LA CÁMARA LÚCIDA

El cine y la inclusión: radiografía de una industria

No podemos minusvalorar la capacidad de la industria audiovisual para modelar los marcos semánticos dentro de los cuales se desarrollan las pautas de comportamiento de la población. Por consiguiente, algunos países empiezan a regular la presencia de diversos colectivos en la producción e interpretación cinematográfica. ¿Cuál será el alcance de las nuevas medidas?

En el mundo actual en crisis, parece que ficción y realidad se solapan sin que uno sepa dónde termina una y empieza la otra. Sin embargo, el cómo se generan, presentan y escenifican las historias que contamos para evadirnos, entretenernos o cuestionarnos pose un papel fundamental en la construcción del mundo. Por ello, la falta de inclusión y visibilidad de diversos colectivos en la industria cinematográfica adquiere una relevancia con consecuencias sociales.

Tras la primera temporada de la serie original de Star Trek, la actriz Nichelle Nichols decidió dejar de formar parte de la tripulación del Enterprise. Nichols daba vida a Uhura e, insatisfecha con el desarrollo de su personaje, comunicó al creador Gene Roddenberry su intención, quien a su vez le pidió que la valorara durante el fin de semana. Ese mismo sábado un seguidor de la serie quiso conocerla y solicitó a Nichols que reconsiderara su decisión. Ese trekkie era Martin Luther King. La visibilidad de Nichols en la serie suponía una doble rareza en antena: mujer y afroamericana encarnado a un personaje en una posición de poder. Era la única y su presencia no solo era una apertura de puertas sino un modelo para las siguientes generaciones.

Más de medio siglo después, la falta de papeles relevantes para mujeres y poca inclusión de diversas minorías en las ficciones que creamos sigue siendo una realidad acuciante. En este complejo 2020, el Ministro de Cultura y Deporte español, José Manuel Rodríguez Uribes, anunció dentro del ‘Plan de acción 50/50’ que se reservaría el 35% de las ayudas destinadas a proyectos cinematográficos a aquellos cortometrajes y largometrajes independientes dirigidos por mujeres, con la intención de extender los criterios a largometrajes de gran presupuesto en 2021.

Muchos países, como España, aún siguen ajustando soluciones parciales dentro del binarismo de género y proponen medidas muy limitadas basadas en la incentivación a través de las ayudas públicas, sin adoptar planes que formen parte de una iniciativa más ambiciosa y global que ampare a diferentes colectivos y minorías. Por ejemplo, en España, además de reservar el 35% de ayudas a proyectos dirigidos por mujeres y dentro de las nuevas medidas incluidas en la Ley del Cine, se ha buscado aumentar la inclusión de las personas sordas o con discapacidad visual estimulando la incorporación, pero solamente en cortometrajes, de subtitulado y audiodescripción.

Al otro lado del Atlántico, la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas presentaron unos nuevos requerimientos de igualdad para optar al Óscar a la mejor película, una serie de requisitos que afectan a tanto contenido como producción de los filmes en una apuesta por abarcar la problemática de la inclusión. La Academia estadounidense se ha decidido por intervenir en aspectos de producción, en la composición de la fuerza laboral de los largometrajes y, no sin críticas en contra, en la narrativa de las historias que el cine comercial plasma en pantalla, buscando dar visibilidad a un amplio número de colectivos.

Los requerimientos de la Academia norteamericana afectan a contenido y producción. Los filmes aspirantes a un futuro Óscar deben cumplir una cantidad mínima de requisitos dentro de una amplia variedad de posibles requerimientos[i]. Entre ellos destacan el contener como mínimo un personaje principal o relevante perteneciente a una minoría étnica o racial, al menos un 30% de los papeles deben pertenecer a dos grupos con baja representación, la historia principal o el tema debe centrarse en un grupo con poca representación, al menos un 30% del equipo de producción debe formar parte de grupos con poca representación, un número clave del equipo creativo debe pertenecer a grupos con poca representación, entre muchos otros requisitos, especificando que estos grupos con poca representación son mujeres, minorías raciales o étnicas, personas LGTBIQ+, personas sordas o personas con discapacidad física o cognitiva. Los Óscars hacen un paso novedoso que no solo afecta a su funcionamiento interno como organización, sino que busca influir tanto en las películas que los grandes estudios van a producir como en la composición de la fuerza laboral de los propios estudios.

