COLUMNISTAS

La prensa como opio de los pueblos

Los medios de comunicación son el cáncer de Occidente, reza un dicho canónico de estos días, que se repite ante las imágenes del desastre provocado por el coronavirus, las cuales nos han descubierto una precariedad que, si antes estaba ante nuestros ojos, nadie filmaba, ni valía un simple comentario radial. Solo ahora, cuando los 40 millones de pobres que hay en Estados Unidos, echados en las calles, constituyen la carne fresca y el terreno para la expansión de un virus que no conoce límites, las audiencias se horrorizan, los gobernadores claman por la asistencia social, la atención médica, los insumos para los hospitales y centros asistenciales. Los medios, pendientes de otras agendas hasta la irrupción del coronavirus, ni hablaban de estas acuciantes crisis invisibles y mortales, que a diario matan a millones de seres en la pobreza.

Porque esa es la verdadera enfermedad, la que ha infectado a todos, de una forma u otra, a víctimas y victimarios: una pobreza contra la cual no se hace nada, a la que se le calla la boca y que ni siquiera se le respeta el derecho a una sepultura digna. Un entierro en cualquier país está costando, en medio de la crisis, una cifra que la mayoría de los  familiares de los fallecidos no puede pagar. Las imágenes de los sepulcros artesanales, en todos los sitios, nos avisan de esta otra cara antes invisible.

Las tertulias en televisión, a las que se invitan a supuestos conocedores, nada dicen, especulan con teorías de la conspiración, alarman con llamados a tiempos bíblicos finales o se dedican a la reseña de los hechos, sin darnos el contexto, las explicaciones. La prensa se adaptó a callar. Y es que la carencia de argumentos no se debe a la ausencia de estos, sino a la cobardía de las terminales mediáticas para reconocer las fallas del sistema, del puntal que supuestamente les otorga una ideología y al cual legitiman. El orden informativo oficial, el de las compañías del márketing y los lobbies de poder, mira su trabajo como un producto comercial más, que debe vender. Allí se ha diluido toda la deontología profesional que, como el juramento hipocrático para los médicos, debiera tener su bandera en los públicos y sus derechos humanos.

Lejos de ello, las grandes cadenas, básicamente la FOX y la CNN, que encarnan a las mal llamadas derecha e izquierda norteamericanas respectivamente, tardaron demasiado en dar la alarma real ante la evidencia de una pandemia. Y luego han sido tibias en criticar la actitud con la cual se encaran los sucesos desde una postura gubernamental, que siquiera alienta al uso de las mascarillas en medio de un caos sanitario cuya espiral va en ascenso, sin que haya hasta ahora alternativas.

Lo mismo ha sucedido en la gran prensa española, como es el caso de El País, donde en medio de la confusión que reinó desde la misma noche del 8 de marzo ante el aumento imparable de contagios y muertes, se atinaba a encubrir la irresponsabilidad del presidente y su gabinete, quienes no sólo restaron importancia a la cuestión sanitaria, sino que alentaron a la realización de diversas actividades masivas, muchas pertenecientes a la agenda de género que, sin éxito y contra principios básicos de la igualdad legal y formal entre sexos, llevan adelante. Varios diarios alternativos españoles de hecho, denunciaban días después que el lavado de imagen de Sánchez no incluía solamente a la batería de columnistas orgánicos de El País, pagados para ello, sino que el propio equipo de prensa presidencial estaba borrando de la web los datos con los llamados gubernamentales a convocarse por el Día de la Mujer. La parodia de prensa ibérica incluye, además, la invención de un trol con una foto falsa, Miguel Lacambra, que de pronto apareció con datos que solo pudiera manejar el oficialismo, dándoles la interpretación tendenciosa que más favorezca a la cúpula, mientras las terminales mediáticas y algunos voceros en las redes alaban y compartían tales mensajes.

América Latina por su parte siquiera ha mostrado las cifras y las realidades de los niveles de contagio, toda vez que lo más impactante está llegando mediante imágenes subidas por los usuarios a la web. Sucede con Ecuador, donde la crisis imposibilita enterrar a los muertos que yacen en cajas de cartón selladas con grapadoras de papel. Allí, amén de los comunicados que se reportan internacionalmente, todo lo que se oye y se ve es la anarquía, la desesperación y la falta de gobernabilidad. Otro tanto ha hecho la prensa brasileña, que es tibia en afrontar las posturas irresponsables de Bolsonaro, a quien incluso la junta militar ha debido frenar, ya que se hace evidente que no está al tanto ni cualificado de la magnitud de la pandemia, ni de los peligros para una sociedad con altos índices de asimetría en el acceso a la salud.

