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Historia de un fotógrafo. Yevgueni Jaldéi, viendo al mariscal Zhúkov

A las diez en punto de la mañana del veinticuatro de junio de 1945, dos jinetes aparecieron en la puerta de la Torre Spásskaya del Kremlin y entraron en la Plaza Roja de Moscú. Después, uno de ellos llegó a la esquina de la calle Kuibysheva: era el mariscal Gueorgui Zhúkov, que empezó a cabalgar al trote con su caballo blanco por los adoquines de la plaza, a lo largo de la fachada de los Almacenes GUM, que ostentaban las insignias de las repúblicas soviéticas, para pasar revista a las tropas, mientras sonaba la marcha de Glinka, Gloria a la patria, interpretada por mil quinientos músicos militares.

Llovía, y el agua resbalaba por las viseras de las gorras de la tropa en aquel día gris y jubiloso. Entonces, el mariscal Konstantín Rokossovski, también a caballo, le dio la novedad a Zhúkov ante los almacenes populares engalanados con enseñas, mientras los soldados del Ejército Rojo observaban el paso marcial del jinete, orgullosos de la victoria sobre el nazismo, sabiendo que estaban protagonizando uno de los momentos más deslumbrantes de la historia. En aquel instante, un joven fotógrafo armado con su cámara Leica se hallaba al otro lado de la plaza, a la derecha del mausoleo de Lenin donde estaban los dirigentes soviéticos: era Yevgueni Jaldéi, que fotografió a Zhúkov cuando pasaba ante la catedral de San Basilio, y, unos segundos después, apretó de nuevo el obturador para captar la escena en que el mariscal, cuando ninguno de los cascos de su caballo tocaba los adoquines, sujetando las riendas y con los ojos puestos en la bandera roja que tapaba la fachada barroca del Museo de Historia, escuchaba el silencio expectante de la victoria, mientras el corcel árabe arañaba con las patas delanteras el aire de la Plaza Roja, ante la mirada de los soldados que habían aplastado a los nazis y liberado Berlín.
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Veintiocho años atrás, ese joven que enfocó con su Leica a Zhúkov había nacido en Yúzovka, cerca del mar de Azov. Era un fotógrafo de guerra del Ejército Rojo, cuya más célebre fotografía ha recorrido el mundo desde hace décadas: es la bandera roja con la hoz y el martillo ondeando sobre el Reichstag alemán, en 1945. No menos famosa es su
imagen de los doscientos soldados soviéticos arrojando otras tantas enseñas nazis ante el mausoleo de Lenin en la Plaza Roja durante el desfile de la victoria, esa mañana gris del 24 de junio de 1945.

Jaldéi era un fotógrafo de esa generación de reporteros soviéticos que consiguieron imágenes que han pasado a la historia de la fotografía, y que contribuyeron a fijar la memoria de millones de personas sobre el siglo XX. Las imágenes de Jaldéi están a la altura de las impresionantes fotos de Boris Kudoyarov sobre el asedio nazi en
Leningrado; de las escenas de guerra, de la vida cotidiana y de eventos deportivos, de Anatoli Garanin; de las imágenes de Yakov Jalip, discípulo de Ródchenko; o de las de Dmitri Baltermants, Gueorgui Zelma, Samari Gurari , Max Alpert, Aleksandr Ustinov, Mijaíl Trahman, y otros relevantes fotógrafos soviéticos que recorrieron con
sus cámaras los frentes de batalla durante la Segunda Guerra Mundial.

Jaldéi era judío, nacido el 10 de marzo de 1917 en una pequeña ciudad, Yúzovka, que se había creado, para explotar las minas de carbón, en la segunda mitad del siglo XIX en el río Kalmius, en la estepa cercana al  mar de Azov. La ciudad fue destruida con saña por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, y rebautizada después como Donetsk.

Fue un niño huérfano: el 13 de marzo de 1918, cuando ya se habían iniciado los primeros combates de la guerra civil impuesta a la revolución bolchevique, las Centurias Negras, un violento grupo antisemita partidario del zarismo que organizaba frecuentes pogromos contra judíos, atacaron la casa de la familia de Jaldéi, en Yúzovka. Jaldéi estaba en brazos de su madre: una bala la atravesó y se incrustó en el pecho del pequeño: durante toda su vida conservó una cicatriz de aquel trance. La tragedia atrapó a toda su familia: si en 1918 murieron su madre y su abuelo, durante la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial morirían también su padre y tres hermanas.