El cine y la inclusión: radiografía de una industria

Cierto es que la realidad socioeconómica de Estados Unidos es diferente a la española y que el país norteamericano vive actualmente un momento reivindicativo muy concreto, pero entre la propuesta española del 35% y el compendio de requisitos de la Academia norteamericana existe una distancia de ambición relevante. Falta por ver si las medidas de los Óscars son incluso suficientes, ya que muchas películas podrían cumplir ya de facto los requerimientos. Por ejemplo, El irlandés de Martin Scorsese cumpliría los requisitos gracias a la diversidad existente dentro de su empresa productora, Netflix, y a los programas de integración que ésta desarrolla, a pesar de que la película cuenta con un director, un guionista y actores principales blancos y hombres. Sin embargo, otros títulos como la ganadora al Óscar a la mejor película en 2001 Una mente maravillosa, hoy en día no alcanzarían el mínimo, tal y como ha reconocido su propio director Ron Howard[ii]. El tiempo dirá si la voluntad de cambio tras estas medidas es suficiente para crear el efecto que buscan.

Con estos nuevos requisitos, los Óscars, como representantes del cine de entretenimiento mundial y valedores de una industria que domina el mercado internacional, buscan reconducir una tendencia propia que cristaliza las problemáticas estructurales de la dominante industria cinematográfica estadounidense. Pese al liberalismo que se le atribuye desde ciertos campos políticos, Hollywood suele generar productos conservadores que intrínsecamente reflejan los problemas sistémicos sociales, y los Óscars han sido repetidamente el garante de estos largometrajes.

Año tras año se les había exigido a estos galardones una mayor diversidad, y la Academia respondía invariablemente con un episodio más dentro de una extensa colección de controversias. Por ejemplo, en 2015 se creó el famoso hashtag #OscarsSoWhite (Óscars tan blancos) en un momento en que los miembros de la Academia eran 92% blancos y 75% hombres. Para la edición de 2016 se repitió la situación de que todas las personas nominadas en categorías de actuación eran personas blancas, generando una petición de boicot por parte de destacadas personalidades de la industria. En 2017 consiguieron convertir lo que debía haber supuesto un momento de redención al premiar a Moonlight (una película centrada en un personaje gay afroamericano) en un confuso sainete al anunciar a La La Land como la triunfadora, tras lo cual un miembro del equipo de esta supuesta ganadora anunció él mismo que Moonlight era la vencedora, y concluyendo el espectáculo con los equipos de ambas películas, los auditores de PWC, Warren Beaty y Faye Danaway perdidos en escenario bajo los títulos de crédito. En 2019 no hubo presentador para la gala gracias a los tweets homófobos del presentador que habían escogido para la edición. En 2020, edición en la que premiaron por primera vez un largometraje extranjero como mejor película, las nominaciones a la mejor dirección no contaron con ninguna mujer por segundo año consecutivo.

Volviendo a este lado del Atlántico, los problemas estructurales de muchos de los grandes galardones son similares, aunque han contado con menor publicidad. Por ejemplo, los premios BAFTA ingleses anunciaron para su edición de 2020 unas nominaciones marcadas una vez más por su falta de diversidad en las categorías de actuación. En la última década, el 95% de estas nominaciones han recaído en actores blancos. Por séptimo año consecutivo, no había tampoco ninguna mujer nominada a la mejor dirección.

Dentro del territorio español, los Goya pueden parecer un ejemplo de diversidad, ensalzando recientemente a Pedro Almodóvar e Isabel Coixet, fomentando a la vez el plurilingüismo y la inclusión de actores con discapacidades. Sin embargo, en los nominados a la mejor dirección en las últimas 10 ediciones hay 35 hombres y 5 mujeres, no habiendo ninguna mujer en los últimos dos años. En estos momentos, la cuota de filmes nominados a los Goya en la última década y que han sido dirigidos por mujeres es de un 12%, lejos del 35% al que aspira el Ministerio de Cultura y a un abismo del 50%.

¿Son los ejemplos de los grandes galardones representativos de una industria o una problemática aparte propia de estos certámenes? ¿Cuál es el efecto del binarismo reductor, por ejemplo, hombre-mujer y blanco-no blanco, en sí mismos y en otros colectivos como el LGTBIQ+? La realidad de la representación en el mundo cinematográfico se puede componer a través de ciertas estadísticas, las cuales se encuentran más estudiadas en el contexto estadounidense que en el español. No obstante, como nota previa, las estadísticas permiten obtener una radiografía de la situación, pero crean un fenómeno de simplificación cuestionable. Obligan, por ejemplo, a una identificación como hombre o mujer y niegan una visión fluida de la identidad de género; confunden la presencia de una persona de un determinado colectivo con la importancia que esa persona ha tenido dentro del filme; y muchas veces se centran en el equipo productivo y no en las historias que ven los espectadores, cuando son las historias que contamos las que también ayudan a configurar el mundo en el que vivimos.