Más allá de la alarma desmedida o el silencio interesado, los medios debieran conformar una matriz de éticos profesionales al servicio de la claridad de pensamiento y acción, de guardianes de los buenos procederes gubernamentales y denunciantes de lo contrario. Lejos de esto, la prensa se conforma con tomar el partidismo que económicamente le sea más conveniente y a cambio ser un órgano funcional irrestricto.

Son las redes sociales el medio que la ciudadanía usa para expresar su dolor real, un terreno que en apariencia goza de la democracia y la horizontalidad que faltan en los espacios tradicionales. Sin embargo, ya existe una policía del pensamiento que persigue determinadas manifestaciones y, en España por ejemplo, aunque no se convierte en ley, cada día es menos “políticamente correcto” criticar la gestión de gobierno, so pena de padecer el escarnio o escrache e incluso ser cuestionado en tu centro de trabajo, en casos sobre todo de sitios ideológicos como universidades y medios de prensa. Y no podemos olvidar que, plataformas como Youtube no toman medidas contra los videos donde se esparcen bulos sobre la crisis, desde teorías conspiratorias hasta mentiras de gran peso. Tampoco Google, a pesar de los tantos anuncios, logra parar la epidemia de intoxicación mediática que pareciera enterrar para siempre al sano periodismo, al necesario, al que hoy  más que nunca habría que financiar, defender. Cada día son nuevas las versiones que se echan a rodar, desde declaraciones falsas de personalidades, hasta noticias acerca de la aparición de la vacuna contra el coronavirus.

Los poderes políticos y sus terminales mediáticas minimizaron las alertas de China sobre el virus, las redes hicieron del meme y de la banalidad las delicias de inicios de marzo. Una nube de despreocupación y de irresponsabilidad cundía en la opinión pública, mientras el peligro iba latente de país en país, cual bomba de tiempo. No solo hay que cambiar los servicios sanitarios y su sujeción al mercado, sino que los medios y las redes debieran enterarse de modelos más fieles a los públicos y menos orgánicos a los poderes. La crisis nos agarró desprevenidos y nos golpeó gracias a la banalidad del mal, expresada en un conglomerado de líderes globales de la información neoliberal y de propiedad privada que, convenientemente, subestimaron el impacto de la emergencia y esperaron a que la muerte diera la alerta definitiva.

Todo mensaje que fue dado, en las redes, con respecto a suspender las marchas, los mítines y concentraciones en el primer mundo europeo, fue tachado como lenguaje de odio, como se puede ver hoy en diferentes medios alternativos. Lo “políticamente correcto” se usa, en términos de prensa, para alejar del centro del debate aquellas cuestiones que colocan en crisis los dogmas paradigmáticos de una matriz. En esos días vimos a youtubers diciendo que preferían adquirir el coronavirus que no salir a la calle, a blogueros haciendo memes y post chistosos al respecto, vimos tweeds paródicos que evidenciaban una total ignorancia de los usuarios sobre el problema.

Hasta que vino la primera ola y luego otras tantas de muchos enfermos. El mundo dio un vuelco en pocas horas y, en días, estábamos confinados en nuestras casas.

Aún en esta situación, el uso de medios leales a las líneas de mensaje más oficiales, como la batería de columnistas pro Trump y algunos influencers enrolados en la campaña presidencial, insisten en la benevolencia de la administración, en el origen chino de la tragedia y desestiman la magnitud del impacto en la sociedad. Pasa lo mismo con el modelo de prensa neoliberal alrededor del mundo, se imponen agendas oficialistas desde posiciones de fuerza comunicacional, ahogando los mensajes de la ciudadanía y generando confusión y falta de conciencia. El repetido “quédate en casa” ha servido para enviarles vía internet una oleada ideológica y de pánico a las mentes de los consumidores, de manera que la realidad quedó sustituida por lo que se dice en las plataformas mediáticas y las redes sociales.

La prensa de mercado muestra su incapacidad de acercarse sincera a los intereses de las audiencias y actuar como su protectora y no como un acto comercial más. Hasta que la sociedad no gire en torno a personas y no a cosas, seguirá existiendo el peligro de esta intoxicación mediática, de este discurso de lo “políticamente correcto” incapaz de marcar la diferencia y decir lo que piensa. En un universo donde gobiernos con deberes ciudadanos se escudan detrás de troles para imponer líneas de mensajes, mal andamos, pero si además se nos hace creer que así es la democracia, entonces nuestra única enfermedad letal no es el coronavirus.

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Mauricio Escuela
Lic. Periodismo por la Universidad Marta Abreu, estudiante de Ciencias Politicas por la propia casa de estudios, columnista de las publicaciones La Jiribilla y Cubahora. Se desempeñó como analista de temas internacionales en el diario Granma.

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