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Trump, Biden y el Cheo Chatarra Prize

El autor preferiría hablar del Premio Cheo Chatarra, pero contexto y posibles aludidos sugieren escribirlo en inglés, y dar continuidad a otro artículo, “America first (even for covid-19?)”, en el que —también publicado en Cubaperiodistas— comparó a Donald Trump con Papillo el Grande. De este personaje supo gracias a una amiga deseosa de que el ingenuo megalómano fuese recordado no solamente en el caserío donde vivió, y, al aparecer el texto, le llegó información sobre alguien asimismo chiflado, popular y querido por su vecindario, que lo apodó Cheo Chatarra.

Lo que no imaginaba quien escribe es que ese último personaje se lo recordaría el sucesor de Trump. No solo porque Cheo es uno de los chiqueos que sustituyen a José, nombre al cual equivale el Joseph anglosajón, que da paso a Joe. En los Estados Unidos esos tratamientos llegan prácticamente a desplazar los nombres legales, incluso los de políticos sobresalientes.

Esa costumbre quizás se perciba más común cuando, pandemónium de las redes sociales mediante, mejor se conoce la catadura de muchos de ellos. Acaso parecería irrespetuoso hablar de Abe Lincoln, aunque también se ha hecho en tono afectivo. De hecho, ese gobernante —a quien José Martí, sin idealizarlo acríticamente, llamó “el leñador de ojos piadosos” (https://luistoledosande.wordpress.com/2016/03/15/lincoln-y-cutting-en-una-cita-de-jose-marti/)— merecería que se tuviera con él una relación más cálida que con los actuales.

Pero ahora se trata de recordar a un personaje sencillo, para lo cual se podría crear un premio con que galardonar a quienes más se embelesaron defendiendo la candidatura presidencial de Biden. El nombre del galardón, Cheo Chatarra Prize, no se debe precisamente a que, por encima de diferencias lingüísticas, el enajenado mental sea tocayo del nuevo césar.

Tampoco responde a que sobre el gobernante se ha empezado a rumorar que sufre deficiencias cognitivas. Aun sin eso, si un mérito puede anotársele no es haber brillado en sus debates con alguien que, de tan grotesco, debió haberle sido fácil apabullar con un poco de ingenio. Pero ese no es el asunto aquí tratado.

De distinta índole fueron los defensores de Biden frente a su contrincante. No cabe olvidar algunos que, para considerarlos sinceros, habría que tildarlos piadosamente de patéticos: como los que afirman haber dejado Cuba para luchar dentro de los Estados Unidos contra el bloqueo, y se apuntan como promotores en la campaña de Bernard Sanders lo mismo que en la de Biden.

Se podría pensar además, con razón, en personas para las cuales en el mundo subrayar la importancia de que Trump fuera merecidamente derrotado sería un acto de sana y comprensible diplomacia. Pero este artículo se centra en quienes, aparte de insistir en lo abominable de ese monstruo, sublimaron a Biden en términos apropiados más bien para un aspirante a guía espiritual de una congregación filantrópica, o para un izquierdista inconfeso en buscaba llegar a la Casa Blanca para dar el salto al socialismo (ni siquiera a la socialdemocracia que a menudo recibe ese nombre).

Querían estrangular y acusaban de mal intencionado a quien sugiriese no confiar incautamente en las supuestas bondades de Biden. Pregonaban su confianza en él, y vaticinaban que, no más tomar posesión de la presidencia, retomaría hacia Cuba la política final de su astuto correligionario Barak Obama, de quien ahora solo se dirá que no fue un arcángel para Cuba. Con gestos insuficientes pretendió cautivarla mientras orquestaba la ofensiva contra Venezuela y deportaba más migrantes que luego Trump.

