COLUMNISTAS

De tareas y liderazgos, una opinión

El 2020 nos llega lleno de desafíos en todos los órdenes. Es un año que presagia importantes cambios que de uno u otro modo repercutirán en todo el país. Los retos que enfrontaremos exigirán poner en tensión nuestras capacidades en lo tocante a la organización, la disciplina, el control, el ahorro, la creatividad, la responsabilidad, el compromiso.

Los resultados de los esfuerzos que haremos dependerán tanto de las potencialidades con que contamos como del empeño que pongamos y de la capacidad que demostremos en la tarea de dirección encargada de articular y re-articular las actividades a tono con los cambios que tendrán lugar.

El liderazgo

Los métodos modernos de dirección ponen la mira en la proyección de escenarios, en conceptos flexibles de planificación, en la definición de objetivos claros dentro de estrategias bien estudiadas, en la aplicación de la ciencia y la técnica y en la práctica de poner al frente en cada caso a los líderes capaces de coordinar y conducir su realización.

Cualquier propósito, sea en la actividad económica, en la científica, en la educacional, etc., requiere para su adecuado funcionamiento y fluidez no solo que cuente con las condiciones estructurales materiales y humanas básicas, sino también que exista un ente coordinador, que actúe articulando las acciones, velando por su adecuada realización, integrando los esfuerzos, compartiendo las experiencias, cohesionando a quienes participan: ese componente es la persona que ejerce el liderazgo: el líder o la lideresa.

Definir acertadamente quién —con las condiciones éticas, profesionales y personales— deberá liderar una determinada tarea, un objetivo, un programa, una investigación, es una función fundamental de cualquier dirección. Y eso requiere combinar los criterios de los directivos con los del colectivo que se encargará de la encomienda. En ese propósito están excluidos por definición el favoritismo, el amiguismo y el capricho.

Pero la condición de líder no la da un nombramiento ni una denominación. Todo el que lidera dirige, no todo el que dirige lidera. La condición de líder evoca un modo más eficaz de dirigir. Claro que la dirección moderna tiene también una tecnología, métodos y procedimientos que es necesario aprender. De ahí que el ejercicio de un liderazgo como modalidad eficaz de dirección requiere no solo de carisma y aceptación, sino de conocimientos en materia de métodos de dirección.

Gracias al sistemático desarrollo de la educación en todas las disciplinas en el país, Cuba cuenta con un importante caudal de personas instruidas que pueden ocupar las diferentes responsabilidades de dirección. Recuerdo de mi experiencia en la industria en los años de las décadas de 1960 y 1970 que muchas responsabilidades de dirección las ocupaban personas que eran solo “dirigentes”. No tenían conocimiento de la actividad de producción encomendada. Conocer suficientemente, profesionalmente, lo que se dirige, es hoy un requisito que —como norma— se puede exigir sin alternativa, ya sea encargando las responsabilidades a personas capacitadas que gocen de prestigio en su medio o capacitando a los ya encargados.

Es cierto que la importancia que se otorga a la labor del personal dirigente no siempre se ve hoy reflejada adecuadamente en la remuneración. Es un asunto todavía pendiente. Muchas personas capaces con cualidades de liderazgo no se animan a salir de su zona de confort para asumir responsabilidades que les exigirán mucha dedicación, tiempo y esfuerzos y prefieren hacer patria donde ya están. Y no es solo por un tema económico o por una situación personal, sino también ético: tiene que ver con el sentimiento de lo que consideran justo.

¿Cómo deben ser los líderes y las lideresas?

Entre los requisitos elementales de la preparación ideológica y política de cualquiera que tenga una responsabilidad de dirección está el de una sistemática preparación y auto-preparación en el ámbito en el que corresponde realizar su trabajo. Una premisa fundamental de la dirección política a todos los niveles radica en velar por la promoción y sistemática superación de liderazgos naturales y bien preparados para ejercer su actividad.

Es fundamental que la persona al frente de una determinada responsabilidad como tema elemental sepa de qué va aquello que le toca dirigir. La gente escucha a quien sabe lo que dice y sigue conscientemente a quien logra orientar el esfuerzo hacia resultados concretos.  Se gana y mantiene el respeto y reconocimiento del colectivo si se dirige bien y se puede dirigir bien, solo si se conoce bien lo que se dirige. De ahí que una consecuente preparación política ideológica está indisolublemente vinculada con el conocimiento cabal de la actividad en cuestión.

