COLUMNISTAS

Cuba y la “geografía maldita”

A la nación cubana le será muy difícil deshacerse del signo perenne —maldición tal vez—, del llamado fatalismo geográfico. La historia del archipiélago es indefectiblemente la de la independencia frente a la anexión o el sometimiento.

Sin nada que apelar frente a tan dura certeza, la gran pregunta que nos queda por delante es cómo levantar un país, además de libre, próspero —como nos hemos prometido la mayoría en reciente consenso popular—, frente a las malsanas acrobacias políticas de los gobiernos de Estados Unidos.

Ya he dicho otras veces que del apogeo de ambos opuestos nació el contorno nacional de este conjunto de islas, ahora sacrílegas, llamada Cuba socialista.

La bandera que hoy ondea solitaria y digna estuvo extrañamente en su primer momento en manos anexionistas; asumió su actual simbología tras ríos de sangre de quienes abrazaron luego con ardor la independencia. La idea de unir su estrella a la de los estados de la Unión fue bastante acunada en Norteamérica; y no faltaron los «criollos» de conciencia plattista que la mecieron con delirio.

Algo como eso recordábamos mientras el mundo rezumaba esperanzas por todos sus poros con la elección y las proyecciones del primer presidente afroamericano en la historia de Estados Unidos.

Obama, quién lo duda, encarnó el renacer de una ilusión, aunque encabezara un imperio que reproducía un ancestral espíritu; de esos a los que no alcanzan para exorcizarlos, —ya está demostrado—, ni los ocultos poderes de todos los dioses afro.

De la herencia no escapó ni ese entonces joven y carismático Mesías de lo que entonces se creía podría ser una nueva «era americana». «Dios bendiga a Estados Unidos», se le escuchaba repetir, con la misma apropiación mesiánica de sus antecesores. Y a quien le atendía se le escapaba un suspiro de reproche: ¿Acaso el resto del mundo no merece las misericordiosas bendiciones del «Señor»? ¿Cuándo y quién unció este nuevo «elegido»?

No por casualidad un reconocido académico mexicano, que analizaba los pronunciamientos que desde Cuba y Estados Unidos ocurrían en los días de la llamada diplomacia blanda con sus acercamientos incluidos, señalaba el peligro de dejarse llevar por la aparente inocencia de los discursos que invitaban a «borrón y cuenta nueva»; la invitación más notoria de Obama en su discurso en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.

La vulgaridad y ramplonería política de Donald Trump vinieron a tiempo para recordarnos los graves peligros de la desmemoria en una nación como la nuestra, e incluso algo más pecaminoso para los sueños libertarios nacionales: albergar la esperanza de que podemos concebir un proyecto de desarrollo y de país contando con una política norteamericana de «buen vecino».

Como recalqué también en otro momento, el antimperialismo no fue en Cuba una «depravada vocación» de copias estalinistas de última generación. Muchos años antes de que asumiéramos estas tonalidades «rojas», el dilema de Cuba frente a Estados Unidos ocupó a todos los grandes hombres que delinearon los contornos de la nación, desde José Antonio Saco hasta Fidel Castro Ruz.

Al final del siglo decimonónico sería José Martí el encargado de resumir el añejo y esencial dilema en postrera misiva, bastante conocida, a su amigo Manuel Mercado. Un prestigioso profesor de Historia de la Universidad de Oriente no aceptaba en mis años de estudio la extendida denominación de «diferendo histórico» para nombrar el conflicto entre Estados Unidos y Cuba.

Sería como aceptar —apuntaba— el significado que a ello le da el diccionario: diferencia, desacuerdo, discrepancia; cuando en realidad los cubanos no tenemos responsabilidad en lo que no ha sido otra cosa que el «empecinamiento histórico» de la derecha extremista norteamericana de apoderarse o manejar la Isla.

Aquel profe agregaba que aceptar la idea del diferendo sería justificar que el conflicto nació después del triunfo revolucionario del Primero de Enero y tras la elección del camino socialista, cuando en verdad viene desde los albores mismos de nuestros conceptos de Patria.

La apreciación puede recordarse cada vez que se leen declaraciones de personalidades estadounidenses abanderados de otro enfoque de la política en relación con Cuba, como fue tan común en la denominada «era Obama». El punto más lejano al que se arriesgaron fue al de afirmar que ello era necesario porque las políticas anticubanas anteriores, basadas en el garrote, habían fracasado. Y el «fracaso» al que se referían no era otro que el de la «terca» existencia de la Revolución Cubana.

A estas alturas del juego, haciendo un paralelo con nuestro afán beisbolero, podemos tener la certeza de que el viejo «empecinamiento» imperial no transmuta, lo que se transforma es el modo de alcanzarlo. Esa es la triste razón por la que ahora vemos navegar, aunque sin barcos hacia Cuba, la nueva era de apretón de tuercas imperial.

La era de las «trumpadas» debería servirnos de espuela para aguijonear como nunca antes después de 1959 el proyecto de desarrollo nacional, ese que tenemos que levantar sin remedio bajo la sombra de los vaivenes del carácter del tío Sam. Hasta que algún día, quién sabe de qué tiempo, podamos, como tanto reclama el General de Ejército Raúl Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido, convivir civilizadamente a pesar de nuestras diferencias.

(Tomado de Juventud Rebelde)

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Ricardo Ronquillo
Periodista cubano. Presidente de la Unión de Periodistas de Cuba.

