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Poder revolucionario, entre lo emergente y lo perdurable

Lo emergente y lo perdurable no siempre fueron un matrimonio bien llevado en Cuba. Sometidos a la tiranía de las circunstancias, entre acosos y obsesiones mezquinas, el proyecto político de la Revolución se vio envuelto en duros y continuos episodios, a un estado permanente de emergencia. El sonido de las sirenas pocas veces se apagan, y cuando lo hacen es para darnos una tensa calma.

Lo anterior hace parte del milagro levantado después de 1959. Ese tipo de situaciones dio forma a la imagen de un país erigido desde una trinchera, con todos los derivados que ello implica, tanto por el lado de las prosperidades extraordinarias, como por el de las deformaciones ordinarias.

No podemos olvidar que más de 20 años de crisis continuada, y entre tantas necesidades por satisfacer y problemas por resolver, se incubó entre nosotros una sicología de la urgencia, con su difícil secuela de desmotivaciones.

Por eso se agradece tanto que el país busque imponer no solo su ritmo, sino conducir, como no lo hemos logrado hasta hoy, el tiempo de nuestra transformación, por encima de las interminables escaramuzas.

Ahora mismo, mientras la grave situación sanitaria y de crisis total nos desemboca en una extraña «normalidad», al final de la crecida encontramos como disminuyen las justificaciones para alimentar corrientes políticas retardatarias, para abrir paso a los contornos de una nueva mentalidad e institucionalidad.

De eso acaba de dar fe la pasada sesión del 5to. Período Ordinario de Sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular en su 9na. Legislatura con la aprobación de las leyes del Servicio Exterior; de Organización y Funcionamiento del Consejo de Ministros; de Revocación de los Elegidos a los Órganos del Poder Popular; y del Presidente y Vicepresidente de la República.

Ni siquiera las fuertes sacudidas de la COVID-19 detuvieron el ímpetu para dar cuerpo normativo a la Constitución de la República recientemente aprobada con la continuidad del cronograma legislativo.

Como resultado de ello, todos los órganos superiores del Estado cubano cuentan ahora con sus normas de funcionamiento, algo esencial no solo camino a la construcción de la institucionalidad contemplada en la Carta Magna, sino rumbo a la solidificación del Estado Socialista de Derecho.

Acaba de tomar su forma legal el radical replanteo de la organización del Estado y del Gobierno de la República establecido en la segunda Constitución del período socialista, aprobada en referendo por amplio consenso popular.

El repaso minucioso de esas disposiciones permite apreciar una mejor definición de poderes que, como apunté en otro momento, acentúa los contrapesos políticos, en un período en que se profundiza la paulatina sustitución de las figuras históricas en el liderazgo y toman las riendas personalidades más jóvenes, que no acumularon la autoridad que ofreció la participación en la lucha antibatistiana.

Ese equilibrio y diversidad de poderes, bien administrados, pueden favorecer una mejor proporcionalidad, ecuanimidad, armonía y balanza en la toma de decisiones, y a la larga cimentar la fortaleza e irreversibilidad del sistema socialista.

Algo que distingue especialmente esas normativas es el peso de la rendición de cuentas y del control popular sobre los elegidos a los principales cargos de dirección, así como las amplias posibilidades de revocación, que favorecen hacerlo tanto con los elegidos como con disposiciones que contravengan el espíritu de la legalidad.

En ese sentido, el Parlamento ofreció una señal llamativa cuando, tras presentarse el Informe de Liquidación del Presupuesto del Estado de 2019, se realizó un análisis crítico de las fisuras, muchas veces graves, que comprometen su ejecución. Como se insistió, el Presupuesto del Estado cubano tiene rango de ley, y las leyes están para cumplirse. Esa estructura estatal suprema, por supuesto, para someterla a riguroso control.

No menos relevante fue apreciar la intensidad del empeño por dejar de administrar crisis para hacerlo con el desarrollo. Así se evidenció en las intervenciones del viceprimer ministro y titular de Economía y Planificación, Alejandro Gil Fernández, y del Presidente de la República Miguel Díaz-Canel Bermúdez. Este último, tras insistir en la urgencia de acelerar el ritmo de las transformaciones profundas que nos debemos, resaltó la voluntad del Gobierno de avanzar con determinación en los dos meses que restan del año para alcanzar el mayor nivel de implementación.

Entonces vino nuevamente a la memoria la forma en que la reverenda Miriam Ofelia Ortega Suárez, quien fuera diputada a la Asamblea Nacional, recordaba siempre a Fidel: «escuchaba, trataba de comprender y realizaba acciones rápidas, sorprendentes y únicas». Parece que solo así podríamos empatar, en lo adelante, lo emergente y lo perdurable.

(Tomado de Juventud Rebelde)

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Ricardo Ronquillo
Periodista cubano. Presidente de la Unión de Periodistas de Cuba.

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