Ante la pantalla y en la dualidad simplificada hombre-mujer que excluye una visión más completa del concepto de género, de las 100 películas más taquilleras en Estados Unidos en 2019[iii] [iv], el 66% de los personajes con diálogo o nombre eran hombres y un 34% mujeres. Solo 14 títulos presentaban un elenco equitativo. 94 omitían la existencia de personas que se identifican como mujeres pertenecientes al colectivo LGTBIQ+ y solo un título presentaba a una protagonista LGTBIQ+. Únicamente una película se encontraba protagonizada o coprotagonizada por una mujer mayor de 45 años. Tras la pantalla, del conjunto formado por directores, guionistas, productores, editores y directores de fotografía, el 20% eran mujeres. Las mujeres directoras alcanzaban el récord de componer un 12% del colectivo de realizadores, habiendo sido de un 4% en 2018[v]. La desigualdad de esta realidad se extiende a los críticos de cine, siendo en Estados Unidos un 65% hombres y un 35% mujeres[vi].

En España, según datos del Ministerio de Cultura, el empleo en actividades cinematográficas, de vídeo, radio y televisión consolida su tendencia negativa y se sitúa en 62% hombres y 38% mujeres. Menos de un 20% de los largometrajes se encuentran dirigidos por mujeres y un 65% de los filmes cuentan con un equipo de guionistas exclusivamente masculino[vii]. Esta situación se encuentra en sintonía con la realidad del mundo cinematográfico europeo, donde un informe de 2017 del Consejo de Europa indica que el número de largometrajes dirigidos por mujeres era de un 19%, enfatizando una lenta subida ya que en 2003 era de un 15%[viii]. Sin embargo, en España existe paridad en cuanto al género de los espectadores que acuden a las salas de proyección[ix]. La diversidad del público pocas veces se ve reflejada en pantalla ni tampoco se halla presente en la producción de un largometraje. Pese a que no son los espectadores quienes producen y distribuyen los títulos presentes en la cartelera, hace falta una mayor responsabilización por parte del espectador como pieza indispensable en la financiación y difusión de los productos cinematográficos.

En la pequeña pantalla, según el informe elaborado por el colectivo español CIMA (Asociación de mujeres cineastas y de medios audiovisuales), el grupo de ‘directivos-guion-producción’ con presencia de mujeres es del 8%, frente al 92% de hombres. Sin embargo, el protagonismo en series de televisión tiende a ser coral y repartido entre hombres y mujeres, aunque más del 80% de los roles para mujeres se basan en un estereotipo de “feminidad”[x]. Muchas películas y series clásicas y contemporáneas (como la trilogía original de La Guerra de las galaxias, Avatar, Los Vengadores, La red social, El señor de los anillos y la mayoría de los capítulos de Juego de Tronos[xi]) no superan el famoso test de Bechdel, el cual no exige demasiado para satisfacerlo[xii]. La radiografía cuantitativa de las estadísticas muchas veces esconde una realidad cualitativa más preocupante que afecta a la visión de los diversos colectivos que se muestran en pantalla.

Otro de los mayores colectivos que ha sufrido falta de representación tanto cuantitativa como cualitativamente es el LGTBIQ+. En EE.UU., donde existen estadísticas más completas y según un estudio realizado por GLAAD (Gay & Lesbian Alliance Against Defamation), el 18% de los largometrajes más taquilleros de 2019 incluyeron algún personaje del colectivo LGTBIQ+, de estos un 65% eran identificados como hombres y no había ninguna persona transgénero o no-binaria. Según las conclusiones de su informe, se aprecia una reducción de la diversidad y de la importancia de los roles en la representación de la comunidad LGTBIQ+, donde el 56% de las películas que incluían a personajes LGTBIQ+ les dedicaban menos de tres meros minutos de pantalla. Solo un 8% les otorgaba más de 10 minutos. Todo apunta a que, en la actualidad, es la televisión y no el cine el medio más progresista en EE.UU.  Según otro estudio de GLAAD[xiii], es donde se ha experimentado una mayor inclusión de personajes y actores LGTBIQ+ –a excepción una vez más del colectivo transgénero–, donde un 10% de los personajes recurrentes eran LGTBIQ+ y un 46% mujeres[xiv].