3 thoughts on “Cuba y la “geografía maldita”

  1. La verdad la digo abiertamente. No me gustó su crónica, reportaje o ensayo periodístico, camarada Ronquillo. En realidad es un artículo de opinión. La Revolución Cubana es el ejemplo factible de la destrucción del mito del fatalismo geográfico, al igual que la quiebra, en sus cimientos, del sistema interamericano o el panamericanismo gringo y de las clientelistas y lacayunas oligarquías burguesas de la región: la Organización de Estados Americanos, OEA. No existe una geografía ‘maldita’, hay geografías y geografías, algunas pueden ser utilizadas de forma geopolítica. Bueno, casi la mayoría lo son. Cuba, está situada en esa posición que llamaría privilegiada. Martí se atrevió llamarla como ‘el equilibrio del mundo’. ¿Es eso una maldición o una gran oportunidad de los cúbanos de ayer de hoy y del futuro? Podemos apreciarlo a la inversa: Cuba tan cerca de los EE.UU., menos de 150 Kms, es un desafío para el mesianismo extremista, extensionista y supremacista de los yanquis. Una derrota política y moral de la cual no se han recuperado luego de 61 años. El diferendo histórico es un término que está consensuado entre los historiadores. La opinión de cualquier profesor es válida, pero no se discute en la prensa, porque tenderá a confundir y no precisar lo que es el núcleo del asunto tratado. Mejor dicho: podrá discutirse si existiera un espacio para ello, pero no lo hay. Ya me está costando trabajo sintetizar para poder escribir esta respuesta constructiva. No tengo acceso al medio de prensa, a los medios de prensa. No se trata que si es de un sola vía, pues Cuba nunca ha agredido al Imperio del Potomac. Está presente desde que EE.UU. surgió como país y los primeros síntoma de resistencia criolla, luego identitaria y cultural nacional contra tales pretensiones. Solo después de la Primera Ley de Reforma Agraria, el 17 de mayo de 1959, el diferendo histórico se convirtió en confrontación histórica, política, económica, comercial, financiera y militar. Las élites de poder de Washington tuvieron que vérselas con un pueblo que les obligó a dirimir las zonas conflictuales de tu a tu, aunque nunca han aceptado el efecto de demostración cubano, y siempre han tratado de condicionar cualquier diálogo y negociación. Otra cosa. La ‘Actualización del Modelo Económico y Social de Desarrollo Socialista’ tiene como fines el logro de un país socialista desarrollado independiente, soberano, democrático, próspero, sostenible, inclusivo y antimperialista. No puede sesgarse ninguna palabra, sería como desmovilizar una oración de profundo diapasón. Una penúltima. No considero oportuno comparar a Obama con Trump. Son dos hombres del establischemt con sus contenidos y formas de conducir a ese país y la política exterior, que nunca ha sido monolítica y si muy diferenciada. Obama fue el que más drones y bombardeos utilizó en su guerra inteligente o blanda contra otros países. No puede un mal, despertar conciencias, aunque hay momentos en la historia lo hace. Si hubo desmemoria, confusiones y caímos en la trampa de la manipulación y la tergiversación, la culpa no la tiene Obama ni Trump, la tenemos nosotros, los revolucionarios cubanos, los académicos, los políticos, los intelectuales, también los periodistas. Pero recuerdo la aguda y oportuna reflexión del Comandante en Jefe Fidel Castro, nuestro gigante; el largo artículo de Fernando Martínez Heredia y de un grupo de científicos que continuamos publicando sobre los peligros de ese acercamiento. No se le daba amplia divulgación, aunque Heredia navegó con mayor suerte. Una última idea. Hace poco usted también publicó sobre la Constitución. En un momento de su escrito, mencionó a Jean Jacques Rousseau. En la Cuba revolucionaria no se hizo un nuevo ‘contrato social’. ¡Ese es un término tan burgués! Hubiera sido más acertado escribir de un renovado consenso social, un pacto social -que tampoco me gusta-, o de una recomposición de nuestra hegemonía política nacional y social. ¿Para qué está el marxista italiano Antonio Gramsci?

  2. Orlando, abrazos desde la Upec y su portal Cubaperiodistas. Me satisface mucho tener un lector tan minucioso y crítico de mis comentarios. Nuestra prensa, además de informar, tiene la honrosa misión de promover el debate de las ideas, y que usted responda con tanta pasión es ya un síntoma muy aleccionador. Lo doloroso sería la indiferencia. El tema de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos es de una gran complejidad. El peso de esta cercanía geográfica y del mesianismo imperial en general, y con relación a Cuba en particular, puede llevar a múltiples interpretaciones, pero nadie con un mínimo de conocimiento de la historia nacional podría desconocer su influencia en el devenir del archipiélago y en los complejos, a lavez que hermosos trazos de su destino. Esta es una línea que he desarrollado en múltiples oprtuniades anteriores. Agrego aquí algunos de esas columnas como muestra, y para seguir estimulado el análisis sobre un asunto tan decisivo para todos. Abrazos.

    LA HISTORIA PESA (Publicado en el diario Juventud Rebelde el 27 de diciembre de 2014)

    La casualidad puso ante mis ojos un artículo del Miami Herald, días antes de que este 17 de diciembre se ubicara entre nuestras fechas ilustres. En el escrito puede sentirse el hedor de un sector de los cubanos que siempre comulgó con lo que ha dado en llamarse una conciencia «plattista»:

    «…Dicho con vulgar claridad: los americanos no tienen la culpa de nuestros problemas. José Martí fue intelectualmente deshonesto y políticamente demagógico cuando le postuló a Cuba la misión de impedir la expansión de la influencia gringa sobre el resto de nuestros países».

