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El espectáculo mercenario, John Bolton y el viejo plattismo


Los hay que no se avergüenzan de ser prostitutas ideológicas, aunque algún teórico prefiera llamarlos de manera más catedrática. Llevan mente de prostíbulo, dispuestos a vender hasta su alma.


La imagen regresaba a la mente mientras repasaba el espectáculo doloroso y vergonzante de unos derrotados de Playa Girón eufóricos ante un Jonh Bolton que sacaba de las peores catacumbas del pasado los despojos de la llamada Doctrina Monroe mientras quedaban en los aires los ecos mal entonados del Himno Nacional.
Puede entenderse que no se comparta el ideal socialista, pero es difícil asimilar que, junto con la vocación política, se intente lanzar a las alcantarillas el ideal patriótico de los cubanos y el sueño emancipador latinoamericano.

Lo que ocurrió en la sede de los viejos derrotados de Bahía de Cochinos no fue más que otro episodio de la vieja puesta en escena de aquello que Abel Prieto llamó alguna vez los cubanos con “conciencia plattista”.

Es lo menos que puede pensarse cuando se conocen algunas de las propuestas con las que a lo largo de estos años han invitado a salvar a Cuba, muchas de las cuales chorrean un nihilismo ingenuo y paralizante o encajan como pieza siniestra en un raro y renovado proyecto de blanqueo anexionista.

Muchos de esos postulados encontraron su plataforma en el Nuevo Herald, una publicación en la que no cesan en su propósito de invitarnos a someter a autopsia el alma venerable de la nación cubana, para enterrarla definitivamente en los sepulcros.

En alguna oportunidad, mientras leía el contenido de un artículo de esa publicación, bajo el título De Martí a la realidad, meditaba que de tan solo pasar la vista por sobre esas letras irritaba, ofendía, porque la impotencia para derrotar el proyecto de la Revolución Cubana lleva a un sector de sus enemigos hasta abandonar la apuesta de regatearle el apostolado martiano —como hicieron con radio y TV Martí— para intentar borrarlo todo. Hacer con el legado y la herencia política, ética, moral y patriótica del país lo que con Sodoma y Gomorra.

Se convierten así en raros mesías de una salvación desde la «nada», desde el vacío total, o desde un enorme agujero negro en nuestra historia, a la cual quieren lanzar a quién sabe qué abismos paralelos.

Uno de esos extraños predicadores publicó hace unos años en el mencionado diario miamense un artículo bajo el título: Pacatería en la historia de Cuba. En esa oportunidad intentaba «demostrar» que esta última ha sido víctima del oscurantismo de escrúpulos excesivos, que en muchos casos obedecen a la conveniencia y el temor, y trababa de fundamentar lo saludable de alejarse de esos enfoques.

Para hacerlo —según sus postulados— solo tendríamos que «bajar del altar a los patriotas; enterrarlos para que la nación cubana avance sin soportar la carga de la mitología independentista».

Exponía que, aunque ello no sería la solución de todos los problemas, sí constituiría un paso necesario. «Es indispensable limpiar de pacatería y determinismo la historia del país», argüía, y continuaba:

«Esa limpieza siempre enfrenta un escollo difícil de superar en la figura de José Martí… Por rechazo a los postulados revolucionarios, que se mostraron vacíos, hemos aprendido a desconfiar de los patriotas», seguía y terminaba por apostillar: «El mesianismo martiano y su romanticismo político pueden resultar funestos»…

En un artículo anterior este «curandero de nuestra historia», en cuya entraña gravita la añeja encrucijada de nuestra Patria entre la independencia y el anexionismo, entre la dignidad nacional y el desprecio de determinados sectores del norte, planteaba nada menos que lo siguiente: «Dicho con vulgar claridad: los americanos no tienen la culpa de nuestros problemas. José Martí fue intelectualmente deshonesto y políticamente demagógico cuando le postuló a Cuba la misión de impedir la expansión de la influencia gringa sobre el resto de nuestros países».

Curiosamente, desde sus lejanos comienzos, el anexionismo mesiánico y sentimental de los norteamericanos estuvo marcado por el mismo desprecio con que el Herald y algunos de sus articulistas atacan a esa columna patriótica, moral, ética y justiciera que es José Martí y otros valores de nuestra historia.

Tal vez lo que preocupa a los nuevos ideólogos de la desolación histórica, es que la Cuba decidida a renovar el ideal justiciero y libertario de la Revolución, lo hace afincándose esencialmente en sus raíces, sobre todo tras la caída del socialismo real, cuando se comprendió cabalmente que el Martianismo, entendido como el crisol de los ideales patrióticos nacionales, debería presidir la aspiración socialista.

Y esa elección sabia, encumbrada y sensitiva lleva en su corazón el ardor de quienes un día se levantaron sobre el imposible para salvar a nuestro Apóstol de la ignominia en el año de su Centenario.

Martí nos acompañará sin remedio en toda rectificación, hasta en el ecumenismo que deberá presidir nuestra actuación para avanzar hacia esa Cuba «con todos y para el bien de todos» que sigue presidiendo la nueva Constitución proclamada a cien años de la de Guaimaro.

A quienes pretenden someter a autopsia el alma venerable de la nación cubana, a esas aves que vuelan en el cielo de barras y estrellas ya el Héroe Nacional los había descaracterizado: «Solo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad. Y es la verdad triste que nuestros esfuerzos se habrían, en toda probabilidad, renovado con éxito, a no haber sido, en algunos de nosotros, por la esperanza poco viril de los anexionistas, de obtener la libertad sin pagarla a su precio…».

(Tomado del muro de Facebook del autor)

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Ricardo Ronquillo
Periodista cubano. Presidente de la Unión de Periodistas de Cuba.

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