FIEL DEL LENGUAJE

Fiel del lenguaje 61 / ¡Adiós!, y gratitud

Aunque lo sea por antonomasia, lenguaje no es solo el que se realiza con habla y escritura. Son varios los que intervienen en la comunicación —entre otros, el de señas, para personas que padecen sordera o hipoacusia—, y todos tienen códigos que deben conocerse para que, bien usados, funcionen y surtan los efectos correspondientes.

Los uniformes, por ejemplo, tienen códigos y funciones —“hablan”—, y no acatan mecánicamente la moda, aunque tampoco la soslayen. Si no al azoro, por lo menos al asombro habrá quien se sienta con derecho frente a un reportaje televisual que muestra, en clase, a un maestro (o maestra) con un pantalón “desjarretado”; o ante otro sobre una institución respetable en el cual el presentador viste un traje rojo fuego del pantalón a la chaqueta, apropiado quizás para espacios como el cabaret. Ambos son ejemplos reales.

Quienes proclaman que una imagen habla más que mil palabras, y aun tienen carrera en ello, no deberían avalar ciertos hechos. Como que en el mismo estudio de televisión donde el Director Nacional de Epidemiología —que sabe la necesidad de educar, y la cumple— tiene el buen tino de usar el nasobuco, quienes lo presentan prescindan de ese recurso de protección sanitaria.

¿Algún Einstein cibernético habrá descubierto que entre el médico y sus presentadores hay menor distancia que a la inversa? Vale pensar que, por respeto a un Cid Campeador tenaz frente a una pandemia agravada por la indisciplina, quienes apoyan en pantalla la tarea del epidemiólogo no deberían prescindir del nasobuco mientras él lo usa.

No es cuestión de promover poses hipócritas ni meras puestas en escena, sino actos educativos conscientes y orgánicos. La falta de sana sistematicidad, y de ese don tan raro llamado “sentido común”, se comprueba cuando —mientras la pandemia cunde— un espacio televisual celebra el advenimiento del nuevo año con una fiesta en que, sin mascarilla, actores y hasta el director del programa se abrazan como si tal cosa.

Todo eso —y hasta detalles como el modo de llevar un pasador en la solapa— es lenguaje, aunque hasta hoy la columna ha eludido las sugerencias de que lo trate. Se ha centrado en el idioma, atendiendo a su abarcadora omnipresencia, y a que la cosecha en lo que a él respecta anda muy lejos de ser estimulante.

No corresponde al columnista, ni es su propósito, dirimir si los déficits vienen de la enseñanza o del aprendizaje. Probablemente sean fruto de deficiencias que se mezclan y frente a las cuales los medios de información no hacen cuanto deberían hacer, sino que tal vez las calcen, porque —como se ha dicho— “no pasa nada”.

Escasa utilidad tendrá una columna —“Fiel del lenguaje” no ha sido la única, y cabe esperar que no sea la última— si las instituciones no cumplen cabalmente su cometido. De poco sirve tratar el tema en Cubaperiodistas si profesionales del sector y de áreas afines a él parecen no enterarse y siguen cometiendo los mismos errores con pasmosa tranquilidad, y se diría que a veces con orgullo. ¿Nadie tiene la tarea de evaluar el trabajo que hacen, y preparación para cumplirla?

En una época de información generalizada la evolución del lenguaje debería basarse en  el conocimiento y la real creatividad, no en la ignorancia y la desidia, ni —peor aún— en la soberbia que “autoriza” a no estudiar, porque ya “se sabe todo”. Si algo revela esa actitud es ignorancia y falta de respeto al público.

Si la pandemia causada por el coronavirus mata, la sufrida por el idioma no es inocua. Hasta dificulta saber por qué es femenino el nombre covid-19. ¿Prosperarán ahora dislates como el tuberculosis, la tétanos, la sida y el diabetes? Demasiado es que hasta el personal médico diga endoscopía, cuando el español —idioma en que se dice copia, no copía, remedo del término francés copie [aproximadamente copí]— reclama endoscopia. Así como reclama pandemia y Amazonia, aunque en portugués estos vocablos se pronuncien pandemía y Amazonía.

Al dominar la lengua propia es posible recibir con mayor claridad algunas traducciones, y —mera muestra— saber que si hay fuerzas que buscan inhabilitar políticamente a Donald Trump no es para que no pueda ocupar cualquier cargo público, sino ninguno. Es un ejemplo de la utilidad de tener “oído” para el español, aunque no se sepa cómo se traduce del inglés, según cada caso, el adjetivo any.

El columnista disfruta aprender mientras hace su trabajo, y agradece la atención prestada por personas que de veras saben —hasta más que él seguramente, huelga decirlo— y quieren seguir aprendiendo para, digamos, no confundir apóstrofe (insulto) con apóstrofo (signo gráfico). Pero con esta entrega interrumpe una columna emprendida como respuesta a reclamos colectivos válidos.