    Ante afirmaciones semejantes, y de otras de parecida ligereza que algunos escuchamos o leímos a propósito de las sorprendentes y esperanzadoras jornadas recientes, tendríamos que hacer honor a los pronunciamientos de Raúl en la última sesión anual del Parlamento.

    El Presidente cubano, además de remarcar los principios sobre los cuales es posible restablecer los nexos oficiales con los Estados Unidos: igualdad, soberanía y autodeterminación, acentuó que por nuestra parte debe primar una conducta prudente, moderada y reflexiva, pero firme.

    Es sensato subrayarlo ahora, porque los hay que no se avergüenzan de ser prostitutas ideológicas, aunque algún teórico prefiera llamarlos de manera más catedrática. Llevan mente de prostíbulo, dispuestos a vender hasta su alma.

    Es un momento especialmente sensible de la historia nacional, en vísperas del aniversario 56 de la Revolución, cuando se abre un decisivo parteaguas en las relaciones entre los Gobiernos de la nación norteamericana y Cuba, tras una puja de siglos de la Isla por la independencia y la justicia social; dos conceptos inseparables desde que en La Demajagua el grito de libertad se pronunció junto al de la liberación de los esclavos.

    En circunstancia tan singular vuelve a gravitar sobre nosotros —lo queramos o no— la añeja encrucijada de nuestra Patria entre la independencia y el anexionismo; esa corriente que incluso bordó nuestra enseña nacional, cuyo honor fue rescatado en cruentas contiendas emancipatorias.

    La historia pesa, como admitió en su mensaje al mundo, en paralelo con Raúl, Barack Obama; pero si queremos ser consecuentes con esta, lo primero a reconocer sería que lo ocurrido entre Cuba y Estados Unidos no fue, ni puede ser catalogado de «diferendo histórico», como algunos lo acuñaron en estos años. En realidad ha sido un «empecinamiento histórico», una diabólica criatura alimentada por las élites mesiánicas de aquella nación, a la que nunca faltaron algunas entusiastas nodrizas en este archipiélago.

    Catalogar el duro proceso de desencuentros entre las vanguardias independentistas cubanas y la expansionista derecha norteamericana como un diferendo sería reducir a los últimos 50 años —a la etapa posterior al triunfo de la Revolución de enero de 1959—, lo que verdaderamente tiene añejos y muy perversos antecedentes, y que con el ascenso del socialismo por voluntad popular en Cuba llevó a límites del delirio a los gobernantes de aquel país, con sus correspondientes cargas de muertes, desgarramientos y penurias de nuestro lado.

    Los pronunciamientos de Raúl y Obama se publicaron con igual destaque en las planas de los periódicos cubanos, aunque ello no implica comulgar con la idea de admitir el «diferendo», pues ello significaría aceptar que tenemos «culpas» parejas, lo cual no tendría el más mínimo fundamento.

    El desprecio absoluto hacia Cuba, los valores de su pueblo y sus esencias, es tan antiguo como el proceso de «americanización» al que pretendió someterse a nuestro país, y comenzó a delinearse desde los primeros años del siglo XIX, cuando Thomas Jefferson —uno de los fundadores de la Unión—, confesó con «candor» que siempre había mirado a Cuba como la adición «más interesante que podría hacerse a nuestro sistema de Estado».

    Más tarde, John Quincy Adams acuñó el término del fatalismo geográfico, al plantear su doctrina de la «fruta madura»: «Así como una fruta separada de su árbol por la fuerza del viento, no puede aunque quiera dejar de caer en el suelo, así Cuba una vez separada de España (…) tiene que gravitar necesariamente hacia la Unión Norteamericana…».

    Desde esos lejanos comienzos el anexionismo mesiánico y sentimental de las élites y los gobernantes norteamericanos estuvo marcado por el mismo desprecio con el que el Herald y algunos de sus agoreros atacan desde hace tiempo a esa columna patriótica, moral, ética y justiciera que es José Martí.

    Así lo revelaba el diario El Delta, de Nueva Orleans, en 1852: «Su lenguaje (el de los cubanos) será lo primero en desaparecer, porque el idioma latino bastardo de su nación no podrá resistir apenas por tiempo alguno el poder competitivo del robusto y vigoroso inglés… Su sentimentalismo político y sus tendencias anárquicas seguirán rápidamente al lenguaje y de modo gradual, la absorción del pueblo llegará a ser completa —debiéndose todo al inevitable dominio de la mente americana sobre una raza inferior».

    Ofensas similares contiene la comunicación del señor Breckenridge, subsecretario de Guerra de los Estados Unidos, en diciembre de 1897, al teniente general del Ejército norteamericano N. S. Miles, nombrado General en Jefe de las fuerzas que realizarían la intervención militar en el conflicto independentista cubano. Ya sabemos que todo terminó con la frustración de la independencia y la onerosa Enmienda Platt.

    «Cuba con un territorio mayor tiene una población mayor que Puerto Rico. Esta consiste de blancos, negros y asiáticos y sus mezclas. Los habitantes son generalmente indolentes y apáticos. Claro está que la anexión inmediata a nuestra Federación de elementos tan perturbadores en tan gran número, sería una locura, y antes de plantearlo debemos sanear ese país», estampó Breckenridge.

    Gonzalo de Quesada, patriota cercano a Martí, denunció el acoso de esas vejaciones: «Hoy se pregona (en los Estados Unidos) nuestra incapacidad para mantenernos sin la ayuda del extranjero. Se ponen de relieve nuestras faltas y nuestros hombres son motivos de mofa… Los centenares de millones de pesos invertidos en Cuba son, a sus ojos, de más monta que nuestro futuro intelectual y moral. Él ora exige estabilidad, tranquilidad, prosperidad… y paz, aunque sea la de los sepulcros».

