PRENSA Y DEPORTE

Mireya Rodríguez logra el sueño de Alejandrina Herrera

Alejandrina Herrera antes de ser discóbola triunfal soñaba con el baloncesto y la esgrima. Debió despedirse de la ensoñación al ser discriminada por cinco razones en aquella Cuba sojuzgada. Sus “pecados”: ser mujer, negra, pobre, de origen campesino; nació en Artemisa aunque su familia se mudó para La Habana en busca de mejor vida, sin lograrlo del todo. Sí, sé que me falta uno pero merece un trato especial: militaba en la Juventud Socialista.

Ya como lanzadora, con la marca cumplida para ir a los I Panamericanos: Buenos Aires, 1951, no la llevaron y sus protestas recibieron la respuesta de los directivos cual bofetada: “Tu caso es negativo desde el principio: negra y roja, son dos colores que no te ayudan…”. Todavía la laceraban ese par de “pecados” que le imposibilitaron arribar alto en baloncesto, otra de sus disciplinas preferidas y practicadas, y vestir el uniforme de esgrimista. Debió alejarse del florete y el balón como titulé uno de mis escritos sobre ella.

Vendrá el desquite, no se apuren. Era una Cuba diferente. Ya desde aquel inicio donde los voy a llevar. Vamos a colarnos en los sueños de una barbera que labora en un local de la Plaza de Carlos III; ¡mi madre, el nombre de un rey todavía nos fastidia por culpa de la costumbre! Y Mireya Rodríguez sorprende a los clientes cuando realiza, de vez en cuando en el salón, un a fondo como si tuviera el arma en la mano. Uno de ellos con sorna comenta después de observarla: “¡Cuidado no me vayas a herir con esa locura tuya de ser esgrimista! Marte está más cerca de ti que esa tontería ”. La aludida con la sonrisa le dice bastante, y le suelta una palabrota antes de invitarlo a sentarse en la silla.

Ella cruza el espacio de la ensoñación: se da entera en las prácticas que los tiempos arribantes le facilitan. Los esfuerzos fructifican: llega a ser la primera del país. Ya está en Kingston en 1962 para competir en los Novenos Centroamericanos y del Caribe. Allí el movimiento deportivo de la mayor isla antillana mostrará avance y perspectivas.

Por cierto, esa revolución que es la mujer dentro de la Revolución se muestra linda. Ninguna pudo con Miguelina Cobián en los cien metros planos: con 12 segundos vence. Bertha Díaz la imita en los 80 con vallas: 11.1. Las dos junto a Nereida Borges y Norma Pérez obtienen plata en el relevo corto gracias a sus 47.3. La Díaz, la alegría mayor  en salto largo con 5.50, mientras Caridad Agüero e Hilda, La Bambina, Ramírez triunfan en disco (43.75) y jabalina (40.32) respectivamente. La gloriosa veterana Alejandrina Herrera no se va con las manos vacías: subtitular en la primera prueba: 38.70. Marta Font consigue lo mismo en salto alto con 1.51.

Veamos cómo la barbera convierte las tijeras en florete. Ataca, esquiva, riposta. A sus oponentes de las primeras fases, las pelas, damas pudientes casi todas. La final no le será fácil: la mexicana Pilar Roldán tiene más experiencia. Tris, tras, ¡tran…! Cuando Mireya logra el toque decisivo, al quitarse la careta grita: ¡A tomar por… ahí! “Luego dialoga con los periodistas: “Esta medalla de oro no es para mí solamente: es de mi patria, de mi entrenador, de todos los que  me ayudaron, de los que creyeron en mis condiciones”.

Después alcanza un desquite mayor para Alejandrina al coronarse en los Panamericanos de Sao Paulo 1963.  Acude  los Juegos Olímpicos de Tokío 1964 se bate duro pero no pasa de la segunda vuelta. En 1966, integra la Delegación de la Dignidad, vencedora de la maldad yanqui que no pudo evitar la participación cubana en los X Centrocaribes, con sede en San Juan. En la ciudad puertorriqueña gana el galardón plateado y asciende al escalón principal por equipo. Era su despedida.

Ya había fallecido cuando Miguelina Cobián contó una impactante anécdota vividas por ellas dos relacionada con este certamen, durante el IX Taller Nacional de Historia del Deporte, organizada en 2018 por la sección de la rama de la Unión de Historiadores de Cuba.

Fidel “escapa” con ambas  al final del acto nacional en honor de la representación heroica de San Juan 1966. Ellas dos, el chofer y el Comandante en Jefe recorren parte de la capital y terminan en Coppelia. Fidel ha escogido de acompañantes para aquella aventura a Mireya, la barbera de Carlos III, quien había derrotado florete en mano a tantas atletas  de la alta sociedad de América Latina y hasta del continente. La Cobián, primera cubana finalista en la justa rescatada por Pierre de Coubertin, triple as de los 100 planos en los Centrocaribes, medallista panamericana y será con posterioridad vicecampeona en el relevo 4 x100 de México 1968.

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