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Girón / 55: Graduación interrumpida por la metralla

El Premio Nacional de Periodismo, Santiago Cardosa Arias, trae otra historia narrada desde las vivencias personales de cómo y qué fueron para él los sucesos de Playa Girón, con el ímpetu de ser parte de la Cuba revolucionaria en pie de lucha.

Todo tuvo su inicio cuando escuchamos aquel impactante parte:

…Tropas de desembarco, por mar y por aire, están atacando varios puntos del territorio nacional al sur de la provincia de Las Villas, apoyadas por aviones y barcos de guerra.

Nuestra atención se centró en la voz del locutor, que de inmediato repetía el Comunicado número Uno firmado por Fidel, y seguidamente, de manera más estridente, pero segura, decía: “…Ya nuestras tropas avanzan sobre el enemigo seguras de su victoria”.

Era el 17 de abril de 1961.

La treintena de estudiantes de Periodismo y profesores de la Escuela “Manuel Márquez Sterling”, de La Habana, rodeamos de inmediato el receptor, pues no queríamos perdernos ni un solo detalle del dramático parte.

Según observé, la noticia del artero golpe no sorprendió a ninguno, pues hacía largo tiempo los cubanos lo esperábamos, aunque no podíamos saber cuándo ni por qué lugar se iba a producir. Lo que vi en el rostro de la mayoría fue un gesto de impotencia por estar tan distante de los hechos.

El grupo, encabezado por el director de la Escuela, Licenciado Euclides Vázquez Candela, acababa de llegar a Pino del Agua, en pleno corazón de la Sierra Maestra, donde habíamos hecho una escala de descanso en nuestro viaje hacia el Pico Turquino, la mayor elevación de Cuba: 1 960 metros sobre el nivel mar.

En el Pico Turquino esperábamos recibir el título de Periodista Profesional, junto al busto de José Martí, tal como se estaba haciendo una tradición entre los estudiantes universitarios de las distintas carreras. Este sería el primer curso de periodistas formados por la Revolución.

Sólo más tarde supimos que la agresión imperialista se había iniciado dos días antes –el 15— con el ataque aéreo a los aeropuertos de Santiago de Cuba, San Antonio de los Baños y el campamento militar de Columbia, que Fidel denunció como “preludio de la invasión” de Estados Unidos.

En medio de la Sierra, sin ninguna comunicación con el llano, no fue posible conocer lo que había estado ocurriendo en el país. Recuerdo que era un mediodía terriblemente caluroso. Los meses invernales habían quedado detrás, y aquel abril había llegado cargado de un aire caliente, poco frecuente en esa fecha. Luego pensé que el calor no era sólo por la atmósfera. Habría que agregar el excesivo gasto de energía y el inusual esfuerzo físico del grupo formado por hombres y mujeres de la ciudad, en su propósito por ganar la cúspide de la elevada montaña oriental.

–… ¡ADELANTE CUBANOS, TODOS A LOS PUESTOS DE COMBATE Y DE TRABAJO!… Tal inquietante llamado escuchamos por la radio. Las reacciones fueron diversas: de indignación, de impotencia por la lejanía, y hasta el grito de un alumno: ¡A las armas! secundado por otros gritos de ¡Viva la Revolución!…

Por lo pronto, el cansancio desapareció. Los cuerpos se irguieron al unísono como si las ampollas no existieran y el deseo de ingerir algún alimento caliente se borró de la mente.

Casi la totalidad de nosotros éramos milicianos, otros, miembros del Ejército Rebelde, de la Policía Nacional Revolucionaria y unos pocos militantes del Partido, de la Asociación de Jóvenes Rebelde, y la mayor parte afiliados a los sindicatos, ya que el curso que terminábamos era fundamentalmente para trabajadores.

En el grupo surgieron las más disímiles ideas, las proposiciones más inimaginables, todas encaminadas a ver qué podíamos hacer, así cómo regresar lo más rápidamente y, en especial, a qué unidades militares reportar en aquellas montañas semi desiertas.

Una vez que conocimos que el lugar que se identificó al principio como “al sur de la provincia de Las Villas”, y luego más concretamente la Ciénaga de Zapata, a unos 500 kilómetros de distancia, la mente sufrió un shock. Alguien exclamó: “¡Si tuviéramos un helicóptero!”, a lo que otro comentó, “¿Y si mi padre fuera un rey?”, según la expresión popular.otra

Roberto Salas (“Salitas”) el joven, pero experimentado fotógrafo designado por el periódico Revolución para reportar la graduación, me miró en medio de los criterios y comentarios que se hacían, y debió adivinar o ver en mis ojos que teníamos la misma idea y decisión.

