PERIODISMO CIENTÍFICO

Humanos y animales, conectados por los genes y la evolución

Al evolucionar todos los animales de un mismo antepasado común, compartimos la misma información genética; es decir, los mismos genes para “hacer” un organismo que reconocemos como animal.

En el transcurso de los miles de millones de años de evolución, esos genes se fueron diferenciando, lo que hizo diferentes a una esponja de un celenterado, a éste de un molusco, a los moluscos de los vertebrados y, dentro de estos, a los reptiles, las aves y los mamíferos, y entre los mamíferos, a los roedores, los monos y ciertos monos como el chimpancé y los humanos.

Si analizamos nuestro genoma (el conjunto total de la información genética que caracteriza a todas las especies), encontramos entonces genes que han perdurado casi desde los primeros animales pluricelulares.

Cuando se compara el genoma de la especie humana con el genoma de otros organismos, la similitud resulta sorprendente, indicando un origen común de todos los organismos, mostrando nuestra mutua relación y los cercanos que estamos unos de otros.

El conocimiento del genoma de la especie humana recién secuenciado, descodificado y en proceso de reinterpretación, continúa revelando lo que nos hace seres humanos con conciencia.

Los seres humanos siempre nos hemos considerados únicos y excepcionales, separados y por encima de todos los demás seres vivientes. Esta visión deformada, transmitida a través de los siglos y milenios, no se corresponde con los últimos avances científicos de la biología molecular para seguir considerando al ser humano separado de todos los demás seres vivientes que forman parte del planeta Tierra.

Todos estamos relacionados porque somos poseedores de un mismo código genético, el responsable de la transmisión de la información hereditaria y el garante de nuestra individualidad.

Cuando se comparó el genoma del ser humano con la levadura eran similares en un 30 por ciento, con la mosca de la fruta sus similitudes son cercana al 60 por ciento y con el genoma del ratón sus similitudes fueron cercanas al 90 por ciento.

Esta similitud se refiere solamente a los genes estructurales codificadores de proteínas, que conforman solo el 2 por ciento de los diferentes arreglos estructurales de los genes de todos los organismos; el resto son otros tipos de genes como los reguladores de otros genes y secuencias de genes perdidos, invertidos o trasladados a otros cromosomas.

Con relación a la comparación de los genomas del ser humano con el chimpancé, este reveló que en un 98.4 por ciento son similares, lo que revela que nos diferenciamos apenas con el insignificante porcentaje del 1.6 por ciento.

Se ha encontrado otra conexión genética nada menos que con el cerdo, muy similar a la que tenemos con el chimpancé, pero ello no puede explicarse por homología, pues el grupo de los cerdos no se relaciona con el antepasado inmediato de los humanos.

A esta coincidencia de caracteres, no explicado por homología, los evolucionistas le llaman evolución convergente y los caracteres similares compartidos se denominan caracteres análogos.

Los cerdos son adaptables, fáciles de seducir con los alimentos y susceptibles a la domesticación, igual que los humanos. Ellos sufren de los mismos defectos genéticos que estos últimos, incluyendo el Alzheimer, el Parkinson, la obesidad.

Los elementos genéticos denominados elementos cortos dispersos (SINES, por sus siglas en inglés), lo comparten cerdos y humanos, así como algunos aspectos de morfología, como la carencia de los pelos desarrollados en la piel, una gruesa capa de grasa subcutánea, ojos de color claro, nariz saliente y pesados párpados. El tejido de la piel del cerdo y sus válvulas del corazón son compatibles con el cuerpo humano.

Un caso clásico de nuestra conexión con otro grupo de animales, lo tenemos en el gen FOXP2, esencial para el desarrollo normal, tanto del habla de los humanos como del canto en las aves, en estas últimas, el gen es más activo en una parte del cerebro cuando son jóvenes, precisamente el período durante el cual las aves aprenden a cantar.

Los genes FOXP2 mutados, tanto en aves como en humanos, hacen que el canto y el habla respectivamente, se hagan más variables y con defectos de imitación. En los ratones, ese mismo gen es necesario para aprender secuencias de movimientos rápidos; su no funcionamiento provoca que el cerebro no forme las conexiones que normalmente registran lo aprendido. En los humanos, el gen FOXP2 es crucial para aprender la rápida secuencia de movimientos de labios y lengua con que expresamos nuestros pensamientos.

El genoma de la mosca de la fruta Drosophila, comparte el 75 por ciento de sus genes estructurales con los humanos, lo que conduce a un crecimiento parecido, una memoria similar y una conducta equivalente en la vida amorosa.

Los psicofármacos para humanos también tranquilizan a estas moscas y muestran las mismas reacciones ante el alcohol, se marean, quieren sexo, y pierden la claridad mental.

Un estudio más profundo, abarcando otras muchas especies de plantas y animales, determinó la existencia del gen GMP- Kinasa dependiente (PKG), en 19 especies, con 32 variantes, incluyendo algas verdes, la hidra, peces y humanos. Este gen codifica para la proteína GMP- Kinasa dependiente, una importante molécula de reconocimiento celular, que modula la conducta alimentaria en escenarios evolutivos muy diferentes. El exceso de la mencionada proteína, es lo que causa la mayor actividad en la alimentación.

Al comparar sistemáticamente las variaciones genéticas en el genoma del ser humano, el chimpancé, el papión, el gato, el perro, la vaca, el cerdo, la rata, el ratón, el pollo y dos especies de peces, los investigadores confirmaron que en el árbol de la evolución de los mamíferos, los primates (ser humano, chimpancé y papión en este caso) se encuentran más relacionados con la rata y el ratón que con los carnívoros (perro y gato) y los artiodáctilos (ungulados con un número par de dedos, entre los cuales se encuentran la vaca y el cerdo). Un resultado que justifica evolutivamente, utilizar roedores como modelos para el estudio de los trastornos humanos.

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Vicente Berovides Alvarez
Profesor Emérito de la Universidad de La Habana.

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