PERIODISMO PATRIMONIAL E HISTÓRICO

A casi 365 de 500(II)

Por F. Vladimir Pérez Casal

Matusalén vivió 969 años y como parte de su genealogía se le vincula con Adán y Noé; este último dicen que existió 950 años. Roma anda por los 2772 de vida, pero una ciudad, la de mis sueños, llega solo a los 500, nada comparado con los números anteriores, sin embargo es importante; y ella se une a las otras 6 ilustres que forman en Cuba el “club de las longevas”.

El primer pintor cubano, el primero que fue considerado como tal, fue un habanero, José Nicolás de Escalera y Domínguez (1734 – 1804)[i], fue autodidacta, pintaba copiando y su genialidad está en haber captado la luminosidad de Cuba. La pintura cubana aparece a finales del siglo XVIII, era considerada un oficio y los artistas de la época eran pagados por los retratos de los ilustres y la temática religiosa, que eran los temas más frecuentes de las obras.

Está considerado la figura más representativa de la pintura barroca en Cuba y más de 90 de sus piezas se conservan en España y los Estados Unidos.Las pinturas de Escalera fueron realizadas para la iglesia de Santa María del Rosario, construida entre 1760 y 1766, por el maestro de obras José Perera. Sumecenas fue el Primer Conde de la Casa Bayona, José Bayona Chacón, y las dimensiones y belleza del templo eran tales que se le consideró la Catedral de los campos de Cuba. En el interior se puede apreciar los murales que pintara de Escalera y que retratan también la sociedad de la época.

En La Habana fue bautizado, en la antigua Parroquial Mayor de San Cristóbal de La Habana, su padrino fue el Capitán Juan de Santiago. Se supone que aprendió a pintar en algún convento habanero y es el primer pintor cubano cuya obra se conserva hasta nuestros días.

Escalera no firmó nunca sus obras o documento con su segundo apellido, la mayoría de las veces aparece Jph. Nicolas de Escalera o simplemente Escalera, pero en los distintos autos de compraventa, liquidación e incluso en la testamentaria de su padre y de su tía materna, aparece el nombre de Joseph Nicolas de Escalera Tamariz que eran sus verdaderos apellidos, los de su padre y su abuelo.

Su primera obra parece ser un retrato del capitán de navío Luis Vicente Velasco, que murió defendiendo la fortaleza del Morro en 1762 y no hay referencias documentales de cómo se formó. Se cree que trabajaba en algún convento, posiblemente perteneciente a la Orden de Santo Domingo.

San José y el niño, Museo Nacional de Bellas Artes

De alrededor de 1759 se documenta que datan los trabajos realizados para la iglesia del Convento de San Francisco de Asís de La Habana y la de Nuestra Señora de la Candelaria en Guanabacoa

En 1770, de Escalera aparece formando parte de una protesta del gremio de pintores por considerar que no eran tratados con las deferencias necesarias para ser apreciados como maestros del oficio. La pintura que se conserva fechada y firmada, es posterior a este hecho.

El pintor murió enfermo, soltero y con 69 años. De Escalera era un hombre de fe religiosa; en su testamento pidió ser enterrado frente al altar de San Juan Nepomuceno, en la Iglesia del antiguo Convento de Santo Domingo en La Habana, San Juan de Letrán.

Otro habanero, que con su pintura lustra nuestra ciudad capital, es Víctor Manuel García Valdéz (1897-1969)[ii]. Fue alumno de Leopoldo Romañach y desde el inicio su pintura se alejó del estilo de su maestro, por la influencia de la Vanguardia que recibió durante su estancia en Francia, España y Bélgica, donde recibió el influjo  de los pintores italianos, los impresionistas, los post impresionistas y los cubistas.

Dibujo de mujer, lápiz sobre papel, s/f, colección privada

Firmó al inicio sus obras como Víctor García. En algunas aparece solamente Víctor, en las otras, ya en la madurez, Víctor Manuel.

Se consagra cuando en 1929, en París, pinta La gitana tropical, que se convertiría en símbolo de pintura. Víctor Manuel refleja en sus obras rostros, cuerpos y paisajes atemporales. Con el fluir del tiempo sus obras disfrutan de una singularidad de estilo muy personal en la que aparecen las mujeres, que tanto amó, las figuras humanas, las construcciones coloniales de La Habana, con una luz devoradora, que a veces declina con toques pueriles y que nos detienen frente a lo pintado.