No fue necesario intercambiar palabras.

Casi al anochecer llegamos a Bayamo…

Nuestras credenciales de periodistas, más el uniforme de milicianos que vestíamos, nos facilitaron ir de un punto a otro de la ciudad, donde a toda la población se le veía en disposición combativa, no obstante lo distante de la Península de Zapata.

Una vez que terminamos el recorrido, y ya con algunas notas en la libreta, desde el hotel (no recuerdo su nombre) frente al Parque Central donde habíamos logrado una habitación, solicitamos una llamada telefónica con el periódico.
–“Compañera, por favor, una “¡Urgente de Prensa!”…

Con cierta elegancia y educación orientales, la telefonista me dio a entender lo ingenuo de la forma de hacer la solicitud que, en tiempos normales, tenía su efectividad, pero no en estado de guerra.

–“Debe esperar, compañero”, me respondió ella y, para darme aliento, agregó: —“Haremos todo lo posible por comunicarle lo más rápido posible”…

Cuando transcurrió un siglo… (¿o fue siglo y medio?), nuestro desconcierto no pudo ser mayor. Del otro lado del hilo telefónico, la voz y el gagueo inconfundibles del querido e inolvidable Humberto Hernández, jefe de Turno, nos trasmitió la orden del entonces jefe de Información Nacional, del no menos querido y también recordado Elio E. Constantín:

–“¡Vayan para Manzanillo!…Por allí puede haber otro desembarco. Llamen más tarde y manténgannos informado…”.

Y colgaron.

Nuestros argumentos, nacido del deseo de seguir hacia Las Villas, no convencieron a nuestro Jefe. El argumento de él tenía más peso. Además, hablaba en nombre de la Dirección, donde sin duda el nivel de información de lo que ocurría era mayor,

Manzanillo no estaba menos convulsionado… Ese día transcurrió “normalmente”. Salvo la detención de elementos contrarrevolucionarios, de los llamados “gusanos”, propensos a convertirse en “quinta columna”, la población se mantenía al tanto de la radio y la televisión, puestas en cadena, esperando nuevos comunicados u otras noticias.

En una nueva llamada a la redacción se nos hizo saber que la orden todavía era la misma: “Manténganse ahí”…

Para “Salitas” y para mí aquella espera resultaba insoportable, angustiosa. Pensábamos en lo que habíamos hecho para salir de Pino del Agua y ahora estábamos mirándonos la cara uno al otro, sin poder hacer lo que deseábamos como periodista y fotógrafo de acción.

Al igual que hicimos al oír el Comunicado número Uno, decidimos salir de nuevo para Bayamo… rumbo a Playa Girón…

Fue, sin duda, un acto de indisciplina laboral…Se pudiera calificar de cualquier otra manera, y solicitarse todas las amonestaciones o sanciones que se consideraran válidas. El asunto es que ambos, el fotógrafo y yo, estábamos dispuestos a enfrentar luego cualquier responsabilidad.
(Cardosa y Salitas se montaron en un tren de carga que iba para Santa Clara, y de ahí, ante la imposibilidad de romper el bloqueo de tropas y equipos militares existente para llegar a la Ciénaga de Zapata, decidieron seguir hacia La Habana. En la redacción de Revolución insistieron en ir para Girón).

Se trataba de una razón muy especial, personal y sentimental: a mediados de marzo, es decir, un mes aproximadamente antes de la fecha de la invasión, el fotógrafo Ernesto Fernández y yo habíamos hecho un reportaje a plana entera en Revolución, que titulamos “ESTA ES PLAYA GIRON”, con profusión de datos y fotos de lo que era el centro turístico todavía ni siquiera inaugurado, y que formaba parte de las construcciones y otras obras que la Revolución realizaba en esa Península.

Aquella era, por tanto, “nuestra Playa Girón” invadida y parte de sus cabañas destrozadas por la metralla y, tal vez, algunos de los trabajadores que habíamos entrevistados muertos.

(Y Cardosa Arias fue autorizado salir para Playa Girón, y tuvo tiempo para estar en la Operación Limpieza, es decir de localización y captura de los mercenarios. Y entrevistó a uno de ellos, un conocido periodista, a Ulises Carbó que fue subdirector del periódico Prensa Libre)

El prisionero –vestía una camisa de mezclilla azul claro y un pantalón con las piernas recortadas, como un short o bermuda– se sentó en el suelo entre otros de sus compañeros, también capturados minutos antes. Alguien, entre los campesinos u obreros del central, le trajo a solicitud mía un pequeño pomo de mercurio cromo, otro con agua oxigenada y un pedazo de algodón, con todo lo cual el prisionero se hizo una curita en los rasguños que tenía en una rodilla.

