CRÓNICAS DE UN INSTANTE LA CÁMARA LÚCIDA

El árbol

Anclado a la epidermis de un vasto campo de relieves amorfos y líneas truncadas, mora un lacerado árbol que exhibe en los pilares de sus hombros innombrables huellas coloreadas con grietas de sustantivas fisonomías.

Protagoniza el entorno del encuadre. Es punto de convergencia de un paisaje donde pululan muchas vidas que, como hormigas, laborean conectadas en una gran sinfonía de dolores. Bocetan los telares de un enjambre desde las heridas de la tierra, mejor visto a vuelo de pájaro.

Es un peregrino terco de pocas ramificaciones, pintado de legumbres, desechos sólidos, lodo fundido, papeles quemados, historias moribundas y preguntas sin respuestas. Dúctiles plásticos —que albergan nuestras vidas— son parte de una gran mampara tóxica, cada vez más interminable.

No son ramas secas lo que sostiene sobre sus hombros alineados y maltrechos. Se erigen como pintadas mugrientas, protagonistas de la modernidad y el desarrollismo, que hoy encumbra el siglo de los ceros y los unos.

Detrás de cada una de sus partículas hechas, preexisten kilómetros de tuberías quebradas que escupen desde campos minados y maltrechos océanos, líquidas arquitecturas de combustibles sólidos, cúspide de incalculables “oxígenos” de contaminación.

Sus piernas vertebradas sostienen todo un andamiaje de fugas y tercos dolores. No son los signos de la vida, se exhiben como los pilares del poder, el de unos pocos sobre los muchos otros. Están resueltas como simbólicas escrituras de una inaceptable verdad, aún no desterrada de las honduras de la tierra.

Los pórticos de esta arboleda fracturada no habitan en los altares de publicaciones glamorosas. Tampoco son interpretados por editoriales de páginas frescas con sabor a occidente. Se resuelven como estadísticas para la complacencia de migajas, depositadas en los porcentajes de alguna ONG, pensadas para complacer extintas voces que engrosan el uno por ciento de los impuestos diseñados “para el desarrollo global”.

En los cimientos de sus raíces descalzas se amontonan cercos de plásticos amurallados que nublan toda posibilidad de tocar los ardores de la tierra. Es una sustantiva distancia entre los alientos de la luz y el largo camino que apremia transitar, para llegar a los depósitos de algún silo industrial, puesto para acopiar las huellas que nos dejan los placeres del consumo. Es la era del usar y tirar, del poseer lo que nos venden los magos de lo efímero pintores de relatos con colores cautivos.

El paisaje de esta puesta en escena arrecia en el vertedero de Olusosun, Lagos, Nigeria. Es la escritura de un instante, el congelamiento de un protagonista revelado sin vestiduras de teatro. En él no se advierten luces para la escena o erguidas bandas sonoras dispuestas a narrar los quebrantos de un hombre vestido de soledad, de cercenados empeños, ramas de su monólogo.

Más de tres mil toneladas de residuos llegan a Olusosun diariamente. Más de cuatro mil personas remueven la basura, a mano, cosechando todo lo que sea vendible o reciclable. Los humanos estamos produciendo más desechos que nunca. Algunas fuentes apuntan a que el mundo genera 3,5 millones de toneladas de residuos sólidos al día, diez veces la cantidad de hace un siglo. El Foro Económico Mundial informa que para el 2050, habrá tanto plástico flotando en los océanos del mundo, que superará a los peces.

Foto Kadir van Lohuizen (Países Bajos)

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Octavio Fraga Guerra
Periodista y articulista de cine, Especialista de la Cinemateca de Cuba. Colaborador de las publicaciones Cubarte y La Jiribilla. Editor del blog https://cinereverso.org/ Licenciado en Comunicación Audiovisual por el Instituto Superior de Arte de La Habana.

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