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“El Monstruo de la Laguna de San Miguel del Padrón”

Antes de que se me olvide…

 Un antecedente lejano

Loch Ness es el lago más profundo de Escocia. Se conoce en todo el mundo gracias a “Nessie”, nombre que le pusieron al legendario dueño de sus inquietantes aguas. Pero, ¿quién les dijo a los escoceses que sólo ellos pueden darse el lujo de tener un monstruo en su lago más importante? Esto se preguntaban los sanmigueleños al proclamar la existencia de su propio monstruo, hace 49 años.

Las hojas amarillentas de un breve guion de radio y la mitad de un despacho cablegráfico de la desaparecida agencia United Press International (UPI) —fechado en Miami el día 11 de agosto de 1971—, son mis únicos referentes para no abusar de la memoria. Iba a botarlos, pero preferí leerlos y recordar.

En la Dirección Informativa del ICR, los despachos noticiosos nos llegaban por medio de ruidosos teletipos, donde salían impresos en rollos de papel, bajo los mismos principios de la máquina de escribir. Un empleado se encargaba de cambiar rollo tras rollo, de cortar los despachos y organizarlos por agencia en bandejas portapapeles. Por eso logré guardar el despacho de UPI, del cual ya sólo queda la mitad.

Sin ir muy lejos y sin intenciones de opacar la fama de “Nessie”, retrocedo en el tiempo y les cuento la historia de “El Monstruo de la Laguna de San Miguel del Padrón”.

¡“Radio Bemba” informando…!

Todo comenzó con la noticia, de boca en boca, de la existencia de un monstruo en una laguna ubicada en San Miguel del Padrón. “Radio Bemba” mantuvo despierta durante días la curiosidad popular sobre esa localidad habanera.

¿Recuerdan una película producida por Universal que se estrenó aquí en 1954, titulada “El Monstruo de la Laguna Negra”? Era la historia de un híbrido de ser humano y pez de agua dulce que merodeaba en aguas del Amazonas, y se encaprichó en la novia de uno de los científicos que quería cazarlo. Por ahí andaba la cosa en San Miguel del Padrón, salvando las distancias geográficas y temporales.

Pero nuestra prensa no le dedicaba una línea a un asunto que, —según algunos decisores—, carecía de importancia para el conocimiento público, cuando siempre había temas de alta prioridad informativa, incluida la zafra, el tabaco y la pesca de altura. Siguiendo esa línea editorial, no había espacio en los noticieros radiales y televisivos, —mucho menos en los periódicos—, para monstruitos más o menos mojados.

Entre los reporteros de la Dirección Informativa del ICR las opiniones estaban divididas, pero ya “El Monstruo de la Laguna de San Miguel del Padrón” estaba reclamando que alguien dijera algo en los medios nuestros y no esperar versiones ajenas. La bola crecía por días. Llegó a hablarse de desapariciones de personas.

Como era habitual, tratándose de coberturas que incluyeran aventuras, peligros y riesgos potenciales, el jefe de Información, —nuestro fraterno colega Freddy Moros—, no encontró un reportero más oportuno que yo para salir con el tema del monstruo esa misma noche, en El Rápido de las 7 en Punto.

El Noticiero Nacional de Televisión (NTV) todavía estaba en la era del celuloide. Nada de videotape; eso vino después. Dada la escasa importancia que se le daba al monstruo, no se me asignó camarógrafo para sacar el reportaje en el NTV,

lo que hubiera implicado mover la incómoda cámara Auricon, para obtener testimonios. Ningún renacuajo trasnochado de pantano merecía tal distinción.

Pero El Rápido de las 7 en Punto era un noticiero radial encadenado con las emisoras más potentes, de alcance nacional y comprobada audiencia. Tenía una dinámica en su realización que daba gusto escucharlo. La rápida cadencia de sus excelentes locutores, su variedad temática, estructura, bien realizados géneros y ágil edición, contribuían a atraer la preferencia del público.

En lo profesional, me complacía mucho trabajar para El Rápido. Vivíamos una época en que los televisores eran deficitarios en los hogares cubanos, incluido el mío. Prevalecía la radio y estaban de moda los radioreceptores soviéticos VEF y Selena, que captaban las bandas de ondas medias y cortas.

Poco después del mediodía, me enganché al hombro la correa de mi Reporter 3M, y me fui con un chofer al lugar de los hechos. Cuando rebasamos la Virgen del Camino y tomamos la Carretera de San Miguel del Padrón, repasé mentalmente la situación. Los cubanos somos noveleros por naturaleza. No por gusto nuestro folklore está lleno de historias de güijes, chichiricús, cagüeiros y aparecidos. No sé cuántas veces en mi niñez oí a mis mayores hablando de “El jinete sin cabeza”, que cabalgaba de noche por las arenas de Las Canas; de “El perro del kilómetro 20”, que les corría detrás a los carros por San Juan y Martínez; de “Tata, mira mi diente…”, el bebé fantasmal que aparecía por La Palma; curiosamente, personajes míticos todos de Pinar del Río.

Yo debía buscar un balance entre las opiniones a favor y en contra del monstruo, tratando de adoptar una imparcialidad que estaba lejos de sentir. Pero antes de llegar a la “laguna”, ubicada en un rincón de Jacomino, me di cuenta de que yo también quería ver al monstruo y grabar sus rugidos. Sería un buen aval para obtener el sello de “Periodista Destacado” que otorgaba la UPEC por aquellos años.

En la “laguna” de San Miguel del Padrón

“El Monstruo de la Laguna Negra” se estrenó en Cuba con gran revuelo publicitario.

