COVID-19

Normalizar la muerte

No hemos superado aún los efectos de la primera ola, cuando la segunda nos ha cogido de lleno y la tercera nos acecha. Los países que han decidido “convivir” con el virus cuentan la cifra de muertos por centenares de miles; solo en EEUU y la UE superan los ochocientos mil según cifras oficiales. El presidente Trump deja en su país, el “faro de occidente”, un legado de 300.000 muertes; el futuro mandatario afirma que a esa terrible cifra se le sumarán otros 250.000 entre comienzos de diciembre y finales de enero. Para el nuevo y, por supuesto, para el anterior inquilino de la Casa Blanca, se trata de un evento “inevitable”.Las cifras bailan, aparecen y desaparecen. Hay un ejercicio consciente de prestidigitación estadística.
Es más que probable que  jamás conozcamos las cifras reales. Países como India, donde quinientos millones de seres carecen  de agua potable o servicios sanitarios, “solo” registran 142.000 fallecidos. Los propios servicios médicos del país confirman que, antes de la pandemia, solo se anotaba oficialmente uno de cada cinco fallecidos. El sistema hospitalario es extremadamente precario. La hambruna y la desesperación han empujado al campesinado y a los obreros hindúes a responder de forma contundente. El 26 de noviembre se producía la mayor huelga de la historia mundial, cuando 250 millones de trabajadores dejaban de trabajar durante un día protestando contra el gobierno de extrema derecha de Madi. El crecimiento de la infección parece imparable.En Occidente, la población sometida a la masiva acción de los medios ha quedado inmunizada, no contra el virus, sino contra la injusticia que representa la enorme y desmesurada mortandad en los sectores más vulnerables: los pobres que dependen de la sanidad pública y los ancianos. Las imágenes de enfermos tratados en sus coches por falta de camas en Italia, las recomendaciones para no trasladar a ancianos a los hospitales aplicando una medicina de guerra en nuestro país, o el abandono sistemático de los mayores en las residencias para que mueran como ocurre en Bélgica (y todo bajo directrices oficiales) conducen a una misma conclusión: el sistema ha decidido  desembarazarse de los sectores sociales no productivos, vaciando y renovando los “stocks” en las residencias. La población y en especial los más vulnerables son una mercancía a la que se puede exprimir utilizando la pandemia como excusa.

La pandemia no golpea democráticamente sino que tiene un profundo sesgo de clase. Es una enfermedad que afecta principalmente a los ancianos y a la clase trabajadora. El Covid-19 se propaga rápidamente en fábricas y lugares de trabajo, afectando de manera desproporcionada a los obreros que viven en hogares compartidos y multigeneracionales y que, a menudo, carecen de oportunidades de distanciamiento social.

La muerte de tantos cientos de miles, que serán millones cuando acabe la plaga, es un enorme negocio que cuenta con la pasividad de una población que ve como “inevitable” lo que está pasando. La UE va a la cabeza en esta triste carrera. Solo entre marzo y abril, el incremento de mortandad atribuible al Covid superó los 170.000 casos[1] en el conjunto de la Unión. Esto es así porque frente a este desastre humanitario el modelo neoliberal ha respondido “normalizando la muerte” para minimizar las reacciones defensivas y la población, aislada y asustada, ha asumido esta normalización. En nuestro país, la escasa movilización social –solo hay pequeños brotes de protesta– evidencia que una parte de la población no quiere saber ni quién  está muriendo, ni dónde, ni en qué condiciones.

Los medios están siendo el elemento clave para evitar que los ciudadanos pidan responsabilidades. Se ha impuesto desde el primer momento una enorme sobre-exposición informativa. El conteo de muertes es diario pero prácticamente no se hace referencia al qué, (¿qué es lo que provoca la expansión desorbitada en Occidente?); por qué (¿Por qué en algunos países asiáticos como China se ha contenido y anulado la pandemia y en Occidente padecemos la segunda y pronto la tercera ola?). No se habla del papel que ha jugado el específico modelo económico chino. No se comenta que el gobierno de ese país fue capaz de introducir cambios fundamentales en la producción; así, fabricas de material militar pasaron en pocos días de producir sofisticados equipos para aviones a fabricar respiradores y mascarillas de aislamiento para enfermeros y médicos. No se comenta que China optó por parar la economía para salvar a la población. Pekín ha mirado el medio y largo plazo; sabía que detener la epidemia era básico para mantener el crecimiento económico y es por eso que en el último trimestre de este año las exportaciones habrán crecido en torno al 10% mientras que las importaciones rondarán el 4%.

La opción en Occidente, por el contrario, ha sido salvar el beneficio económico de unos cuantos antes que salvar vidas. Las 650 mayores fortunas en Occidente han incrementado sus beneficios en unos 100.000 millones de euros en lo que va de pandemia. En lugar de cooperar, los países se lanzaron a una competencia brutal para ser el primero en comprar insumos médicos. La falta de este material, incluso el más elemental (que se ha tenido que importar de China), muestra de forma descarnada la fragilidad de los sistemas de producción europeos. El neoliberalismo reaganiano, del que la Unión Europea ha sido discípula aventajada, deslocalizó las empresas creando auténticos páramos industriales, especialmente en el sur. El caso español es paradigmático: hoy nuestro país se muestra incapaz de alimentar  su propio mercado interno con lo más elemental.

