FIEL DEL LENGUAJE

Fiel del lenguaje 38 / Distanciarse de los errores

Aunque pueda ser una ilusión, disfrutémoslo. En nuestro ámbito parece que distanciamiento físico —también se podría decir sanitario— va usándose más que distanciamiento social, de resonancias indeseables, aunque sean involuntarias. Lo más importante, se dirá, es mantener la separación necesaria entre personas para no contraer el sarscov-2. Esa es una medida vital, pero ¿vale desentenderse de expresiones que puedan enraizar en surcos extralingüísticos indeseables?

Conceptos que se ponen de moda provocan tal diversidad de criterios que, para no entrar en juicios de valor, puede calificarse de amplia. El columnista recuerda fundados reparos de autores como Roberto Fernández Retamar y Fernando Martínez Heredia con respecto a capital humano, y recientemente el economista y profesor Jorge Casals Llano se pronunció en similar sentido. Habrá más ejemplos, pero parece que quienes comparten las aprensiones están, estamos, en desventaja numérica, y hasta jerárquica.

Una vez más se refiere “Fiel del lenguaje” a confusiones que no cesan, como las que se aprecian entre nacional e internacional, debidas, entre otras causas, a que el segundo término suele tomarse como sinónimo de extranjero. Así se reduce el alcance de valores del país propio, en beneficio de los ajenos, a los que con ello se atribuye significación internacional, cualidad que, además, suele entenderse como universal.

El despropósito es, a menudo, fruto de prácticas divulgativas y pedagógicas que se enlazan con el pensamiento promovido desde centros de poder, desde viejas o nuevas metrópolis económicas, políticas y culturales. En Cuba, para solo mencionar tres autores, habitualmente se ubica en la literatura nacional a José Martí, Alejo Carpentier y Nicolás Guillén; en la latinoamericana se sitúan las letras del territorio, excluyendo a Cuba. Las otras se clasifican como universales, aunque no siempre las representen autores que por su altura se acerquen al cubano Martí y al nicaragüense Rubén Darío.

Como otros, los pueblos de nuestra América han sufrido el dominio de Occidente o, en el menos malo de los casos, aún padecen su influjo. No se habla aquí de Occidente como topónimo, sino como concepto político, económico y cultural: dicho con mayor claridad, como designación con que se sublima el capitalismo que ha uncido al mundo.

Cuando hace algunos años el Museo Nacional de Bellas Artes fue felizmente remozado y ampliado, sus colecciones se repartieron en dos edificios: Arte Cubano y Arte Universal, división que oscila entre práctica y engañosa. En el primero están, digamos, Carlos Enríquez y Wifredo Lam. A los del otro inmueble esa parcelación los reconoce como universales. En el que se identifica como su décimo cuaderno de apuntes, José Martí escribió: “¡Cuánto tiempo suspiré por una buena Historia Universal!” Duele pensar que hoy tendría que suspirar igual o casi igual que entonces, porque, a pesar de la luz que él mismo y otros pensadores han aportado, perduran falacias, tinieblas.

Da tristeza, o pena ajena, que en un medio informativo que da voz a nuestros pueblos, un comunicador nacido y formado en esta región diga al hablar de la campaña de los Estados Unidos contra China: “Los occidentales tenemos prejuicios con respecto a Oriente”. Para colmo, lo dice como si lo hiciera en nombre de nuestra América, y no podemos estar tranquilos contando con que en Cuba no se emiten juicios como ese.

También Oriente desborda lo geográfico, y los prejuicios que podamos tener hacia los pueblos que lo componen no vienen de que en nuestra América seamos occidentales. No lo somos. Pertenecemos a una comunidad occidentalizada a la fuerza desde 1492 por los poderes dominantes que, para asegurar sus prerrogativas de conquistadores, han propagado e impuesto sus concepciones como si fueran valores y verdades universales. No se descarte que haya quienes disfruten sentirse occidentales y se pierdan saberse del Sur, el mismo que con pasión y tino alabó Hugo Chávez. De ahí el nombre de Telesur.

Ahora bien, incluso entre personas que comparten actitudes e ideas, discrepar sobre criterios significativos —si se hace con buena luz— puede aportar claridad. Diferente es lo que sucede con errores rampantes que, para empezar, muestran desconocimiento del idioma, y poco o ningún interés en conocerlo.

El español atesora los vocablos ninguno/ninguna y cualquiera con significados distintos, a diferencia del inglés, idioma en el que, de acuerdo con el contexto, pueden reducirse a any, también válido para englobar a alguno/alguna. Si en español se quiere enfatizar que el gobierno de los Estados Unidos no tiene argumentos para probar las acusaciones que urde contra Cuba, lo pertinente será la negación “El gobierno estadounidense no tiene argumentos para probar ninguna de sus acusaciones contra Cuba”, no “cualquiera de sus acusaciones contra Cuba”, como se ha oído.