Serían las dos de la tarde cuando llegamos a la “laguna”. El agujero profundo e inundado de una vieja cantera se convirtió en pocos días en escenario propicio para la aparición eventual del monstruo, esperada por un público cada vez más numeroso. Existía el peligro latente de que alguna persona, en su afán por verlo, resbalara y cayera en las aguas putrefactas de aquel hueco maloliente, repleto de carrocerías de autos destruidos y todos los desechos imaginables. Si no perecía por la simple caída al agua, desde una altura de quince metros, tendría mil infecciones a su disposición… además de vérselas personalmente con la criatura en sus predios.

Micrófono en mano, comencé a buscar candidatos para mis preguntas. Aquí transcribo fragmentos de mi guion:

GRB: —“Román Gutiérrez, del Reparto Vista Hermosa, ahí en San Miguel del   

           Padrón. Yo lo que vi fue una mancha prieta y echando burbujas, a las 12 y

           veinte. Eso es lo que he visto yo”.

          —“¿Qué tamaño tendría?”

           —“Más o menos un metro de largo por medio metro de ancho”.                         

           —“¿Cuántas veces lo viste?”.

           —“Una sola vez, a las 12 y veinte. Primera vez que vengo y me dije que no

            salía de aquí hasta que lo viera y voy a estar aquí hasta por la noche”.

Muchos admiradores llevaban sus cámaras fotográficas Zenit, Practika o, por lo menos, una Smena 8, cargadas con rollos de película ORWO, en blanco y negro. Corrían los años 70 del siglo pasado. No existían las cámaras digitales ni los celulares. ARPANET, la precursora de Internet, andaba en fase experimental en los EUA y era cosa del Pentágono. Así y todo, —sin necesidad de Facebook, ni de Instagram, ni de Youtube—, las más disparatadas versiones sobre el monstruo circulaban por La Habana. No faltaron muy variadas descripciones sobre la figura, —humana, según algunos o animal, según otros—, de la espantosa criatura.

GRB: —“David Valdés// Es una cosa que no tiene semejanza a nada. Es una bola

           negra y entonces… tiene como una semejanza a un hipopótamo, con unos  

           tarros. Hace tres días que yo lo vi. Como si fuera un hipopótamo…, porque

           es una cabeza grande, no una cosa chiquita”.

           —“¿Cuántos ojos tenía; dos o uno?”.

           —“No, no, no… ojos no se le ven. Yo no le vi ojos ningunos. Vine por primera

           vez, vaya…, para cerciorarme, porque muchos decían que eran mentiras

           y traje la cámara para retratarlo”.

Aparición del “monstruo”

Buscaba entre el público otros espectadores que entrevistar cuando se armó una gritería y muchos se acercaron peligrosamente al borde de la cantera. Sólo pude grabar gritos de “!míralooo…!, !míralooo…!; !¿lo está viendo, periodista…?!”.

Era cierto. Tras un intenso burbujeo emergió de las verdes aguas una forma redonda y áspera; se mantuvo a flote unos segundos y volvió a sumergirse. Se atropellaban los comentarios. Funcionaban las cámaras de los fotógrafos aficionados. Imaginen el revuelo que se hubiera formado en estos tiempos de redes sociales, smartphones y Whatsapp como catapultas del imaginario popular. A Godzilla y a Alien les habría dado vergüenza su insignificancia ante “El Monstruo de la Laguna de San Miguel del Padrón”.

El Rápido era un noticiero de alcance nacional y comprobada audiencia.

Epílogo

Después de ver al “monstruo” sólo necesitaba un testimonio para cerrar mi reportaje y el reloj no me daba alternativas. Lo encontré en la persona de un carbonero vecino del lugar, cuyos hornos ardían muy cerca de la “laguna”.

GRB: —“Yo ahí no he visto nada en todo el tiempo que llevo aquí. Ahora mismo todo el mundo está mirando la laguna y yo estoy trabajando”.

           —“¿Qué tiempo lleva usted aquí?”.

           —“Aquí…, como once años. Nunca he visto nada en los once años. Ahí vino

           un día una flotilla de camiones y empezaron a tirar palmas… hace tres o

           cuatro meses. Cuando la gente se pone ahí con la gritería y uno se asoma,

           son palmas las que salen de ahí. Ahí no sale más nada que eso”.

Cuando aquella noche del 10 de agosto de 1971 escuché mi reportaje en El Rápido de las 7 en punto, sentí que había contribuido a esclarecer el misterio que rodeaba la aparición del fabuloso “Monstruo de la Laguna de San Miguel del Padrón”. Lo que no esperaba era la repercusión que tuvo mi cobertura radial en la entonces existente agencia UPI cuyo despacho, fechado en Miami, hacía referencias exactas de los testimonios que recogí en la “laguna”.

Los fanáticos de el “monstruo” podían seguir visitando la “laguna” y esperar sus frecuentes avistamientos. Allí cabía aquella frase acuñada hace décadas por el colega Roberto Agudo, en su programa “Ventana al Mundo” de la TV Cubana y que todavía anda en boga: “…saquen ustedes sus propias conclusiones”. No quería ser yo quien les quitara a los sanmigueleños la ilusión de poseer su propio “monstruo”, impredecible y fugaz. Sería la envidia de los escoceses.

Pero ese embullo no duró mucho tiempo. La fábula fue quedando en el olvido. Mis jefes me asignaron coberturas mucho menos fantasiosas, y en alguna parte leí después que la famosa “laguna” había sido desecada y rellenada, sin que el “monstruo” apareciera por ningún lado.

En cinco décadas de ejercicio en esta profesión fui testigo o protagonista de decenas de anécdotas; la de “El monstruo de la Laguna de San Miguel del Padrón” fue una de las más ocurrentes. Por eso se las cuento ahora… antes que se me olvide.

Habana del Este, 13 de diciembre de 2019.

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