A su ejecutoria belicista le puso rostro su secretaria de Estado, al celebrar con gesto de hiena el asesinato de Muamar el Gadaffi. Y no olvidemos que bajo el mandato de Obama empezaron a urdirse contra Cuba las falsas acusaciones de misteriosos ataques sónicos, maniobra que podía ser una carta en la manga para frenar, llegado el momento, las solturas insinuadas a este país. Trump aprovechó la saga de los supuestos ataques, y la reforzó. Arreció el bloqueo e incluyó a Cuba en la lista de países cómplices del terrorismo, un mal que los Estados Unidos encarna como ninguna otra nación.

Como si de golpe Cuba pudiera devenir prioridad en el tortuoso cuadro internacional y doméstico con que el Patán Donald le dejó incendiada la pista a Biden, los incondicionales de este auguraban maravillas: de la noche a la mañana “normalizaría” las relaciones entre ambos países y se encaminaría a suavizar el bloqueo. Todo como en el bienio final de la “era Obama”: con el bloqueo en boga, y sin devolverle a Cuba el territorio de la Base Naval de Guantánamo, convertida además en cárcel espantosa.

Aunque aborda lo que en esencia cabe esperar del hoy presidente, no repetirá el autor lo que apuntó en “…y viene el trece”, artículo publicado igualmente en Cubaperiodistas y alusivo al turno de Biden tras los doce césares fracasados en las ganas de doblegar a Cuba. El azar le reservó un número fatídico, que Raúl Roa habría podido citar como reversión del trato del esqueleto, alegoría no muy académica que él tomó de la picaresca popular para definir la “reciprocidad” que los Estados Unidos le ofrecían a nuestra América.

¿Y por qué un premio con el nombre de Cheo Chatarra? Ese José, cuyo apellido no recuerda ni la persona que le habló de él al autor, era un maniático de las joyas: de las falsas, porque no tenía recursos para otras. Pero insistía en que las suyas eran de diamante y oro de altos quilates. En el vecindario, frecuentado por libaneses y sirios vendedores de bisutería, se burlaban de él diciéndole que sus joyas eran “puro oro del moro”, alusión a la frase escatológica con que se ridiculizan baratijas ostentadas como alhajas auténticas. El siguiente paso fue completarle el apodo, Cheo Chatarra.

Lo de bautizar con su nombre el premio viene de que, para noviembre de 1958, cuando en Cuba ardía hacia la victoria la lucha insurreccional revolucionaria, la tiranía concibió un plan electorero para apaciguar a un país cuyo ímpetu combativo lo había reforzado el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952. Y Cheo Chatarra devino vehemente defensor del candidato promovido para “restablecer la democracia” y la paz.

Sin espacio para hacerlo cumplidamente, es preferible no nombrarlo, y hoy a pocas personas les diría algo su nombre. Pieza de su propia condición social y su ideología, era nada menos que el Primer Ministro de la sangrienta dictadura. De haberse hecho efectiva, su condición de presidente le habría propiciado actuar como un hombre de paja. Pero Cheo Chatarra creyó hallar en aquellas elecciones la razón de su vida.

Ellas contrariaban a un pueblo cuya mayoría disfrutaba los avances del Ejército Rebelde, y después de enero de 1959 se consideró una mancha haber votado. Si Cheo Chatarra no hubiera sido el ser enajenado y bondadoso que era, no se habría librado del rencor del vecindario. Así que el premio tendría una dosis de piedad para las personas a quienes se les otorgara.

Vistas las cosas con elemental lucidez, y considerando el pragmatismo propio de la sicología imperialista, no cabía esperar que Biden, en medio del caos con que Trump le minó el camino, pusiera a Cuba entre sus prioridades. Pero no ha mostrado un gesto firme que permita esperar de él algo que al pueblo cubano le sea posible ver, como se dice, con buenos ojos.

Así como se ha acusado a Rusia y a Venezuela de haber conspirado en las elecciones de los Estados Unidos, ahora se agitan acusaciones similares contra Cuba, lo que daría risa de tan absurdo, si no encerrase tanta maldad. Mientras tanto, la nueva administración mantiene en apogeo la propaganda y el financiamiento para promover contra la Revolución Cubana la subversión enfilada al llamado cambio de régimen.