En cuanto a la diversidad racial en Estados Unidos en largometrajes de 2019, los resultados cuantitativos marcan una tendencia ligeramente más positiva. El 65% de los personajes de las 100 películas más taquilleras eran blancos, siendo la realidad demográfica del país del 60%[xv]. La comunidad identificada como negra o afroamericana (13% de la población) supuso el 15% de los personajes con diálogo o nombre. Más extrema resulta la falta de inclusión de la comunidad latina, un 18% de la población y sin embargo presente en solo un 5% de los roles. Un 15% de los títulos no contaba con ningún personaje negro o afroamericano y un sorprendente 44% presentaba una carencia similar de un personaje hispano[xvi]. Es interesante un análisis cualitativo y ver que la mayoría de latinos (62%) aparecen en películas encarnado miembros del crimen organizado, bandas o traficantes[xvii].

Según los datos disponibles, la problemática de inclusión y diversidad en el cine es múltiple. Por un lado, existe una enorme desigualdad en el acceso a posiciones creativas en la producción de un largometraje y de poder dentro de los estudios. Por otro, hay una situación de falta de visibilidad en los roles disponibles para muchos colectivos y éste es un problema tanto cuantitativo como cualitativo. No solo es necesaria una mayor diversidad e inclusión en cuanto al número de papeles sino también es necesario que éstos tengan peso específico en la arquitectura narrativa del filme y que, a la vez, no sean un compendio de clichés estereotipados que perpetúen una visión sesgada del colectivo al cual pretenden dar visibilidad.

Las soluciones implantadas hasta la fecha han dado pocos frutos y es extraño que, por ejemplo, en unas sociedades occidentales donde la mayoría de la población son mujeres, éstas continúan siendo una minoría con exigua representación y con un limitado acceso a posiciones relevantes dentro de la industria cinematográfica. Demasiadas políticas o incluso roles en filmes han resultado en meras acciones simbólicas. En la búsqueda de soluciones por parte del Ministerio de Cultura, se aprecia la creencia de que el enfocarse en aspectos como la subsanación del acceso a la dirección de filmes corregirá muchos de los problemas restantes, mientras que la apuesta de los Óscars es intervenir en todas las facetas buscando un cambio de espíritu en el cine de entretenimiento que la Academia representa. Toda valentía es poca, ya que es preocupante que incluso la propuesta de los Óscars pueda quedarse corta una vez se aplique en el mundo real.

Quién cuenta las historias y qué es lo que las historias narran tiene y siempre ha tenido una importancia crucial desde los inicios de la humanidad. En 2017, Nature Communications publicó un interesante estudio antropológico sobra la práctica humana de contar historias. Tras investigar a varios grupos donde aún existe la práctica oral de contar historias, los antropólogos llegaron a la conclusión de que “grupos con una mayor proporción de versados contadores de historias estaban ligados a un mayor nivel de cooperación.”[xviii] Las historias resultan un vehículo que fomenta la cooperación social y el aprendizaje de normas sociales, una conclusión tal vez poco sorprendente pero que remarca la importancia que tiene la presencia de las narrativas que construimos.

En España, los delitos de odio aumentaron en 2019 un 7% con respecto a 2018, según datos del Ministerio del Interior[xix]. Dentro de esta cifra, se esconde la más dramática de que los delitos por racismo o xenofobia se incrementaron un 21%, los relacionados a la orientación sexual e identificación de género un 9%. Las denuncias por agresión sexual se incrementaron un 11% en 2019, el número de menores condenados por delitos sexuales un 29%[xx]. La brecha salarial entre mujeres y hombres solo se ha reducido en un ínfimo 0.4% en un año y se situó en un 22% en 2017 –fecha de los últimos datos disponibles–, al mismo nivel que se encontraba en 2007[xxi]. Y, sin embargo, España es de los países más igualitarios, por encima de la media europea[xxii] en cuanto a igualdad de género.

Los cambios a nivel jurídico y en marcos legales como la Ley del Cine no son la única herramienta de transformación social. La ficción tiene la responsabilidad de actuar y para ello necesita ampliar su propia diversidad, incluir una pluralidad de voces y fomentar que éstas tengan espacio tanto en el escenario como en los bastidores donde se producen las historias. La realidad no se reduce a un problema estadístico, sino que se extiende al aspecto cualitativo de las ficciones que creamos y las sociedades que construimos. Desde la conversación entre Martin Luther King y la actriz Nichelle Nichols ha transcurrido más de medio siglo, pero la reivindicación sigue plenamente vigente.

(Tomado de El Viejo Topo)

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