Es ese mismo modelo económico el que ahora utiliza la pandemia para enriquecerse. La bellas palabras de los políticos de turno acerca de la solidaridad entre naciones se han convertido en humo. Las vacunas y su acceso se convertirán en un arma de guerra. EEUU y la UE han bloqueado la posibilidad de hacer que la patente de las vacunas sea libre. Mantener e incrementar la tasa de ganancia es el objetivo al que se plegan los ejecutivos europeos. Las farmacéuticas han presionado a no pocos miembros de los gobiernos y multitud de europarlamentarios que esperan impacientes su recompensa. La UE reconoce en sus informes[2] cómo esas empresas urdieron redes con “apoyo” político para asegurarse pingües beneficios en el pasado. Los 1.000 millones de euros en multas  impuestos por los tribunales europeos entre 2009 y 2017 no dejan de ser las migajas que caen de la mesa.

Como decíamos, el capitalismo ha optado por normalizar la muerte. Esta opción tiene unas profundas raíces de clase, ricos y pobres no mueren  proporcionalmente igual. Se trata la “salud económica” y la “vida humana” como dos variables similares, aunque se prioriza la primera sobre la segunda. La opción sostenida en Occidente, como ya hemos dicho, ve la muerte masiva como algo no solo inevitable, sino como deseable a efectos prácticos. La transferencia de recursos públicos a entidades privadas ha ampliado enormemente el negocio y acelera los procesos de privatización con la excusa del COVID.

El capitalismo equipara la “economía” a la extracción del excedente. En la medida que la cura de la pandemia, es decir las medidas para salvar vidas, incide negativamente sobre la rentabilidad de los negocios y la acumulación de ganancias, estas acciones se vuelven inaceptables. Todo aquello que limita la extracción de la plusvalía de los trabajadores o desvíe parte de este excedente hacia servicios sociales o medidas de emergencia sanitarias es rechazado o ninguneado. Frente a la disyuntiva de “beneficio” o “enfermedad” se opta por lo primero aunque se disfraza con hermosas palabras. En un principio se hablaba de una “inmunidad de rebaño”: en el fondo,  tal y como reconoció indirectamente el premier británico, se ocultaba una apuesta por el darwinismo social; que se salven los puedan pagar su recuperación. Esta  especie de “laissez faire” social provocó un enorme aumento de sufrimiento y de muerte. Esta fue también, no lo olvidemos, la apuesta de Cristina Lagarde, presidenta actual del Banco Central Europeo, cuando en 2012 proponía abandonar a los ancianos por ser una “carga financiera”. La conclusión es evidente, los ancianos, los trabajadores no “rentables”, pueden morir: no importa demasiado puesto que es fácil encontrar nuevos recambios. Marx definía a este proceso de forma muy gráfica; hablaba de:  “la pasión ciega e incontenible del capitalismo, su hambre de hombre lobo por el trabajo excedente”. No es una figura literaria, expresa el mismo horror ahora que hace 150 años.

La respuesta ante la pandemia y, por tanto, a sus consecuencias, nace de los modelos económicos propuestos por Ronald Reagan y Margaret Thatcher (la “dama de hierro” llegó a proclamar  que ya “no existe la sociedad”). Pero esta ideología es la que ha impregnado todos los sectores del “establishment político a nivel mundial”. Ha sido adoptada acríticamente por partidos de “derechas” y socialdemócratas, populistas y conservadores. Sus raíces  son la base de las políticas capitalistas-maltusianas que ahora sufrimos. Prácticamente todos los gobiernos occidentales se han dedicado durante décadas a recortar el gasto social canalizando este excedente monetario hacia los mercados financieros. En este proceso estamos viendo como el derecho de las Corporaciones, por ejemplo la patente sobre las vacunas, pasa por encima de los derechos humanos más elementales.

Como advertimos, en nuestro mundo la vida humana tiene valor en cuanto puede producir excedente económico; nuevamente se alza el fantasma de Malthus. Estará ahí de forma perenne mientras se considere la existencia como un valor económico abstracto donde el costo de la atención sanitaria o social de la fuerza de trabajo reste plusvalía, es decir, menoscabe el beneficio. En ese momento esa fuerza de trabajo se demuestra “inútil” y prescindible. Es en definitiva, una manifestación mas de la lucha de clases.

Para salvar vidas, en esta y las siguientes pandemias que están por llegar, se requiere entender que estamos, como afirman los clásicos, en un proceso de agudización del conflicto de clases y por tanto se hace necesario repensar en un nuevo orden social, sin el cual pasaremos de una catástrofe a la siguiente sin solución de continuidad y con frecuencia cada vez más cercanas entre si. El sacrificio insensato y evitable de tantas vidas, muestra de forma descarnada el carácter inhumano del orden neoliberal. Nuevamente dos siglos después de su nacimiento la expresión de Rosa Luxemburg “socialismo o barbarie” alcanza toda su vigencia.

Notas
[1]https://www.elconfidencial.com/mundo/europa/2020-10-28/espana-lidera-el-exceso-de-la-segunda-ola-en-europa_2807180/
[2]https://ec.europa.eu/competition/sectors/pharmaceuticals/report2019/report_es.pdf

(Tomado de El Viejo Topo)

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