Un buen liderazgo solo lo puede ejercer quien se preocupe integralmente por alcanzar los objetivos propuestos, por aprovechar inteligentemente las capacidades y posibilidades que tienen todos los integrantes del equipo de trabajo, del colectivo encargado de ejecutar las acciones, por hacer de la acción de dirección un asunto de todos y que cada quién cumpla con lo que le corresponde. No se demuestra porque se den órdenes y los demás las cumplan disciplinadamente. Entre la indicación del que dirige y la ejecución de la tarea encomendada hay un eslabón que demuestra si estamos realmente frente a un liderazgo: la aceptación consciente. No hay liderazgo verdadero cuando el funcionamiento de una determinada actividad descansa en el ordeno y mando. Lo anterior está íntimamente vinculado a la disciplina que es una cuando es obligada y otra cuando es por convencimiento.

Para desarrollar eficazmente su tarea de coordinar las acciones, de controlar su ejecución, el líder debe ser capaz de implicar personalmente a todos los integrantes del colectivo. Aprovechar las mejores iniciativas, saber escuchar, promover el análisis y canalizar las mejores aptitudes de todos. El líder es el principal activista por la cultura del detalle, por el fijador, por la calidad de lo que se hace. Debe tenerse presente que las normas y procedimientos establecidos, como las decisiones que se toman son potenciales, se realizan en la actividad concreta. Y es en ese punto en el que debe actuar la cultura del detalle. Si algo merece hacerse —dijo una vez Fidel— merece hacerse bien.

Quien lidera no puede ser —como alertó acertadamente nuestro Presidente— un cumplidor de tareas. El cumplidor de tareas es propenso a encontrar justificaciones, el líder es un eterno inconforme.

La honestidad es una condición sine qua non de un buen líder. Un buen líder siempre habla claro y no se deja llevar por las apariencias, controla sus emociones, procura constantemente entender a los que lidera y siempre debe considerar a todos de modo justo y equitativo, evitando ponderar más a unos que a otros. La diferenciación debe ejercerla a través del conocimiento de las cualidades individuales de cada uno, de lo que mejor lo motiva y siempre mantener con todos una comunicación fluida y de calidad.

¿Qué se espera de quien lidera?

Quien lidera debe ser capaz de transmitir optimismo y entusiasmo, de fomentar en el colectivo un espíritu de cuerpo, de solidaridad y colaboración en el que todos se sientan un eslabón importante, considerado en sus capacidades y sus habilidades. Su ejemplaridad no está dada por su participación directa en la ejecución de una tarea determinada, lo que no significa que no pueda hacerlo, sino en prever, en tener el panorama global, en identificar los impedimentos que puedan presentarse, en reconocer las oportunidades, en tomar las decisiones con conocimiento de causa y hacerlo oportunamente y siempre en plena comunicación con los integrantes del colectivo. Su principal función es gestionar la actividad en función de los propósitos estratégicos. Se identifica a un liderazgo genuino por su constante búsqueda de lo nuevo, por la creatividad, por tener siempre varias alternativas de solución, por no decaer ante las dificultades.

Liderar cualquier actividad requiere capacidad comunicativa con los hechos y con las palabras. El líder necesita comunicarse, explicar, argumentar, infundir entusiasmo y hacerlo de modo convincente. Por esa razón, el líder debe pensar siempre en el mejor modo de comunicar las ideas. Para “cumplir una tarea” puede servir el mismo discurso. Cuando se es creativo en el ejercicio de dirección aparece otro discurso, el que tiene nuevas aristas, nuevos argumentos, nuevos análisis.

Quien asume una posición de liderazgo tiene que ser capaz de iniciativa y de aglutinar en torno a una idea innovadora a los integrantes del colectivo. Esa capacidad no se refiere solamente a que la iniciativa provenga de su persona, sino también a la perspicacia para identificarla cuando la propone alguien del colectivo y es una idea positiva, y en consecuencia apoyarla e impulsarla con participación de todos.

Este año debemos convertir al país en un hervidero de iniciativas creadoras que procuren siempre alcanzar mayores y mejores resultados cualquiera que sea el ámbito en el que nos desempeñemos y en medio de una situación complicada y difícil, pero en modo alguno insuperable. Cada objetivo, cada finalidad debe contar con un liderazgo capaz de aglutinar, coordinar y orientar los esfuerzos con la participación consciente de todos.

Foto del avatar
Dario Machado
Licenciado en Ciencias Políticas y Doctor en Ciencias Filosóficas. Preside la Cátedra de Periodismo de Investigación y es vicepresidente de la cátedra de Comunicación y Sociedad del Instituto Internacional de Periodismo José Martí.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *