TRABAJOS DE LOS PNP JOSÉ MARTÍ

Las Cuabas, donde la barbarie quedó atrás

Aquella casa, muy lujosa, habla nacido en la montaña como un hombre maligno de cemento y cristal. En letras grandes se leía: FINCA PRlVADA. Los campesinos aprendieron a llamarla Chalet. Era la casa del hombre que los alquilaba a veces por unos centavos y que poseía muchas caballerías de tierra a la redonda. El hombre era despótico, áspero, cruel. Acaparaba las tierras y las aguas. Un día contrató a un peón para que le chapeara un terreno. “Señor ¿no podría aumentarme algo?” Le pidió, concluida la faena, el campesino. Cerca estaban algunos niños descalzos, terrosos. El latifundista miro al campesino y saltó como si lo hubiera picado un bicho. “Te voy a subir, pero no el jornal. iTe voy a subir a una guásima!” exclamó y sus ojillos brillaron. Eran dos pequeños pozos de odio. El campesino y los niños no se movieron. Vieron al hombre caminar un poco inseguramente, a consecuencia del alcohol ingerido, y dirigirse al interior de la lujosa vivienda, y lo vieron salir después, con una lata de galletas entre las manos. Ni el campesino ni los niños sonrieron. La desesperanza había enraizado en ellos. El latifundista amarró la lata con una soga y ésta, a su vez, la ató a la cola de sus caballos. Espantó a la bestia y comenzó a reírse brutalmente. Con los golpes la lata se abrió y las galletas saltaron. Los niños se tiraron sobre ellas. Aquel hombre seguía riendo y su risa rodó por los barrancos y era como si lo ensuciara todo con su crueldad. La escena no era nueva. Lo mismo habla hecho otras veces, rodeado de amigotes de la Ciudad. Era también su método para repartir caramelos.

La ley era él. Las Cuabas, en plena sierra del Escambray, era una parte de su feudo. Pero la insurrección estalló en las montañas, por el oriente,  y caminó rápido como fuego en el bosque y llegó hasta aquel sitio. La casa del latifundista continuaba siendo una infección en medio de las montañas, pues comenzó a llenarse de bravucones y chivatos. Y algunos campesinos fueron encontrados colgados de los árboles, acusados de prestar ayuda al Ejército Rebelde. Por eso, otro día, la lujosa vivienda fue incendiada y destruida. La guerra de liberación se consolidaba y comenzaron a rodar de boca en boca los nombres de los Comandantes rebeldes, Che Guevara y Camilo Cienfuegos, y de sus barbudos, mandados por Fidel a Las Villas para golpear mortalmente a la dictadura. La barbarle empezaba a ser acorralada.

Los barbudo explicaban a los campesinos la Reforma Agraria. A finales de 1958, en plena insurrección, el Che los reunió  y en nombre de la Revolución entregó la tierra a los que la trabajaban y les dijo a todos que también se ayudaba al Ejército Rebelde sembrando aunque fuese boniatos, “porque la guerra podía durar dos días o diez años” y que era necesario  estar preparados. A la reunión asistieron muchos campesinos de Las Cuabas, entre ellos Alfredo López, aquel  a quien el latifundista prometió  subir a una guáslma, pero esta vez sus manos no estaban apretadas de ira impotente porque recién comenzaban a tocar la felicidad. El hombre del chalet había desaparecido con sus comilonas, sus borracheras y sus amigotes. Todo era distinto ahora. Algunas veces, cuando visitaba al Che, Camilo compraba varios pesos de caramelos y los repartía cariñosamente a los niños. iQue amargo entonces el recuerdo del caballo a galope con la lata de galletas o de caramelos atada a la cola…l

Cuando el Che y sus hombree acamparon en la zona, no lejos de Las Cuabas, algunos  campeslnos se le presentaron para sumarse al Ejército Rebelde. Entre ellos fue uno, con barba de varios días, flaco, desgarbado. El Che lo miró y sonriendo con aquella su sonrisa cuando le afloraba una frase chistosa a quemarropa, que desarmaba al más apercibido, le dijo al campesino:

-Chico, no siendo para tasajo ¿para que otra cosa sirves?

-Comandante, me quedan los huesos y se los brindo a la patria.

Todos rieron. Y desde aquel día el campesino Eladio Castañeda, como otros muchos,  se hizo soldado rebelde de la Columna número 8 “Ciro Redondo”. Eladio vive actualmente en el caserío El Guineo, a medio Camino entre el Pedrero y Las Cuabas, en pleno lomerío del Escambray, y es muy querido en la región.

Hasta allí hemos ido a verle para hablar con él, y con otros de su temple, porque estos hombres son un pedazo de la historia viva del país. Hombres que ayer padecieron la barbarie y que hoy se asoman a una vida nueva que ayudan a construir con sus brazos.

