo un tiempo en que él no se entendía a sí mismo como no se entiende la mariposa, y no se daba cuenta cuando su talento estaba magullado o estropeado. Más tarde tomó conciencia de sus vulneradas alas y de cómo estaban hechas y aprendió a pensar, pero no supo ya volar, porque había perdido el amor al vuelo y no sabía hacer más que recordar los tiempos en que volaba sin esfuerzo”.

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