PREMIOS 26 DE JULIO 2019

“Yo soy María”

Por Katia Siberia

Porque los supuestos siempre terminan venerando las apariencias, empezamos sin pronombres personales, solo el “tú” que le acomoda al género de las ambivalencias, porque tú puede ser Manuel y tú puede ser María. Pero hubo un momento de la concordancia en que ya no fue posible. O era delegada de la Circunscripción, o era delegado. O presidenta de los CDR o presidente, o mujer u hombre. Al menos en el texto tenía que definirlo como si, quien escribe, tomara partido. Así de radical me parecía la presentación de, finalmente…, María.

—Yo soy María  —recalcaría luego, sin los vestigios del hombre al que le ha tomado décadas agonizantes que todos la crean mujer en el Palmarito del poblado de Júcaro, Venezuela, Ciego de Ávila…, uno de los tantos recovecos de la geografía donde suele juzgarse la libertad con más encono.

No le bastó con su pelo largo y tratado, ni sus uñas meticulosamente arregladas, ni los senos que las hormonas le hicieron nacer del pecho, ni la voz fina, ni las poses, ni el sexo que esconde tan bien entre sus piernas que ni la licra anuncia…Todavía hay quien te dice en Palmarito: “si quieres entender lo dura que es la vida aquí, ve a casa de Manuel”. Pero antes me habían dicho: “ve a casa de María”. Y yo pensé que era un error, que eran dos casas, dos personas. Y no.

María nunca se sintió Manuel y cuando su cuerpo se cansó de luchar contra su sexo, su padre —responsable de traerlo al mundo varón con el cromosoma Y de su espermatozoide—, no soportó “el error” y lo(a) expulsó de casa. Entonces, María comenzó a ser, extraoficialmente, mujer. Y a ser hombre, solo de carné… y si se lo pedían.

Si me lo enseña ahora es como constancia de un “desajuste” natural que puso estrógeno (de más) donde debía ser andrógeno, según lo común de las Ciencias Biológicas en las que un hombre tiene que parecer hombre y una mujer, mujer. No habría que (de)mostrarlo con los genitales.

Por eso mismo rechaza la reasignación de sexo. No habla en esos términos, pero lo deja claro: “Hace años estoy casada con un hombre que me quiso así, como yo estaba, ¿qué te hace pensar que si me opero me sentiría más mujer, que un hombre me querría más por eso? ¿Y los que engañan, y los que dejan a sus mujeres por otros hombres? ¿Y? ¿Y?…”

Son muchas las interrogantes que le impiden a María entrar a un salón quirúrgico para presumir de lo que ya es. No siente la necesidad de convencer a nadie; mucho menos a sí misma. —Además, muchacha —dice cambiando el tono dramático que traía su monólogo —, si lo que yo tengo es tan chiquitico que ni se me nota, jajajaja.

Las carcajadas que lanza y devuelvo, descubren a una mujer profunda y ligera. Nada en ella es puro, todo es mezcla, empezando por su piel.

María es una mulata, alta, ojiclara, de piernas estiradas y pelo más estirado aún, con nalgas de criollita que escamotearían la solidez de un “macho-varón-masculino”, al punto de lanzarle a ella piropos en silencio y con remordimientos. Debe haber gozado de eso durante algún tiempo, aunque hace mucho vive de espaldas al qué dirán y de frente a un mar en calma que parece haberla inundado.

Allí, en Júcaro, están los que la miran de reojo y los que la miran de frente, pero nadie podría ignorarla; y menos desde que se convirtió en la delegada de la circunscripción de Palmarito, un barrio “salado” en exceso después de que Irma entrara por el sur de sus aguas y terminara asqueado por el destrozo que no pudo tragarse. Entonces, cuando escupió, dejó el hilo de casitas emparapetadas en las márgenes de su costa, que nunca antes fue más marginal: Palmarito quedó siendo una huella y allí vive María queriendo borrarla.

Cuatro días antes del huracán, la habían nombrado delegada del Poder Popular. Su estreno fue el desastre que solo en Júcaro derrumbó 114 casas y batuqueó la suya —en cualquier momento una racha de viento acaba con la incertidumbre de si se cae o no—, pero no hablamos, en primer lugar, de su caso(a); excepto si la provoco y le digo una verdad a medias…

—A veces, las personas proponen a otras para librarse ellas de una responsabilidad. ¿Tú crees que te eligieron por ser la más capaz, de verdad?

Sale y pregunta por ahí. Desde hace rato ellos estaban esperando el momento. Verás que yo era líder antes de todo esto, que si había problemas con el transporte o hacía falta alguien yo iba y vendía los tickets por la mañana o llamaba a Transporte Provincial; que cuando el Acueducto, la que dio los bateos aquí pa que arreglaran esto fui yo… y si miras mi celular verás que tengo los contactos de medio mundo, yo por aquí llamo al Partido, al Gobierno…

—A pagar ellos, ¿no? —bromeo.