    En su artículo Vindicación de Cuba, el Apóstol tuvo también que contestar con virilidad patriótica los improperios de The Manufacturer de Filadelfia, el 21 de marzo de 1889, cuando esta publicación nos catalogó como pueblo de vagabundos míseros o pigmeos inmorales, afeminados, con aversión a todo esfuerzo, incapaces de valernos, perezosos, incapacitados por la naturaleza y la experiencia para cumplir con las obligaciones de la ciudadanía en un país grande y libre, faltos de fuerza viril y de respeto propio…

    Por todo lo anterior, los cubanos seríamos los primeros en enaltecer la conducta del presidente Obama —y la de quienes apoyan sus pronunciamientos ahora y hacia el futuro—, si, como anunció a su país y al mundo, fue honesto al afirmar que no podremos nunca borrar la historia que existe entre nosotros, pero «creemos que ustedes —los cubanos— deben contar con la autoridad para vivir con dignidad y autodeterminación».

    Porque la única forma de alcanzarlo, según admitiera en esa misma intervención el Presidente estadounidense, es que «dejemos atrás el legado de la colonización».

    Solo entonces se crearían las condiciones verdaderas para aprender el arte de convivir, de forma civilizada, con nuestras diferencias, como los «buenos vecinos» que debemos ser; sin besos de Judas, cada cual con el peso irrenunciable de su historia.

    EL NIHILISMO VERGONZANTE (Publicado el 3 de julio de 2010 en el diario Juventud Rebelde)

    Los hay que no se avergüenzan de ser prostitutas ideológicas, aunque algún teórico prefiera llamarlos de manera más catedrática. Llevan mente de prostíbulo, dispuestos a vender hasta su alma.

    Cuando se leen las propuestas con las que invitan a salvar a Cuba en esta hora de encrucijadas, cualquiera queda patidifuso, intentando descubrir si chorrean un nihilismo ingenuo y vergonzante, o si por el contrario encajan como pieza siniestra en un raro y renovado proyecto de blanqueo anexionista.

    Lo cierto es que desde el Nuevo Herald hay quienes no cesan en su propósito de invitarnos a someter a autopsia el alma venerable de la nación cubana, para enterrarla definitivamente en los sepulcros.

    Ya en oportunidad anterior, mientras repasaba el contenido de un artículo de esa publicación, bajo el título De Martí a la realidad, meditaba que de tan solo pasar la vista por sobre esas letras irritaba, ofendía.

    La impotencia para derrotar el proyecto de la Revolución Cubana lleva a un sector de sus enemigos a abandonar la apuesta de regatearle el apostolado martiano para intentar borrarlo todo. Hacer con el legado y la herencia política, ética, moral y patriótica del país lo que con Sodoma y Gomorra, aunque se nos presenten con cierta petatería cándida.

    Lo preocupante es que persisten en su intento pese a la evidencia descabellada y hasta vejaminosa del intento. Los Mesías de una salvación desde la «nada», desde el vacío total, o desde un enorme agujero negro en nuestra historia, quieren lanzarla quién sabe a qué abismos paralelos.

    En días recientes el diario miamense y sus extraños predicadores volvieron a la carga con un nuevo artículo: Pacatería en la historia de Cuba. En esta oportunidad se intenta «demostrar» que esta última ha sido víctima del oscurantismo y de escrúpulos excesivos, que en muchos casos obedecen a la conveniencia y el temor, y que alejarse de estos enfoques resulta «muy saludable».

    Para hacerlo —según sus postulados— solo tendríamos que «bajar del altar a los patriotas, enterrarlos para que la nación cubana avance sin soportar la carga de la mitología independentista».

    Exponen que aunque ello no sería la solución de todos los problemas, sí constituiría un paso necesario. «Es indispensable limpiar de pacatería y determinismo la historia del país», arguyen, y continúan:

    «Esa limpieza siempre enfrenta un escollo difícil de superar en la figura de José Martí… Por rechazo a los postulados revolucionarios, que se mostraron vacíos, hemos aprendido a desconfiar de los patriotas», sigue.

    «El mesianismo martiano y su romanticismo político pueden resultar funestos», y así por el estilo…

    Ya en el lance anterior este «curandero de nuestra historia», en cuya entraña gravita la añeja encrucijada de nuestra Patria entre la independencia y el anexionismo, entre la dignidad nacional y el desprecio de determinados sectores del norte, planteaba nada menos que lo siguiente: «Dicho con vulgar claridad: los americanos no tienen la culpa de nuestros problemas. José Martí fue intelectualmente deshonesto y políticamente demagógico cuando le postuló a Cuba la misión de impedir la expansión de la influencia gringa sobre el resto de nuestros países».

    Curiosamente, desde sus lejanos comienzos, el anexionismo mesiánico y sentimental de los norteamericanos estuvo marcado por el mismo desprecio con que el Herald y algunos de sus articulistas atacan a esa columna patriótica, moral, ética y justiciera que es José Martí.

    Tal vez lo que preocupa a los nuevos ideólogos de la desolación histórica, es que la Cuba decidida a renovar el ideal justiciero y libertario de la Revolución, lo hace afincándose esencialmente en sus raíces, sobre todo tras la caída del socialismo real, cuando se comprendió cabalmente que el Martianismo, entendido como el crisol de los ideales patrióticos nacionales, debería presidir la aspiración socialista.

    Y esa elección sabia, encumbrada y sensitiva lleva en su corazón el ardor de quienes un día se levantaron sobre el imposible para salvar a nuestro Apóstol de la ignominia en el año de su Centenario.