Yevgueni trabajó en un depósito de locomotoras, y se hizo fotógrafo autodidacta. En los años treinta, Jaldéi trabaja como fotógrafo en Ucrania, en diferentes medios, como Металлист (Metalúrgico), Социалистический Донбасс (El Donbás socialista), así como en Pressfoto y en la agencia Soyuzfoto de Moscú. En 1936, sin haber cumplido veinte
años, se trasladó a Moscú, y entró a trabajar en la agencia TASS, viajando gracias a ello por el enorme país, por su Ucrania natal, por Bielorrusia, la Karelia contigua a Leningrado, y la lejana Yakutia, al oriente de Mongolia. En esos años, le influyen las fotografías que aparecen en la revista URSS en construcción (fundada por Máximo Gorki
y que mostraba los grandes proyectos de edificación del Estado socialista, en la industria y en la agricultura, de la mano de fotógrafos como Arkadi Shaijet, Gueorgui Zelma, Semión Fridland, Gueorgui Petrusov, Borís Ignatóvich, Max Alpert).

En la revista colaboraban también desde El Lissitzki, Sophie Lissitzky-Küppers, Aleksandr Ródchenko y Varvara Stepánova, hasta escritores como Aleksandr Fadéyev, Isaak Bábel, John Heartfield.

Jaldéi, miembro del Partido Comunista de la Unión Soviética, trabajó casi siempre con una cámara Leica, para el diario Pravda y para la agencia TASS. La leyenda cuenta que esa máquina prodigiosa con la que capturó imágenes que han pasado a la historia la adquirió de segunda mano. Empezó con una cámara plegable Fotokor-1, la famosa Фотокор (fotocor) fabricada por la factoría GOMZ de Leningrado, captando la vida obrera en las fábricas soviéticas.

No sólo fotografía obreros, también retrata personas relevantes de la vida cultural, como el compositor Dmitri Shostakóvich o Mstislav Rostropóvich, el célebre violonchelista que fue premio Lenin y acabó apoyando al corrupto Yeltsin. Ya después de la Segunda Guerra Mundial, Jaldéi tendría una enorme cámara Speed Grafic, de Graflex, dotada de un teleobjetivo de 400 mm, que le ofreció Robert Capa en Berlín.

A partir de 1936, trabaja en exclusiva para la agencia TASS, de donde será despedido en 1948: consideran que el éxito conseguido se le ha subido a la cabeza, y que, además, su formación cultural es muy precaria, aunque, en realidad, las causas son otras. Cuando Jaldéi vuelve a Moscú de un viaje, es convocado de inmediato a trabajar: se
anuncia una importante comunicación del gobierno soviético a todo el país. A las doce de la mañana del 22 de junio de 1941, la voz del comisario del pueblo Molótov se escucha en todas las ciudades soviéticas: “ Hoy, a las cuatro de la mañana, sin presentar ninguna reclamación contra la Unión Soviética, sin declaración de guerra, las
tropas alemanas han atacado a nuestro país”. Mientras los ciudadanos soviéticos contienen el aliento escuchando por los altavoces el discurso, Molótov cita las ciudades bombardeadas, Zhitomir, Kiev, Sebastopol, Kaunas y muchas otras, en Bielorrusia, Ucrania y en la Rusia europea. El comisario del pueblo termina diciendo: “Nuestra causa es justa. El enemigo será derrotado. La victoria nos pertenece.”

Cerca del Kremlin, en la calle Nikólskaya , Jaldéi toma una fotografía (El primer día de la guerra, que se hará célebre por su contenido dramatismo) de la gente detenida en la acera, escuchando a Molótov en el altoparlante, con gesto serio, concentrado, sabiendo que la vida iba a cambiar radicalmente, pero sin signo de miedo en sus rostros.

Junto con otros corresponsales de guerra soviéticos, Jaldéi marcha al frente. Llega a Múrmansk, que los nazis habían bombardeado con ferocidad: lanzaron trescientas cincuenta mil bombas incendiarias, destruyendo toda la ciudad. Jaldéi estará después en Sebastopol, en el asalto de Novorossiysk, en Kerch, verá la liberación de Yugoslavia,
Rumania, Bulgaria, Austria, Hungría, asistirá a la ofensiva soviética contra los japoneses en Manchuria; y, finalmente, a la ocupación de Alemania: llega a Berlín cuando los combates no han cesado y los últimos destacamentos nazis defienden la cancillería y el Reichstag.