—Ni creas, yo llamo a las oficinas. Gracias a que tengo ahijados que me recargan el móvil

—Ahijados de bautizo o de…

—Sí, de religión. Gente que han visto los resultados de lo que yo hago, no viven aquí, están muy agradecidos y me recargan el móvil —aclara, mientras adivina mi conmoción e invita a pasar al cuarto de al lado, justamente, el día de la Virgen de Regla, y uno antes del de la Caridad.

Pienso que por eso hay tantas flores y vasos y collares… Sin embargo, me corrige ofreciéndome una clase de sincretismo. Es tan sincrética su fe también que —siguiendo los consejos de su abuelo haitiano, renuente del vudú y del don que pueda tener un hombre para hacer santo a otro—, apenas, cree en la “gracia” con la que se nace. Admite que, en su caso, solo hace bien a las personas que consulta, con lo que ve a través de sus vasos de agua.

Pero María miente.

A su casa va gente procurando a la María delegada y ella, sin consultar a sus espíritus, termina ayudando. La primera vez que lo hizo, como delegada de Circunscripción, fue mientras repartía las donaciones: una olla o un fogón, un filtro, un colchón, algo de aseo…“Ah, y por el CDR también debo hacer un montón de cosas, yo sigo siendo la presidenta, pero ni lo digas mucho por ahí, que eso no debiera ser. Lo que pasa es que aquí nadie quiere coger el cargo”.

Y si traiciono su confianza es porque, en todo caso, lo reprochable no es su “concentración” de poder, sino la ausencia de voluntad de la gente que la rodea y dice apoyarla. Gente que está en un extremo nulo de Palmarito, mientras ella se va al otro, al activismo, y llega a dirigir, incluso, el destacamento Mirando al Mar.

—Es que estás en todo…

—Eso no es nada, muchacha —advierte, quizás, disimulando su liderazgo o, quizás, menospreciando una actividad que, en esencia, no implica mucho más que hacer lo que hace en sus ratos libres: mirar al mar; hasta ahora, sin sobresaltos de drogas recaladas.

En los últimos tiempos, el mar ha traído tan poco, que ni pescado.

—Malísima, malísima está la pesca —lo dice arreciando el ííííiísima, con el convencimiento de quien ha querido, durante 17 años, a uno de los hombres que pesca a escasas millas de su portal. Si se mira su casa, podría hacerse un inventario de la pesca en Júcaro (la de escamas, digo), a poco más de un año del paso de Irma.

Hay algo, no obstante, que podría desvirtuar el cálculo. Los cientos de pobladores de Palmarito que tienen al mar como patio saben que tienen que irse: Irma volvió a recordárselos y dos edificios se adentraron ya 15 kilómetros tierra adentro. La Tarea Vida les ha detenido cualquier prosperidad en su vivienda y viven esperando. También por eso María luce detenida, sin cambios ostensibles en su casita de madera.

—Sé que tengo que irme, pero no sé cuándo. Lo que sí es seguro que sigo con mi gente, de la que me he ganado el respeto…, también porque yo los respeto mucho.

Cuando María dice este tipo de cosas se le nota un orgullo despampanante y sanador, que viene a disipar la tristeza de los tiempos en que su gente la miraba mal. Y entiéndase por mal: discriminación, burla, incomprensión…

¿Ya eso quedó atrás?

—Bueno, fueron tiempos muy duros. Estaba convencida de lo que era y esperé a tenerlo todo natural, ni siquiera una peluca o silicona en los senos. Me dije que el día que saliera a la calle sería yo en todos los sentidos, y no fue fácil tampoco. Sentía el rechazo, pero yo siento hace mucho que la gente me quiere y ya me quiere así.

—Sí, te tienen como un Dios.

—Es verdad, pero yo no soy Dios, soy María.

—Y tampoco la Virgen María — le digo, para borrarle la tristeza que le provocan sus viejos recuerdos, y lo logro. Ríe estrepitosa y aguda, ríe mucho, hasta que la interrumpe mi última curiosidad.

—¿Y de dónde salió ese nombre? Pensé que, quizás, como te pusieron Manuel, ibas a elegir Manuela. ¿Lo evadiste por algo?

—No, no seas mal pensada, muchacha —me dice, mientras sonríe apacible—. Por el contrario, fue la ingenuidad de dos niñas que, un día, al no tener clara mi identidad, me preguntaron cómo me llamaba, y les dije lo primero que se me ocurrió. Desde entonces, soy María.

Premio Entrevista Concurso 26 de Julio, 2019.

2 thoughts on ““Yo soy María”

  1. Excelente historia, la vida muchas veces nos hace pasar por pruebas y momentos diferentes, que si no tenemos las herramientas necesarias no saldremos hacia adelante.
    La sociedad todavía tiene fobia al cambio, no es culpa de la persona, es algo que pasa de forma natural, los padres deben ser mente abierta, sé que no es fácil, pero, es tu hijo hasta la muerte y eso no lo cambiara ni un cambio de sexo, los tabús en la sociedad todavía son muy grandes y hacen mucho daño.
    Vamos a ser más flexible a la hora de ver la realidad, no castiguemos sin necesidad, al final debemos aceptar a las personas tal y como son, sin distingo de reza, religión o lo que sea.

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