COVID-19

Entre cuatro paredes

Por Arturo A. Machirán Reyes

De repente la noticia puso en pausa todos los planes, es lo normal cuando te dicen que eres contacto de un caso sospechoso, y por más de moda que esté el adjetivo sientes como la sensación de peligro te recorre el cuerpo desde el cabello hasta la punta del pie, sin dejar de pensar en la posibilidad de uno mismo haber condenado ya inocentemente el futuro de otros.

Directo a casa es inevitable imaginar incluso el peor de los pronósticos, consciente que mi conducta marcaría la frontera entre la seguridad de la familia y cualquier probabilidad de reproducción pandémica entre aquellas paredes.

Examinaba al detalle cada próximo paso cuando llegara, la ropa directo al cesto, nasobuco todo el tiempo… contados estaban los pocos motivos para salir del cuarto.

Todo listo para quedar recluido al aislamiento, solo el celular e Internet garantizaban contacto virtual con el exterior. Las cifras de la COVID-19 desfilando en cada parte diario y la posibilidad de que aquel contacto formara un día parte de ellas acercaba el temor de que me tocara ser un número más de esos.

Llamadas de amigos y familiares se colaban en la cotidianidad, día a día hubo quien no dejó de comunicarse ¿sientes algún malestar? ¿Cuándo se sabe el resultado del contacto?, “cuídate mucho”…, preguntas y consejos eran una mezcla de complicidad en aquella espera que se sentía colectiva.

Las paredes del cuarto si hubiesen tenido la capacidad de hablar me hubieran susurrado lo aburrida que estaban de verme más horas de lo normal, hasta se hubieran reído de ese ritual que bañaba mi manos con gel antibacterial o solución hidroalcohólica cada vez que salía de allí por breves momentos, cuando algunos de esos contados motivos obligaban.

La computadora aguantaba el recorrido de las manos por el teclado, al compás de las ideas, ni siquiera el aislamiento impuso renunciar al pacto con el papel en blanco, aquel reportaje y la entrevista del viaje a Maisí ya tenían fecha de entrega. Las noches eran fieles compañeras de esta crónica escrita a intervalos.

Pese a las limitaciones que implica el aislamiento domiciliario, escuchar hablar en los medios de aumento de contagios, de muerte, de nuevas cepas del virus, del riesgo multiplicado… hacían sentir entre las paredes de casa una sensación de seguridad imposible de encontrar en cualquier otro lugar.

La fe trataba de ganarle a la duda y cualquier pensamiento atormentador, aferrarse a ella era el consejo de más de una persona, mientras la espera todavía no respondía si todo quedaba en un susto o el episodio podía alargarse. Cuando tocaron la puerta ese sábado por la noche y pidieron que me preparara para el PCR, pensé que definitivamente la COVID-19 había estado más cerca de lo imaginado.

Aquellas dos personas forradas de verde impresionaban un poco, la muestra tomada de mi nariz terminó en el frasco, lista para desafiar los kilómetros y despejar las dudas en un laboratorio. Minutos después me enteré que aquel contacto todavía compartía la incertidumbre, ya éramos dos en espera del resultado del PCR.

Él fue el primero en liberarse de la duda, y casi podía sentirme liberado también, ya al menos se sabía que lo suyo había sido solo susto, unos síntomas que activaron alarmas y llevaron a varias personas al aislamiento domiciliario, pero tocaba cumplir lo establecido y esperar por aquella respuesta que habían sacado de mi nariz, al menos para descartar totalmente que el virus se había colado en mi interior, fruto de algún capricho del destino.

Entre las paredes de casa todo era rutina de cuarentena, incluso para la familia también en ansiosa espera por que la normalidad retornara al hogar, la fidelidad de uno de los mensajeros de la cuadra salvaba de cualquier tormento por la imposibilidad de salir a gestionar víveres, aquel episodio de solidaridad se escapaba de los relatos mediáticos y acompañaba nuestra realidad.

Negativo fue una palabra que agradecí cuando faltaban pocas horas para cumplir 16 días de aislamiento domiciliario, las paredes de casa estaban a punto de regalarme esos abrazos a los que he renunciado. Incluso después de conocer el resultado, varias veces al salir del cuarto aún el instinto preventivo ordenaba el gel o la solución hidroalcohólica sobre las manos.

Parecía haber recibido un boleto de vuelta a la realidad y sus peligros, a los compromisos en calle con el periodismo que ahora tienen órdenes de la precaución para separarnos del apetito voraz de una pandemia, sin olvidar las promesas pendientes con la vida.

(Tomado de Venceremos)

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