    Martí nos acompañará sin remedio en toda rectificación, hasta en el ecumenismo que deberá presidir nuestra actuación para avanzar hacia esa Cuba «con todos y para el bien de todos».

    A quienes pretenden someter a autopsia el alma venerable de la nación cubana, a esas aves que vuelan en el cielo de barras y estrellas que se les abre en el Herald, ya el Héroe Nacional los había descaracterizado: «Solo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad. Y es la verdad triste que nuestros esfuerzos se habrían, en toda probabilidad, renovado con éxito, a no haber sido, en algunos de nosotros, por la esperanza poco viril de los anexionistas, de obtener la libertad sin pagarla a su precio…».

  3. Estimado Ronquillo, me alegra su respuesta y el ánimo a dialogar. Trato de meditar con mesura acerca de cómo escribir algunas respuestas. Soy doctor en ciencias históricas e investigador auxiliar del Instituto de Filosofía, del Citma. Pertenezco a la Uneac y recibí la Orden Carlos J. Finlay, del Consejo de Estado, en el 2013. Son mis credenciales, pues no me he presentado.

    Me gusta polemizar con argumentos profundos y concienzudos. Le agradezco el envío de esos artículos suyos, uno de 2010 y otro 2014, que no recuerdo haber leído. No pretendo halagar triunfalistamente sus trabajos, re-conozco sus responsabilidades y compromiso político, firme en principios y de buen comunicador. Tómelo como algo que está explícito e implícito. Dejemos las complacencias para luego.

    De entrada, la fecha del 17 de diciembre de 2014, no es una ‘fecha ilustre’, a no ser que haya escrito de forma irónica. En segundo lugar, la comunicación del señor Breckenridge, subsecretario de Guerra de los Estados Unidos, es apócrifa, no existe. Tal lo investigó y demostró, el Dr.C. Gustavo Placer Cervera, miembro de la Academia de Historia de Cuba, hace algunos años y fue publicado su descubrimiento.

    Hay algunas referencias, terminologías y concepciones históricas, filosóficas y políticas que están casi definidas -nada es absoluto, ni la verdad, sin resbalar en relativismos excelsos-, como le expliqué anteriormente, en la historiografía cubana. Eso no limita el enriquecimiento del lenguaje y de las valoraciones que puedan aportarse, pero no deben contaminarse con acepciones lingüísticas y cargas semánticas de contenidos dudosos y ajenas procedencias. Tal sucede cuando en Cuba se escribe sobre ‘afrocubanos o ‘afrodescendientes’, termino de la historiografía estadounidense (afronorteamericanos), que no debe traspolarse a la realidad histórica cubana, aunque nos sumemos a las conmemoraciones de las Naciones Unidas y sus subsidiarias, ya que pueden embrollar el entendimiento de quienes leen acerca de nuestra historia. La moda en la historia, cuando se copia mecánicamente, es peligrosa.

    Peor es el caso de quiénes no leen y solo escuchan las ‘libérrimas’ interpretaciones de otros o las propias inventadas y alejadas del decursar histórico. Que incluyen rumores y/o chismes históricos, que muchas veces ni siquiera sus autores o seguidores, comprenden en su totalidad, menos su procedencia. Esas bolas se convierten en aludes de mentiras, ahora llamadas fake news, con la forma más eficaz de transmisión: textos cortos y entretenidos y, a través, de la oralidad burlesca y sarcástica. Entre ellos están los que van a las páginas digitales, repletas de medias verdades y medias mentiras, para alimentar sus (des)-conocimientos.

    Hablo diáfanamente con usted, porque hay enormes lagunas en el saber y en la comprensión de la historia nacional. La enseñanza de esta disciplina, la filosofía marxista y leninista, parece ser que también la economía política, han sido soslayadas, hasta obviadas, durante años. (Pérez Cruz, Felipe J (2015): La enseñanza de la Filosofía Marxista en Cuba: El protagonismo del profesor y los alumnos, en Dialogar, dialogar, diciembre 15; Cruz Capote, Orlando (2013): Algunas ideas acerca del viejo y el nuevo debate sobre el marxismo y leninismo en Cuba: continuidades y rupturas, en La Transición socialista. Actualidad, desafíos y perspectivas, Sello editorial Filosofí@.cu, Instituto de Filosofía, Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, La Habana).

    No por gusto se efectuó una reunión del Presidente Díaz-Canel con una representación del claustro de profesores del Instituto Superior Pedagógico ‘Enrique José Varona´. Esas asignaturas no se imparten con calidad, contenido didáctico atrayente, estética (belleza estilística), pasión y rigurosidad científica. Se cae, en la mayoría de los casos, en memorizaciones estériles, repeticiones y reciclajes de gastados libros, algunos con datos obsoletos y no se tiene como premisa el ánimo de conversar-dialogar con los estudiantes. El profesorado no se alimenta con los nuevos textos y los aportes historiográficos. No se práctica aquello que Marx señaló, y que Paolo Freyre hizo suyo con escuela de pensamiento: la Educación Popular. El educador-educado. Existen serios déficits sobre la historia de Cuba en nuestro país. No hablo de los jóvenes solamente.

    Lo lamentable es que cuando se extravían lustros o décadas de formación histórica, que a la vez es política, ética, cívica, estética, socioeconómica, ideológica y jurídica, entre otras, desde un pensamiento crítico y desde el marxismo revolucionario autocrítico, pues se pierde la historia del país.

    Poseer memoria no es malo, sino un don que debemos ejercitar, porque una vez extraviada, resulta muy difícil recuperarla.

