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El matón desenfrenado

La mesa donde Estados Unidos suele poner los problemas debe estar al derrumbarse. Son tantos los asuntos caseros o exteriores acumulados sobre ese soporte ficticio usado con frecuencia enfermiza, que no debe soportar mucho más. Ahora mismo y de nuevo “todas las opciones” están ahí y en esta oportunidad para ver cómo convierten el gran dilema de las protestas socio-étnicas en un trampolín que les impulse a la luna. O lo que es igual: que Donald Trump sea reelegido.

Que el candidato demócrata Joe Biden acuse al presidente de atizar los odios subyacentes en la sociedad norteamericana, acentuando su división, es tan natural como que cada mañana salga el sol. Y no miente. El problema está trascendiendo la habitual disputa entre dos aspirantes a la Casa Blanca. No se inscribe propiamente en los emplazamientos típicos de estos pleitos.

Y el trasfondo es comprometido, muy fuerte. Vemos a un jefe de estado animando a la ultraderecha nacional, aplaudiéndoles como “Grandes patriotas”, por los actos provocadores hechos en varios momentos y escenarios, tomando de objetivo a quienes se manifiestan contra la discriminación racial desde el brutal asesinato de George Floyd el 25 de mayo en Minneapolis. El policía que lo asfixió se declara inocente. No hizo nada malo, según los patrones al uso, con la legitimación del presidente.

Los extremistas animados por Trump incrementan sus niveles agresivos y durante semanas caldean un ambiente sobresaturado con un punto de ignición inflamado por estos ultras con armas, a quienes Trump elogia y cuida. A contrapelo, la emprende contra los reclamantes de sus derechos y el cese de la impunidad que permite disparar sin pensarlo mucho a los afro descendentes o abusar de ellos. Según el mandatario, los ciudadanos que protestan son “ignominiosos anarquistas” y los “demócratas radicales de izquierda” les apadrinan.

El móvil evidente es criminalizar a los manifestantes y, al mismo tiempo, al partido opositor en la contienda por la jefatura del país. Tilda de “socialistas” y radicales a los demócratas. Eso es ridículo. A los solidarizados con las exigencias populares en marcha también les descalifica y ataca. Por ejemplo, dice que “los antifa solo quieren cosas malas para el país”. Se refiere a personas no organizadas pero contrarias a los grupos extremistas y al neofascismo. Es una especie de asociación espontánea y no única de EE.UU. que reacciona solo ante sucesos puntuales y este es el caso.

Donald Trunp y su segundo Mike Pence, están usando el lema Ley y Orden como eje en la campaña; pretenden militarizar las ciudades donde hay protestas, en especial, las dirigidas por demócratas, en clara maniobra de desprestigio. No les inquieta la existencia de individuos como Kyle Rittenhouse, un voluntario de la policía de Kenocha, (Wiscoisin) que disparó sus armas sobre los manifestantes matando a 3 de ellos.

Justifica el gatillo fácil de aquellos agentes capaces de disparar repetida, exageradamente sobre la misma víctima sin motivo para tal frenesí. Pero el presidente carga la mano contra sus ocasionales adversarios y de muestra valga este botón: “La gran reacción en Portland no puede ser inesperada para nadie después de 95 días viendo a un alcalde incompetente que no tiene ni idea de lo que hace”, tuiteó Trump. El alcalde de la ciudad no se quedó callado y en rueda de prensa le dijo: “Tú has establecido el odio y la división pero quieres que yo acabe con la violencia que tú creaste”.

A expertos y neófitos les inquieta el afloro de paramilitares y supremacistas blancos en una gama de sujetos y grupos que están encantados de salir del sótano sin que el gobierno haga nada en su contra.  Antecedentes cercanos y notorios de la propensión trumpiana fueros apreciados en el 2017, cuando los neonazis hicieron una marcha en Charlottesville y atropellaron a una demandante adversaria. Fue cuando él estimó que había gente “muy buena” entre los supremacistas, tal cual aplaude después a otra asociación (QAnon) con programa e ideas algo lunáticas y muy dañinas. A estos les agradeció que le amen.

Cuando Joe Biden o cualquier otro acusa a Trump de alentar odios, división y violencia, tienen base en lamentables hechos. No son entelequias del tipo usado por el magnate siempre dispuesto a imputar sin pruebas, en su provecho. Recuérdese su frase durante las protestas recientes en Minneapolis: “cuando los saqueos comienzan, comienzan los disparos”. Si no es un llamado a sus adeptos extremistas para enfilarlos hacia los del Black Lives Matters, se parece tanto a la agitación irresponsable que provoca pavor. Está desatando energías tenebrosas solo por mantenerse en el cargo, sin darse cuenta de cuántos demonios libera.

Ciudadanos y especialistas se ocuparon de documentar unos 400 incidentes intimidatorios de supremacistas blancos, amenazas con armas de fuego y 64 agresiones físicas. Luego no son hechos casuales ni inofensivos. Obedecen a un plan, quizás no bien articulado pero letal. Fuentes oficiales, asimismo, revelan que en el semestre transcurrido fueron asesinados o se lesionó a una cantidad superior de afroamericanos, si se compara con el mismo período del pasado año. No es mero accidente que esa intensidad de los daños ocurra cuando está en juego la jefatura del país.

Para Steven Gardiner, miembro de un centro de pensamiento que estudia la extrema derecha estadounidense (Political Research Associates): “Existe la posibilidad, aunque no es seguro, de que Trump les pida salir a las calles para provocar caos. Podría ser un intento de hacer que las elecciones no parezcan válidas y eso sería muy grave”. Así afirmó a la agencia EFE.

Razones sobran para concordar con este experto, no el único en sentir esos temores cuando Trump y su séquito demonizan a los demócratas, les acusan de fraguar un fraude electoral, como si estuvieran en un rincón tercermundista como aquellos donde Washington estimularon o protegen ese tipo de acciones. En tanto, he ahí el mayor peligro, aúpan fuerzas tenebrosas que sería preferible eliminar pero las están alimentando. ¿Podrán devolverlas a su sitio después?

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