La célebre imagen del soldado soviético encaramado en el Reichstag izando la bandera roja fue captada por Jaldéi apresuradamente, en esos días frenéticos donde todos intentaban esquivar a la muerte y muchos no lo conseguían. La anhelada paz está a punto de llegar, pero la guerra ha sido muy dura para los soviéticos, y para Jaldéi: su padre y
tres de sus cuatro hermanas son asesinadas durante la guerra, cuando los nazis ocupan Donetsk.

Con el Ejército rojo entrando en Berlín, Jaldéi había sido convocado en Moscú por los responsables de la agencia TASS para viajar de inmediato a la capital alemana y fotografiar la liberación de la ciudad. Todo es tan precipitado que tiene que pedir a su compañero Gricha Lubinski, también judío, unos manteles rojos que utilizaba en
las reuniones del partido comunista y del sindicato. Con esa tela, antes de volar a Berlín, Jaldéi pide a su tío sastre, Israel Solomonovich Kishitser , que le ayude a coser unas banderas rojas, puesto que no dispone de ninguna: pasan la noche en vela, zurciendo.

Cuando llega a Berlín, los enfrentamientos siguen en las calles, las divisiones 150 y 171 del Ejército Rojo preparan el asalto al parlamento: todavía no lo han conquistado por completo cuando Jaldéi inspecciona el Reichstag en ruinas, donde se sigue combatiendo en su interior y en las calles aledañas, para localizar un lugar desde donde disparar su cámara. Quiere captar el edificio, un soldado con la bandera roja y las calles humeantes de Berlín. Consigue llegar a la terraza, y con un palo que encuentran en los escombros, ligan la enseña con la hoz y el martillo. La toma es peligrosa: la zona está llena de francotiradores nazis, y el soldado voluntario debe encaramarse a un precario ornamento de la azotea para ondear la bandera sobre las ruinas del III Reich, mientras otro lo sujeta por las piernas.

Los soldados Melitón Kantaria, Mijaíl Egórov y Aleksei Berest habían izado ya la bandera roja sobre el Reichstag, pero no había ningún testimonio gráfico de ello, por lo que Jaldéi recrea después la escena fotografiando a Aleksei Kovaliev, que iza la bandera, junto a Leonid Gorichev y Abduljalim Ismailov. Para tomar esa imagen utiliza un rollo entero, mientras reciben disparos de los francotiradores nazis. Todas las imágenes que toma son similares, aunque hace una fotografía donde los dos soldados miran a quien hace ondear la bandera, inclinada ahora hacia el Reichstag y no hacia la calle. A su vez, la comandante Anna Nikúlina, con una tela roja que llevaba en su cazadora, arma la bandera soviética con alambre de telégrafo y la ata en el tejado de la Cancillería. Todavía quedaban ciento treinta y cuatro mil soldados nazis en la guarnición de Berlín, que se entregan prisioneros.

Jaldéi había conseguido coronar con éxito la misión; vuelve ese mismo día a Moscú, satisfecho. Sin embargo, el director de la agencia TASS, Nikolái Palgunov, descubre que uno de los soldados, el que sujeta por las piernas a Kovaliev, que iza la bandera, lleva un reloj en cada muñeca: en todas las guerras hay hurtos y merodeadores, pero la
agencia no puede divulgar una imagen que daría una impresión equivocada del Ejército Rojo, por lo que Jaldéi raspa el negativo para que pueda publicarse. La imagen se publica en Ogoniok, el 13 de mayo de 1945, y consigue un impacto mundial.