    Diez años -en el caso nuestro ha sido más- de insuficiente historia impartida se convierte, geométricamente, en aproximadamente 30 años de pérdida casi definitiva de sus conocimientos, porque son varios los colectivos de educandos -en síntesis, de generaciones-, que no la recibieron adecuada y acertadamente. Entonces, el alumnado pierde interés, y los que pasaron por las aulas tienen vacíos difíciles de restaurar y consolidar, por las deficiencias de los maestros y profesores. Se omiten los imprescindibles relacionamientos de hechos, personalidades y procesos históricos de Cuba, la nuestraamericana y la universal.

    Diariamente se repiten equívocos históricos en los comentaristas, locutores, animadores, historiadores -incluso consagrados-, en los periódicos, la radio, la televisión, en la red de redes, páginas webs nuestras, en conferencias y clases. En los cursos de postgrados, maestrías y doctorados que hemos ofrecido, colectivamente, nos percatamos de esas manquedades. Se recurre a lo que no teníamos planeado: un curso propedéutico para salvar las carencias.

    Por eso le explique mis ideas sobre el diferendo histórico y cuando se convierte en confrontación histórica, aunque hayan existido fuertes conflictos, a veces muy agudos, entre las mentes colonizadas -esos que a los que llaman anexionistas, proanexionistas, neoanexionistas, y que otros denominan de plattistas y neoplattistas-, y los que luchaban y luchan incansablemente por la independencia, soberanía nacional y la justicia social: los patriotas anticolonialistas y antimperialistas radicales.

    La 1ra Ley de Reforma Agraria, puso fin a la hipocresía del establishment estadounidense. Sus movimientos hostiles desde el mismo triunfo, se convirtieron en un síndrome: el síndrome de Espartaco, acerca de lo que simbolizaba la Revolución Cubana, para otros pueblos del Sur geopolítico, y trataron, a partir de entonces, de ahogarla de forma definitiva. La ley significó el principio del fin del capitalismo en Cuba: la liquidación del latifundio norteamericano y cubano en la estructura agraria quebró una de las raíces esenciales del capitalismo dependiente cubano. El consenso contrario a Cuba lo confirmó el periódico Walt Street Journal, el 24 de junio de 1959: “La controvertida nueva ley (…) ha cristalizado aquí la oposición contra el primer ministro Fidel Castro (…) Pero aunque es difícil descubrir la verdad de los cargos americanos de que el señor Castro flirtea con el comunismo, el hecho de que se hagan estas acusaciones es importante, ya que los acusadores son hombres que poseen cerca de 800 millones de dólares en inversiones en Cuba y eso es importante”. (Walt Street Journal, 24 de junio de 1959, citado en la obra de Scheer, Robert y Zeitlin, Maurice (1964): Cuba, an American Tragedy, Londres, Penguin Books, 1964).

    Esta porfía ideológica y política sucedió en varias ocasiones en la historia de Cuba, y prosigue en la actualidad. Usted indudablemente tiene su concepción, que no está avalada solamente por el profesor que le impartía clases.

    Por mi parte, lucho por extirpar la inclinación e insistencia por conferir un espacio excepcional al empirismo positivista depreciado, también al economicismo reduccionista y difuso, a la improvisación, el subjetivismo, el voluntarismo, el burocratismo y todo lo que melle el despliegue del tránsito socialista nacional. He optado, por la invitación de desterrar del pensamiento político, intelectual, del saber cotidiano y común, que filosofar es una especulación metafísica derivada de artificios silogísticos y ejercicios intelectuales inservibles, fisuras que nos abate en medio de una época de crisis.

    Filosofar y teorizar -no dude que escribo de los marxismo(s) y leninismo(s) revolucionarios (en plural), porque hay otros que no lo son- constituyen totalidades del infinito espacio/tiempo de reflexionar/transformar en la práctica revolucionaria, que implica repensar la realidad sobre una sólida base lógica y racional desde la historia (nuestra historia concreta, ecuménica y universal), la (auto)-crítica y la creatividad para trastocarla en una revolución social y política. No son ideas puras innatas, vacíos de preguntas, imaginaciones y utopismos estériles, menos cientificismos, sino intentos de solución de las incertidumbres que nos obligan a sentir-pensar dialécticamente la práctica individual y colectiva en contextos concretos y generales, desde las clases, grupos y sectores sociales diversos, con un humanismo civilizatorio de emancipación humana.

    El marxismo original y creativo, siempre proyectó la teoría, la hechura socialista y comunista, aunque su principal misión fue el estudio crítico del capitalismo, con una interrelación de acuse de recibo de la realidad hacia la teoría y viceversa, que tiene como punto de partida el análisis de lo teórico abstracto al concepto interpretativo pensado y, finalmente, al abstracto concreto teórico, intermediaciones expresadas y entendidas. Por eso, existe una intencionalidad teórica en nuestro presidente cuando insiste en aprender correctamente las matemáticas, porque en esa ciencia hay una lógica, una forma de pensar abstracta, que nos invita a reflexionar con una lógica formal y una lógica dialéctica, con racionalidad y pasión creadora, como seres sentipensantes que somos, en el contexto histórico concreto en que vivimos no pasivamente, sino proactivamente.

    Continúo con el diálogo, el debate tan necesario. El sistema de poder político revolucionario no ha podido -hasta hoy- articular, estabilizar y consolidar los espacios públicos de debate que solicita y requiere la sociedad en su conjunto, en específico la sociedad civil, y se infiere que estos diálogos (eventos incluso) democráticos tienen la necesidad de configurándose en estructuras de diálogos políticos estables con todas y todos, y los cada vez más diversos sujetos sociales y económicos -también ideológicos, políticos y culturales- dentro del país, sin temores a las polémicas. Lo que quiero decir, es que algunas de esas disputas -de sentido- deben constituirse en políticas públicas.

