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Palabras de luz y sombra

Por Miguel Ángel Castiñeira García

Las entrevistas son como el amor:
se necesitan por lo menos dos personas
para hacerlas, y sólo salen bien
si esas dos personas se quieren.
García Márquez

La Historia y el buen periodismo se saludan en Palabras rencontradas (Casa Editora Abril, 2019), una compilación de algunas de las mejores entrevistas de Ciro Bianchi. Y digo Historia, aunque la “historia de vida” no sea toda la historia. Y digo buen periodismo, aunque en el libro encontremos las irregularidades típicas de cualquier obra humana.

¡Manchas en el sol! Para qué enumerarlas, si precisamente por esos defectos, que vamos detectando y señalando con el bolígrafo del aprendiz, podemos establecer una relación “docente” nada menos que con un periodista capaz de regalarnos fragmentos con tanto valor literario, o más, que los de muchos “literatos” que se enorgullecen de no pertenecer al “sótano” de los reporteros.

A propósito, al Bianchi entrevistador no le importa exponer sus imperfecciones. Al contrario, las utiliza como recurso de honestidad. Por eso no tiene reparos en mostrarnos cómo Efijenio Ameijeiras le responde: “¡Coño! Todos los periodistas me hacen esa pregunta. Es la más fácil de contestar”.

En la entrevista a Miguel Bonasso, “piedra angular” histórico-periodística de Palabras rencontradas, la honestidad de Bianchi llega al punto de llevarlo a confesar: “Uno no siempre hace la mejor entrevista. Intenta, a veces, la mejor entrevista posible. Este es el caso”.

Y ya que hablamos de algunos, ¡¿qué decir de la lista de entrevistados?! El libro se vende solo: Massimo Manfredi, Alicia Alonso, Guayasamín, Portocarrero, Fabelo — no incluyo a Galeano, porque ese texto, aunque excelente, no es una entrevista — , Bonasso, “Chuchú” Martínez, Max Lesnik, Saramago, Korda…

Ciro Bianchi junto a Malvis Molina, una de las editoras de Palabras rencontradas. Foto tomada de Cubaperiodistas
También, una entrevista al tupamaro Fernández Huidobro que “le valió al autor, en 1992, el Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí, que otorga la Agencia de Noticias Prensa Latina”. Por cierto, la de Fernández Huidobro obedece a una estructura más testimonial. Igual que las de José de Jesús Martínez, Juan Padrón yRené Portocarrero. La de Portocarrero es la entrevista más escénica, transgresora. La podemos definir, incluso, como el relato — excelente, además — de la vez que Bianchi entrevistó a ese inmenso pintor cubano.

Sin tanta necesidad de solapín, ni avales de la Gothan´s Writers Workshop, Bianchi logra “personajes consistentes”, con la misma habilidad de cuentero que le permite, antes del diálogo, retratarlos en entradas que son, la mayoría, crónicas para enmarcar. Como esa de Tomas Borge; o la de Manfredi, que deja ver al Bianchi desenvuelto en el período ampuloso (donde en realidad se mide al buen prosista).

Bianchi nos enseña, además, que para obtener el desencartonamiento de los personajes-entrevistados, es imprescindible exponerlos en sus contradicciones tanto sociales y políticas como existenciales (casi todos resultan de una complejidad que supera a la suma de sus ocupaciones. No hay escritores, pintores, bailarines, o combatientes, por ejemplo, sino personas que, entre otras cosas, escriben, pintan, bailan, o combaten).

A “golpe” de gancho y pregunta knockeadora, el Premio Nacional de Periodismo tiene arte para arrinconar a su interlocutor. Así lo demuestra con Jorge Enrique Adoum, en un texto magnífico que no entiendo cómo permaneció tantos años en el cajón de los “impublicados”. También lo demuestra con Chuchú Martínez. A otros les pasa más la mano (Saramago, Bonasso, Manfredi). Con ninguno, válida la aclaración, cae en el extremo de la agresividad permanente, o la cautela exagerada.

La prosa de Bianchi se permite despegar, pero no tan alto como para que el vuelo resulte inseguro. O de una seguridad dudosa, al menos. Hace culto al sentido común en la manera de estructurar el diálogo, ese diálogo que es, al fin y al cabo, la entrevista. Sus palabras se suceden con demasiada facilidad. Bianchi no tiene problema con hacerse entender. Prefiere que lo entiendan. Prefiere ser diáfano. Evade la idea fácil, la “ceba” de cuartillas, la cursilería repugnante. Su literatura es “seca”, y precisamente por eso, muy efectiva:

“(Tomas Borge) hace quince días dejó el cigarrillo. Bebe moderadamente; se sirve dos dedos de whisky en el fondo de un vaso y lo ingiere a pequeños sorbos; y esa cantidad, o poco más acaso, le es suficiente para toda una noche. Masca chicle constantemente, quizás para alejar el deseo de fumar (…). Come poco. La primera vez que cené con él me sorprendí al ver lo que le sirvieron: tortillas de maíz y una taza de café con leche”. (p. 166)

Me cuesta señalarle un gran defecto a Palabras rencontradas, “lo confieso”. No puede ser el formato, porque son buenas entrevistas. Que alguna pregunta parezca demasiado ingenua, tampoco, porque si una entrevista fuera un bombardeo constante a la vida personal, un interrogatorio de poli bueno y poli malo, no sería la recreación de un diálogo sino cualquier otra cosa. Que las entrevistas no tienen la misma calidad todas, que las hay buenas, y las hay buenísimas, tampoco, porque nadie es “gran poeta todo el tiempo”. Que…

Bueno, la verdad es que no me pareció correcto que se vendiera tanto (incluso, en la contraportada) la supuesta confesión de Efijenio Ameijeiras sobre la causa de su destitución de las FAR. Amejeiras al final no lo dice, o lo dice a medias. O lo insinúa. Está en todo su derecho, claro. Lo que no veo bien es que se venda tanto. Crea falsas expectativas.

Pero eso es otra mancha, al fin y al cabo. Una mancha que seguramente(junto con un error en el índice donde se trastocan los nombres del segundo y el tercer epígrafe) se evitará en futuras re-ediciones. Sería injusto quedarnos con las manchas. Mejor nos quedamos con la luz, brother, la luz, que es tan frecuente en este libro como frecuente es el guiño a Sigfredo Ariel que acabo de hacer ahora.

(Tomado de El Caimán Barbudo)

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