LAS CARABINAS DE POCHO

A Maceo, en efectivo

El Zanjón puso en evidencia que no había una Isla de Cuba, sino dos. La frontera entre ambos mundos era una trocha que se extendía de sur a norte, de Júcaro a Morón, y servía de observatorio y punto de control a las tropas colonialistas. La Trocha —un sendero abierto en territorio avileño, salpicado de blocaos—, conectaba y dividía a la vez Oriente y Occidente, los dos extremos del espacio insular.

Contamos con los supuestos testimonios de Pancho Escobar y su sobrino político, Clodomiro, ambos vecinos de la zona[1] y este último, ahora, residente en Yucatán. Ellos  pueden darnos una idea del momento en que se incorporaron al campo insurrecto, del trauma que tuvieron  al volver de la guerra, y del reencuentro de ambos cuando Clodomiro visitó el terruño  en 1886.

¿Cómo había quedado la zona al terminar la guerra, después de diez años de abandono (de siete años de ausencia, en el caso de Pancho y su familia)? La visión que da Pancho –y él sabía muy bien lo que decía, pues había sido subprefecto del distrito– no puede ser más desoladora. “Las casas quemadas, los corrales destruidos, las crías, desaparecidas: ni vacas, ni caballos, ni cerdos, ni gallinas.” ¿Para comer? No había nada que comer. “Aun las jutías montaraces estaban casi extinguidas.” (167)

Clodomiro era nada menos que Clodomiro Betancourt, que en Cuba había sido impresor de dos periódicos emblemáticos —El Cubano Libre, en su segunda etapa, y El Mambí—, ambos publicados en uno de aquellos rincones de la manigua que las tropas españolas y sus secuaces trataban infructuosamente de descubrir.[2] Clodomiro les cuenta a los amigos la experiencia del viaje que acababa de hacer desde Yucatán: una escala en el puerto de La Habana, luego otra, muy breve, en el de Nuevitas, y finalmente el traslado a Puerto Príncipe, por tren. Allí —después de visitar amigos, tanto en la ciudad como en el campo— llega a la triste conclusión de que en Cuba el contraste entre ambos mundos es abismal.

“…la capital crece y se embellece —dice—,  en tanto, nuestros campos se han estancado y aún se ven las huellas de la guerra por todas partes. La economía que yo conozco es  la azucarera [en Yucatán trabajaba como maestro de azúcar], en la que aprecio la diferencia de la parte occidental, donde se fortalecen los ingenios, desaparecen los pequeños y crecen los grandes con máquinas modernas, aumentan las líneas de ferrocarril, se extiende el telégrafo, mientras en las provincias orientales siguen en ruinas muchos de los ingenios y campos de caña, los caminos son intransitables y la producción se torna muy difícil”. (190-191).

Pensando en los viejos tiempos –los que precedieron a la llegada de Martínez Campos—, Pancho habla de la admiración que le merecía el trabajo de sus sobrinos, encabezados por Clodomiro, en aquella imprentica perdida en lo profundo del monte. Las condiciones no podían ser más desfavorables, pero su sobrino lograba hacer un periódico de buena tipografía, impresión limpia y “armónico formato”…, cosas que él apreciaba muy bien porque sabía, por experiencia propia, “el trabajo que [se] pasaba con los suministros de papel, que se tenían que cortar a la medida”. Cada número del periódico tenía cuatro páginas, de dos columnas cada una, y los amigos se sentían orgullosos “de lo bien impreso que quedaba”, y del cuidado que ponían los encargados de la corrección “para que saliera sin errores.” (127)

Pero ahora el tema de conversación que más interés suscitaba entre  los principeños no apuntaba al pasado. En efecto, casi todas las preguntas que dirigían a los visitantes giraban,  sobre todo, en torno a la actualidad política: como veían ellos la situación prevaleciente, tanto en Cuba como entre los emigrados, en aquellos días de 1886. Clodomiro tenía la impresión de que en Cuba el autonomismo había ido ganando terreno en la voz de algunos de los más notables intelectuales de la época, y  que la prensa, aunque dominada por los códigos integristas, disfrutaba ahora de márgenes de permisividad inimaginables en otros tiempos. En cuanto a México, podía asegurarles que la población yucateca acogía con simpatía a los emigrados y apoyaba la causa de Cuba libre. Un hecho había conmovido recientemente a los cubanos de Mérida y Progreso: la visita del general Antonio Maceo, que había anunciado en ambas ciudades la decisión de reanudar la lucha. Pero eran muchas las dificultades y pocos los recursos disponibles… Clodomiro casi no lo deja terminar. Quería dejar claro que él —“en acto solemne” y en su condición de miembro del Club Patriótico de Mérida—, le había entregado a Maceo “189 pesos en efectivo” (190) para apoyar el plan independentista. Los años habían pasado, en Cuba la fatiga dominaba los ánimos, la impaciencia y la improvisación habían conducido al fracaso de 1880…, pero entre los revolucionarios, tanto de adentro como de afuera, aquella llamita no se apagaba nunca. La tenían metida en la sangre.

Si hubieran necesitado un poco más de combustible para mantenerla viva, les habría bastado escuchar el testimonio de otra emigrada, Isabel Rodríguez, mambisa de la vieja guardia, residente en Honduras, que también estaba de visita en Puerto Príncipe y ese día había invitado a sus contertulios a almorzar. En Honduras se establecieron Gómez y Maceo con sus familias, y allí radicaban, además, veteranos como Flor Crombet, Carlos Roloff y el doctor Eusebio Hernández. Hacía dos años que los patriotas recorrían los centros de la emigración cumpliendo tareas proselitistas. Nadie ignoraba que Gómez y Maceo habían designado a Salvador Cisneros Betancourt como el hombre que debía tomar el mando en Camagüey. (193).

La mañana se había ido volando. Isabel aprovecha una pausa para anunciar que el almuerzo está servido. “Fuentes de masas de puerco, de boniatos y plátanos”, frutas en abundancia, y de postre, “un rico arroz con leche y el fuerte y aromático café traído de las sierras orientales” (192). Satisfacción general. Nada que ver con la rutina gastronómica de la manigua.

[1] Modesto González Sedeño: La vida pública y secreta de Encarnación de Varona. Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, 2004. (Se trata de glosas elaboradas por el autor basándose en documentos de la época. Los números entre paréntesis remiten a las páginas citadas.) Debo el conocimiento de esta publicación a María Eugenia Fornés Varona.

[2] Sobre el tema de la imprenta mambisa véase la sección así titulada en A. F.: El libro en Cuba (Editorial Letras Cubanas, varias ediciones).

(Publicada en el Boletín del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau). Ilustración: Ary Vincench.

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Ambrosio Fornet
Ambrosio Fornet (Veguitas de Bayamo, 1932), ensayista, crítico literario y editor. El autor de Cine, literatura y sociedad (1982); Alea, una retrospectiva crítica (1987); El libro en Cuba (1994); Las máscaras del tiempo (1995); Carpentier o la ética de la escritura (2006); Las trampas del oficio (2007) y Narrar la nación (2009). También de los guiones para los filmes Retrato de Teresa (1979) y Mambí (1998). Es miembro de la Academia Cubana de la Lengua y ha sido merecedor del Premio Nacional de Edición (2000) y del Premio Nacional de Literatura (2009).

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