Después, Jaldéi retorna a Berlín, donde capta imágenes de los tanques soviéticos, de la vida en la ciudad, los primeros paseos entre las ruinas, la trabajosa reorganización. Es enviado también a cubrir la derrota japonesa en Oriente, y a la conferencia de Postdam, donde fotografía la escena de los tres dirigentes aliados sentados, en
agosto de 1945: Stalin son su casaca blanca, junto a Truman y Clement Atlee. Retrata también a Roosevelt, Churchill, Eisenhower. En octubre de 1946, cuando la Segunda Guerra Mundial ya era parte de la historia, Jaldéi fue designado representante soviético para documentar el proceso de Núremberg, donde sus fotografías sirvieron de prueba en el
juicio. Capta entonces a Goering con los auriculares, apoyando la cabeza en su puño; y a los criminales de guerra nazis sentados delante de los soldados aliados tocados con cascos blancos.

Tras la guerra, es despedido de la agencia TASS por su condición de judío, aunque nunca le dijeron que esa era la causa. En enero de 1950, indignado, Jaldéi envía una carta al secretario del comité central y editor jefe de Pravda, Mijaíl Súslov, preguntando por su situación. Súslov, que no conoce a Jaldéi, pide un informe y descubre que el
despido era por recomendación del KGB: son los meses de la campaña contra el cosmopolitismo. No acaban aquí sus problemas; rechazan a Jaldéi en otras publicaciones, aunque, finalmente, consigue trabajo en la revista sindical Клуб (Club), y, después, en 1957, en el diario Pravda, órgano central del Partido Comunista de la Unión Soviética, con el que viaja por todo el país durante quince años, fotografiando las industrias, las actividades culturales, mientras participa, según sus propias palabras “en la edificación del comunismo”.

También trabajó para el periódico Sovetskaya Kultura (Cultura soviética) hasta su jubilación en los años setenta. Murió con ochenta años, tras haber podido ver sus fotografías expuestas en Berlín, París, Nueva York, San
Francisco, además de en distintas ciudades soviéticas. El mismo año de su muerte, 1997, se estrenó el documental Евгений Халдей — фотограф эпохи Сталина (Yevgueni Jaldéi-fotógrafo de la época de Stalin), de Marc-Henri Wajnberg.

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Jaldéi fue un magnífico fotógrafo, algunas de cuyas imágenes forman parte de la memoria colectiva y de la historia. Muchas, son poco conocidas, pero casi todas son singulares. Sus fotografías se utilizaron en la URSS en libros, enciclopedias, documentales, y en ellas están presentes obreros y generales del Ejército Rojo, trabajadoras, mineros y niños, francotiradoras y refugiados, metalúrgicos y campesinos, y los dirigentes del país, Stalin, Jrushchov, Brézhnev, Andrópov, Chernenko, Gorbachov, incluso el corrupto Yeltsin, ya al final de su vida. Siempre fue consciente de que su trabajo era una contribución más a la construcción del socialismo, como muestran sus fotografías del obrero del Donbás que posa ante las chimeneas fabriles, en 1934; de la conductora de tractor
que retrata en 1936; o la de Angelina Pasha conduciendo un tractor en 1936. Las más duras y conmovedoras imágenes las hizo durante la guerra: la escena de las fosas comunes de las siete mil personas asesinadas por los nazis en Crimea, en 1942; las decenas de cadáveres abandonados en las tapias de la cárcel de Rostov del Don, mientras dos
mujeres intentaban encontrar supervivientes, donde los alemanes fusilaron a muchos civiles antes de abandonar la ciudad en marzo de 1943. Algunas de ellas son insoportables, como la que muestra el cadáver de Vitya Cherevichkin, con una paloma entre las manos; sólo  tenía dieciséis años, pero fue fusilada por los alemanes porque escondía palomas en su casa: los nazis habían prohibido que se criaran esas aves para que no fueran utilizadas por los guerrilleros soviéticos en sus comunicaciones.

Muchas son notables: soldados soviéticos subiendo por los escalones del muelle de Gráfskaya, durante la batalla en Sebastopol, el 2 de mayo de 1944. El planeador alemán que se ha incrustado contra un edificio en la calle Attila, en Budapest, el 1 de marzo de 1945. La mujer que regresa a Múrmansk después del 18 de junio de 1942, el día
más horrible de la historia de esa ciudad cuando sufrió un intenso bombardeo de la aviación alemana. El soldado que retira la svástica nazi de la puerta de entrada en la fábrica Voikova, en Kerch, Crimea.

