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Guillermo Cabrales, ¡cará…!

De la Editorial Pablo de la Torriente me entregaron varios textos dedicados a ti para que arme un libro, Guillermo Cabrera. Están escritos desde el amor profesado por los autores, integrantes de una enorme familia, la que escogiste -y te escogió- cuando la de la sangre prefirió la salvaje mentira del Norte. Si no te mató aquel dolor, ¿cómo vas a morir, ahora, Cabrales? Yo jugaba con el apellido para agregar “…que le roncan los… atabales”, con palabra más fiera. Sonreías y me decías flaco a pesar de mis 181 libras de entonces, o poeta, aunque ya casi no enlazaba versos.

No olvido tu cumpleaños aunque no gustabas de festejarlo: 24 de junio. Van 74, compadre. Sigo recordando más allá con las apasionadas líneas de los colegas  ¿Aquellas serán libro alguna vez…? Se han tardado.  Tú sabes cómo son las cosas…Ah, ni se te ocurra usar esas frases tuyas acostumbradas para estos lances: ¿Qué tanto lío? Deja eso, no importa… Mira, esas cuartillas bien juntadas en un libro son un arma especial para los combates de esta etapa. Bien, te sigo contando.

Mileyda, Dora Pérez y Luis Hernández Serrano impiden perder voz y gestos tuyos entre los “tecleros” en Guaracabuya. César Gómez Chacón arriba con un grupo de guillermianos a Llanos del Infierno en la Sierra Maestra. Tus cenizas en una mochila.  Esparcidas en el bello lugar donde sufres el primer infarto entre tanta gente noble. Han obedecido los deseos trasmitido por escrito, en manos de tu fiel secretaria, Thais Estrada.

Sueños y esperanzas testimoniados por César: “El Che nos está mirando, y se está riendo, y lanzando alguna palabrita de aliento, medio argentina, medio cubana. Y es el Guille quien le responde, sonrojado, pero decidido, como cuando hablaba con Fidel: Ahí está mi verdadera guerrilla. Mírala, es mi columna de rebeldes de estos tiempos. Ellos vinieron aquí a buscarte y a dejarme a mí. Pero ya les tengo otra ocurrencia: solo mi polvo enamorado quedará en este paraíso de palmas y montañas. Yo también me voy con ellos, me voy dentro de todos ellos: mis feas, mis flacos, mis poetas”.

De nuevo, a recordar. El inicio de nuestra hermandad danzando cual filme. Dos burguesitos devenidos cuadros de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR) en el seccional Pueblo Nuevo-San Lázaro. Sin haber trabajado, dirigíamos a obreros; con los estudios abandonados en medio de la lucha, volvimos a incorporarnos a las aulas y guiamos con el ejemplo y la persuasión.

¡Ya somos la Unión de Jóvenes Comunistas! Juntos cantamos más alto aún La Internacional. 1962. “Aprieta el paso”, me dices. Venimos echando un pie desde Radio Progreso. Almuerzo: un vaso de guarapo. Falta el comité de base de la tabaquería Rey del Mundo. Reunión. Hablas. La gente atiende, le llegas, los chavetazos; y ¡el desmayo!. Emergencias. El galeno: “Este muchacho no necesita medicinas. Basta un buen sopón…”

Respondes a un llamado del magazine Mella: serás periodista. Recorreré la misma ruta.

Crisis de Octubre. Soy instructor político en una unidad militar de reciente creación. Llevo un diario. Al desmovilizarme, lo agarras. Lo sitúas encima del buró de Esther Ayala, la jefa de redacción. Algo le vieron a mi bodrio: convocado. Al unirse Mella con La Tarde, nació Juventud Rebelde a impulsos de El Gigante, como le decías cariñosamente al líder de gran poema cubano. ¡Nuestro diario! Lo fundamos y crecimos con él. Luego, juntos en Somos Jóvenes.

Criticabas duro mis errores, y estabas a mi lado si yo estaba en baja. Me enternecías con esas actitudes, al escoger mi poema El futbolista Pablo para encabezar tu obra sobre la presencia del internacionalista en Realengo 18 o al ocuparte de mi hija Edith cual segundo padre. Ese humanismo ascendiendo en tu biografía de Camilo Cienfuegos.

El Comandante en Jefe te valoró con exactitud en el Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (Upec): allí te llamó El Genio, por tu talento, honestidad, lo entretenido y por tu bondad a toda prueba, cualidad de los genios verdaderos. Demostraste en la reunión que el Instituto Internacional de Periodismo José Martí estaba muy golpeado. Llegó el apoyo; y la institución, eras su alma,  elevó el prestigio a cimas no vistas en ese lugar.

Oye, si  algún galardón, de los muchos que merecías, no lo tienes, ¡cómo perdió! Habría conquistado mayor valor al robustecerlo con tu hombría, tu profesionalidad y tu dignidad. No exagera Hernández Serrano: eres “… uno de los mejores periodistas cubanos de todos los tiempos”. No te pongas bravo, déjame seguir aunque la rojez te llegue  hasta donde tenías antes tanto pelo rubio.

Lo más importante es que el espíritu de comunista residía en tu corazón que solo le falló al cuerpo. Lo dominan quienes mitigaron su sed de amar y ser amado en tus escritos; en especial, en la Tecla maravillosa. Agobiado por decenas de tristezas, brindaste dicha a muchas personas que, tal vez, desconocían tus laceraciones. Lo aprendiste de Fidel, Raúl, Che, Camilo, Almeida…: un revolucionario verdadero se forja de acero sin perder la ternura o deja de ser revolucionario.

Por Víctor Joaquín Ortega

 

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Redacción Cubaperiodistas
Sitio de la Unión de Periodistas de Cuba

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