TRABAJOS DE LOS PNP JOSÉ MARTÍ

Flash en la tarde

En el edificio de Radiocentro. En la acera, por la calle M, los usuales grupos de muchachitas a caza de autógrafos. Junto a ellas, una bandada de adolescentes, con anchas patillas y melenas copiosas estilo “Presley”. Por la escalera de entrada a los estudios, el elevador y los pasillos, discurrían artistas, técnicos y público. En la cafetería, las animadas tertulias comentando las últimas noticias de la farándula.

A las 3:17 minutos, dos automóviles se detuvieron frente a la entrada de CMQ. En su interior viajaba una docena de jóvenes. Uno de ellos descendió del primer vehículo y se situó en la acera, dirigiendo una mirada circular por los alrededores. De pronto se acalló el bullicio y hubo un movimiento mezcla de estupor y miedo. El mozo empuñaba una ametralladora ligera.

Se le unieron otros. Uno, fornido, sonrosado, con un mechón de pelo negro sobre la frente. Su cara, ampliamente difundida por la prensa y los noticieros fílmicos, era demasiado conocida para que no pudiera identificársele. De otra parte, se hizo evidente que no trataba de ocultar su identidad.

-Es Echeverría –brotó el comentario-. Es algo de los estudiantes…

La acción empezó a desarrollarse con rapidez. Uno de los autos quedó atravesando la mitad de la calle, cerrando el tránsito por ambas vías. Los peatones y curiosos, ante el despliegue de ametralladoras y pistolas se alejaron presurosamente. Echeverría impartió unas breves órdenes.

-¡Que nadie se mueva de sus puestos! ¡Aquel grupo, de espaldas a la pared, con las manos en alto!

Señaló a varios de sus acompañantes:

-Ustedes, quédense aquí vigilando en contacto con las máquinas. Ustedes suban conmigo…

El portero Maximiliano Estévez no ofreció resistencia y les franqueó la entrada. Apenas desapareció el pequeño comando insurgente se comunicó telefónicamente con el edificio para dar la alarma. José Antonio Echeverría, con el dedo nervioso, oprimió el botón de control del elevador. Ajeno a lo que estaba sucediendo arribó el actor Ernesto de Gali.

-¡Usted, las manos a la cabeza y de cara a la pared en aquel grupo! ¡Pronto!

Los radios de los autos a todo volumen, permanecían en sintonía con el noticiero. El monótono tic tac, servía de fondo a las informaciones y anuncios de rutina. Uno de los jóvenes no pudo contener una nerviosa exclamación:

-¿Qué paso? Todavía no han empezado a hablar.

-Ten calma. No han subido aún.

En ese instante, el elevador abría su puerta en la planta baja y penetraba el presidente de la FEU y sus compañeros en la temeraria aventura. Cuando el ascensor llegó a su destino en el cuarto piso, la recepcionista de turno, ante la irrupción armada, se agitó asustada.

-No se asuste, señora –quiso tranquilizarla José Antonio Echeverría-, somos revolucionarios.

La acción parecía haber sido cuidadosamente proyectada. Uno de los estudiantes quedó en el vestíbulo encañonando al técnico del master control. Los demás siguieron por el pasillo de 15 metros por uno de ancho. El líder universitario fue el primero en penetrar en la redacción del noticiero.

-No se mueva nadie –advirtió; nada les va a pasar. Somos amigos…

Tres de los invasores ocuparon posiciones estratégicas con la redacción de CMQ. Otro, pistola en mano se posesionó de la de Radio Reloj. El quinto continuó hasta el despacho de Jorge C. Bourbakis. El último –Echeverría- entró en la cabina de los locutores. Eran exactamente las 3:25. A dos kilómetros, ciudad entera, un camión rojo acababa de detenerse en la calle Colón, frente a la mansión ejecutiva.

Echeverría, sin pronunciar una sola palabra, encañonó a los locutores Héctor de Soto y Floreal Chaumont. En la mano derecha, la parabellum, con su negro hocico, apuntaba a la cabeza de De Soto. Con la otra mano, siempre en silencio, colocó sobre la mesa un file de cartón. Se produjo un bache en la transmisión, con su fondo monorrítmico de tic tac. José Antonio Echeverría hizo repiquetear, con el aviso flash de la señal telegráfica de la radioemisora. Luego señaló con el índice los textos, escritos a mano., con letras de imprenta, impecablemente dibujadas.

De Soto, con voz ahogada, obedeció la orden. El conmocional anuncio salió al aire.

