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Felicidades, camarada Ambrosio

El editor, crítico, ensayista y escritor cubano, guionista de cine e investigador, Premio Nacional de Literatura y Premio Nacional de Edición, Ambrosio Fornet, celebra hoy su cumpleaños 88.

Como homenaje, Cubaperiodistas rescata la entrevista Conversaciones electrónicas con Ambrosio Fornet, publicada en el diario Juventud Rebelde e incluida por el propio Ambrosio en su libro A título personal.

Por Jaisy Izquierdo

Ambrosio Fornet lo conocí en mis últimos días de estudiante universitaria, cuando, enfrascada en faenas investigativas, tropecé con la polémica que se había desatado en la prensa a partir de la película Retrato de Teresa, cuyo sólido guion fuera escrito por el más reciente Premio Nacional de Literatura.

Recuerdo la amena charla que sostuvimos en su apartamento del Vedado, sobre todo porque Ambrosio, celoso guardián de las palabras, me insistió para que copiara en una hoja cada una de las respuestas, pues nunca, me advirtió, debía fiarme de las grabaciones.

Por estos días en que recibo con agrado la noticia de que este autor, quien ha dedicado su vida entera a la crítica aguda, a la ensayística, a los estudios literarios… ha sido distinguido con el lauro mayor de las letras cubanas, después de ostentar el Premio Nacional de Edición, no pude menos que enviarle vía correo electrónico un cuestionario, en medio de la algarabía de la 19 Feria Internacional del Libro Cuba 2010, para decirle simplemente: querido Ambrosio, usted tiene la palabra.

—¿Qué le aportó al Ambrosio escritor tantos años dedicados a la edición?

—Le parecerá raro lo que voy a decirle, pero es la pura verdad: me aportó un gran sentido de síntesis, porque durante todos esos años elaboré decenas de textos de solapas y contraportadas, y aprendí a describir —de forma suficientemente sucinta y atractiva como para atraer realmente al lector— todo tipo de obras, tanto narrativas como ensayísticas o dramáticas. Eliseo Diego me sugirió alguna vez, con su fino sentido del humor, que publicara un tomo con esos textos, que podría titular Solapas completas. Como no iban firmados, a veces me tomaba la libertad de incluir en ellos opiniones de otros, como en el caso de la contraportada de una novela de Agatha Christie, que publicamos en la Colección El Dragón, en la que definía a la autora como «la mujer que más ha ganado con sus crímenes después de Lucrecia Borgia». Eduardo Heras insiste en decirme que esa es la joya de la colección y se empeña en darme todo el crédito por ella, aunque yo le he aclarado cien veces que eso lo leí en alguna parte, no recuerdo dónde.

—¿Cómo fue su escalada literaria desde su primer libro de cuentos hasta la crítica? ¿Cuál es la crítica que admira y cuál la que disfruta escribir?

El prestigio de que hoy goza la literatura y por extensión los escritores es el resultado de una labor de medio siglo, de un proceso sostenido de crecimiento, de ampliación, tanto de la instrucción y la cultura como del horizonte y el alcance de nuestro sistema editorial

—En realidad, yo empecé escribiendo ensayos, el primero de los cuales (de 1953) estuvo dedicado a Martí, en el centenario de su nacimiento. Mi primer libro de cuentos, que al cabo resultó ser el único, lo publiqué en Barcelona cinco años después. En cuanto al tipo de crítica que admiro y disfruto, como autor y como lector, es la que encuentra la manera de sugerir que lo mejor no ha sido dicho, que el placer mayor está como oculto, en las propias páginas del libro analizado, que es algo que el propio lector puede y debe descubrir. En dos palabras: una buena crítica es la que supone, a la vez, una invitación y un desafío. Por eso es que no abundan.

—¿Piensa en algún momento regresar a la ficción, o escribir acaso una novela…? ¿Cuáles son los libros que le quedan por delante?

—Es una pregunta curiosa, que demuestra que los editores tienen éxito en sus operaciones de marketing, pues han llegado a la conclusión de que es la novelística la que tiene más demanda, y por tanto parece natural que por ahí se oriente la pregunta. Sin embargo, no, no pienso volver a la ficción, me atrae más la idea de volver al ensayo monográfico, que en este caso sería la segunda parte de El libro en Cuba, dedicada al movimiento editorial de la primera mitad del siglo… porque la segunda fue una catarata en la que participé, pero que no me atrevo a historiar, por temor a que no me alcancen el tiempo ni las fuerzas.

