COLUMNISTAS

Algunas claves del periodismo de José Martí

Solitaria y arriscada,  Playita de Cajobabo servía  de caja de resonancia cuando el agua se echaba un tanto airadamente contra las rocas. El golpe de las olas acentuaba la sensación de soledad, como de espacio sagrado, donde el pecho de Martí se le hinchaba por la dicha íntima de estar pisando el polvo arenoso de la estrella que lo había guiado hasta Cuba. Puede uno imaginarlo en aquella noche tormentosa, mientras recogía, junto a sus cinco compañeros, armas y jolongos antes de adentrarse en el monte inmediato para seguir su destino bélico… Luego, trepará laderas, pisará rocas, rozará espinas, truncará bejucos, apartará ramas con sus manos finas.

En ese  itinerario,  el genio de Martí se desdoblará en numerosas facetas. Es  la hora en que la acción y el riesgo extremos van a exaltar aquel hombre de cuya palabra había que cuidarse, porque lo acompañaba el don  taumatúrgico de “enredar”  a los hombres y transformarlos en héroes,  o mártires. Posiblemente, José Martí no reparara en la nueva fase de su deber agónico y no pretendiese gozarse en su virilidad heroica. Supongamos con certidumbre que  actuaba en el monte con la misma  indisoluble integridad e integralidad que en su despacho de Front Street, New York.

Qué habría preguntado o qué habría escrito de haber sido testigo de esta epifanía patriótica, el periodista que soy y ahora se atreve a escribir sobre el Apóstol del evangelio civil cubano. Permítanme, pues,  continuar  en las claves de la imaginación. El periodista se aproxima y camina  al lado de los seis expedicionarios. Y pregunta… El Delegado, con la delicadeza como de miel que humedece su voz, responde que él  también  es periodista y ahora redacta su más útil crónica.  El recién aparecido mira hacia la chaqueta de su entrevistado y ve  la pluma y el cuaderno de notas en el bolsillo. Sobre sus espaldas,  la mochila abultada, y de su hombro izquierdo cuelga un fusil, casi del tamaño físico del Apóstol.  Máximo Gómez  advierte que las palabras ahora no hacen falta. Ni siquiera el Delegado las necesita, él, tan señor del verbo. Hoy Martí supera su grandeza: Nunca antes –escribirá  Gómez  el 19 de mayo de 1902, en El Mundo– lo he  visto tan grande como  cuando  se dobla bajo un peso que le excede el cuerpo frágil.

En el primer descanso con menos angustias, Martí se sienta, tal vez  sobre las raíces de cualquier  árbol copudo, y abre su cuaderno de apuntes. ¿Quién escribirá las primeras notas en Cuba: el memorialista, el organizador, el político, el  poeta? Posiblemente, todos a la vez,  aunque ahora predomine la índole del periodista  encargado de rescatar los pormenores de su desembarco y la ruta hacia los tiros  y machetes insurrectos  junto a “una mano de valientes”, para, mediante el combate, hacer visible el liderazgo de la revolución reiniciada el 24 de febrero de 1895.

Las frases se adaptan  al salto de mata de las circunstancias de los perseguidos. El Diario de campaña. De Cabo Haitiano a Dos Ríos se articula sobre la rectoría  de la frase breve, unimembre, rápida, nominal, variante estilística contrapuesta a su prosa sintética, de largos períodos  -barroca y opulenta como la calificó Manuel Pedro González[1]–   y parecida a la otra variante concentrada y aforística señalada también por el mismo crítico, aunque las tres se mezclen en el  oleaje estilístico que se abalanza sobre el lector  acariciándolo o desgarrándolo en un misterio irresistible.

Martí cumplía  la regla tonal  que  impone que el escritor o el orador alcen la voz si el discurso pretende enardecer, pero si convoca,  o intenta persuadir  la palabra ha enternecerse como si se echaran flores a los pies de una mujer.  Lo antes dicho es una idea martiana que ahora  esclarezco con esta otra cita: “La dote suprema en el arte de escribir” es  “la de ajustar la forma al pensamiento”. Actualmente, ello significa lo mismo en la teoría del estilo: adecuar el lenguaje al tema. Y así esos apuntes asmáticos,  como esculpidos a tajos  jadeantes, se adecuan estilísticamente en su Diario a la urgencia del que anda acuciado  por los quebrantos de la guerra.

Entre las variantes martianas, el periodismo, particularmente en crónicas y reportajes,  suele adscribirse a la barroca, de matiz cromático, de arquitectura imponente. Hoy, sea recordado, ningún especialista recomendaría escribir como Martí, ni siquiera en su espíritu literario,  para un medio impreso. Ciertos editores y teóricos  exigen cumplir la norma de escribir “para todos”, que por el descrédito de su elemental composición implica un escribir “para nadie”. Por ello, el periodismo ha derivado, entre nosotros, y fuera de nosotros los cubanos,  en un caldo ligero, sin sabor, ni sustancia. Hay, sin embargo, otra razón: Martí es inimitable por único. Quien intente copiarle el ritmo, la música  y el caudal tropológico, pondrá en solfa el origen de su presunta originalidad, como el rey desnudo de la fábula ridiculizó la  majestad que representaba.