-Radio Reloj reportando…

Atacado el Palacio Presidencial. Un grupo de civiles no identificados ha asaltado, hace breves momentos, el Palacio Presidencial usando rifles y ametralladoras. Los atacantes, aprovechando la sorpresa causada, han logrado irrumpir el el interior del Palacio Presidencial, donde el presidente Batista se encontraba despachando.

El timonel de la FEU se volvió hacia el otro locutor, Chaumont, para que intercalara el comercial. Y de nuevo la premiosa señal telegráfica.

-Radio Reloj reportando…

Muerto el presidente Batista. Un grupo de asaltantes al palacio Presidencial han logrado alcanzar  el tercer piso, donde se encontraba despachando Batista. Seguidamente se escuchó un nutrido tiroteo en dicha planta, y tres atacantes se han asomado al balcón del despacho gritando: Hemos matado a Batista.

La pausa y la hora:

-Las 3:28 minutos…

Y otra vez Héctor de Soto:

Radio Reloj reportando… Destituido el general Tabernilla. Nuestro repórter en Columbia, Luis Felipe Bryon, nos informa que en la mañana de hoy se celebró una asamblea en el cuartel  Cabo Parrado de Columbia, emitiéndose el siguiente comunicado: “Los oficiales y clases del Ejército, atendiendo la grave crisis por que atraviesa la nación, y velando por eol cumplimiento de los fines de esta institución, hemos acordado destituir al general Tabernilla.”

Ya para entonces toda la porción occidental de la Isla, hasta donde llegaban directamente las ondas de la emisora, estaba en sintonía con Radio Reloj. La capital, en dramática tensión, compartía su ansiedad entre las noticias que surgían de los radiorreceptores y el tableteo de ls ametralladoras en el escenario de la lucha. Los tiros le insuflaban contenido de veracidad a la impresionante secesión de flashes.

Y más noticias. Arrestado Tabernilla. La guarnición del Moncada se había sumado al movimiento.

Radio Reloj da la hora. Las 3:30 minutos…

Radiocentro compartía, en mayor grado que el resto de la ciudad, el estado de agitación que iba creciendo como una ola enorme. Bourbakis, en su despacho, hizo un movimiento para levantarse.

-Esto no puede ser, habló preocupado.

El joven estudiante levantó el cañón de la ametralladora. A su mirada asomó una fría resolución.

-¡No se mueva! ¡Quédese tranquilo o lo mato!

Los reporteros y redactores conservaron su serenidad. Desde el Palacio, por hilo directo, les llegaban los primeros avances del ataque a la sede del ejecutivo. Prácticamente, sin haberlo gestionado, las circunstancias los habían convertido en corresponsales de guerra, asistiendo, casi como protagonistas, a una de las fases de la espectacular operación insurgente.

El valor psicológico de la acción Radio Reloj completaba el audaz asalto a la residencia presidencial. Las noticias, como una obra de suspenso, aspiraban a colocar  a la ciudadanía en un estado de hipertensión. La alocución final ensayaría provocar el estallido.

-Atendiendo a la gravedad de los hechos registrados –anunció el excitado locutor De Soto- va a dirigirse al pueblo de Cuba el presidente de la FEU, José Antonio Echeverría…

José Antonio Echeverría, sin abandonar la ametralladora, se acercó al micrófono para iniciar la arenga. Empero, el presidente de la FEU alzó demasiado la voz, y un aparato automático, ultra sensible –el relieve- instalado en la cabina de control, desconctó la planta del aire. Sólo se escucho el primer párrafo.

-Pueblo de Cuba –exclamó con acento vehemente-, ya el dictador Fulgencio Batista ha recibido su merecimiento. En su propia madriguera de Palacio ha encontrado su justo castigo…

El resto de la proclama no salió al espacio. Su texto quedó abandonado sobre la mesa cuando los comandos estudiantiles desalojaron la emisora.

En esta jornada de gloria –decía el documento- junto al Directorio Revolucionario se han encontrado la Federación Estudiantil Universitaria y los comandos civiles capitaneados por Faure Chaumont, el doctor Menelao Mora y Carlos Gutiérrez Menoyo, así como cientos de cubanos honrados y valientes. ¡Ahora te toca participar a ti, pueblo! Lánzate a la calle para respaldar con tu presencia el triunfo de la revolución. ¡Obrero, abandona inmediatamente tu trabajo y secunda la huelga revolucionaria! ¡Soldado, marino y policía, únete a la lucha junto a tus hermanos, que ya el enemigo común ha sido liquidado! ¡Pueblo, apoya a la junta revolucionaria civil militar!

