LAS CARABINAS DE POCHO

Crónica de un deterioro anunciado

Un comentario de Carlos Manuel de Céspedes, recién citado en el Boletín DeManzanillo, pone de manifiesto el vínculo que existió, hasta bien entrado el siglo diecinueve, entre el espíritu de la Ilustración y el oficio de periodista. “El periodismo bien entendido –escribió Céspedes– es uno de los elementos más poderosos de la civilización y el engrandecimiento de las naciones”. Son palabras mayores. Fueron publicadas en El Eco, de Manzanillo, el 19 de julio de l857. Pero no había pasado medio siglo cuando William Randolph Hearst, dueño del Journal de Nueva York, amonestó a su corresponsal en La Habana porque éste aseguraba que, pese a la voladura del Maine, no se percibían aires de guerra en el ambiente. “Usted ponga las ilustraciones –dicen las malas lenguas que le cablegrafió Hearst–, que yo me encargo de poner la guerra”. Sea como fuere, lo cierto es que de ese modo el llamado periodismo amarillo ganó sus credenciales por partida doble: aumentando espectacularmente la tirada de los periódicos y creando un estado de opinión favorable al imperio naciente, lo que a su vez podría resumirse en dos palabras: Dinero y Poder.

Ahora que lo pienso, son factores –ambos–, siempre presentes en los conflictos que marcan la dinámica de algunas obras de ficción detectivesca, los thrillers clásicos de Dashiell Hammett y Raymond Chandler, por ejemplo. Y lo pienso no por casualidad, sino porque arañando viejos libreros y desempolvando viejas carpetas di de pronto con los originales de una traducción revisada de La llave de cristal, de Hammett, que publicamos en la colección Biblioteca del Pueblo en 1967. Para esa edición se me ocurrió traducir y añadir, como apéndice, “El sencillo arte de matar”, un ensayo de Chandler aparecido años antes en The Atlantic Monthly en el que se reconocía el magisterio de Hammett y se hacía una afirmación histórica: después de él, bastaba que el personaje de un relato detectivesco dijera “Okey” para que el autor fuera acusado automáticamente de plagiario.

Es verdad que el rechazo al creciente mercantilismo que dio origen a  la literatura folletinesca coincidió con la aparición misma del fenómeno, pero entonces todo se reducía al espacio recreativo del periódico; en cambio, el proceso de degradación y desprestigio que sufrió la gran prensa en la primera mitad del siglo veinte abarcaba su función informativa y superaba todos los pronósticos. Ya en 1931, en La llave de cristal, Hammett nos muestra al mafioso O´Rory, dueño de garitos metido en política, quien tratando de descreditar al candidato que pretende reelegirse como alcalde de la ciudad, le ofrece un jugoso soborno a Ned Beaumont para que éste le cuente todo al dócil periodista del Observer que él mantiene en su nómina. Todo quiere decir todo: “todo lo que sabe de sus marañas”, “todas las porquerías con que se gobierna la ciudad”. Con el director del periódico podían contar de antemano: “está endeudado hasta la coronilla”  y “hace lo que le ordenan hacer y publica lo que le ordenan publicar”.

Veinte años después el deterioro se ha hecho irreversible. En El largo adiós (1953), de Chandler, el detective Philip Marlowe conversa con el magnate petrolero Harlan Potter en su mansión del sur de California. Potter  confiesa amargamente que es dueño de varios periódicos pero que no resiste su gritería y desfachatez. Los periodistas defienden una libertad que en la mayoría de los casos es “la libertad para vender el escándalo”, y es así como logran que el periódico cumpla su función: “hacer dinero”. Pudo haber mencionado otras funciones más sutiles –manipular la opinión pública, por ejemplo– pero de eso, medio siglo después de Hearst, todavía se hablaba poco.

Un buen día los más lúcidos gurúes y videntes, desconcertados, sacudirán la cabeza. La prensa –ahora potenciada por imágenes, más tarde articulada en redes—comenzará a esparcir sospechas y especulaciones como si fueran noticias. ¿Armas de destrucción  masiva, dice usted? ¿Ataques sónicos, dice usted? Acláreme, por favor, ¿de dónde salen esas historias? ¿En qué thriller está eso?

(Publicada en el Boletín del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau).

Imagen: Ary Vincench.

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Ambrosio Fornet
Ambrosio Fornet (Veguitas de Bayamo, 1932), ensayista, crítico literario y editor. El autor de Cine, literatura y sociedad (1982); Alea, una retrospectiva crítica (1987); El libro en Cuba (1994); Las máscaras del tiempo (1995); Carpentier o la ética de la escritura (2006); Las trampas del oficio (2007) y Narrar la nación (2009). También de los guiones para los filmes Retrato de Teresa (1979) y Mambí (1998). Es miembro de la Academia Cubana de la Lengua y ha sido merecedor del Premio Nacional de Edición (2000) y del Premio Nacional de Literatura (2009).

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