Gabriela Mistral confesó que  “solamente en Martí no me fatiga el período, a fuerza de estar vivo desde la cabeza hasta los pies”.[2]  Exacta esta mujer hecha de ángel y viento.  En la vitalidad, el vigor,  está la  esencial definición del estilo martiano, tachado de impropio  para el periodismo por algunos incapaces de entenderlo o de tomarle el impulso febril. Dice la chilena: está “vivo desde la cabeza hasta los pies”; es decir, desde arriba hasta abajo, como roca que se despeña y no se detiene ni se despedaza, sino arrastra consigo a otras piedras.

La prosa de Martí habrá de ser para hoy, como lo fue para ayer,  una invitación a  levantar  el periodismo  a  función profética y literaria. Alianza entre idea  y  arte, entre pasión y letra. Por ello lo viste con la clámide del fecundo y culto decir  de quien no puede escribir de manera opuesta, porque cree en la misión socializadora y humanamente transformadora de un periódico. En esos tiempos renovadores de finales del XIX, ya los tratadistas hablaban del anzuelo periodístico en el primer párrafo, y  de la estructura interesante al ordenar  y distribuir el contenido.  Pero en Martí el primer atractivo será la servicial reciedumbre de un estilo que no se extravía en poses, oropeles, y vaciedades parnasianas, en un decir por decir.

Fue a veces incomprendido ayer, como hoy.  En el vespertino caraqueño La opinión Nacional, Martí escribió una columna eminentemente informativa, cuyo título indicaba su periodicidad y su alcance: Sección Constante. Los Aldrey, padre e hijo, se consideraron afortunados al contar con ese periodista tan culto, audaz, imaginativo, hondo que una vez en Venezuela y ahora desde Nueva York les entregaba  sus colaboraciones, aunque a veces le mutilaban o le corregían lo estimado inconveniente, demostrando que  en todo tiempo los medios se han  sometido a los intereses crematísticos  y a los compromisos políticos y clasistas de propietarios y directores. No obstante cualquier disgusto previo, los Aldrey  lo habían elegido para la Sección Constante. Martí cumplía a gusto haciéndose degustable en una columna breve, armónica, cargada de información y de las opiniones de quien,  más que  ver y oír  como un reportero de cuerpo presente, ve y oye mediante la acumulación de lecturas y vivencias que le favorecen reconstruir hechos y personajes de Francia o de España.

Como podría entonces parecer previsible, los dueños de La Opinión Nacional, que le habían pedido a su colaborador firmar con el seudónimo de M de Z,  pues Martí fue expulsado de Venezuela, comenzaron a quejarse de que ciertos juicios, ciertas metáforas de su colaborador entorpecían las relaciones del periódico con el presidente Guzmán Blanco, y de éste con la Casa Blanca. Al fin, no lo cesantearon;  de hecho lo botaron. El corresponsal inoportuno, pero digno, renunció.

En Martí, el apóstol, Jorge Mañach reconoce que “Martí escribe de todo con un color y riqueza de datos cual si lo hiciera  desde un mentidero madrileño”. Ese escribir de todo lo aproxima a la concepción renacentista de un genio como Leonardo: pensar y hacer de todo. Y no me parece un símil estrujado. Porque ensanchar el conocimiento, macerarlo de modo que se asimile a la ductilidad, resulta todavía un rasgo de los periodistas más aptos e influyentes. La especialización, tan recomendada, debe de ajustarse a la aparente paradoja de que la visión parcial  ha de  tributar a  la totalidad. El propio Maestro lo escribió en uno de sus apuntes: “Muchos hombres saben de Homero, y no de ardillas”.

El periodismo le valió de  impulso vocacional desde la adolescencia. Su primer artículo apareció en El diablo cojuelo,  dirigido por Fermín Valdés Domínguez, y en cuyo único número Martí, casi con 16 años, redactó el editorial con un título que proponía la disyuntiva del país en guerra: Yara o Madrid. Desde entonces la prensa integró la concepción  martiana de la sociedad democrática, sin que los medios fuesen únicamente difusores de noticias, o palenque de polémicas baladíes, o catapulta  de intereses  injustos, sino también alternativa de opinión, variedad de propuestas, acicate de ética solidaria.

Resumiendo, al principio de estas líneas me referí a la multiplicidad de facetas de Martí. Y aunque el periodismo sobresalió como expresión recurrente de su ideario y sus propósitos,  y  medio de expresión básico, debo equilibrar el juicio. Lo esencial en la cultura y la conducta martianas fue la palabra, que según Fina García Marruz coincide con los actos del Unificador de la nación. Coincidencia milagrosa, asegura la sutil ensayista[3]: “La palabra, llena de la majestad del acto; el acto de la palabra”. Y la palabra, la palabra responsable es, a mi parecer,  el instrumento que conducido por una voluntad de estilo de ardiente efusividad y compromiso profético, convirtió también el ejercicio del periodismo en una propuesta para acrecentar el intelecto y la sensibilidad de los lectores.

[1] Serna Arnaiz, Mercedes: Evolución estilística de las crónicas martianas (1875-1882), en El periodismo como misión, ed. Pablo de la Torriente, La Habana, 2002.

[2] Mistral, Gabriela,  La lengua de Martí, Ediciones de la Secretaría de Educación, La Habana. Prólogo de Jorge Mañach.

[3] García Marruz, Fina, El escritor, en El periodismo como misión, ed. Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2002, pp.228 y 229.

 

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Luis Sexto Sánchez
Lic. Luis Sexto Sánchez. Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida. Profesor Adjunto de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana.

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