Al quedar silenciado Echeverría, uno de sus compañeros, que escuchaban desde el despacho de Bourbakis, se precipitó a la cabina.

-Está fuera del aire –le notificó-, creo que debemos marcharnos…

José Antonio Echeverría vaciló unos segundos, mas decidió la retirada. Otra vez la pistola ametralladora conminó a la pareja de locutores.

-Ustedes vienen con nosotros…

Y al personal de redacción:

-¡Que no se mueva nadie!

Salieron al pasillo con De Soto y Chaumont marchando delante, las manos en alto. Frente a la cabina del máster control hicieron señas a los otros rebeldes que vigilaban al operador Fernández Un grueso cristal separaba la cabina del vestíbulo. Echeverría apretó el botón del elevador. Alguien al parecer indiferente a las ametralladoras, le tocó en el hombro. Era Nicolás Bravo.

-Dígame, joven –preguntó-, ¿es cierto eso que está dando Radio Reloj?

-Es verdad –contestó lacónicamente José Antonio Echeverría.

En el último instante, uno de los jóvenes consideró peligroso que las plantas de Radiocentro continuaran en el aire, en condiciones de ofrecer rectificaciones.

¡Hay que romper el control! –propuso.

Y uniendo la acción a la palabra descargó una ráfaga sobre el panel de cristal. Las balas hicieron blanco en lo equipos amplificadores. Otras balas salpicaron la mes semicircular de control. El operador, en una rápida zambullida, se arrojó al suelo para protegerse. El locutor De Soto aprovechó la confusión creada por la balacera para correr. En la escalera chocó con la actriz Violeta Jiménez que subía, arrastrándola con él. Ambos se refugiaron en el departamento del archivo musical, en l tercer piso.

El periodista Paco Ichaso abandonaba  en esos momentos su oficina en el edificio de los Mestre. Su secretaria, Carmita, lo detuvo.

Eran las 3: 42 minutos. El líder de la FEU y sus acompañantes ganaron la calle. Los autos los esperaban con el motor en marcha, y en la acera, montando guardia, con las armas en la mano, permaneció el resto de los rebeldes cuidando la retirada del grupo de Echeverría. Surgió un fugaz tiroteo y un cabo de la policía, de la sección de tránsito, resultó herido.

El auto en que iba José Antonio Echeverría fue el primero en partir: tomó por M hasta Jovellar, donde torció a la derecha rumbo a la Universidad. En esta esquina y L chocaron con una perseguidora, que venía en dirección contraria. El encuentro  según la versión más generalizada, resultó accidental. El chofer del vehículo de los estudiantes inició la refriega, disparando a través del parabrisa contra los tripulantes del carro policial.

Echeverría, que ocupaba el asiento delantero y a la derecha, fue el primero en lanzarse al suelo, haciendo fuego contra los agentes que ripostaban a su vez. Mientras tiraba, avanzó hacia el patrullero. A unos dos metros se derrumbó herido, pero se levantó de nuevo arrojando la pistola y extrayendo un revólver de la cintura. Una rociada de la ametralladora lo alcanzó en el rostro y el tórax. El joven alumno de Arquitectura cayó sobre el lado derecho. Una extensa mancha de sangre se fue ensanchando bajo su cuerpo. La perseguidora dio marcha atrás y salio a L.

(…)

En más de una oportunidad lo recogieron herido en la zona polémica de Infanta y San Lázaro. A veces, las acusaciones policiales lo forzaron a sumergirse en la clandestinidad. Pero siempre, en la tribuna, con la palabra, y en la calle, con el ejemplo, mantuvo su posición de vertical oposición al régimen. Bajo su liderazgo, la causa del estudiantado cubano traspasó las fronteras nacionales, arrancando acuerdos solidarios en los congresos de Santiago de Chile y Ceilán, en los que participó Echeverría.

En el camino de regreso a Cuba, el timonel de la FEU hizo escala en la ciudad de México, donde suscribió el famoso pacto insurreccional con el Movimiento 26 de Julio (M-27-7) que lidera Fidel Castro.

Al decir de sus compañeros de lucha, José Antonio Echeverría parecía actuar bajo la convicción fatalista de que su destino no podía ser otro que la muerte en breve plazo. Se recordaba que en ocasión del sepelio de su hermano Alfredo, víctima de un accidente, se abrazó al féretro.

-Hasta luego, Alfredo –se le oyó expresar-, muy pronto estaremos juntos otra vez.

Murió a los 24 años. Era el Día del Arquitecto.

En Cuba, 24 de marzo de 1957.

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