“Las Cuabas era un latifundio de Rafael Colunga”, dijo Eladio a los periodistas de BOHEMlA. Un jeep los había llevado hasta el distante pueblito, construido por la Revolución.

Los moradores explicaron que en 1964 sobre las cenizas del chalet de Colunga, y en las tierras ocupadas por unos Corrales de ganado y unos viejos molinos de viento, se inició la construcción del pueblo, con la ayuda del Plan Especial Escambray organismo creado a raíz de la lucha contra los bandidos contrarrevolucionarios en la zona, para dar solución a una serie de problemas en esa montañosa región.

Esta localidad cuenta actualmente con unos 400 habitantes, 62 casas, una Tienda del Pueblo, dos escuelas, un Circulo Social, un comedor y un Circulo Infantil que facilita a las madres campesinas la integración al trabajo (en estos momentos participan en una gran recolección de guayabas ). La zona es de antigua cafetalera, ganadera y productora de frutos menores.

Una planta eléctrica de 37 kilowats, entregada por la Revolución hace un año, permite desde entonces, por primera vez en la historia de la zona, la total iluminación del pueblo cada noche. Hay más de 600 bombillas instaladas. Este servicio es gratuito. ¿Cuál no será la emoción de unos hombres que por primera vez en su vida disfrutan de la luz eléctrica? Eladio califica esa noche en que nació la luz en medio de las montañas como “noche realmente memorable”. Lo dice así, con su habla natural, y de veras es hermoso escuchar los cuentos de estos hombres. Esa noche nos acostamos tardísimo, dijo Cira Rodriguez, la joven esposa de Miguel Díaz Hernández, operador de la planta. La planta se cuida como a un niño de meses.

La propia Cira agrega, riendo ampliamente y apretando las manos: la luz eléctrica desveló a todo el mundo en el pueblo esa primera noche. Enseguida echamos a los rincones las “chismosas”. .. José Pajón Viña, otro campesino de Las Cuabas, relató así su experiencia: “Mi mujer y yo nos enfrascamos en una larga discusión. Figúrese ella no quería apagar las bombillas en toda la noche y yo a que sí; y ella que no y yo le decía, pero mira mujer que hay que levantarse temprano ipero ni así la convencí!”

Por este estilo escuchamos muchas historias. Y hasta uno hizo el cuento, riendo a mandíbula batiente, un guajiro que al regresar del campo y ver las bombillas encendidas en todo el pueblo preguntó cariacontecido de donde habían salido aquellas “luces en pomitos”…

Ei nombre de Las Cuabas viene, según explicaron los campesinos más viejos, de un palo llamado cuaba, que abunda en la región y que, por arder fuertemente  -“arde como pólvora”-  se usaba por las noches para cazar langostinos en los ríos.

También contaron estos hombres que antes sus mujeres tenían que hacer grandes caminatas hasta el arroyo El Bufete para traer el agua, pero que desde que se descubrió un manantial en la loma La Manzanilla, cada casa disfruta de agua, que baja por gravedad por una larga tubería que instalaron no hace mucho. i

“Es nuestro acueducto”, dicen. Esta felicidad los campesinos de Las Cuabas han tenido que defenderla. Primero, empezaron a conquistarla, cuando la guerra. Después, durante los primeros días del triunfo, contra el propio Colunga que volvió con varios abogados y estableció una demanda contra ellos en la Audiencia de Santa Clara. Luego vino el alzamiento de algunos bandidos, pero entonces ellos también se armaron y ayudaron a exterminarlos.

La barbarie habla sido expulsada para siempre de Las Cuabas. El Che les enseno el camino Correcto y su ejemplo sigue vivo en estos hombres de la montaña que recuerdan cuando él los reunió una noche de noviembre de 1958, en plena rebelión para explicarles la Reforma Agraria y entregarles la tierra y decirles que a la Revolución habla que defenderla con balas, con palos, con piedras, con lo que cada cual tuviera.

En las casas de Las Cuabas, un pueblo construido por la Revolución donde las montañas del Escambray besan las nubes, hay un retrato del Che en cada salita, como si fuera el de un familiar, como si todos allí tuvieran algo de su sangre.

Esto se adivina en el rostro de todos, en el de Alfredo López, a quien el latifundista quiso subir a una guásima, en el de Eladio Castañeda, campesino, ex combatiente de la Columna 8 “Ciro Redondo”, que dijo, mirando de frente el lomerío circundante:

“Este Escambray es parte de nuestra vida. Lo hemos caminado a toda hora y conocemos a sus hombres, hombres dispuesto a darlo todo por la Revolución sin pedir nada…”

Año 61, númmero 39, 26 de septiembre de 1969

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