Por el culto a las cifras llamadas redondas, “Fiel del lenguaje” cesa con el artículo 61: así los de contenido son sesenta, puesto que el primero fue básicamente introductorio. Pero los publicados siguen localizables en la red —hasta se ha sugerido publicarlos en libro—, y de mantenerlos vigentes se encargan, para tristeza del autor y estropicio del idioma, los errores que crecen en todas partes con la pujanza de las malas yerbas.

Antes de terminar, el autor recordará al amigo y colega español Julio Rodríguez Puértolas, muerto hace unos años. Era todo un sabio en temas literarios y filológicos en general, y le desagradaba el uso de expresiones que, al margen de las creencias que les dio origen, carecerían de sentido literal: entre ellas, “Como Dios manda”.

Para sus escrúpulos ideolingüísticos tenía el erudito razones que a cualquiera pueden revolvérsele al oír cómo con respecto a un muerto que fue ateo, personas que también supuestamente son ateas emplean frases de la índole de “En paz descanse”, que oscilan entre el lugar común y la metáfora vacía. Usadas sin la debida convicción pueden hasta ser irrespetuosas para quienes profesan los credos que les dan fundamento.

No para contrariar la libertad de creencias ni para promover que se deje de hablar como a cada quien le venga en gana —perdería su tiempo quien tal cosa intente— son aquí recordados los argumentos del ilustre hispanista, sino por el deseo de que se fomenten la seriedad y la sensibilidad lingüísticas: el ser consciente de qué se dice, y por qué.

La tradición pesa —a juicio de un sabio, “oprime como una pesadilla el cerebro de todos los vivos”— y, deslexicalización mediante, o con olvido o escasa noción de sus raíces, vale suponer que es un hecho generalizado el que voces del tipo de ¡ojalá! y ¡adiós! se usen sin pensar en las divinidades aludidas. Pero eso no invalida las razones de Rodríguez Puértolas.

Más allá de eso, lo de Agustín Lara sobre las noches de ronda —que hacen daño, que dan pena— vale para el desorden y la falta de profesionalidad en el uso del lenguaje. Más que al tan indeseable desprestigio, llevan a lo que una “sabia incorrección” —con una s aspirada cercana a la jota, y otra s “comida”— llama dejpretigio.

Ojalá crezca el interés por usar correctamente el idioma.Y a lectores y lectoras de ley el columnista agradecido les dice: ¡Adiós! A lo que a nadie se debe encomendar, ni ha de autoencomendarse nadie, es al Diablo, y tampoco hace falta hacerlo: al parecer, ese señor anda suelto, y por cuenta propia ejerce una efectividad pandémica.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

4 thoughts on “Fiel del lenguaje 61 / ¡Adiós!, y gratitud

  1. Algo está fallando en nuestras escuelas: los niños llegan a la Secundaria Básica con pésima ortografía y después es muy difícil que la mejoren. Pero se gradúan en las universidades. Hasta nuestros medios de prensa llega ese flagelo, visible sobre todo en los digitales; es como ni no tuvieran editores: errores ortográficos y gramaticales se dan la mano en esos medios, y usted puede señalarlos en los comentarios, pero no los corrigen. Y de los dislates en la TV, ni hablar. Realmente, es preocupante. Gracias, Toledo, por su mirada crítica a estos asuntos. Lástima que Fiel del lenguaje diga adiós.

  2. Ciertamente es una lastima, pero, como Ud. bien dice, para los que quieren seguir aprendiendo y dudo que los que están en edad de total aprendizaje, lean esta sección. Las causas, muchas, pero la principal es el casi generalizado desamor por la lectura. Nadie escribe pensando en las reglas ortográficas, se escribe basados en la imagen de una palabra leida muchas veces y luego ante la duda, le toca el turno al repaso de dichas reglas. El español es uno de los idiomas más ricos y los que tenemos la dicha de tenerlo
    como lengua materna debiamos cuidar de su limpiez y preservación. Cuidar el lenguaje es un deber de todos y es hora que tomemos medidas urgentes porque la pobreza del lenguaje influye en todos los aspectos de la vida.

  3. Creo que hay mucho de desidia y de dejar hacer. El dominio del idioma es vital, pero las erratas y las pifias no tienen por qué llegar a la pantalla. El teleprompter es un arma de dos filos. Fiel del Lenguaje debió ser material de estudio en las redacciones del SITVC.

  4. Profesor, confíe en que cada consejo lingüístico que ofreció fue de gran utilidad, sobre todo, para quienes apenas se inician en el mundo del periodismo. Un abrazo. Saludos, Cristian.

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