Fue un habanero bohemio. Aparecía en el café La Lluvia de Oro de la calle Obispo o caminando por la Plaza de la Catedral, rumbo a su casa taller, en la planta alta del antiguo Palacio de los Marqueses de Aguas Claras.

No estuvo muy interesado en lo que decían los críticos de su pintura, porque nunca creyó en que pudieran ser traducidas en palabras. Vivió para la vida, el arte y el amor.

El gran escritor José Lezama Lima, en 1937, escribe de él: “El tiempo cuartea, entra y sale en la tela como un platelminto nutrido con las cintas de escribir, de la diversidad. Por una deliciosa y severa paradoja, Víctor Manuel llegaba por razones pascalianas a su mundo aporético, donde la hoja cae sobre la tortuga, donde la lanza se astilla al subdividir la potencia naciente y el movimiento puro, estatua discursiva en el tiempo. Retrato cartografiado, limitado, recordado. Sin venir del sueño, va a su claridad del sueño con luz. Luz fija, movimiento inmemorial sin resacas. Una pintura enemiga del fluir incluidor. Se nutre de sus márgenes, de los arquetipos expelidos por su ley central, refugiado en la grata pureza de lo espacial pictórico”[iii].

La obra de Víctor Manuel se puede considerar como una rebeldía. De la misma participan también, entre otros contemporáneos, Eduardo Abela, Carlos Enríquez y Marcelo Pogolotti, para citar a algunos.Realizó alrededor de 20 exposiciones personales y murió en La Habana, su ciudad.

En la calle Obispo Nº 105, en el tercer piso, en una de las arterias más concurridas de Cuba, nació, Servando Cabrera Moreno[iv], el 28 de mayo de 1923. Estudió en la Academia de Bellas Artes San Alejandro y se graduó en 1942.

Dos años antes había participado por primera vez en una exposición, en febrero de 1940; pero su primera muestra personal la expuso en el Liceum de La Habana, en 1943.

Viajó a los Estados Unidos, donde tomó un curso en el Art Students League, de Nueva York. Se vinculó al teatro y al diseño de vestuario y escenografía. Descubrió a Picasso y recibió influjos de sus períodos azul, rosa y el considerado neoclásico. Fue a Europa, en sus museos aprehendió del abstraccionismo, de Joan Miró, de Paul Klee.

En 1954 participa en la filmación del documental El Mégano, junto a Julio García Espinosa, y vive la esencia de este material que refleja la vida de los carboneros cubanos. Esto le sirve de inspiración para hacer una serie de dibujos que constituyen antecedente de sus obras posteriores. Fue un coleccionista de arte popular, lo que influyó poderosamente en su estilo.

Al triunfar la Revolución cubana, Servando pasa en su pintura a una visión o enfoque más directo. Aparecen más los miembros de la sociedad que lo circunda, aparece más el pueblo; pinta a sus semejantes, a los campesinos, a sus mujeres jóvenes, a sus gentes sencillas. El hacer cotidiano y los cubanos, sus vidas, quedan en sus lienzos, entre ellos: el miliciano, el guerrillero, la epopeya de Playa Girón, por ejemplo.

Ya será un pintor que ha transitado desde las figuras geométricas, con una clara influencia del abstraccionismo hacia una sensual, vigorosa, fuerte, transparente visión de la realidad. Sus desnudos de los cuerpos de hombres y mujeres nos sorprenden por el refinamiento y por la sensualidad contagiosa que nos provoca.

Oleo de mujer, 1973, colección privada

Servando —como Portocarrero, Víctor Manuel y Carlos Enrique—, expuso sobre el lienzo la cara de un hombre y una mujer de no rara belleza, común, la y del cubano, esa mezcolanza de razas y movimientos que nos hacen “bonitos” a los ojos del foráneo.

A lo largo de 40 años, entre 1940 y 1980, participó en más de un centenar de  exposiciones colectivas y realizó 20 personales. Servando murió en su Habana, el 30 de septiembre de 1981.

A finales de la década del 60 del siglo pasado, un amigo de mi padre, Paco Chavarri, nos llevó a mí y a mis hermanos a conocer a Servando a su casa. Me llamó la atención el caos del estudio, el orden y el desconcierto en el que aquellas caras nos miraban. Por años recordamos la visita que nos ayudó a educar un poco los ojos para apreciar su pintura.