    Varios problemas más para discutir. Hay uno histórico, el otro que tiene que ver con la teoría de la historia, la historia de la teoría y, con ello, la crítica de la historiografía, o como se le puede llamar la crítica a la historia. Partes inseparables una de las otras. Por eso, la problemática de Cuba es contra el imperialismo (como lo conceptualizó Vladimir Ilich Lenin), no solo contra el anexionismo, ni ser antinorteamericano, antipanamericanista, antiplattista, etcétera, que fueron en su momento pasos de avance. Insuficientes, por cierto. Tales manifestaciones son fenomenológicas, no van a la esencia del conflicto: llámese diferendo o confrontación histórica que, para mí, meridianamente, son dos momentos de esa historia.

    Tenemos que (auto)-constituirnos en antimperialistas radicales -de raíces, como escribía José Martí-, porque también hay un antimperialismo declarativo y retórico, que no intenta cambiar el statu quo colonizante y dependiente ante el sistema-mundo del capital (Inmanuel Wallerstein), y de su potencia dominante y hegemónica: los EE.UU., y/o del sistema de dominación múltiple del capital (Gilberto Valdés Gutiérrez), de los imperialismos. (Colectivo de autores (2017): El imperialismo de estos tiempos, Compilación Revista Marx Ahora, con Introducción de Isabel Monal, Editorial de Ciencias Sociales, Revista Marx Ahora, filosofi@.cu Editorial, La Habana).

    La generalidad nos mata. La pelea no es únicamente “entre cubanos”, así de forma general, como si en la nacionalidad y la nación no existiera una compleja estructura de clases -ahora mismo existe una heterogénea reestratificación social, y socioclasista por supuesto-, como si no hubiera posicionamientos políticos disímiles. Hay gente en este país soñando con un capitalismo light, con el resurgimiento de una burguesía nacional (lo que es un disparate, porque no hubo tiempo y espacio antes y ahora menos, en un mundo capitalista transnacionalizado y neoliberal)

    Para algunos es como si no existió una alta burguesía cubana aliada a los intereses capitalistas estadounidenses (también ingleses, franceses, españoles y holandeses, pero en menor escala); como existió un último gobierno autocrático-totalitario, que por apuntalar los intereses personales, familiares y de una élite -o cofradía Batistiana que abarcó a sus más cercanos acólitos militares y burgueses-, además de las grandes compañías monopólicas yanquis y de la oligarquía burgués-terrateniente, sin olvidar que existía una oligarquía bancaria, casateniente, exportadora-importadora, financiera en conjunción con una jerarquía eclesiástica católica-apostólica y romana rancia en su conservadurismo, más otros, no hubiera acudido al crimen, al oprobio, a la tortura (recordar a Gerardo Machado, entre otros), prosiguiendo con la práctica de la corrupción política administrativa, un mal entronizado desde el mal llamado descubrimiento, o sea los 400 años de colonialismo español, y medio siglo de neocolonialismo gringo.

    También estuvo presente una pequeña y mediana burguesía, sin poder económico y cobarde políticamente, como para enfrentarse al gigante de las siete leguas y su clientelista oligarquía. Sin embargo, fue capaz de unirse (se radicalizó) a la intelectualidad más avanzada, el estudiantado, la enorme potencialidad de los obreros -adormecidos por la politiquería mujalista propatronal- y el resto de la población cubana en el final de la lucha insurreccional y clandestina.

    Juntos, a pesar de futuras deserciones, se fueron a la huelga general de masas revolucionaria del 1ro de enero de 1959, llamada por Fidel Castro. (La huelga general se inició a partir en la mañana del día primero y debió terminar el 4 de enero, cuando el propio Fidel, desde Camagüey, convocó al pueblo y a los trabajadores a reiniciar las labores para que no se afectaran los servicios y la economía del país, pero ello fue imposible, pues el júbilo popular se preparaba para recibir la ‘Caravana de la Libertad’ en cada localidad. Castro Ruz, Fidel (1959): “Instrucciones a Santiago de Cuba”, leídas por los micrófonos de Radio Rebelde, en Contramaestre, el 1ro de enero de 1959, Documento 961, Fondo: Fidel Castro Ruz, Archivo de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado).

    No advertir eso, permite que algunos pretendan con el llamado aséptico de arreglar las cosas entre cubanos. Si así fuera, pues podemos arremangarnos las mangas de la camisa y arreglarlo, al menos, entre cubanos. Por eso hay que meditar en lo que Saco dejó como su epitafio: “Aquí yace José Antonio Saco, que no fue anexionista, porque fue más cubano que todos los anexionistas”.

    Él mismo sostuvo discusiones y posiciones polémicas y controvertidas, porque ‘temió al negro’, a ‘la guerra de razas’ (la Revolución Independentista Negra de Haití paralizó a más de uno), aunque contrario a la Trata y a favor del abolicionismo, expresó de manera rampante -parafraseándolo- ‘hay que hacer olvidar (desmemorizar) el papel del régimen esclavista en Cuba y con ello el rol de la esclavitud en la Isla… ignorar y omitir ese pasado nada glorioso, pero no solo con la desmemoria intencional sino con el blanqueamiento paulatino de la Isla’. (Leer a Francisco Arango y Parreño y José Antonio Saco, dos figuras cimeras del pensamiento reformista ilustrado cubano de fines del siglo XVIII y mediados de la centuria decimonónica. Torres Cuevas, Eduardo (2006): La Generación de 1820: De la Ilustración al reformismo, y José Antonio Saco y López: La aventura intelectual de una época, En busca de la cubanidad, T. II, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, pp. 41-52 y pp. 73-147).