Cuba, por el contrario, tiene —afirmación— cómo probar cualquiera o cualesquiera de sus acusaciones contra los Estados Unidos: todas. A veces, al abordar distintos asuntos, se dice “Todo no está bien”, pero lo que se ha intentado decir es “Todo está mal”. Otra cosa puede expresarse, o se expresa, con “No todo está bien”.

Cambiando de tema. Ni siquiera en publicaciones científicas resulta seguro que la aceptación de un texto para editarlo escape siempre a veleidades políticas y de mercado. Si no se quiere poner en duda, sino alabar —como parece haber sido el caso— lo anunciado por una institución científica de Rusia sobre un medicamento creado en ese país, ¿por qué decir, sin los matices pertinentes, sin referencia alguna a las veleidades antes aludidas, que el anuncio no ha circulado “en ninguna publicación importante”? ¿Vale soslayar las fuerzas geopolíticas y de todo tipo que actúan contra Rusia, incluso en el área de las ciencias y en lo relativo al enfrentamiento de la actual pandemia?

Reconocer esa realidad no obliga ni a ser rusófilo devoto o acrítico ni a confundir a Rusia con la Unión Soviética, como para decir que el capitalismo podrá ser derrotado gracias a la solidaridad de las huestes progresistas del mundo, especialmente de Rusia. Semejante formulación pasaría por alto algunos datos minúsculos, como el sistema sociopolítico que hoy rige ese país.

Es el sistema que es, no el que queramos imaginar, aunque en su dirección brillen figuras que ocuparon altos cargos cuando allí se suponía que aún se intentaba construir el socialismo, y que dichas figuras trabajaban en función de ese propósito. Nada de eso niega el importante papel que Rusia desempeña como potencia necesitada de oponerse a planes de los Estados Unidos y, en esa medida, defensora del multilateralismo, que hoy se presenta como la fórmula práctica de intentar equilibrar el mundo.

Vale, además, hacerse una pregunta: ¿quiénes deciden qué publicaciones merecen ser consideradas importantes? ¿Lo sabe de veras quien comenta la información y no hace ninguna salvedad sobre ese punto? Todo se aclara, o se oscurece aún más, si esa persona habla de “el covid-19”. Así propicia que su preparación para tratar el tema —si la tiene— sea cuestionada por quienes reciben la noticia. ¿Cómo estar seguros de que lo domina si ni siquiera muestra conocer bien el nombre de la enfermedad?

Parece necesario seguir reiterando que covid-19 es un acrónimo acuñado a partir del inglés: co[rona]vi[rus]d[isease]-19. El número responde a que la enfermedad se detectó en 2019, y el núcleo de la sigla —ubicado de acuerdo con la sintaxis de aquella lengua— es disease, que significa enfermedad, sustantivo femenino: como en la enfermedad de Perthes, no en el síndrome de Tourette.

Fiel del lenguaje” ha recordado ese hecho, así como lo relativo al uso de según, pero parece necesario reiterarlo. Al decir “Según el gobernante, no tiene esos males el país”, no se expresa lo mismo que con “El gobernante informó que el país no tiene esos males”. Se deja de lado “El país no tiene esos males”, que es variante rotunda asumida por quien hace pública la información, mientras que aquellas reconocen el valor y la responsabilidad de la fuente que les da base y crédito: el gobernante, o la que fuese.

También pudiera hacerse para ponerla en duda, y un efecto igual que con según puede lograrse empleando estructuras donde asome incertidumbre o prudencia, aunque se haga involuntariamente, por impericia expositiva quizás, no con la intención de crear duda sobre la información, o no avalarla: “Cuba no reporta nuevos casos de contagio” no equivale a “No se detectan nuevos casos de contagio en Cuba”, y mucho menos a “No hay nuevos casos de contagio en Cuba”, negación que —en una pandemia y sin pruebas contundentes— cabe considerar aventurada.

Ha de procurarse, en general, una comunicación inequívoca, y ese requerimiento crece en la información pública, llamada a merecer la mayor confianza, y para la cual se emplean medios costosos y es de suponer que se contratan profesionales calificados. Se necesita voluntad de superación permanente —en lo que cada quien tiene una responsabilidad intransferible—, y se aprecia cada vez más la urgencia de organizar talleres, seminarios y cursos obligatorios y de alta calidad, como para que nadie se duerma en las clases, ni en los laureles que tenga, o crea tener.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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