Estos tres pintores habaneros, nos dejaron sobre sus lienzos a su ciudad y sus habitantes. Escribir sobre ellos, recordarlos, es una modesta forma de evocar a La Habana y a sus casi 500 años: es rememorar el desborde de blancos, negros, españoles, chinos y de todas partes del mundo, que como buen puerto de mar y criolla isla poblaron, y a quienes hoy la viven y la disfrutan; porque somos quienes nos rodean también. Somos un sentimiento habanero, en una Cuba policéntrica y multicolorida, que nos hace sobrevivientes de ciclones y de otras turbulencias.

La Habana, espero y esperamos, que para esos días de cumpleaños vista un nuevo ropón, engalanado, que recuerde sus primeros 500 años, con trovadores nocturnos y diurnos cantando a sus dones y a su belleza, esperando que sigamos, todos, ocupándonos de ella, en ese, nuestro amor intenso por sus calles, por sus personajes y por sus misterios.

¿Se nace en los lugares por casualidad? No lo sé. Recuerdo haber escuchado de un cantor hace varios años: “Soy aria endecha, tonada,/ soy Mahoma, soy Lao- Tsé,/ soy Jesucristo y Yahvé,/soy la serpiente emplumada, soy la pupila asombrada/que descubre como apunta/, soy todo lo que se junta/ para vivir y soñar;/ soy el destino del mar:/ soy un niño que pregunta”[v].  O sea que ¿en cualquier parte y da igual dónde se nace?

La respuesta puede ser sí y no. No depende del nacido sino de que quien lo alumbra. Lo cierto es que hay ciudades que uno descubre, y nos atan a su espíritu. A veces coincide y es la ciudad en la que se nace. En mi caso, sucede. Hay también otras ciudades de las que uno se siente parte, o por lo soñado o por lo vivido, o por lo amado, o por la sinuosidad de sus calles, o el  olor, o vaya a saber el porqué. Pero La Habana, particularmente, me arrasa más de un sentimiento.

Si se parte o se regresa de ella, no es importante. Lo real, lo que permanece, es el descubrimiento de que habita en uno y es en definitiva a la que hay que agradecer que exista para quitarnos de encima “la gran pena del mundo”, que es también el no hacer algo a tiempo.

Lo entrañable no se va nunca, queda aunque no estemos o no seamos ya los mismos. Aunque quisieran irse las cosas o las gentes y cambiar para siempre, los recuerdos siempre se quedan.

Yo sueño con una Habana “normal”, ni tan sucia, ni tan limpia, ni tan descascarada, ni tan recatada, ni muy pintada ni tan descascarada como está ahora; sin maquillajes, sueño con una Habana normal.

Clamo porque se restaure el tranvía de la calle 17 y que los habaneros nos regalemos la restauración de ese medio de transporte haciendo una suscripción popular.

Sueño con una calle 17 del Vedado restaurada, plena de los que la habitan, en sus variadas, arregladas (algunas) y destartaladas otras casas, divididas como un cake, bellas mansiones; con el tranvía, que suba y baje, uno que ayude a los pobladores a trasladarnos y nos llene de orgullo a todos.

Sueño con que existan más guaguas, que los “almendrones” sigan funcionando, que cobren menos y que, con menos humo contaminante y cumpliendo la Ley, nos trasladen de un lugar al otro, porque como ciudadanos todos debemos cumplir con las leyes, nada ni nadie, ni institución ni persona, están por encima de las leyes. Una Habana con las calles con menos baches, no sin baches, pero tampoco con tantos.

Una Habana que siga extendiendo la mano a los visitantes y a los habitantes, a los ciudadanos del país, porque es la capital de todos. Los 500 años que está por cumplir la hace merecedora que la quieran un poco y su historia también; nos lo merecemos los cubanos y Cuba.

[i] Ver: http://www.ecured.cu/Jos%C3%A9_Nicol%C3%A1s_de_la_Escalera_y_Dom%C3%ADnguez

[ii] Ver: https://www.islalocal.com/victor-manuel-garcia-valdez-la-gran-figura-cubana-las-artes-plasticas-del-periodo-1925-1940/

[iii]Ver: Lezama Lima, José. Víctor Manuel y la prisión de los arquetipos,http://revistas.bnjm.cu/index.php/revista-bncjm/article/viewFile/2219/2062

[iv] https://www.islalocal.com/servando-cabrera-moreno-prolifico-reconocido-pintor-cubano/

[v] Silvio Rodríguez Domínguez, canción El escaramujo.

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Redacción Cubaperiodistas
Sitio de la Unión de Periodistas de Cuba

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