—Usted como testigo fidedigno del desarrollo de la literatura cubana, ¿qué piensa hayamos alcanzado durante los últimos 50 años?

—Es una pregunta muy ambiciosa, que solo podría responderse cabalmente con un largo artículo o en unas pocas líneas. Puesto que aquí el artículo no procede, opto modestamente por las líneas. Estos últimos 50 años le han dado a la literatura cubana la dignidad del trabajo productivo y la condición de fenómeno social. Desde la tercera década del siglo XIX ha habido en Cuba, sin interrupción, lo que conocemos como Literatura, pero la misma fue siempre una actividad de exiguas minorías destinada a minorías igualmente exiguas, concentradas sobre todo en La Habana. De ahí que el escritor, por carecer de una función social palpable, fuera considerado una especie de loco inofensivo o de parásito.

«El prestigio de que hoy goza la literatura y por extensión los escritores es el resultado de una labor de medio siglo, de un proceso sostenido de crecimiento, de ampliación, tanto de la instrucción y la cultura como del horizonte y el alcance de nuestro sistema editorial».

—¿Cree que las antologías, como supuestas selecciones donde se recogen los textos más sobresalientes, han contado la historia de lo mejor de nuestras letras?

Creo que la continuidad entre la literatura que hizo nuestra generación y la que hacen hoy los jóvenes está dada por el sentido de responsabilidad con que unos y otros han asumido las exigencias del oficio, las propias de la actividad literaria

—Juan Ramón Jiménez —que por lo visto consideraba que esas compilaciones eran bastante arbitrarias y respondían siempre a los antojos del compilador— las llamaba antojolías. Pero ese ingenioso exabrupto solo lo suscriben al ciento por ciento los autores que quedan fuera de las antologías. Estas siempre expresan un criterio personal, desde luego, pero de personas que suelen ser intelectuales de prestigio y cuyos gustos, por consiguiente, expresan también un criterio colectivo, el canon prevaleciente en un momento dado, una jerarquía que sucesivas generaciones de críticos han ido estableciendo con sólidos argumentos. Que alguien se atreva a hacer una antología de la poesía cubana excluyendo los nombres de Heredia, Casal y Martí, por ejemplo, o de Guillén y Lezama, y verá lo que le cae encima. Se desprestigia, simplemente, o se convierte en un payaso, en el hazmerreír de sus colegas. Por tanto, el nivel de antojo o arbitrariedad, en este caso, solo funcionaría impunemente cuando se trata de poetas jóvenes, aún no canonizados. Por eso se dice que el único antólogo más o menos infalible es el Tiempo.

—¿Podemos decir que existe una continuidad literaria en las obras escritas por las nuevas generaciones?

—Creo que la continuidad entre la literatura que hizo nuestra generación y la que hacen hoy los jóvenes está dada por el sentido de responsabilidad con que unos y otros han asumido las exigencias del oficio, las propias de la actividad literaria. En ninguno de ambos casos se han producido manifestaciones de chapucería, facilismo o frivolidad. En los dos casos se advierte el empeño de dar testimonio de su tiempo y de las fluctuaciones que se observan en la conducta de los distintos sectores sociales, expresiones a su vez de cambios en la conciencia colectiva.

«Aunque es lógico que las diferencias sean más notables que las semejanzas. Nosotros éramos hijos del entusiasmo y de la absoluta confianza en el futuro, y los jóvenes que hoy tienen poco más de 20 años nacieron con el desplome de la Unión Soviética y con las escaseces e incertidumbres del período especial, a las que habría que añadir la crisis de valores que se manifiesta en otros aspectos de nuestra vida. Sus expresiones literarias aparecen como antítesis de las nuestras, hasta el punto de que han sido enmarcadas bajo la denominación de literatura del desencanto. Sus temas no son ya los propios de la épica, sino los conflictos de la vida cotidiana y la afirmación de su propia identidad individual y generacional. Pero, ¿acaso esa orientación —que todavía resulta ser dominante— les impide clasificar como literatura de la Revolución? ¿O será simplemente otra cara, otro punto de inflexión de esa literatura, que nos permiten verla, justamente, en la dinámica de su desarrollo, como totalidad y como proceso?

«Hemos sobrevivido a todas las catástrofes y están pasando grandes cosas en el mundo. Serán los jóvenes quienes acabarán inscribiendo la fisonomía de los nuevos tiempos en el mapa de la literatura, así que confiemos en ellos y abramos bien los ojos, para que lo que está por venir no nos coja desprevenidos».

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