JOSÉ MARTÍ PERIODISTA

La Edad de Oro y la heroica lucha del pueblo vietnamita: lecciones para hoy

Compilación de los cuatro números de Con Martí por La Edad de Oro.

La Edad de Oro, revista cuyo primer número vio la luz en julio y se distribuyó en agosto de 1889, sigue siendo hoy un paradigma de lo que ha de ser la literatura infantil.

Centenares de hogares cubanos cuentan con un ejemplar de esta obra y las familias se ocupan de que los niños se acerquen a ella; aunque lamentablemente priorizan sus cuentos y poemas y descartan la importancia de otros artículos ricos en información y valores. Eso ocurre con “Un paseo por la tierra e los anamitas”, texto que aparece en el número cuatro de la revista, y en el que llama la atención el asombroso dominio que demuestra nuestro Apóstol de la historia de ese pueblo hermano.

Comienza el trabajo con el cuentecillo de los cuatro ciegos y el elefante, que entre otras cosas, nos esclarece acerca de la importancia del punto de vista, para de inmediato entrar en la historia del heroico Vietnam: “[…] tanto como los más bravos, pelearon, y volverán a pelear, los pobres anamitas […]”.

Cuenta Martí muchas cosas interesantes acerca de las costumbres y modo de pensar de este pueblo, de “[…] los poetas que cantaron el patriotismo y el amor […] los héroes que pelearon por libertarnos de los cambodios, de los siameses y de los chinos […]”, pues “[…] el hombre no necesita ser de espaldas fuertes, porque los cambodios son más altos y robustos que los anamitas, pero en la guerra los anamitas han vencido siempre a sus vecinos los cambodios […]”.

Mucho habla Martí de la heroica resistencia del pueblo vietnanamita frente al colonizador francés —y al norteamericano, podemos añadir— y el heroísmo de una nación cuyos hijos supieron morir para cerrarle el paso al agresor: “[…] cuando los franceses nos han venido a quitar nuestro Hanoi, nuestro Hue, nuestras ciudades de palacios de madera, nuestros puertos llenos de casas de bambú y de barcos de junco, nuestros almacenes de pescado y arroz, todavía, con estos ojos de almendra, hemos sabido morir, miles sobre miles, para cerrarles el camino”.

Analiza nuestro Héroe Nacional que “A los pueblos pequeños les cuesta mucho trabajo vivir —lo sabemos bien los nacidos en esta pequeña isita del Caribe, igualmente víctima de la apetencia imperialista—. El pueblo anamita se ha estado siempre defendiendo. Los vecinos fuertes, el chino y el siamés, lo han querido conquistar. Para defenderse del siamés, entró en amistades con el chino, que le dijo muchos amores, y lo recibió con procesiones y fuegos y fiestas en los ríos, y le llamó ‘querido hermano’ —tal y como los norteamericanos fingieron que nos ayudaban a librarnos del español—. Pero luego que entró en la tierra de Anam, lo quiso mandar como dueño […]” —táctica habitual de los colonizadores de ayer y de hoy.

Con los franceses les ocurrió más o menos lo mismo a los vietnamitas: “En una de esas peleas de reyes andaba por Anam un obispo francés, que […] quitó el poder al rey nuevo; puso al rey de antes a mandar. Pero quien mandaba de veras eran los franceses […] hasta que Anam vio que aquel amigo de afuera era peligroso, y valía más estar sin el amigo, y lo echó de una pelea […] solo que los franceses vinieron luego con mucha fuerza, y con cañones en sus barcos de combate, y el anamita no se pudo defender en el mar con sus barcos de junco, que no tenían cañones; ni pudo mantener sus ciudades, porque con lanzas no se puede pelear contra balas […]”.

En definitiva, Martí atribuye la momentánea derrota de ese pueblo a dos razones: la abismal diferencia en el armamento de ambos contendientes, favorable al agresor francés y el empleo por los anamitas de métodos de combate inadecuados para enfrentar este tipo de guerra. Luego, como sabemos, los norteamericanos quisieron extender hasta allá su imperio y los vietnamitas aprendieron cómo pelear con lanzas contra las balas; pero aprendieron también que a un pueblo en armas no hay ejército, por más poderoso que sea, que pueda vencerlo, y aprendieron no solo a apoderarse de las balas, sino también a utilizar la naturaleza contra el invasor.

Ofrece Martí una lección valedera hoy para los vietnamitas y para todos los pueblos que, como el nuestro también, a sangre y fuego han tenido que conquistar su soberanía: “[…] A eso llegan los pueblos que se cansan de defenderse: a halar como las bestias del carro de sus amos […]”, lo que evidencia que mientras existan el colonialismo y el imperialismo, los pueblos no tienen derecho a cansarse. Y, analizando el callado heroísmo y el espíritu de lucha de ese pueblo, puso en su boca la siguiente frase, reveladora de su carácter abnegado y reflexivo: “[…] Ahora son nuestros amos; pero mañana ¡quién sabe!”

Incluso sabe Martí de sus héroes y heroínas, como el bravo An-Yang y “[…] las dos mujeres, Cheng Tseh y Cheng Urh, que se vistieron de guerreras, y montaron a caballo, y fueron de generales de la gente de Anam, y echaron de sus trincheras a los chinos […]”, porque la de Vietnam, como la nuestra,45 fue una lucha de todo un pueblo: hombres y mujeres, ancianos y niños.

Este artículo de La Edad de Oro deben conocerlo todos nuestros niños y jóvenes, porque en él se habla de la defensa de un país —Vietnam o Cuba— contra el agresor que quiere arrebatarle su libertad. No puede perderse de vista que en La Edad de Oro se resume el pensamiento militar de José Martí, porque el Apóstol estaba convencido de que la semilla del patriotismo ha de florecer desde la niñez.

Notas

Todas las citas han sido tomadas del texto referido, en Obras completas, t. 8, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2007, pp. 459-470.

1 Fernando Rodríguez Portela: El pensamiento militar del mayor general José Martí, Ediciones Verde Olivo, La Habana, 2004, p. 59

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María Luisa García Moreno
Profesora de Español e Historia, Licenciada en Lengua y Literatura hispánicas. Periodista, editora y escritora.

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