Ulises, además, calzaba unas alpargatas de lona de un campesino.
Un escolta nos dijo, calladamente, que acababa de entregarse hacía cerca de media hora. “Sin hacer resistencia”, agregó.
–Oiga, prisionero, –dijo uno de los campesinos que se habían acercado a la improvisada celda donde radicaba un almacén de madera– ¿usted es el periodista?….

–Sí –expresó secamente–. Yo soy Ulises Carbó.

Ulises CarbóAl campesino se lo habían dicho. Pero prefirió oírlo de sus propios labios. Ulises Carbó siguió sentado entre sus compañeros de invasión. Lucía confiado. En sus ojos había algo de fatiga, no obstante lo cual, observaba todos los movimientos, tanto de los escoltas como de todos los que estábamos presentes, en una reacción propia del momento.

A ratos, y como con sorpresa y posible agradecimiento, la mirada se le iba para la persona que le facilitó los materiales con que se curó los rasguños –¿Dónde vino usted? –fue mi primera pregunta tras presentármele.

–En un barco…. Vine solamente como periodista y como marinero del barco. No como combatiente. (Nota: Días después, un mercenario declaró a otro periodista de Revolución que Ulises había venido en uno de los bombarderos B-26 que ametrallaron la Ciénaga).

–¿Por qué vino?

–Bueno, en primer lugar por la propaganda que hacen allá de Cuba. Usted sabe….

Hace un gesto con la cabeza y la mano.

–¿Quién o quiénes cree usted que sean los responsables de esta invasión a nuestra Patria?

–Bueno, de eso no hay dudas: los americanos.

–¿Usted oyó en estos días la radio? ¿Oyó a sus compañeros que fueron entrevistados por la televisión y la radio?

–Eso era imposible. Este compañero –señala para el grupo a uno– y yo, solo teníamos puestos los calzoncillos….

–Se lo pregunto –le expreso– porque quería saber si usted sabía o había oído al señor Kennedy decir públicamente que él y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) eran los responsables de esta frustrada invasión.

–Yo no lo oí ni lo sabía. Soy yo quien asegura que fueron ellos.

*También fue “embarcado”…

El ex subdirector de Prensa Libre deseaba más preguntas. ¡Había tantas que hacerle! Él siguió hablando.

–Mire, usted es periodista, como yo… Por ahí habrá quienes digan que vinieron “embarcados”. Siempre pasa igual en estos casos….

–Y ¿usted?

–Le voy a decir: Yo no vine “embarcado”. A mí lo que me duele es que siendo yo un hombre inteligente y culto, que conoce, haya sido “embarcado” por estas gentes. ¡Ese es mi grave error!

Otras voces se oyen. Los allí presentes quieren saber más cosas del hijo de Sergio Carbó, el director-propietario de Prensa Libre. A todos contesta con locuacidad. Las preguntas comprometedoras las responde por lo general, de forma evasiva.

– ¿Y qué le parece todo esto? ¿Qué impresión tiene? –le pregunto.

– ¡Imagínese! Puedo decir que al llegar a Cuba y por las cosas que he visto y oído, tengo que decir que Fidel cuenta con el apoyo de todo el pueblo. Parece que Fidel sabe lo que hace. Es capaz de saber lo que va a pasar de aquí a cincuenta años…

Conclusiones:

Sí, como decía al principio, el tiempo y la distancia me hicieron una mala jugada, periodísticamente hablando…

Además de no poder estar cerca de Fidel cuando dirigía las operaciones, tampoco pude estar, como hubiera deseado, en la primera línea y al lado de Ernesto Fernández, quien, como dije anteriormente, escasos días antes de la invasión había hecho las fotos de nuestro reportaje “ESTA ES PLAYA GIRÓN”…

La metralla, en aquellos días, impidió la graduación en el Pico Turquino del primer grupo de alumnos de Periodismo de la Revolución, pero desde aquel momento comenzamos a aprender y a conocer mejor a los enemigos del pueblo y lograr una graduación de combatientes con la pluma, la cámara y las armas.

(Síntesis de trabajo escrito en el periódico Revolución por Santiago Cardosa Arias sobre la batalla de Girón)

Coletilla.- Ulises Carbó estaba a bordo del buque Houston cuando esa nave fue alcanzada por la metralla de la aviación revolucionaria. Se salvó nadando y alcanzó la costa. Estuvo escondido durante once días en la ciénaga, donde se entregó a los milicianos. Después, formó parte de la delegación de prisioneros que fue a Miami a negociar la indemnización. A la edad de 83 años falleció en Miami en el 2009.

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Redacción Cubaperiodistas
Sitio de la Unión de Periodistas de Cuba