    El proyecto blanco, esclavista o antiesclavista, pero aristocrático, de la sacarocracia cubana, en la búsqueda del fortalecimiento de una burguesía esclavista moderna, dizque fundador de la nación, no era indudablemente lo mejor para la independencia y soberanía de Cuba.

    Y los saltos históricos son arriesgados, si semejan cabriolas que no se explican, ni por sí mismas. Usted ha tomado como un pensamiento antianexionista “radical” al de José Antonio Saco, y lo lleva de forma simplista hasta Fidel Castro Ruz. En una línea continua. Craso error. No es una comparación aceptable, ni remotamente. No existen analogías para que uno lleve al otro. Hay en el intermedio otra pléyade de patriotas decididamente definidos que ocupan ese lugar, aunque él sea un antecedente. Si Saco evolucionó hacia al campo independentista -aunque siempre fue un reformista, defensor de la autonomía luego de la independencia a medias- se debe a su cercanía a Félix Varela, José Agustín y Caballero y José de la Luz y Caballero.

    Quien se la leído la obra de Saco, encuentra en ella serias contradicciones, dubitaciones, ambigüedades y, al final de su vida, esclarecimientos. Lo más lógico en una inteligencia en franca y permanente evolución. Como representante de lo que luego se llamaría una burguesía esclavista, miró a los Estados Unidos de Norteamérica como una oportunidad para la Isla, algo a imitar si caer en su bandera de las estrellas, nunca ser miembro de la Unión. De ahí su famoso Epitafio. Que, por cierto, no es nada importante al lado de otras palabras suyas, escritas en 1848 y 1849, cuando alzó su voz radical, contra la corriente anexionista más retrograda, la que se encuentra en el grupo del Lugareño (seudónimo), el hombre de Puerto Príncipe, Gaspar Cisneros Betancourt, en conjunto con José A. Alonso, José Aniceto Iznaga y Cirilo Villaverde, que están publicando el periódico La Verdad, con el fin de confundir.

    “En cuanto a mí, [escribió Saco] a pesar que conozco las inmensas ventajas que obtendría con esa incorporación pacífica, debo confesar con todo el candor de mi alma que me quedaría un reparo, un sentimiento secreto por la pérdida de la nacionalidad cubana (…) la inmigración de esta [Norteamérica] a Cuba, sería muy abundante y dentro de pocos años los yankees serían más numerosos que nosotros y en último resultado no habría reunión o anexión, sino absorción de Cuba por los Estados Unidos. Verdad es que la Isla siempre existiría, pero yo quiero que Cuba sea para los cubanos y no para los extranjeros (…) La nacionalidad es la inmortalidad de los pueblos y el origen puro del patriotismo… En un instante anterior escribió, en 1848: “…Yo creo que no inclinaría mi frente ante sus rutilantes estrellas, porque si he podido soportar mi existencia siendo extranjero en el extranjero, vivir de extranjero en mi propia tierra sería para mí el más terrible sacrificio”. (Carta de José Antonio Saco a Gaspar Cisneros Betancourt de 9 de marzo de 1849; en Fernández de Castro, José A. (1923): Medio siglo de historia colonial, Editorial Ricardo Veloso, La Habana, pp. 103-107; Saco, José Antonio (1962): Colección póstuma de papeles científicos, históricos, políticos y de otros ramos sobre la isla de Cuba, ya publicados, ya inéditos, Editorial Nacional de Cuba, en tres tomos, T. III, La Habana, p. 464. Todo se puede encontrar en la obra del Instituto de Historia de Cuba (1994): Historia de Cuba. La Colonia, evolución socioeconómica y formación nacional, de los orígenes hasta 1867, Editora Política, La Habana, pp. 440-441).

    Varela, Luz y Caballero, Céspedes, Agramonte, Calixto, Gómez, Maceo, pero fundamentalmente, José Martí si son los antecedentes de Fidel Castro Ruz.

    Sobre el intento de desprestigiar a José Martí, el empeño es viejo y no solo publicista o divulgativo. En la academia estadounidense, el historiador americano-cubano Rafael Rojas realizó la obra más venenosa y pretensiosa, pues utilizó todas sus herramientas históricas, incluso marxistas -fue un hombre formado en Cuba, antes de ser un converso o travesti ideopolítico- y escribió sin pretender disimular sus mentiras, sobre un Martí inventado por la Cuba socialista, para tratar de legitimarla y darle credibilidad. (Rojas, Rafael (2000): José Martí: La invención de Cuba, Editorial Colibrí, Madrid).

    Una final, aunque no hay final, todo es continuo, discontinuo, de ruptura y superación. Nada es lineal, progresivo como nos lo vendió la Modernidad occidental. No considero que los gringos quieran en la actualidad anexarse a Cuba. No quieren, no pueden Convertir la Isla en una estrella más de la bandera estadounidense. No lo han hecho con Puerto Rico. Eso es llamativo.

    Vendrán por nosotros, eso sí, para ponernos de rodillas, humillarnos, destrozar las conquistas socialistas, destruir el sentimiento nacional, pero nunca podrán anexarse a Cuba. No lo hicieron a finales del siglo XIX. Menos lo harán ahora. Vienen por la recolonización más salvaje, cruel y brutal.

    Y se encontrarán con una resistencia feroz, un verdadero avispero de cubanas y cubanos.

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