COLUMNISTAS

Hondura en los detalles

Antes de convertirme en el periodista que soy,  fui de los incontables jóvenes que abrazamos fervorosos la Revolución Cubana, desde el primero de enero de 1959, imanados por el portentoso liderazgo de Fidel Castro, que cimentó a lo largo de su previa y legendaria trayectoria de luchador contra las ignominias de desgobiernos y la sangrienta tiranía, en el Moncada, el Granma y la Sierra Maestra.

La entonces nueva pléyade juvenil continuadora en aquellos primeros años inaugurales se comportó decididamente receptiva a la prédica sincera y convincente, los llamados patrióticos y la movilización emanados de Fidel.

Una noche abril de 1960, en una de sus muy esperadas y frecuentes comparecencias por la televisión nos convocó a integrar contingentes de maestros voluntarios destinados a llevar la enseñanza hasta las más recónditas áreas rurales, las más desfavorecidas, y para lo que deberíamos pasar tres meses de formación y entrenamientos en la misma Sierra Maestra, educándonos a sí mismos en el contacto con los humildes campesinos.

Del retorno a La Habana guardamos imborrable en la memoria la recepción tributada por Fidel en el ahora teatro Karl Marx, y sus inspiradas y certeras pautas para sumarnos a la tarea de la educación, con una visión estratégica de futuro que es hoy presente paradigmático.

La mayoría se desempeñó, al comenzar el curso escolar en septiembre, como maestros y maestras, en las aulas rurales abiertas, y a una parte se les asignó a unidades del Ejército Rebelde en la capital, en el que había combatientes de bajo nivel de instrucción y hasta analfabetos.

En una fecha de octubre, más de un centenar de estos últimos maestros voluntarios fuimos citados al entonces Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA), en la actualidad el edificio del MINFAR, a una reunión en la que apenas nos informaron que teníamos una tarea revolucionaria que realizar y nos abstuviéramos de comunicarnos telefónicamente ni siquiera con la familia.

De inmediato nos trasladaron con sigilo hacia un local desocupado de la desaparecida firma Ambar Motors en Cuba, situada en la Vía Blanca, en el que convivimos, alimentados de un suministro puntual del Hotel Nacional, durmiendo en el piso y entre disímiles conjeturas y especulaciones sobre los que nos tocaría hacer, sin excluir imaginerías guerrilleras en otro lugar.

Una noche apareció Fidel, entre alborozo y expectativa para despejar la incógnita, cuando en compañía de funcionarios del Departamento de Industrialización del INRA, nos hizo saber que seríamos los administradores de alrededor de 200 empresas cuya nacionalización se anunciaría a la mañana siguiente, como colofón de una operación fraguada con el debido secretismo en un período de intensa lucha de clase en el país, conspiraciones y sabotajes de burgueses y amenazas desde Estados Unidos  a la revolución.

Luego de exponer las causas y objetivos de la nueva medida revolucionaria, y antes de dar paso a los funcionarios que le acompañaban para que nos explicara básicamente, en tan inverosímil escaso tiempo, como desempeñar la inédita función encomendada, nos transmitió dos orientaciones raigales.

Una de ellas era que lo primero que deberíamos hacer al llegar al correspondiente centro económico nacionalizado consistía en reunirnos con el sindicato, en tanto que representante de la clase obrera, fuerza fundamental en la que apoyarse.

La segunda indicación, en la que insistió, se refería a tributar un trato cortés hacía los expropietarios, durante el proceso de entrega y traspaso administrativo, en una lección práctica de que “lo cortés no quita lo valiente”.

De este rasgo de su personalidad ha vuelto a referirse recientemente la periodista Marta Rojas, al igual que el politólogo Ignacio Ramonet, admirado por lo que llamó “cortesía antigua”, durante sus cien horas de conversación con el fundador de la Cuba Revolucionaria.

Sin embargo siempre he creído recibir en aquella orientación, algo de mucha más hondura como  la enseñanza de diferenciar a los seres humanos, sujetos presas de un sistema de desigualdades económicas y sociales, en el que fueron formados,  del sistema mismo que se necesitaba transformar en pos de un mundo más digno, saber distinguir los árboles del bosque.

Esta ha sido una cualidad de las muchas de las cuales seguiremos aprendiendo, del líder revolucionario consecuente por la justicia social, profundo pensador crítico iluminador, forjador visionario, internacionalista solidario, brillante estadista, un caballero de detalles, un hombre que encarna el sumun de la dignidad humana universal, de todos los tiempos.

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Redacción Cubaperiodistas
Sitio de la Unión de Periodistas de Cuba

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