El risueño combatiente que, en la liberación de Bulgaria, sujeta su fusil con una mano y levanta la otra con el puño cerrado, mientras sonríe, ante una muchedumbre que también levanta el puño: son las unidades del Tercer Frente Ucraniano que habían liberado a Bulgaria, y los habitantes de la ciudad de Lovech saludan a los soldados soviéticos, el 1 de septiembre de 1944. Los habitantes de Omólitsa saludando al piloto Semion Boiko, el primer militar soviético en llegar a Yugoslavia, el 1 de octubre de 1944. El poeta y corresponsal de guerra soviético Yevgueni Dolmatovski, de origen judío, posando cerca de la puerta de Brandemburgo con la cabeza de una estatua de Hitler. La mirada resuelta de la joven francotiradora Lisa Mironova, en Novorossiysk, 1943. Y la de otra francotiradora, Elizaveta Mirónova, en la batalla por Málaya Zemla; tenía sólo diecinueve años, y murió unos días después de aparecer su fotografía, en septiembre de  1943.

Las pilotos del 46º regimiento de aviación descansando cerca de un refugio: Irina Sebrova, que fue Héroe de la URSS, y Vera Bélik aparecen sentadas, junto a Nadezhda Popova que está de pie. Y la soldado María Shalneva, que dirige el tráfico entre las ruinas de Berlín, en la Alexanderplatz, y sonríe, aunque la guerra no haya terminado, el 1 de mayo de 1945. Y los soldados japoneses depositando sus armas tras la derrota de Japón en el Extremo Oriente, y la
capitulación de las tropas del ejército nipón de Kwantung durante la batalla de Manchuria, el 20 de agosto de 1945. Sin olvidar la mirada aviesa de un asesino nazi, Hermann Goering, custodiado por dos militares, sentado en el proceso de Núremberg.

En las décadas de posguerra, Jaldéi haría también fotografías memorables: La de Fidel Castro, durante su visita al escritor soviético Borís Polevoi, a quien quería conocer, el 21 de octubre de 1963: Polevoi fue el cronista del horror de Auschwitz para los lectores de Pravda, y, además, era muy célebre por su libro Un hombre de verdad, la historia de Alekséi Marésiev, un excepcional piloto de guerra soviético que perdió las piernas en 1942 combatiendo contra los
nazis y, pese a ello, siguió volando durante toda la guerra, derribando aviones de la Luftwaffe. También Serguéi Prokófiev se basó en la vida de Marésiev (y en el libro de Polevoi) para componer su ópera La historia de un hombre real.

Otras muchas fotografías de Jaldéi son la crónica de la vida en la Unión Soviética: los ciudadanos que miran el nuevo edificio de la Universidad de Moscú en las colinas Lenin; el primer rompehielos soviético, reflejado en las gafas de un
hombre que sonríe, en 1960; la larga fila, sobre la nieve, de ciudadanos que esperan para visitar el mausoleo de Lenin, a comienzos de la década de los sesenta; la obrera que sonríe en un barco pesquero en el Mar de Barents, en 1967. Y los recuerdos de una vida plena: muchos años después de la Segunda Guerra Mundial, Jaldéi buscó a la
mujer que aparecía entre quienes escuchaban a Molótov en la calle Nikólskaya de Moscú, en su fotografía El primer día de la guerra: era Anna Trúshkina, que posa con sus insignias y medallas de la guerra, orgullosa y sonriente, el 1 de septiembre de 1981.

Ya anciano, Yevgueni Jaldéi no podía evitar emocionarse cuando evocaba el terrible destino de su familia asesinada por los nazis, y, mientras mostraba sus placas y sus imágenes, pasaban por sus ojos los días de la guerra en que él mismo aterrizaba sobre el barro en Bulgaria; las horas en que se jugó la vida para tomar la fotografía de la bandera
roja sobre el Reichstag, los momentos terribles en que recogía con su cámara Leica las ruinas de Múrmansk o de Berlín; la angustia ante los ataúdes amontonados, y la sinagoga de Budapest llena de cadáveres; el rostro ensangrentado de Vitya Cherevichkin, la chica asesinada que tenía una paloma entre las manos; y seguía recordando el día en que, en el silencio expectante de la Plaza Roja, ante decenas de miles de veteranos, miraba al mariscal Zhúkov a caballo pasando revista al Ejército Rojo que derrotó al nazismo.
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Redacción Cubaperiodistas
Sitio de la Unión de Periodistas de Cuba

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