Nada de lo que en la práctica hace Biden lo diferencia decisivamente de su predecesor. Ya se han visto en él gestos como los de este último, y se ha dicho que parece asesorado por el mismo expresidente. Ahí está su agresividad contra China, y contra Rusia, a cuyo gobernante ha llamado, sin miramiento diplomático ni pruebas, asesino.

Con ello ha conseguido que se recuerde su propia trayectoria anterior, cuando presidía el Comité de Relaciones Exteriores del Senado y, para facilitar la invasión de Irak por fuerzas de su país, silenció a los expertos que sabían que Irak no tenía armas de destrucción masiva. Así apoyó —entre otros crímenes— un genocidio de gran magnitud, y en ese camino llegó a vicepresidente y ahora a presidente de la nación que más acciones criminales acumula en el mundo, y cuya política sigue siendo básicamente la misma.

Su empecinamiento en aplastar a Venezuela no es ajeno al propósito de asfixiar a Cuba. Si el apoyo de esta a Venezuela expresa lealtad entre pueblos hermanos, el plan de aniquilar a la República Bolivariana incluye seguir cercando a Cuba y privarla de socios comerciales. En el reforzamiento del bloqueo, y con lo que representa la pandemia de covid-19, eso tendría para el país insular efectos comparables con los causados en su momento por el desmontaje de la URSS y el campo socialista europeo.

Más que palabras y desplantes estilo Trump, Biden se ha encargado de exhibir una conducta que lo recuerda. Antes de llegar a la Casa Blanca, Trump declaró que su país necesitaba hacer menos guerras y atender más sus asuntos internos, pero poco después de instalarse en la mansión presidencial ordenó lanzar contra Afganistán “la madre de todas las bombas”, y una de las primeras órdenes del actual presidente fue bombardear Siria. Tampoco en cuanto a Irán y a Palestina se diferencia esencialmente de Trump. Añádase la complicidad con el gobierno de Israel.

Se dirá que nada de eso es culpa de sus fans, sino obra de la naturaleza y los intereses del imperio. Pero también por esa misma realidad debieron ellos —aceptemos que los guiaban buenas intenciones— haber sido prudentes, no lanzarse de panza a sublimarlo. Con respecto a Cuba, ¿estará esperando tener un segundo mandato, y reservar para el último bienio el anuncio de pasos que podrían interpretarse como beneficiosos para este país, pero reversibles por quien lo suceda en la presidencia, aunque en tiempos de Obama hubo quienes consideraron que tal reversión sería punto menos que imposible?

Pese a la diferencia de edad, es válido considerar que el otrora vicepresidente de Obama es también su discípulo. Y a ninguno de los dos le interesará detenerse a pensar quiénes merecerían el Cheo Chatarra Prize. Si de lauros se trata, a Obama puede bastarle el Nobel de la Paz que se le regaló para que hiciera guerras. ¿Otro modelo para el añoso alumno, aunque no se le otorgue ningún Nobel? No es oro todo lo que digan que brilla.

Solo un punto más añade el autor: cubano como es, disfrutaría que Biden no tardara en hacerlo quedar mal y diera con respecto a Cuba los buenos pasos que vehementes defensores de su afán por llegar a la Casa Blanca aseguraban que daría. ¡Amén!

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

2 thoughts on “Trump, Biden y el Cheo Chatarra Prize

  1. Solo una persona culta, con vasto conocimiento de la situación económica-político- social internacional y de la Cuba de hoy, es capaz de escribir un comentario tan enjundioso y matizarlo de fina ironía. No por casualidad es un ferviente discípulo de José Martí. .He llegado a la conclusión, en cuanto al binomio Trump/Biden , que da lo mismo Clara que su hermana.

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